domingo, 3 de julio de 2016

Hace 100 años. 3 de julio de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
3 de julio de 1916
Primera Guerra Mundial

Los distintos frentes europeos se mueven mucho en estos días en que termina junio y empieza julio. El 2 de julio de 1916, se inicia la llamada Batalla de Baranovichi. Se trataba de una ofensiva lanzada desde el Frente Oeste del Ejército Ruso, cuyo propósito era complementar el avance espectacular que, hasta el momento, había conseguido el Frente Suroeste, mandado por el general Aleksei Brusilov. El ataque sobre Barnovichi había sido muchas veces postergado y se habían cambiado varias veces los objetivos de la ofensiva. Al terminar junio, el alto mando ruso exigió al comandante del Frente Oeste, Aleksei Evert, que iniciara el ataque de una vez por todas, pero lo cierto es que el general Evert no era partidario de la guerra ofensiva y, en cambio, abogaba por luchar a la defensiva contra los alemanes y austriacos. A pesar de contar con significativa ventaja en hombres y materiales, Evert dirigió a sus hombres sin estar convencido de la operación, que terminaría fracasando, luego de algunas semanas de estrellarse contra las defensas alemanas.

El 30 de junio de 1916, el Gobierno Británico y el Conglomerado Holandés de Ultramar (“NOT”, por sus siglas en neerlandés, a partir de “Nederlandsche Overzee Trustmaatschappij”) firman un acuerdo para regular la política de racionamiento en Holanda. Como ocurrió con todas las naciones neutrales cercanas a los Imperios Centrales, Holanda fue presionada, desde el inicio de la guerra, para detener o disminuir el tránsito de productos reexportados o exportados hacia Alemania. Ya el 22 de agosto de 1914, el Reino Unido había requerido garantías al gobierno holandés, en el sentido de evitar que llegaran hasta Alemania cualquiera de los bienes considerados como contrabando de guerra por los británicos. El gobierno holandés rehusó dar tales garantías, considerando que iban en contra de la estricta política de neutralidad a la que deseaba atenerse.

La economía holandesa siempre había sido muy dependiente del tráfico marítimo, de modo que un bloqueo total de sus costas por parte de la “Royal Navy” habría significado la ruina de la nación. Además, el mar era la única vía posible de comunicación con las posesiones coloniales holandesas, especialmente las llamadas Indias Orientales Holandesas (actual Indonesia), que constituían la parte más importante de sus territorios de ultramar. Otrora una gran potencia naval, en el pasado, Holanda había desafiado con éxito a las otras grandes potencias coloniales; sin embargo, ya en el siglo XX, los holandeses no tenían los medios navales como para imponer sus intereses comerciales y si, por un lado, querían mantener su neutralidad, por el otro, entendían que un desafío continuado a las potencias de la Entente, dominadoras de los océanos, podía llevar al país a la bancarrota y quizá hasta una guerra que Holanda no tenía manera de afrontar.

Poco después del inicio de la guerra, el ministro holandés de comercio, Marie Willem Frederik Treub, y el banquero Cornelis Johannes Karel van Aalst propusieron que la comunidad de empresarios locales podría dar a los británicos las garantías que el gobierno no podía proporcionar, so pena de comprometer gravemente su postura de neutralidad frente a Alemania. El agregado comercial británico en La Haya, Francis Oppenheimer, presentó la idea a Londres, entendiendo que podía ser un buen recurso para suavizar las relaciones entre Gran Bretaña y Holanda, así como para diseñar un mecanismo que evitara la repetición de tales tensiones con otras naciones neutrales. Las ideas de Treub dieron forma al “NOT” el 24 de noviembre de 1914, como un conglomerado o “trust” de empresarios y hombres de negocio holandeses. A partir de entonces, quien quisiera importar bienes desde ultramar a Holanda, debía firmar un contrato con el “NOT”, comprometiéndose a no reexportarlos a Alemania, pagando un depósito equivalente como garantía.

El arreglo dejó a las potencias de la Entente lo bastante satisfechas como para permitir a las importaciones gestionadas por el “NOT” pasar a través del bloqueo del Mar del Norte, exigiendo que las naves llevando los bienes especificados pasaran por algún puerto británico para ser inspeccionados. A cambio, los fundadores del “NOT” obtuvieron de Francia y Gran Bretaña ciertas ventajas, como continuar con la reexportación a Alemania de algunos artículos suntuarios, como el café y el tabaco. Suiza y Dinamarca generaron soluciones similares a partir del modelo del “NOT” holandés, aunque este último se caracterizó por gozar siempre de mucho mayor autonomía frente al gobierno del Primer Ministro Pieter W. A. Cort van der Linden, que consideraba al “trust” una violación solapada de la neutralidad que tanto trabajo le costaba mantener. Oficialmente el gobierno holandés quiso tener lo menos posible que ver con las actividades del “NOT”, que mantuvo muy satisfechos a los británicos hasta 1917, cuando el restablecimiento de la guerra submarina alemana sin restricciones hizo muy difícil que los buques holandeses pasaran a algún puerto británico para recibir inspección.

Pero el mejor negocio en Europa, por estos días, es el de las empresas funerarias. A las 7.20 horas del 1 de julio de 1916, los ingenieros militares británicos detonan una mina bajo las trincheras alemanas, dando inicio a la Batalla del Somme, una de las mayores y más sangrientas de la Gran Guerra, sólo comparable en intensidad a la carnicería que se desarrollaba, un poco más al este, en Verdún.

Los mandos de la Entente habían planificado una gran ofensiva sobre el río Somme desde comienzos de 1916. El ataque quedaría enmarcado en un esfuerzo coordinado de los cinco miembros europeos de la alianza —Gran Bretaña, Francia, Italia, Rusia y Bélgica— para acosar a los Imperios Centrales desencadenando grandes ofensivas simultáneas en los distintos frentes de combate. Mientras Italia padecía con las ofensivas austriacas y sus propias contraofensivas en los Alpes, Rusia realizaba un gran esfuerzo con la ofensiva del general Brusilov. Los franceses y británicos aportarían con el ataque en el Somme a este esfuerzo común. Sin embargo, la ofensiva alemana en Verdún y la subsecuente batalla obligaron a destinar lo mejor del Ejército Francés a contener a los alemanes. Los generales británicos y franceses no quisieron suspender la ofensiva del Somme, pero entendieron que el mayor peso de la operación debía recaer en el Ejército Británico, con el limitado apoyo que pudiera recibir de las tropas francesas que habían quedado en el sector, luego del reordenamiento forzoso del que había sido objeto el frente francés.

Inicialmente la idea de un ataque en el Somme debe haber estado acompañada de ambiciosos objetivos; sin embargo, con la sangrienta Batalla de Verdún en desarrollo, consumiendo miles de vidas francesas, el propósito terminó limitándose a aliviar la presión de los alemanes sobre Verdún y causar a aquéllos tantas bajas como fuere posible. La preparación artillera fue apabullante: durante los siete días previos a la ofensiva, cientos de piezas de artillería británicas dispararon más de 1.700.000 proyectiles sobre las posiciones alemanas, con la esperanza de debilitar las fortificaciones y afectar la moral (y los nervios) de los defensores. Hasta ese momento, ningún soldado había soportado un bombardeo tan intenso y es seguro que algún impacto debe haberse sentido en el ánimo de los alemanes. Sin embargo, sus efectos fueron mucho menores que los esperados y, al momento de ataque, las tropas del “Deutsches Heer” y sus trincheras estaban listas para la pelea.

La mayor parte de las tropas alemanas se retiró hacia líneas y refugios situados atrás de la primera línea de trincheras, donde estaban relativamente a salvo de los cañones enemigos. Además, los generales británicos decidieron volar la primera mina diez minutos antes del ataque de la infantería, al mismo tiempo que suspendían el fuego de artillería, de modo que se perdió toda sorpresa en el asalto británico a las trincheras alemanas, cuyos ocupantes tuvieron varios minutos para llegar desde la retaguardia hacia las posiciones que debían ocupar detrás de las miras de sus precisos fusiles “Mauser 98” y de sus letales ametralladoras “MG 08”. Inmediatamente la artillería alemana, que llevaba varios días realizando fuego contra las baterías enemigas, ajustó sus piezas para machacar a las tropas británicas que se aprestaban a cruzar la desolada “tierra de nadie”, que separaba las líneas de trincheras opuestas.

Al iniciarse el ataque, el 1 de julio, los franceses tuvieron algún éxito en su sector del frente, al igual que el ala derecha del Cuarto Ejército Británico; no obstante, en el resto de la línea, las bajas británicas fueron catastróficas y el  1 de julio de 1916 puede considerarse como el peor día en la historia del “Royal Amry”, con 57.470 bajas sólo en esa jornada, 19.240 de las cuales correspondieron a víctimas fatales, sin haber conseguido ninguno de sus objetivos. No volvería a ocurrir que, en un solo día, los británicos perdieran casi 60.000 hombres, pero los resultados de los sucesivos ataques sobre las líneas alemanas fueron pobres, especialmente si se piensa en las aterradoras bajas sufridas.

Un testigo, George Coppard, sirviente de ametralladora en una trinchera británica, relata así lo que se vio el 2 de julio, un día después del sangriento asalto del día anterior: “la mañana siguiente, inspeccionamos la terrible escena enfrente de nosotros. Se hizo claro que los alemanes siempre habían tenido una vista dominante de la tierra de nadie. El ataque había sido brutalmente rechazado. Cientos de muertos estaban amontonados como desperdicios apilados. Tantos murieron en las alambradas enemigas, como en el suelo, como pescados atrapados en una red, de donde colgaban en posturas grotescas. Algunos parecían rezar: habían muerto de rodillas y el alambre de púas había impedido su caída. El fuego de ametralladora había hecho este terrible trabajo.”

En la fotografía, una montaña de casquillos de artillería usados para bombardear las posiciones alemanas en el Somme. Una vez más, se comprobó que los bombardeos artilleros prolongados sobre posiciones enemigas sólo servían para poner a los defensores en alerta y darles tiempo de prepararse. Y si, al bombardeo, le sigue el avance de miles de hombres a pecho descubierto, el desastre es casi seguro.





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