Hace 100 años. 13 de diciembre de 1915. Primera Guerra Mundial
Hace 100 años
13 de diciembre de 1915
Primera Guerra Mundial
El invierno de 1915-1916 se acerca.
Para muchos, este ha sido el segundo otoño en el infierno de las trincheras que
domina el empatado Frente Occidental, donde cualquier ofensiva que intente
cambiar la situación general deberá esperar hasta la primavera. En el Frente
Alpino, los italianos están empeñados en la que ya es la cuarta ofensiva sobre
el Isonzo, pero las abrupciones del terreno sirven como la mejor defensa para
los austrohúngaros, que repelen todos los ataques lanzados desde el lado
italiano desde fines de noviembre, no sin sufrir también preocupantes bajas.
Los primeros fríos y nevazones en las cumbres alpinas, así como la falta de
suministros, obligan al “Regio Esercito Italiano” a suspender los ataques.
En Mesopotamia, las tropas
británicas vencidas en Ctesifonte hace algunos días, se encierran en la ciudad
de Kut, hasta donde son perseguidas por los turcos, que colocan la ciudad bajo
asedio. En los Dardanelos, las tropas otomanas siguen manteniendo a raya a las
fuerzas de la Entente y, tanto en París, como en Londres, hay quienes empiezan
a barajar la posibilidad de retirar las tropas desde Gallípoli y dar por
perdida la batalla en los estrechos.
En Serbia, los Imperios Centrales
prosiguen su avance, mientras las tropas serbias, francesas y británicas ceden
terreno. Austria-Hungría, cuya rivalidad con Serbia desencadenó la Gran Guerra,
está a punto de tener la satisfacción de ver la ocupación militar de su
adversaria, al menos, por un tiempo.
Yuan-Shih-Kai, militar y político
chino, “acepta” el trono del Celeste Imperio. Nunca llegará a consolidar su
poder y deberá abandonar sus pretensiones monárquicas a los 83 días. Yuan fue
uno de los tantos aventureros y caudillos que produjeron los
convulsionados últimos años de la
dinastía Ching. Los Ching, procedentes de Manchuria, se hicieron con el poder a
mediados del siglo XVII. Desde un principio y hasta el final de su dominación,
los manchúes fueron una minoría gobernando sobre la masa de la población china,
perteneciente a la etnia Han. Mientras el Imperio Ching fue exitoso, la élite
Han aceptó apoyar a la dinastía, mezclarse con los manchúes por matrimonio y
aliarse políticamente con los emperadores, pero siempre pesó sobre los Ching el
hecho de que eran vistos como una dinastía extranjera reinando sobre suelo Han.
Hasta mediados del siglo XIX, China
se había mantenido cerrada al comercio y a la mayoría de las influencias
occidentales. Su gran tamaño y autosuficiencia económica permitieron a China
ser posiblemente el país más avanzado del mundo hasta fines del siglo XVII y a
mantenerse como el poder hegemónico de Asia oriental hasta comienzos del siglo
XIX. La expansión de los intereses comerciales europeos a través de los mares,
colocó a China frente a la nueva realidad de un mundo donde ya no era posible
el aislamiento total. En 1756, la corte Ching autorizó el comercio
exclusivamente a través del puerto de Cantón, pero China no necesitaba materias
primas, de modo que la demanda de productos chinos en Europa (té, seda y
cerámica), sólo podía satisfacerse mediante la entrega de metales preciosos,
principalmente plata acuñada como moneda. Como los chinos rara vez compraban
algo, el desbalance comercial era manifiesto.
El comercio del opio, cultivado en
Bengala y alentado por los británicos, se convirtió en un excelente medio usado
por los británicos para colocar un producto en el mercado chino que
efectivamente fuera demandado. La corte imperial, sin embargo, siempre miró con
recelo la venta de la droga, tanto por el daño que causaba en sus súbditos,
como por la fuga de plata que significaba la compra. En 1839, el gobierno
imperial ordenó terminar con el comercio del opio y confiscó las existencias
sin dar compensaciones, lo que condujo a Gran Bretaña a declarar la guerra al
año siguiente. La Primera Guerra del Opio mostró lo mucho que China, otrora
gran potencia, se había atrasado en relación con las naciones europeas. Unos
pocos buques a vapor de la “Royal Navy” bastaron para destruir a distancia a
las flotas de juncos que el “Hijo del
Cielo” envió a la lucha, mientras que, en tierra, las tropas chinas, mal
entrenadas y armadas, fueron fácilmente superadas por los británicos, armados
con modernos mosquetes y artillería. El 1842, China tuvo que pedir la paz y la
segunda mitad del siglo XIX se convirtió en el escenario de una dolorosa
decadencia, marcada por las humillaciones y las concesiones territoriales que
debieron ser otorgadas a las potencias europeas. En 1856-1860, Gran Bretaña
volvió a declarar la guerra a China, que se saldó con una nueva derrota y un
nuevo tratado de paz muy gravoso para China.
En 1894-1895, China fue derrotada
en una guerra con Japón, que la obligó a ceder gran parte de Manchuria, la isla
de Taiwán y el protectorado sobre Corea. El contraste con Japón, una nación
asiática, como China, que supo adaptarse a la modernidad, transformándose en
potencia, no hizo sino aumentar la humillación para los chinos. La guerra de
1904-1905, entre Rusia y Japón, consolidó el dominio de Japón en el noreste de
China y convirtió al Imperio del Sol Naciente en la primera potencia autóctona
del Asia Oriental.
Las presiones imperialistas de
Occidente y de Japón alimentaron una agresiva tendencia nacionalista china, que
identificaba a los manchúes como extranjeros y que propugnaba su expulsión del trono,
como parte del proceso que podía conducir a devolver China al sitio de
privilegio que le debería corresponder. Para 1911, el descontento había crecido
lo suficiente como para desencadenar una revolución, que suprimió la monarquía
y proclamó la República de China. En ocasiones anteriores, las potencias
europeas habían apoyado a la dinastía Ching contra las rebeliones, como un modo
de asegurar el disfrute de las concesiones comerciales que disfrutaban a costa
de China. Sin embargo, esta vez, sumida Europa en la antesala de la Primera
Guerra Mundial, la dinastía agonizante finalmente cayó.
En la Gran Guerra, China fue aliada
de Gran Bretaña y Francia en su lucha contra los Imperios Centrales, aunque
siguió muy dividida internamente y siguió siendo escenario de amargas luchas
intestinas por largo tiempo. En la Gran Guerra sería un actor secundario y no
tuvo los medios para aprovecharse de estar en el bando vencedor, como sí lo
hizo Japón, que extendió su influencia en el Pacífico gracias a su alianza con la
Entente.
Abajo, un dibujo satírico
representa a las potencias europeas y a Japón repartiéndose China, como quien
lo hace con un pastel, en alusión a lo que fueron los últimos decenios de la
dinastía Ching.

Etiquetas: Guerras Mundiales, Historia
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