Hace 75 años. 28 de agosto de 1941. Segunda Guerra Mundial
Hace 75 años
28 de agosto de 1941
Segunda Guerra Mundial
El 25 de agosto de 1941, tropas soviéticas y británicas invaden
conjuntamente Irán, que había mostrado signos de apoyar al Eje. De manera
similar a cómo había pasado con Irak algunos meses antes, algunos sectores de
la población iraní veían con buenos ojos una derrota británica, que les
permitiera sacudirse la tutela europea. Irán no era propiamente una colonia,
pero los intereses británicos en mantener el control de los pozos petroleros y
la importancia de la ubicación de Irán para conectar la India con Gran Bretaña,
habían llevado a Londres a mantener al país en un régimen de protectorado. En
cosa de pocos días, la resistencia sería aplastada por las fuerzas invasoras e
Irán volvería a la zona de influencia británica. Gran Bretaña aseguraba así el
suministro de petróleo y la Unión Soviética dejaba abierta la ruta del sur para
recibir ayuda de las potencias occidentales.
La “Operación Barbarroja”, ese sangriento choque de las dos tiranías
totalitarias, sigue su curso inexorable. El 22 de agosto de 1941, el barco
soviético de pasajeros “Pomorie” impacta una mina en el Mar Blanco, al norte de
Rusia. Mueren 60 personas y otras 20 sobreviven para ser rescatadas de las
gélidas aguas árticas. En tierra, la campaña es también ampliamente favorable a
los alemanes. Hitler decide posponer el ataque a Moscú, que considera un
objetivo secundario y, contra el consejo de sus generales, transfiere gran
parte de las fuerzas del Grupo de Ejércitos del Centro hacia el frente del sur,
donde los soviéticos intentan coordinar un contraataque. En Odesa, los rumanos
resisten el embate del Ejército Rojo, aunque sufren muchas pérdidas. Las tropas
soviéticas todavía se ven poco motivadas y, a veces, regimientos enteros se
rinden al más mínimo rumor de estar rodeados o a la primera vista de un “panzer”.
El 27, Talin, capital de Estonia, es ocupada por los alemanes, con la
ayuda de la población local, que busca la forma de sacudirse de encima la
tiránica bota comunista, sin adivinar que la bota nazi no se siente mucho
mejor, especialmente en el caso de la amenazada comunidad judía. La Flota
Soviética del Báltico deja el puerto de Talin al día siguiente, con destino
hacia la base de Kronstadt, pero su avance se hace muy lento, al pasar por los
campos minados, convirtiéndose en excelente blanco de la artillería alemana
basada en tierra, de los aviones alemanes y de las lanchas torpederas
finlandesas. Al final del trayecto, la Flota Roja había perdido 30 unidades,
contando buques de guerra y unidades auxiliares. Carente de sus bases, las
unidades navales soviéticas no pudieron desafiar, sino hasta el final de la
guerra, a la “Kriegsmarine” en el dominio del Báltico, que fue un “lago alemán”
hasta fines de 1944.
El 28 de agosto, en su primera misión tras retornar de una licencia,
tomada para recuperarse de disentería, el piloto alemán, Hans Joachim
Marseille, derriba un “Hurricane” de la Real Fuerza Aérea Sudafricana, que
surcaba los cielos sobre África del Norte. Fue la 14ª victoria de este
descendiente de refugiados hugonotes franceses, quien llegaría a ser uno de los
mayores “ases” de la guerra, a los mandos de su Messerschmitt Bf-109. Marseille
era un aviador dotado de extraordinario talento, pero muy indisciplinado. Más
de alguna vez pilotó su avión estando borracho y, en una ocasión, aterrizó en
una autopista, porque necesitaba orinar. Era rebelde y poco amigo del trabajo
en equipo, de modo que solía abandonar a sus compañeros de vuelo, para perseguir
derribar cazas enemigos en duelo singular. Mientras estaba destinado en
Francia, robó varias veces el auto de su comandante, el teniente primero
Herbert Ihlefeld, para ir a buscar chicas. Entre sus conquistas amorosas en
Francia, se contó a la esposa de un alto jefe del Partido Nazi, a la mujer de
un general del Ejército, a cierta condesa húngara, a la cantante Nilla Pizzi y
a la actriz Zarah Leander. Un nuevo comandante, el teniente primero Johannes
Steinhoff logró deshacerse del díscolo Marseille y consiguió que fuera recibido
en una unidad de combate en África del Norte.
En África del Norte, Marseille llegó a convertirse en una leyenda
viviente. El mismo teniente Steinhoff, años después, llegó a decir,
refiriéndose a Marseille, que “si hubiera habido chicas en África, no creo que
hubiera tenido tantos éxitos.” Parece que la escasez de chicas, bares y otras
distracciones obligaron al dotado piloto a concentrarse en hacer la guerra,
cosa en la que era muy bueno, por cierto. No sólo conseguía derribar muchos
aviones enemigos, sino que era famoso por gastar muy poca munición. En los
duelos aéreos, fue siempre caballeroso. Casi siempre, intentaba apuntar al
motor y no a la cabina, en un intento por no causar daño innecesario a los
pilotos derribados. En alguna ocasión, se puso al lado del ala de un avión al
que había alcanzado, para guiarlo hasta un aterrizaje de emergencia seguro.
Cuando derribó al teniente australiano Pat Byers, sobrevoló sobre un aeródromo
enemigo, para avisar a sus camaradas que el teniente Byers estaba vivo y bajo
el cuidado de los médicos militares alemanes, aún a riesgo de ser derribado por
el abundante fuego antiaéreo. Poco después, hizo lo mismo para lanzar un
mensaje, avisando a los australianos que Byers había fallecido a causa de sus
heridas, adjuntando las debidas condolencias.
Con 158 victorias confirmadas, se ganó el apodo de “Estrella de África”.
Habiendo ganado cierta notoriedad y como Marseille tocaba muy bien el piano, se
le pidió que se presentara a los grandes líderes del “Reich”, en su calidad de
héroe de guerra y de pianista en junio de 1942. Entre la audiencia, estarían el
propio Adolf Hitler, Hermann Göring, Joseph Goebbels y Erhard Milch. Habiendo
sido condecorado por enésima vez, se sentó al piano y pensó que era divertido
tocar una animada pieza de jazz, un género que estaba oficialmente prohibido en
Alemania, por considerarse decadente y asociado racialmente a los negros. Pero,
como era una celebridad y un héroe nacional, se salió con la suya y escapó impune
al insulto lanzado al mismísimo bigote de Hitler.
A pesar de su talento, Hans Joachim Marseille no llegó a ver el final de
la guerra. El 30 de septiembre de 1942, su “109” tuvo problemas mecánicos.
Marseille intentó, sin éxito, saltar en paracaídas. Mientras lo intentaba, su
avión, descontrolado, lo impactó en el aire y le causó la muerte.
En la fotografía, Marseille (a la derecha) saluda a otro genio que
Alemania tuvo a su servicio en África del Norte: el mariscal Erwin Rommel,
quien tampoco vería el fin de la guerra.
Etiquetas: Guerras Mundiales, Historia
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