Hace 75 años. 6 de noviembre de 1941. Segunda Guerra Mundial. Estampida soviética
Hace 75 años
6 de noviembre de 1941
Segunda Guerra Mundial
Estampida soviética
Norteamericanos y alemanes cada vez disimulan menos su estado de cuasi
beligerancia. El 31 de octubre de 1941, el destructor “USS DuPont” es atacado
por un submarino de la “Kriegsmarine” que, no obstante, no consigue dar en el
blanco con sus torpedos. El “DuPont” podrá seguir escoltando su convoy, en este
viaje, al menos. Frente a las costas islandesas, en la misma jornada, el
destructor “USS Reuben James” no tuvo tanta suerte y se convirtió en el primer
buque de guerra estadounidense hundido en el Atlántico durante la Segunda
Guerra Mundial. De sus 145 tripulantes, 100 no sobrevivieron al hundimiento. El
mismo día, el submarino alemán “U-374” hunde el carguero británico “Rose
Schiaffino”, frente a las costas de Newfoundland, Canadá, llevándose al fondo
del mar a toda su tripulación de 41 marineros. El mismo 31, frente a Islandia,
el “U-96” hunde el transporte holandés “Bennekom”, aunque la mayor parte de la
tripulación sobrevive. La balandra británica “HMS Lulworth” repele al atacante
con 27 cargas de profundidad, pero no consigue dañar al sumergible, que
sobrevive para luchar otro día.
El buque de pasajeros “Tatsuta Maru”, en su viaje de retorno a Japón
desde California, llega a Honolulu, Hawaii, el 2 de noviembre de 1941. Antes de
partir a su destino final, embarcará a numerosos súbditos del Imperio Japonés,
deseosos de regresar a su patria, ante el rápido deterioro de las relaciones
entre Tokio y Washington. Sería el último barco de pasajeros en dejar Estados
Unidos, con destino a Japón, hasta el fin de la guerra. La tensión entre las
dos potencias está llegando a un punto cúlmine. El Secretario de Estado
norteamericano, Corder Hull, recibe confirmación, por estos días, de que la
fecha final que ha fijado el gobierno japonés para decidir si va o no a la
guerra es el 25 de noviembre de 1941. Si no se alcanza un acuerdo para
entonces, las cosas quedarán en manos de los estados mayores y los diplomáticos
pasarán a ser observadores. En realidad, el plazo es ligeramente más amplio,
porque el 5 de noviembre, durante una conferencia de los líderes militares y
civiles japoneses, a la que asiste el Emperador Hirohito en persona, Japón
resuelve ir a la guerra con Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda a comienzos de
diciembre, si es que no se llega a un acuerdo de paz con Estados Unidos para el
1º de ese mes.
La Campaña de Rusia prosigue con intensa ferocidad. El 2 de noviembre, el
crucero ligero de la Marina Soviética, “Voroshilov”, es alcanzado por dos
bombas de 250 kilogramos cada una, arrojadas desde aviones de la “Luftwaffe”.
El “Voroshilov” estaba apoyando la acción de las tropas de tierra que
intentaban detener el avance de la 132ª División de Infantería de la
“Wehrmacht”, que avanza hacia la base-fortaleza de Sebastopol, en el Mar Negro.
La 8ª Brigada Naval soviética compra algo de tiempo a las tropas y personal
civil que están siendo evacuados hacia zonas más seguras. El mismo día 2, el 2º
Ejército Panzer ataca Tula, en dirección a Moscú, mientras otras unidades
germanas capturan Kursk, 250 kilómetros hacia el sureste, para proteger el
flanco derecho del empuje principal que se está empeñando hacia la capital
soviética.
El 3 de noviembre, el general Heinz Guderian, uno de los mejores
generales alemanes de la guerra, anota en su diario que las primeras olas de
frío golpean la Unión Soviética, llevando la temperatura a niveles que pueden
causar congelamiento entre los soldados. El 5 de noviembre de 1941, se reportan
los primeros casos entre las tropas alemanas, mal preparadas para el crudísimo
frío ruso. Es el “General Invierno”, que ha contribuido a destruir tantos
ejércitos invasores en la larga historia militar rusa.
El clima puede afectar a los alemanes, pero no bastará para salvar a la
URSS, si sus tropas no se deciden a luchar. Es muy común que grandes unidades
del Ejército Rojo se rindan a los alemanes o se dispersen en desorden, apenas
escuchan los primeros disparos. La moral de las tropas soviéticas sigue siendo
bajísima, a pesar de gozar siempre de superioridad numérica y de haber contado,
desde el inicio de la invasión, con un arsenal que nada tenía que envidiar al
armamento alemán y que, en muchos aspectos técnicos cualitativos y
cuantitativos, lo superaba.
El 16 de agosto de 1941, Stalin había emitido la “Orden No. 270”, que
convertía a las familias de los soldados soviéticos en rehenes del
comportamiento de estos últimos en el frente de batalla. Además de la amenaza
de fusilamiento para desertores, cobardes y quienes siembren el pánico en las
filas, a sus familias se les retiraban todos los beneficios del estado que, en
un totalitarismo marxista, equivale a una especie de muerte civil y una muy
probable muerte por inanición. Pero la inédita orden y otras muchas medidas igual
de draconianas no han logrado detener las multitudinarias rendiciones y
deserciones de soldados soviéticos, que no están dispuestos a dejarse matar
para salvar la tiranía comunista, que lleva 25 años esclavizando a su propio
pueblo con puño de hierro. La historiografía occidental tragó completamente el
mito de la resistencia heroica de los soldados soviéticos que, casi desarmados,
resistían a las manadas de “Panzer” y a los enjambres de “Stuka”; en realidad, durante
los primeros meses de lucha entre las dos tiranías, la mayor parte de las
tropas soviéticas dejó el terreno a los alemanes, apenas se hubieron disparado
unos cuantos tiros, a pesar de contar con armamento de punta para su época y
superar varias veces en número a las divisiones de Hitler.
El 31 de de octubre de 1941, un cierto Solomon Milshtein, oficial de la “NKVD”,
la siniestra policía de seguridad del estalinismo, presentó un informe muy
desalentador a su jefe, Lavrenti Beria. En el texto, se afirmaba que 657.364
soldados soviéticos habían sido arrestados por retirarse sin autorización,
desde el comienzo de la invasión, el 22 de junio, hasta el 10 de octubre de
1941. En realidad, el número de quienes desertaron y se dieron prisioneros tras
breve lucha, fue mucho mayor, como lo demuestra el excelente trabajo del
historiador ruso, Mark Solonin. El reporte de Milshtein da cuenta de que la urgente
necesidad de contrapesar la descomposición del Ejército Rojo había permitido
ejecutar “sólo” a 10.201 hombres de entre los detenidos, 3.321 de los cuales
fueron fusilados frente a sus camaradas, para que sirvieran de ejemplo. El resto
de los detenidos fue devuelto a las filas, aunque posiblemente muchos huyeron de
nuevo a la primera oportunidad.
El 12 septiembre de 1941, a menos de un mes de haberse emitido la severa
Orden 270, el Estado Mayor del Ejército Rojo tuvo que insistir en el punto,
dictando la “Directiva No. 001919”, para el establecimiento de unidades de
seguridad “anti-retirada”, a razón de, por lo menos, una compañía por cada
regimiento de infantería. En su parte introductoria, la directiva de septiembre
señalaba que “la experiencia de combate contra el fascismo alemán ha demostrado
que hay abundante pánico y muchos elementos directamente adversos en nuestras
divisiones de infantería, que arrojan sus armas, empiezan a gritar ‘estamos
rodeados’ y arrastran a otros soldados con ellos, al primer signo de presión
por parte del enemigo. El resultado es la estampida de la división y el
abandono del material, y después la partida hacia los bosques, hombre por
hombre. Esto es lo que pasa en todos los frentes.” Apenas había pasado una
semana de emitida esta directiva, cuando
más de 665.000 soldados soviéticos cesaron de ofrecer resistencia organizada en
la gigantesca “Bolsa de Kiev” y se convirtieron en prisioneros. Otros miles
huyeron como pudieron y se dispersaron en las inmensidades del territorio
ucraniano.
Octubre de 1941, el mes que está acabando por estos días, fue escenario
de dos grandes bolsas, en Vyazma y en Bryansk, donde quedaron atrapadas la
mayor parte de los Frentes Soviéticos Occidental, de Bryansk y de Reserva,
equivalentes a 67 divisiones de infantería, 6 divisiones de caballería y 13
brigadas de tanques. 658.000 soldados, 5.396 piezas de artillería y 1.241
tanques fueron capturados por un par de cuerpos panzer apoyados por los
efectivos parciales de uno de los Grupos de Ejército de los alemanes. Estas
catástrofes militares sin parangón en la historia de los conflictos humanos ni
siquiera podían atribuirse, como se hizo con las primeras derrotas soviéticas
de junio-julio, a un “ataque sorpresa” o a un “retardo en la movilización”. Esos
pretextos, que también habían sido falsedades, eran impresentables cuando la
invasión nazi llevaba desarrollándose más de cuatro meses. El número de bajas
sufridas por los soviéticos en los desastres de septiembre-octubre fue mucho
peor que el sufrido en junio-julio y tuvo la particularidad de que, entre los
prisioneros, se contaban numerosos generales de alto rango, incluyendo a los
comandantes de los Ejércitos 19º y 20º.
Stalin, perspicaz pero burdamente cruel, como primera reacción aumentó el
ritmo de las ejecuciones, en línea con lo que había sido el reinado de terror
comunista desde el mismísimo inicio de la Revolución de 1917. Pero el terror no
consiguió, por sí solo, frenar la debacle y los ejércitos soviéticos siguieron
siendo moralmente muy poco confiables hasta fines de 1942. Los altos mandos
soviéticos tenían que hacer grandes esfuerzos para reunir unidades bien
dispuestas para la batalla, que pudieran dar al Ejército Rojo alguna victoria
de alcance limitado, como pasaría en definitiva con la Batalla de Moscú, que
dejó contentos a los generales soviéticos evitando la derrota total en los
primeros seis meses de guerra. Debería pasar el terrible invierno de 1941-1942,
con el abandono de los prisioneros soviéticos en auténticos campos de la muerte
y muchas otras atrocidades cometidas por los invasores, para que lentamente la
mentalidad de los pueblos de la vieja Rusia entendiera que Hitler no era mejor
que el muy odiado Stalin. Pero todavía la URSS debía sufrir muchas derrotas
antes de que se produjera ese cambio, que evitaría un final de la guerra en
Moscú y, en cambio, produciría un final de la guerra en Berlín.
En la fotografía, un panorama que se repetirá muchas veces entre junio de
1941 y fines de 1942: una interminable columna de prisioneros soviéticos que
marchan hacia el cautiverio, pensando que pueden sobrevivir si se rinden. Para la
gran mayoría, fue una suposición trágicamente equivocada.
Imagen tomada de https://www.ushmm.org/lcmedia/photo/lc/image/73/73422.jpg
Etiquetas: Guerras Mundiales, Historia
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