Hace 100 años. 15 de mayo de 1916. Primera Guerra Mundial
Hace 100 años
15 de mayo de 1916
Primera Guerra Mundial
La lucha continúa en todos los frentes abiertos en los distintos
continentes y en los mares del mundo. El Medio Oriente está especialmente
activo en estos días. El 11 de mayo, tropas británicas ocupan Kwash, en Persia,
un país que, durante décadas, ha servido de “colchón” para los roces entre
Rusia, Gran Bretaña y Turquía. Ya con la guerra desatada, Persia se convierte
en campo de batalla de estos tres colosos. Los persas no han consentido a la
entrada de tropas en su territorio, pero tampoco tienen los medios para impedirlo.
El día 15, los rusos ocupan Rowanduz y Khanaqin, en el norte de Irak,
mientras que las marinas de la Entente bloquean la costa del Hejaz, en la
Península Arábiga, para ayudar a la revuelta árabe, que encabeza el Jerife de
la Meca contra el Imperio Turco. A los árabes les ha sido prometido un nuevo
estado en Siria-Palestina. Promesas similares han sido hechas a los líderes
sionistas de Gran Bretaña. A la larga, las grandes potencias no tienen
intenciones, ni posibilidades de satisfacer todo lo que han prometido. Antes de
que termine mayo, franceses y británicos habrán oficializado un acuerdo secreto
para, lisa y llanamente, repartirse los restos del Imperio Otomano en Medio
Oriente, una vez que alcance la victoria que esperan. Judíos y árabes tendrán
que esperar casi tres decenios y otra guerra mundial.
El 15 de mayo de 1916, Austria-Hungría lanza una ofensiva sobre el
Trentino, que será conocida como Batalla de Asiago. Por largo tiempo, el
Comandante en Jefe austrohúngaro, Conrad von Hötzendorf, había estado
considerando una ofensiva en los Alpes que dejara a Italia fuera de la guerra
de una vez y para siempre. Las razones no eran sólo estratégicas, toda vez que
Italia había sido parte de la llamada Triple Alianza, junto con Alemania y
Austria-Hungría, pero había desistido de entrar en la guerra cuando ésta
estalló en 1914 y, para 1915, había cambiado de bando, declarando la guerra a
sus antiguos aliados austriacos. De modo que, para Austria-Hungría, había una
afrenta al honor que resultaba necesario lavar.
El plan de Hötzendorf contemplaba descender hacia la llanura padana del
norte de Italia, aislando al 2º y 3er. Ejércitos Italianos, que luchaban en el
río Isonzo, y al 4º Ejército Italiano, que defendía la zona del Trentino. En
diciembre de 1915, Hötzendorf propuso la maniobra a sus pares alemanes,
pidiendo a éstos que enviaran más divisiones al frente ruso, para así poder
liberar tropas austrohúngaras que pudieran ser utilizadas contra los italianos.
Sin embargo, el mando alemán se negó, porque aún no estaba en guerra con Italia
y porque desplegar tropas alemanas en el frente alpino disminuiría las
capacidades ofensivas alemanas contra Rusia, que había sido muy golpeada
durante 1915, pero que seguía siendo peligrosa. Los alemanes no sólo rehusaron
colaborar con tropas de reemplazo; el Jefe del Estado Mayor Alemán, Erich von
Falkenhayn, intentó disuadir a su colega austriaco de emprender el ataque, pero
Hötzendorf decidió seguir delante de todos modos, incluso sin el apoyo alemán.
El golpe sería descargado por el 11º Ejército Austrohúngaro, mandado por el
conde Viktor Dankl, al que seguiría el 3er. Ejército, liderado por el general
Hermann Kövess. Los italianos habían detectado los movimientos austriacos, de
modo que reforzaron la zona con 250.000 hombres del 1er. Ejército y parte del
4º Ejército. Sin embargo, el general en jefe italiano, Luigi Cadorna desestimó
los reportes de inteligencia, convencido de que nada podía pasar en la zona del
Trentino. Temprano, en la mañana del 15 de mayo de 1916, las bocas tronadoras
de 2.000 piezas austrohúngaras de artillería sacaron al general Cadorna de su
engaño.
En medio de la barbarie de la Gran Guerra, hubo ciertos esfuerzos para
humanizar lo que fue, en general, una insoportable carnicería. El 13 de mayo,
Gran Bretaña y Alemania firman un acuerdo para transferir prisioneros de guerra
enfermos a la neutral Suiza. Acuerdos similares habían sido alcanzados desde el
comienzo de las hostilidades, bajo el auspicio del Comité Internacional de la
Cruz Roja y el Gobierno Suizo. El propósito era repatriar prisioneros que
estuvieran muy seriamente heridos y enfermos, a través del territorio de esa
nación. Las primeras repatriaciones fueron hechas en marzo de 1915 y, para
fines de 1916, más de 10.000 soldados habían sido llevados de vuelta a sus
hogares.
La siguiente categoría la constituían soldados heridos o enfermos que,
sin embargo, podían llegar a recuperarse lo suficiente como para cargar armas
de nuevo algún día. El internamiento en Suiza podría ayudar a su recuperación,
descargando al país que los retenía del problema de mantener a los prisioneros,
sin fortalecer a las tropas enemigas con soldados recuperados que debían
mantenerse en Suiza hasta el fin de la guerra. Los candidatos para
internamiento eran seleccionados por médicos suizos, que recorrían los campos
de prisioneros de las naciones beligerantes. Para fines de 1916, casi 27.000 ex
prisioneros habían sido internados en Suiza, mayoritariamente británicos,
alemanes, belgas y franceses. Unos pocos soldados austrohúngaros también fueron
beneficiados y parece que no hubo prisioneros internados de las otras
nacionalidades participantes del conflicto.
Si su enfermedad o heridas lo permitían, se esperaba que los internos
trabajaran. Dependiendo de la seriedad de su condición, podían trabajar para
alguna empresa suiza en la profesión que tuvieran antes de la guerra o aprender
alguna ocupación que pudiera ser útil al finalizar la lucha.
Los términos para internar a los soldados en Suiza fueron cambiando en el
curso de la guerra, a medida que los países firmaban nuevos acuerdos. Un
acuerdo de mayo de 1917, entre Francia y Alemania, permitía a los prisioneros
mayores de cierta edad ser enviados a sus países de origen si llevaban más de
18 meses prisioneros. Otro acuerdo anglo-alemán amplió le elegibilidad a
hombres que llevaran más de 18 meses de cautiverio y sufrieran la llamada
“enfermedad del alambre de púas”, es decir, el estrés causado por ser mantenido
prisionero. Lo mismo se aplicaba a soldados internados cuya recuperación se
esperaba fuera especialmente prolongada.
Los acuerdos de intercambio de prisioneros fueron el camino más común
para que un prisionero de guerra llegara a Suiza, pero no constituyeron el
único. Cualquier soldado beligerante que cruzara la frontera, de manera
accidental o deliberada, era desarmado e internado, según las normas del
derecho internacional. Las tripulaciones de aviones extraviados o derribados
cerca de la frontera a menudo terminaban internados en Suiza.
El internamiento en Suiza tenía indudables ventajas, sobre todo para los
heridos y enfermos de gravedad, pero la vida de los soldados seguía siendo
dura. Continuaban bajo disciplina militar, hecha observar con todo el rigor de
que pueda hacer gala un suizo que además es militar. Para no comprometer la
neutralidad suiza, los internos eran vigilados y si alguno salía sin permiso o
no se presentaba a las horas convenidas, podía ser arrestado o sometido a otras
medidas disciplinarias.
Es posible que uno de los mayores problemas de los soldados fuera el
aburrimiento, afectados por la inactividad y la nostalgia del hogar, como
seguramente ocurría con los soldados alemanes de la fotografía, que formaron
una orquesta para distraerse y pasar el tiempo.

Etiquetas: Guerras Mundiales, Historia
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