Hace 75 años. 24 de enero de 1941. Segunda Guerra Mundial
Hace
75 años
24
de enero de 1941
Segunda
Guerra Mundial
En
estos días de enero de 1941, los ataques aéreos sobre Malta se intensifican y
se vuelven más precisos. El 23 de enero, el portaaviones británico “HMS
Illustrious” debe abandonar la zona, seriamente dañado, para recibir
reparaciones en Alejandría. La “Luftwaffe” alemana, reforzada por la “Regia
Marina” y por la “Regia Aeronautica” italianas, va estrechando el cerco en
torno al “portaaviones imposible de hundir” que significa Malta para el Imperio
Británico. De su caída o capacidad de resistir, depende la suerte de la lucha
en el Mediterráneo.
El
19 de enero, Hitler y Mussolini se reúnen en el refugio alpino que el “Führer”
tiene en Berchtesgaden, Baviera. En la oportunidad, Hitler ofrece ayuda a las
tropas de Mussolini que soportan la contraofensiva británica en África del
Norte. La ayuda les vendrá muy bien a los italianos, que pierden el importante
puerto de Tobruk dos días después de la reunión, a manos de las tropas de la
“Commonwealth”, que prosiguen su avance en la “Operación Compass”. En el África
Oriental, Italia también lo pasa mal. Sus fuerzas, aisladas y rodeadas de
posesiones aliadas, reciben los ataques hacia Eritrea y la Somalia Italiana,
desde Kenya y Sudán.
En
Estados Unidos, se mantiene el debate entre aislacionistas e intervencionistas.
El 23 de enero, el célebre piloto, Charles Lindbergh, declara ante el Congreso
defendiendo la conveniencia de mantener la neutralidad en la guerra. Lindbergh
obtuvo notoriedad al ser el primero en sobrevolar el Atlántico, a los mandos de
su “Espíritu de San Luis”, sin escalas, en 1927. Fue siempre una de las voces
más activas entre quienes se oponían a la guerra con Alemania y sus aliados.
Los
hechos más notorios y también más terribles de estos días se producen en
Rumania, donde ocurre el alzamiento de la “Guardia de Hierro” y el pogromo de
Bucarest. Rumania fue aliada de Gran Bretaña, Francia y Rusia en la Primera
Guerra Mundial. En 1918, faltos de apoyo suficiente, los rumanos sufrieron la
ocupación militar de su territorio por parte de alemanes, austrohúngaros y
búlgaros. Su fidelidad a la Entente les valió obtener enormes extensiones de
territorio, las más importantes, desgajadas del derrotado Imperio Austrohúngaro
y de Rusia, que tambaleaba en medio de la Revolución. Aunque puede considerarse
que Rumania fue una de las grandes ganadoras de la Gran Guerra, sufrió las
consecuencias de la Gran Depresión como todo el mundo y fue caldo de cultivo
para el crecimiento de grupos políticos extremistas. A fines de la década de
1930, uno de los movimientos más influyentes era la “Legión del Arcángel
Miguel”, fundada en 1927 por Corneliu Zelea Codreanu, y que mezclaba elementos
del ultranacionalismo rumano, el cristianismo ortodoxo, el anticapitalismo y un
rabioso antisemitismo, exacerbado por la numerosa población judía que vivía en
Besarabia y Bukovina, dos regiones que Rumania arrebató a Rusia durante los
años de la Revolución y de la Guerra Civil, que condujeron a la creación de la
Unión Soviética.
Hasta
el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Rumania se había mantenido en la
esfera de influencia francesa, al punto de permitir el escape de gran parte del
Ejército Polaco a través de su territorio, luego de que nazis y comunistas
invadieran traicioneramente Polonia en 1939. Sin embargo, la estrepitosa derrota
de Francia en junio de 1940 dejó a Rumania (igual que a gran parte de Europa
Central), entre la espada del nazismo y la pared del marxismo. La situación
política internacional, así planteada, favoreció el desarrollo de movimientos
extremistas, como la “Legión”, que se dio incluso el gusto de armar sus propias
fuerzas paramilitares, la llamada “Guardia de Hierro”.
Confrontado
con la creciente presión interna y externa, en febrero de 1938, el Rey Carol II
asumió plenos poderes, suspendió la Constitución y, de hecho, se convirtió en
dictador. Tras la caída de Francia, en 1940, Carol se vio huérfano de apoyos
externos y decidió acercarse a Alemania, que cobró caro el ingreso de Rumania
en su esfera de influencia, forzando las cosas para que tuviera que retornar
gran parte de los territorios obtenidos tras el fin de la Primera Guerra
Mundial a sus antiguos dueños, Hungría, Bulgaria y la Unión Soviética. Después
de todo, búlgaros y húngaros habían sido aliados de Alemania ya en la guerra
anterior. Rumania, en cambio, parecía más bien estar haciendo malabarismos y
cambios de bando de última hora.
La
pérdida de Transilvania, Bukovina, Besarabia y Dubrodja significó un gran
descrédito para Carol, que fue destronado por una inestable alianza formada por
los extremistas de la “Legión” y por Ion Antonescu, quien forzó a Carol a
abdicar en su joven hijo, quien se convirtió en Miguel I de Rumania. Antonescu,
convertido en la figura central del nuevo régimen, asumió el título de
“Conducator”, en una posición parecida a la que Mussolini asumió en Italia, con
la presencia formal del rey sobre su jefatura de gobierno dictatorial.
Antonescu coincidía en muchas cosas con los planteamientos de la “Legión”, pero
le preocupaba su tendencia a la violencia y a la precipitación. Para enero de
1941, la tensión entre los “legionarios” y Antonescu había llegado a niveles
peligrosos. Luego de asegurarse el apoyo del ejército, Antonescu obtuvo el de
Hitler, que también recibía presiones, especialmente desde la “SS”, para
promover a la “Legión”, más extremista, al poder en Rumania. Uno de los
principales puntos de desacuerdo era la manera de despojar a los judíos de sus
propiedades. Mientras Antonescu buscaba un camino gradual de expropiaciones,
que favoreciera al gobierno rumano, los “legionarios”, mediante su Guardia de
Hierro, solían recurrir a la violencia y al terror, causando preocupación
dentro y fuera de Rumania.
Hacia
fines de 1940, la “Legión”, dirigida por Horia Sima (Codreanu había sido
asesinado durante la dictadura del Rey Carol II), se había convencido de que,
para conseguir lo que quería, debía apartar a Antonescu y, de ser necesario,
también al Rey Miguel del poder. Empezaron atacando indirectamente a Antonescu
por sus relaciones personales con los masones y los judíos, especialmente con
su madrastra y su ex mujer, una judía con la que se casó cuando estaba en
misión diplomática en París.
En
las dos primeras semanas de enero de 1941, los legionarios aumentaron el nivel
de propaganda antisemita y dieron discursos a todo el que quisiera oírlos,
sobre sus semejanzas con el Partido Nazi y con las “SS”. En reunión sostenida
el 14 de enero, Antonescu se comprometió formalmente con Hitler a participar de
la invasión de la Unión Soviética, que ya estaba siendo planificada en Berlín,
asegurando el apoyo alemán contra la Legión. El 19 de enero, ya de vuelta en
Rumania, Antonescu suspendió una serie de cargos ocupados por militantes de la
Legión, incluyendo al Ministro del Interior, los comandantes de la Policía de
Seguridad y el Jefe de la Policía de Bucarest, reemplazándolos con miembros del
Ejército. Los oficiales de distrito, también legionarios, fueron llamados a
Bucarest a reuniones sobre economía y fueron arrestados durante el viaje.
Algunos
miembros de la policía, leales a la Legión, con la ayuda de otros legionarios a
los que suministraron armas, al día siguiente, tomaron el Ministerio del
Interior, cuarteles de policía y otros edificios públicos. Cuando el Ejército
se acercó a tomar el control de los mismos, fue repelido por la fuerza.
Mientras los líderes legionarios pasaban a la clandestinidad, intentaron
movilizar a las masas contra el gobierno, al que acusaban de estar aliado con
los judíos y la masonería. En muchas ocasiones, arengaban a los campesinos de
los campos y las villas, con declaraciones muy vagas sobre una “rebelión de los
judíos”. Durante las primeras horas de la rebelión, el gobierno y los militares
cedieron la iniciativa a la Legión, que desató uno de los peores pogromos del
siglo XX.
Ya
en la noche entre el 19 y el 20 de enero, líderes legionarios llamaron a
incendiar los barrios judíos, atacar las casas y asediar las sinagogas. En
ocasiones, las acciones de violencia contaban con la ayuda o, al menos,
complicidad pasiva de parte de la policía, así como de estudiantes,
trabajadores y delincuentes comunes que quisieran aprovecharse del caos
desatado. Las sedes de la Legión se convirtieron en centros de detención y
tortura, hasta donde eran llevadas familias judías completas, incluyendo niños
y ancianos, para cebarse en ellos, luego de tratar de despojarlos de sus
bienes. Hubo muchos asesinatos al azar, pero también ejecuciones planificadas.
Fue frecuente que individuos elegidos al azar fueran torturados simplemente
para diversión de los enardecidos rebeldes, en especial, algunos simpatizantes
muy jóvenes de la Legión, apenas adolescentes, que se mostraron particularmente
sádicos con sus víctimas.
Pocas
horas antes de que la rebelión fuera sofocada, un grupo de de legionarios
seleccionó 15 personas, que fueron llevadas hasta un matadero cercano, donde se
les disparó. Cinco de los prisioneros, incluyendo una niña de no más de cinco
años, fueron colgados de los ganchos usados por los matarifes, cuando aún
vivían. Fueron torturados de manera horrible, parodiando el método en que los
carniceros sacrifican el ganado, para que pueda ser consumido por los judíos
observantes. El escritor Virgil Gheorghiou, testigo de los acontecimientos,
escribió: “en el gran salón del matadero (…) hay ahora cuerpos humanos (…) En
algunos de los cuerpos, estaba la inscripción 'kosher'. Eran cuerpos de judíos
(…) Mi alma estaba manchada. Estaba avergonzado de mí mismo. Avergonzado de ser
rumano, como los criminales de la Guardia de Hierro.”
En
total, 125 personas fueron asesinadas. Además de las muertes, los legionarios
prendieron fuego a algunas sinagogas, abusaron de quienes estaban refugiados o
rindiendo culto y se ensañaron en destruir y cometer actos ofensivos con las
escrituras y otros objetos sagrados. Por últimos, cientos de tiendas, talleres
y hogares judíos fueron dañados. Luego de suprimir el alzamiento, el Ejército
acumuló el botín que los legionarios habían robado a los judíos en más de 200
camiones, sin contar dinero y joyas.
En
las primeras horas, Antonescu evitó la confrontación directa con los
legionarios, pero fue concentrando tropas en Bucarest, quizá hasta estar seguro
del apoyo de los militares y de la población en general, que se fue enterando
de las atrocidades del pogromo. Alemania también estaba inquieta con el giro
caótico que tomaban los acontecimientos, pues necesitaba el petróleo rumano
para su esfuerzo bélico y el territorio rumano para amenazar a la Unión
Soviética desde el sur y hacia el Mar Negro. Cuando Antonescu vio que el
momento era el propicio, ordenó actuar al Ejército, que aplastó la rebelión en
pocas horas y restableció la autoridad del gobierno en Bucarest. Los
enfrentamientos entre los legionarios y los militares se saldaron con unos 30
soldados muertos y unas 200 bajas entre los rebeldes. Alrededor de 9.000
individuos fueron encarcelados y muchos líderes de la Legión huyeron a
Alemania, incluyendo a Horia Sima, que podía contar con las simpatías de las
“SS” y de Heinrich Himmler, que se las arregló incluso para hacer llegar armas
a los rebeldes durante el alzamiento.
El
alzamiento y el pogromo ocurridos en paralelo fueron una muestra de los
horrores a los que podían llegar estos movimientos extremistas, contaminados
con ideas nefastas, como el nacionalismo extremo y el antisemitismo, si se les
daba la oportunidad de hacerse dueños de las calles de Europa.
Abajo,
cuerpos de víctimas del pogromo de enero de 1941 yacen en el Instituto Legal
Judío de Bucarest, a la espera de ser identificados, luego de ser aplastada la
rebelión de la Legión.
Etiquetas: Guerras Mundiales, Historia
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