domingo, 5 de junio de 2016

Hace 75 años. 5 de junio de 1941. Segunda Guerra Mundial



Hace 75 años
5 de junio de 1941
Segunda Guerra Mundial

El 30 de mayo de 1941, Rashid Alí y sus seguidores huyen de Irak. Al día siguiente, el alcalde de Bagdad rinde la ciudad a los británicos, poniendo efectivamente fin a la Guerra Anglo-Iraquí. Durante los días 1 y 2 de junio, se desarrolla un pogromo contra la comunidad judía de Bagdad, hasta que las tropas británicas toman control de la capital iraquí e imponen un estricto toque de queda para frenar los desórdenes y las muertes de civiles. Por el momento, Gran Bretaña consigue devolver el orden a sus posesiones coloniales y zonas de influencia en el Medio Oriente.

El 1 de junio concluye la evacuación de las tropas británicas desde Creta, que queda bajo completo control alemán desde ese día. Poco más de 18.000 soldados británicos y del Imperio fueron rescatados, pero alrededor de 12.000 de sus camaradas, junto con algunos miles de soldados griegos y casi todo el material de guerra, quedaron atrás. Además de los que tuvieron que rendirse, luego de proteger la retirada de sus compañeros más afortunados, muchos participaron en la resistencia cretense contra los alemanes. La ocupación de Creta mediante un asalto aerotransportado fue un espectacular corolario para la campaña empeñada por los alemanes en los Balcanes. Sin embargo, las bajas sufridas por los paracaidistas alemanes fueron muy altas. En consecuencia, Hitler no volvería a permitir que se llevaran a cabo más operaciones de este tipo, y los “fallschirmjäger” fueron convirtiéndose gradualmente en unidades regulares de infantería. Los aliados, en cambio, impresionados con la actuación de los paracaidistas y tropas aerotransportadas alemanas, empezaron a crear o reforzar sus propias unidades de paracaidistas, que tendrían una destacada participación en las campañas de liberación de Europa, en los años finales de la guerra.

El 3 de junio de 1941, en Doorn, Holanda, fallece Guillermo II, último Káiser. Guillermo partió al exilio el 10 de noviembre de 1918, un día después de abdicar a la corona imperial alemana y a la corona real prusiana. Los gobernantes de la República de Weimar, sucesora del Segundo Imperio Alemán, permitieron a Guillermo llevarse considerables bienes, que le permitieron llevar una vida desahogada en Holanda, donde permaneció hasta el fin de sus días. No volvió a involucrarse en política activa y tuvo una actitud muy cambiante hacia el régimen nazi, desde el desprecio inicial y el horror hacia los abusos perpetrados contra los judíos, hasta cierta simpatía luego de las grandes victorias alemanas de 1939-1941, que estaban construyendo lo que, a ojos de Guillermo, era una federación europea bajo liderazgo alemán. A su muerte, Hitler quiso traer su cuerpo de vuelta a Alemania, para dar un gran funeral de estado al último emperador, que mostrara a todos la continuidad entre el segundo y el tercer “Reich”; no obstante, Guillermo dejó instrucciones claras en torno a que no debía ser enterrado en Alemania, en tanto la monarquía no fuere restaurada. Su funeral contó con la presencia de representantes del gobierno alemán, pero fue más bien sencillo.

En menos de tres semanas, la Alemania Nazi va a lanzar una de las más masivas y crueles operaciones militares de la historia, cuando invada la Unión Soviética. El choque de dos potencias mundiales, gobernadas por dos sistemas abiertamente tiránicos y genocidas va a desatar una ola de atrocidades como el mundo no había conocido en su historia. En lo estrictamente histórico-militar, durante mucho tiempo, buena parte de la historiografía occidental aceptó sin crítica la versión que el gobierno comunista soviético quiso mostrar sobre el inicio de la invasión alemana. Según esta versión, mientras Alemania había estado preparando la operación durante meses, el régimen comunista no había hecho el más mínimo preparativo para entrar en la guerra. Parece cierto que la invasión fue una desagradable sorpresa para Stalin y para el gobierno soviético en general. Pero también es verdad que la tiranía estalinista llevaba largo tiempo preparándose para la guerra, mucho antes de que Hitler tuviera los medios siquiera para soñar con una invasión de Rusia.

Los programas de colectivización forzosa, la brutal transformación de Rusia en una nación industrial, el terror masivo sobre millones de personas, las purgas, las decenas de campos de concentración del GULAG, en fin, todo el espectro de la violencia irracional del totalitarismo marxista, apuntaba al objetivo de convertir a la vieja Rusia, ahora llamada Unión Soviética, en un gigantesco cuartel, desde el cual saldrían las millonarias legiones del Ejército Rojo para cubrir el mundo entero bajo el mando de la “dictadura del proletariado”. No hay ningún descubrimiento novedoso en este propósito, que se puede encontrar expresado en muchos pasajes de la literatura marxista-leninista, y que se puede expresar, más o menos, en la siguiente fórmula canónica: “usar las agudas contradicciones inter-imperialistas en el interés de la U.R.S.S. y del partido.” Lo que dice menos es que, desde fines de los años ’30, se empezaron a preparar planes serios y concretos para implementar ese “sueño”.

Una serie de documentos que avalan los preparativos soviéticos, quedaron desclasificados luego de la caída del comunismo y han quedado disponibles para todo aquel que quiera estudiarlos. El general Dimitri Pavlov, ex combatiente de la Guerra Civil Española, el 21 de junio de 1940, expresaba su opinión al Comisario del Pueblo para la Defensa, mariscal Semión Timoshenko: “después de las purgas de oficiales y del refuerzo de unidades con nuestros miembros comunistas, considero la posibilidad de usar, en el futuro cercano, los ejércitos lituano y estonio para la guerra, fuera del DMEB (Distrito Especial Militar Bielorruso), por ejemplo, contra los rumanos, los afganos, los japoneses.” Es significativo que un oficial experimentado sienta la necesidad de integrar tropas de dudosa lealtad a la tiranía comunista, como era el caso de estonios y lituanos, para reemplazar a los miles de oficiales asesinados o encarcelados durante el “Gran Terror” de fines de la década de 1930. La escasez de oficiales y personal de planta, causada por el terror marxista había creado la necesidad de reemplazos, vinieran de donde viniera.

Un cierto coronel Arman, también veterano de España y uno de los primeros galardonados con el título de “Héroe de la Unión Soviética”, mientras estudiaba en la Academia Militar de Moscú, en un discurso pronunciado en el otoño de 1940, afirmó: “Finlandia será soviética. Las fronteras de la U.R.S.S podrían estar en la costa del Mar Adriático. Si los indios dicen que son hermanos de los eslavos y quieren vivir juntos, no nos opondremos a eso.”

Los almirantes también estaban haciendo sus preparativos. En una nota del Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de la Flota del Mar Negro, redactada no antes del 27 de marzo de 1940, se lee: “el posible enemigo es: Inglaterra, Francia, Rumania y Turquía. La tarea de la Fuerza Aérea es atacar naves en las aguas del Mar de Mármara y el Bósforo, e instalar barreras de minas en el Bósforo.” El mismo oficial, en su reporte al alto mando naval, resumía sus objetivos:

“Las tareas para la aviación, por teatros de acción militar:
1.      Mar Negro. Infligir poderosos bombardeos en las bases de Constanza, Izmaíl y Varna (Rumania)
2.      Mar Egeo. Salónica (Grecia) y Esmirna (Turquía)
3.      Mar Mediterráneo. Alejandría (Egipto), Haifa (Palestina), Suez (Egipto), Malta y Bríndisi (Italia)

Por la vía de ataques sistemáticos sobre el Canal de Suez, negar a Inglaterra y a los países mediterráneos la posibilidad de explotar normalmente esta línea de comunicación.”

El 10 de julio de 1940, el Comandante del Escuadrón de la Flota del Mar Báltico, almirante Nikolai Nesvitskiy, envió un memo a los Cuarteles Generales Navales, proponiendo “resolver la cuestión de la existencia independiente de Suecia y Finlandia, para beneficio de la U.R.S.S. y convertir el Báltico en un mar interior.”

La preparación de esta gran guerra de conquista europea demandaba también un minucioso trabajo de inteligencia. Un documento de agosto de 1940, enviado por un tal mayor Klimashin a un cierto capitán Semishin, daba a este último las siguientes instrucciones: “Para el 1 de septiembre de 1940, reportar sobre qué objetivos en Finlandia y Suecia tenemos perfiles abiertos, y si los perfiles han sido enviados a todos los regimientos. Al mismo tiempo, reportar si usted ha recibido el objetivo ‘Estocolmo’ desde el departamento de inteligencia de la Flota del Mar Báltico y qué limitaciones tiene. Acelerar el proceso de los perfiles, en orden a finalizarlos en el futuro más cercano.”

El desarrollo de la aviación soviética, hasta 1940, tenía un objetivo claramente anti-británico. Stalin entendía que, para dominar Europa, el enemigo a batir era el Reino Unido y sus aliados. En enero de 1939, Stalin ordenó se diseñara un bombardero con un rango de 5.000 kilómetros. Sólo el bombardeo de las Islas Británicas exigiría un aparato capaz de cubrir esa distancia desde la U.R.S.S.

La Marina Soviética también se preparaba para esta guerra global, proyectada desde el Kremlin. En 1938, se adoptó un grandioso plan de expansión naval que, al cabo de un tiempo, fue “recortado” para construir, en el lapso de seis años, seis acorazados, 21 cruceros ligeros y 98 destructores. Al comienzo de la guerra con Alemania, la Unión Soviética contaba con una flota de 267 submarinos. Para comparar con otras potencias navales, la “Royal Navy” británica tenía 58 submarinos; Alemania, 57; Italia tenía 68 y Japón, 63. Nuevamente, el número de submarinos soviéticos sugiere que Stalin se había estado armando hasta los dientes para hacer la guerra a varias potencias mundiales al mismo tiempo y dirigir sus fuerzas principalmente contra los británicos.

En 1939, Stalin firmó el célebre pacto de no agresión, que permitió a Hitler iniciar la guerra con Gran Bretaña y Francia, sin comprometerse en dos frentes simultáneamente, por un tiempo, al menos. Stalin apostaba a que el bando más débil de los contendientes eran los alemanes y, al apoyarlos, esperaba prolongar una guerra que desangrara a las grandes potencias europeas, para avanzar, cuando llegara el momento oportuno, sobre las ruinas humeantes de una Europa devastada que cayera en sus manos sin demasiado esfuerzo. Sin embargo, contra todo pronóstico, para mediados de 1940, la Tercera República Francesa había sido destruida y Gran Bretaña estaba acorralada. Para mediados de 1941, tropas alemanas ya controlaban los Balcanes y amenazaban toda la posición británica en el Mediterráneo. El Ejército Alemán se había convertido en la máquina de guerra más temible del globo y había dejado de ser el rival más débil. Stalin entendió que el enemigo a batir sería la “Wehrmacht” y, fechados entre agosto de 1940 y mayo de 1941, se pueden hallar una serie de documentos que tratan de la preparación de las fuerzas soviéticas para atacar Alemania por sorpresa en algún momento del verano de 1941.

Los dos tiranos, Hitler y Stalin, el nazi y el comunista, que tan alegremente habían estrechado sus manos en agosto de 1939, ahora, en junio de 1941, estaban ultimando detalles para traicionarse mutuamente y echarse sobre el cuello de su aliado de la víspera, transformado en implacable enemigo. Sólo quedaban unas pocas semanas para ver cuál de los dos lograba dar el primer golpe.

En la fotografía, tres “Ilyushin Il-2”, también conocidos como “Shturmovik”, machacan objetivos en tierra con sus ametralladoras y artillería. El Il-2 era un excelente avión de ataque a tierra, ejemplo de lo que era capaz la industria soviética, empujada por el látigo implacable de la tiranía comunista, que preparaba sus garras para la conquista mundial. Al producirse la invasión alemana, esta aeronave representaba el estado del arte en apoyo aéreo estrecho y superaba ampliamente al célebre “Stuka” alemán. El “Shturmovik” estaba fuertemente armado y bien protegido. Con buena tripulación, podía ser un bombardero devastador muy difícil de derribar. En junio de 1941, poco más de 250 aviones habían salido de la línea de producción, lo que puede parecer poco, si pensamos que la aviación soviética podía oponer más de 3.500 bombarderos y más de 4.800 cazas. A esta gigantesca armada aérea soviética, se iba a oponer una cantidad nominal de 2.350 aviones alemanes de todas las clases, en distintos estados de operatividad, desde los recién salidos de la línea de producción, hasta los que necesitaban reparaciones urgentes o simplemente estaban demasiado dañados para ser recuperados.


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