domingo, 17 de enero de 2016

Hace 100 años. 17 de enero de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años

17 de enero de 1916
Primera Guerra Mundial

La mayor parte de las acciones más dramáticas de estos primeros días de 1916 se concentran en los teatros de operaciones de lo que alguna vez fue el área de influencia del decadente Imperio Turco-Otomano. El 11, los rusos inician una ofensiva hacia Erzerum, en el noreste de Asia Menor y, para el 17, han avanzado también hacia Keupri-Keui. Turcos y rusos han estado intermitentemente en guerra desde hace siglos y, desde el siglo XVIII en adelante, la victoria fue casi siempre para Rusia. Esta vez, ambos imperios están en crisis, pero los turcos tienen la ventaja de contar con el estrecho apoyo de sus aliados, especialmente Alemania. Rusia, en cambio, está aislada y no hay muchas esperanzas de recibir mayor apoyo en el corto plazo, sobre todo, luego del fracaso estrepitoso de la larga y sangrienta Campaña de los Dardanelos. Rusia comete también el mismo error que los franceses y los británicos en los Dardanelos: menospreciar al enemigo, lo que siempre constituye una manera muy peligrosa de ir a la batalla.

En los altos mandos de Francia y Gran Bretaña, ruedan cabezas de generales, individualizados por los políticos como responsables de sus yerros. Es cierto que, en ocasiones, los generales dejan mucho que desear. Pero las campañas perdidas en Serbia y en los estrechos son parte de un sinfín de promesas que Londres, París y Moscú hicieron sabiendo que no podrían cumplir.

Contra la expresa voluntad del gobierno griego, la isla de Corfú es ocupada por Francia el 11 de enero. Pocos días después, empiezan a desembarcar en ella los agotados hombres del maltrecho Ejército Serbio, que no pudo evitar la caída de su patria, pero que han escapado al cautiverio y pueden luchar otro día. El 15, el Rey Pedro, el primero entre los refugiados, llega a Edipsos, también en Grecia, mientras que su gobierno arriba a Brindisi, en Italia. Tendrán que esperar hasta el decisivo año de 1918 para entrar todos de nuevo en su capital, Belgrado.

Junto con Serbia, ha caído Montenegro, el minúsculo estado balcánico enclavado en las montañas que miran hacia el Adriático. Ha seguido la suerte de su aliada, Serbia, con la que incluso estaba negociando un proceso de unificación antes de la guerra, que no había concluido, en parte, por las indefiniciones en cuanto a las funciones y privilegios que les cabrían a las casas reales de cada uno de los dos estados. El Rey Nicolás de Montenegro parte al exilio, igual que su colega serbio; a diferencia de Pedro, sin embargo, Nicolás no volverá a ocupar el trono en lo que quedara de su vida.

Montenegro entró en la Gran Guerra corto de recursos para la lucha. Había ocupado mucho de sus reservas en las dos Guerras Balcánicas (1912 y 1913), al igual que el resto de las naciones balcánicas, pero su pequeño tamaño y escasa población hacían que la escasez se sintiera más todavía. No tenía suficiente comida, ni armamento para su ejército, de modo que dependió desde el principio de la ayuda que pudiera recibir de Serbia, que tampoco nadaba en la abundancia, y de las tres grandes potencias de la Entente, que no siempre podían cumplir las promesas que hacían. Los suministros y los préstamos enviados desde Francia y Gran Bretaña se entregaron a Montenegro a través de Serbia y según el criterio que ésta estableciera. Además, buena parte de las tropas montenegrinas fueron puestas bajo el mando serbio, aunque nominalmente el Rey Nicolás era su comandante supremo. Desde el principio, se notó que Montenegro era el socio menor en la alianza con Serbia y, tanto Londres, como París, favorecieron la influencia serbia. Hay que señalar, en todo caso, que la población montenegrina, en una proporción considerable, miraba con buenos ojos la fusión con Serbia.

Considerando sus escasos recursos, el pequeño Ejército de Montenegro superó todas las expectativas que pudieron haberse cifrado en él. Siempre que se requirió su concurso, las tropas del pequeño estado lucharon con distinción y, cuando se acercaba el final de la campaña, protegieron gallardamente la retirada de cuantiosas tropas serbias, que se retiraban hacia Albania a través de su territorio. Para el 9 de enero, ya sin el apoyo de Serbia, que se había derrumbado, la resistencia de Montenegro se volvió imposible. El Rey Nicolás y su gobierno decidieron entrar en negociaciones de paz con Austria-Hungría el día 11. Al tiempo que mandaba un telegrama a Francisco José, pidiendo condiciones dignas de paz, Nicolás enviaba un mensaje a su tocayo de San Petersburgo, el Zar de Rusia, tratando de explicar las críticas condiciones que le obligaban a negociar una paz por separado, intentando que Rusia no retirase el tradicional patronazgo que había ejercido sobre el pequeño reino en los decenios previos a la Gran Guerra.

La respuesta de Viena fue categórica: rendición incondicional. El comportamiento del Rey Nicolás y de su gobierno fue ambiguo, atrapado entre las vicisitudes de la guerra y la preocupación por prolongar la existencia independiente de su país y su dinastía. Las negociaciones con Austria no lograron mucho y cayeron muy mal en la Entente, que recordaría el episodio cuando, en 1918, impusiera las condiciones de paz. El alto mando, posiblemente violentado por la posibilidad de someterse a una rendición, planteó ordenar una última defensa en Scutari y, si las condiciones se complicaban, seguir a los serbios y a sus otros aliados en la retirada general. Pero las órdenes también dejaban abierta la puerta para que los soldados sencillamente abandonaran las armas. Al final, el ejército se desintegró, tanto como su gobierno, que terminó marchando al exilio, salvo por tres ministros y por el príncipe Mirko, hijo de Nicolás, que permaneció en el país.

En la fotografía, soldados montenegrinos rindiendo sus armas, al final de la campaña. La imagen, impresa en alemán, es posiblemente una pieza de propaganda alemana o austrohúngara.





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