martes, 16 de agosto de 2005

¿Por qué Termópilas?




Les contaré por qué elegí el título de Termópilas para mi blog y el nickname de Leónidas que, desde luego no es mi nombre, porque mis papás me quieren mucho y no me habrían puesto un nombre tan feo (mis disculpas si esto lo lee algún Leónidas).

Érase una vez, hace 25 siglos, un país pequeñito y dividido, que luchaba constantemente entre sí, muy pobre en recursos económicos, pero lleno de riqueza espiritual: poetas, filósofos, matemáticos, geómetras, geógrafos, historiadores, músicos. Este país se conocía (y aún se conoce) como Grecia.

Érase también el Rey más poderoso del mundo, que gobernaba el Imperio más grande que había existido. Éste gran señor era el Rey Jerjes de Persia. Su padre, Darío el Grande, había querido conquistar a los griegos, pero fue humillantemente derrotado en Maratón y murió antes de poder intentarlo otra vez. Diez años después, Jerjes lideró una expedición que, según la tradición, alineaba un millón de soldados y marinos.

Ante tamaña fuerza, todo parecía perdido para los pobres griegos. El Rey Jerjes estaba seguro de su éxito, pues desde la India hasta el Egeo nadie había resistido a sus imparables ejércitos. Era impensable que un puñado de comerciantes, pastores e intelectuales se atrevieran a resistir a su empuje. Pero se atrevieron…

Fue imposible para los minúsculos regimientos de hoplitas detener al enemigo hasta que penetró hasta el mismísimo corazón del país. Grandes ciudades fueron capturadas, templos milenarios fueron destruidos, miles de hombres libres se volvieron esclavos.

Cuando todo parecía perdido, sólo un milagro podía salvar a la cuna de la cultura occidental. Las marinas combinadas de todas las “poleis” griegas tenían una remota oportunidad de destruir a la enorme flota de Jerjes. Si lo conseguían, el descomunal ejército invasor, sin suministros, tendría que retirarse. Pero los hábiles marinos griegos necesitaban tiempo para organizarse. Alguien debía sacrificarse y contener a los persas, el tiempo suficiente para que una flota se formara, escondida tras una islita llamada Salamina.

Sin dudarlo, los espartanos, los soldados más valientes y mejor entrenados de Grecia, aceptaron el desafío. Su Rey se llamaba Leónidas. Y como apenas eran 300 hombres, tuvieron que elegir un punto que fuera factible defender con tan pocas fuerzas. El lugar escogido era el desfiladero de las Termópilas, un estrecho paso que une el Peloponeso con la Grecia central, flanqueado por las montañas y los precipicios.

Durante tres días, 300 valientes detuvieron a más de 300 mil enemigos. Sin posibilidades de auxilio, sin comida, sin agua, sin medicinas. Incluso, si le conseguían algo de tiempo a la flota, sus barcos apenas alcanzaban a la mitad de la escuadra enemiga… No había muchas esperanzas.

Traicionados por un griego llamado Efialtes, los espartanos fueron acorralados y atacados por la espalda. Al cuarto día, todos habían caído en sus puestos. Pero la flota alcanzó a reunirse, contra todo pronóstico venció al adversario… y Grecia se salvó.

En una inscripción para conmemorar la batalla, dejada en las Termópilas, todavía se puede leer: "Viajero, anuncia a Esparta que yacemos aquí en obediencia a sus leyes"

Leónidas y sus bravos dejan una gran lección en su baluarte de las Termópilas, convertido en morada eterna: la esperanza no puede ser lo último en perderse, porque siempre debe quedar el honor de la palabra empeñada, cumplida hasta el extremo. Siempre hay que luchar, aunque parezca que vamos a la derrota segura, porque de la lucha es del único lugar desde donde pude renacer la esperanza.


Frase de hoy: Se puede medir la valentía de un hombre por el trabajo que cuesta desalentarlo. (Savage)

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Linda historia del honor y la palabra. Me gusta mucho la historia de grecia aun sin ser experto. Coincido en el luchar aunque no queden sufucuentes fuerzas, eso es algo de lo que bien sabían los antiguos guerreros y sabios. Estoy leyendo "El Samurai" y habla mucho de eso.

16 agosto, 2005 17:35  

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