viernes, 1 de julio de 2005

Zita y la Humildad

En 1989, murió Zita, quien fuera la última emperatriz de Austria-Hungría. La última Hija de los Césares en ocupar el trono imperial vienés, como consorte de Carlos I, fue el postrer vástago de la dinastía Habsburgo, que ostentó la corona del Sacro Imperio Romano-Germánico durante más de seis siglos. Asimismo, la Casa de Austria —como también se conoce a la dinastía— rigió largo tiempo en España, bajo soberanos tan notables como el gran emperador Carlos V y el gran Felipe II, tan comprometidos con la unidad espiritual de Europa, y en cuyos nombres se conquistó América. Don Juan de Austria, otro de los Habsburgo, fue el que condujo a la flota cristiana en la victoria de Lepanto, en que Miguel de Cervantes perdió su brazo. La hábil María Teresa, la infortunada María Antonieta y la bellísima María Luisa, fueron también connotadas hijas de dicha casa.

Más recientemente, el más reconocido de los Habsburgo es Francisco José, predecesor de Carlos y Zita, cuya relación con Elizabeth —Sissi—, su emperatriz, y las trágicas circunstancias que rodearon su reinado y vida familiar, convirtieron a dicha pareja en una de las leyendas románticas de los siglos XIX y XX.

De vuelta con Zita, la derrota del imperio en la Primera Guerra Mundial, significó la disolución del mismo en 1918 y la partida de los imperiales esposos al exilio. Carlos murió en 1922 y aunque Zita nunca renunció formalmente a la corona para sus hijos, el gobierno austriaco la autorizó en 1982, para pasar sus últimos años en lo que ahora era la pequeña República de Austria.

En 1989, como quedó dicho, la última emperatriz falleció. Honrando centenarias tradiciones, el gobierno preparó un funeral de Estado, al que asistieron dignatarios de decenas de países, incluyendo a los representantes del Santo Padre, Juan Pablo II.

Por un día, la ciudad de Viena, una de las más bellas de Europa, pareció convertirse de nuevo en la capital del Sacro Imperio. Se enarbolaron los estandartes imperiales y se alistaron las guardias de honor, que acompañarían los restos mortales de Zita hasta el Kaisergruft, la cripta en la que descansan 12 emperadores, 15 emperatrices y más de 100 archiduques de la Casa de Habsburgo. Casi era posible trasladarse mentalmente a los gloriosos días de Strauss y dejarse llevar por los vaivenes delicados de los valses que, antaño, agasajaban a la aristocracia europea en los fastuosos salones del Palacio de Schonbrunn.

La grandiosidad solemne del cortejo fúnebre de la última Kaiserin no es para ser descrita por quien no estuvo ahí. Pero piénsese nada más que Austria, Europa, Occidente y la Historia daban su adiós a la última testa coronada de un imperio, restablecido en la Navidad del año 800, en la persona de Carlomagno, para reunir bajo un solo trono y una sola fe a toda la Cristiandad. No por nada la divisa de la casa imperial era AEIOU, las iniciales de una frase que en latín y alemán significa lo mismo: Austriae Est Imperare Orbi Universo o Alles Erdreich Ist Osterreich Unterthan, es decir, A Austria Pertenece Gobernar el Universo.

La tradición disponía que el cortejo llegara hasta las puertas del Kaisergruft. Ante el pórtico, quien conducía la procesión se acercaba y golpeaba tres veces la puerta con un bastón “¿Quién desea entrar?”, contestaba una voz desde el interior, y el que había golpeado recitaba la larga serie de nombres principescos y títulos del difunto: “Zita de Borbón, Parma y Habsburgo, Emperatriz de Austria, Reina de Hungría…” y un prolongado etcétera.

Al terminar la lista de patronímicos y títulos, la voz desde el interior, lacónicamente, respondía: “A ésa no la conozco.”

La llamativa ceremonia se repetía por tres veces y la voz desde el interior siempre respondía lo mismo: “A ésa no la conozco.” Finalmente, el ceremoniero volvía a golpear la puerta, pero esta vez, ante la pregunta de “¿quién desea entrar?”, decía simplemente: “Zita, humilde sierva de Dios, que acude a la misericordia del Señor”. “A ésa sí la conozco”, replicaba la voz desde el interior y las puertas se abrían para recibir los restos mortales de la Hija de los Césares.

¡Notable ejemplo de humildad de los miembros de una dinastía, que rigió uno de los imperios más poderosos de Europa!