lunes, 7 de noviembre de 2016

Hace 75 años. 6 de noviembre de 1941. Segunda Guerra Mundial. Estampida soviética



Hace 75 años

6 de noviembre de 1941
Segunda Guerra Mundial

Estampida soviética

Norteamericanos y alemanes cada vez disimulan menos su estado de cuasi beligerancia. El 31 de octubre de 1941, el destructor “USS DuPont” es atacado por un submarino de la “Kriegsmarine” que, no obstante, no consigue dar en el blanco con sus torpedos. El “DuPont” podrá seguir escoltando su convoy, en este viaje, al menos. Frente a las costas islandesas, en la misma jornada, el destructor “USS Reuben James” no tuvo tanta suerte y se convirtió en el primer buque de guerra estadounidense hundido en el Atlántico durante la Segunda Guerra Mundial. De sus 145 tripulantes, 100 no sobrevivieron al hundimiento. El mismo día, el submarino alemán “U-374” hunde el carguero británico “Rose Schiaffino”, frente a las costas de Newfoundland, Canadá, llevándose al fondo del mar a toda su tripulación de 41 marineros. El mismo 31, frente a Islandia, el “U-96” hunde el transporte holandés “Bennekom”, aunque la mayor parte de la tripulación sobrevive. La balandra británica “HMS Lulworth” repele al atacante con 27 cargas de profundidad, pero no consigue dañar al sumergible, que sobrevive para luchar otro día.

El buque de pasajeros “Tatsuta Maru”, en su viaje de retorno a Japón desde California, llega a Honolulu, Hawaii, el 2 de noviembre de 1941. Antes de partir a su destino final, embarcará a numerosos súbditos del Imperio Japonés, deseosos de regresar a su patria, ante el rápido deterioro de las relaciones entre Tokio y Washington. Sería el último barco de pasajeros en dejar Estados Unidos, con destino a Japón, hasta el fin de la guerra. La tensión entre las dos potencias está llegando a un punto cúlmine. El Secretario de Estado norteamericano, Corder Hull, recibe confirmación, por estos días, de que la fecha final que ha fijado el gobierno japonés para decidir si va o no a la guerra es el 25 de noviembre de 1941. Si no se alcanza un acuerdo para entonces, las cosas quedarán en manos de los estados mayores y los diplomáticos pasarán a ser observadores. En realidad, el plazo es ligeramente más amplio, porque el 5 de noviembre, durante una conferencia de los líderes militares y civiles japoneses, a la que asiste el Emperador Hirohito en persona, Japón resuelve ir a la guerra con Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda a comienzos de diciembre, si es que no se llega a un acuerdo de paz con Estados Unidos para el 1º de ese mes.

La Campaña de Rusia prosigue con intensa ferocidad. El 2 de noviembre, el crucero ligero de la Marina Soviética, “Voroshilov”, es alcanzado por dos bombas de 250 kilogramos cada una, arrojadas desde aviones de la “Luftwaffe”. El “Voroshilov” estaba apoyando la acción de las tropas de tierra que intentaban detener el avance de la 132ª División de Infantería de la “Wehrmacht”, que avanza hacia la base-fortaleza de Sebastopol, en el Mar Negro. La 8ª Brigada Naval soviética compra algo de tiempo a las tropas y personal civil que están siendo evacuados hacia zonas más seguras. El mismo día 2, el 2º Ejército Panzer ataca Tula, en dirección a Moscú, mientras otras unidades germanas capturan Kursk, 250 kilómetros hacia el sureste, para proteger el flanco derecho del empuje principal que se está empeñando hacia la capital soviética.

El 3 de noviembre, el general Heinz Guderian, uno de los mejores generales alemanes de la guerra, anota en su diario que las primeras olas de frío golpean la Unión Soviética, llevando la temperatura a niveles que pueden causar congelamiento entre los soldados. El 5 de noviembre de 1941, se reportan los primeros casos entre las tropas alemanas, mal preparadas para el crudísimo frío ruso. Es el “General Invierno”, que ha contribuido a destruir tantos ejércitos invasores en la larga historia militar rusa.

El clima puede afectar a los alemanes, pero no bastará para salvar a la URSS, si sus tropas no se deciden a luchar. Es muy común que grandes unidades del Ejército Rojo se rindan a los alemanes o se dispersen en desorden, apenas escuchan los primeros disparos. La moral de las tropas soviéticas sigue siendo bajísima, a pesar de gozar siempre de superioridad numérica y de haber contado, desde el inicio de la invasión, con un arsenal que nada tenía que envidiar al armamento alemán y que, en muchos aspectos técnicos cualitativos y cuantitativos, lo superaba.

El 16 de agosto de 1941, Stalin había emitido la “Orden No. 270”, que convertía a las familias de los soldados soviéticos en rehenes del comportamiento de estos últimos en el frente de batalla. Además de la amenaza de fusilamiento para desertores, cobardes y quienes siembren el pánico en las filas, a sus familias se les retiraban todos los beneficios del estado que, en un totalitarismo marxista, equivale a una especie de muerte civil y una muy probable muerte por inanición. Pero la inédita orden y otras muchas medidas igual de draconianas no han logrado detener las multitudinarias rendiciones y deserciones de soldados soviéticos, que no están dispuestos a dejarse matar para salvar la tiranía comunista, que lleva 25 años esclavizando a su propio pueblo con puño de hierro. La historiografía occidental tragó completamente el mito de la resistencia heroica de los soldados soviéticos que, casi desarmados, resistían a las manadas de “Panzer” y a los enjambres de “Stuka”; en realidad, durante los primeros meses de lucha entre las dos tiranías, la mayor parte de las tropas soviéticas dejó el terreno a los alemanes, apenas se hubieron disparado unos cuantos tiros, a pesar de contar con armamento de punta para su época y superar varias veces en número a las divisiones de Hitler.

El 31 de de octubre de 1941, un cierto Solomon Milshtein, oficial de la “NKVD”, la siniestra policía de seguridad del estalinismo, presentó un informe muy desalentador a su jefe, Lavrenti Beria. En el texto, se afirmaba que 657.364 soldados soviéticos habían sido arrestados por retirarse sin autorización, desde el comienzo de la invasión, el 22 de junio, hasta el 10 de octubre de 1941. En realidad, el número de quienes desertaron y se dieron prisioneros tras breve lucha, fue mucho mayor, como lo demuestra el excelente trabajo del historiador ruso, Mark Solonin. El reporte de Milshtein da cuenta de que la urgente necesidad de contrapesar la descomposición del Ejército Rojo había permitido ejecutar “sólo” a 10.201 hombres de entre los detenidos, 3.321 de los cuales fueron fusilados frente a sus camaradas, para que sirvieran de ejemplo. El resto de los detenidos fue devuelto a las filas, aunque posiblemente muchos huyeron de nuevo a la primera oportunidad.

El 12 septiembre de 1941, a menos de un mes de haberse emitido la severa Orden 270, el Estado Mayor del Ejército Rojo tuvo que insistir en el punto, dictando la “Directiva No. 001919”, para el establecimiento de unidades de seguridad “anti-retirada”, a razón de, por lo menos, una compañía por cada regimiento de infantería. En su parte introductoria, la directiva de septiembre señalaba que “la experiencia de combate contra el fascismo alemán ha demostrado que hay abundante pánico y muchos elementos directamente adversos en nuestras divisiones de infantería, que arrojan sus armas, empiezan a gritar ‘estamos rodeados’ y arrastran a otros soldados con ellos, al primer signo de presión por parte del enemigo. El resultado es la estampida de la división y el abandono del material, y después la partida hacia los bosques, hombre por hombre. Esto es lo que pasa en todos los frentes.” Apenas había pasado una semana de emitida esta directiva,  cuando más de 665.000 soldados soviéticos cesaron de ofrecer resistencia organizada en la gigantesca “Bolsa de Kiev” y se convirtieron en prisioneros. Otros miles huyeron como pudieron y se dispersaron en las inmensidades del territorio ucraniano.

Octubre de 1941, el mes que está acabando por estos días, fue escenario de dos grandes bolsas, en Vyazma y en Bryansk, donde quedaron atrapadas la mayor parte de los Frentes Soviéticos Occidental, de Bryansk y de Reserva, equivalentes a 67 divisiones de infantería, 6 divisiones de caballería y 13 brigadas de tanques. 658.000 soldados, 5.396 piezas de artillería y 1.241 tanques fueron capturados por un par de cuerpos panzer apoyados por los efectivos parciales de uno de los Grupos de Ejército de los alemanes. Estas catástrofes militares sin parangón en la historia de los conflictos humanos ni siquiera podían atribuirse, como se hizo con las primeras derrotas soviéticas de junio-julio, a un “ataque sorpresa” o a un “retardo en la movilización”. Esos pretextos, que también habían sido falsedades, eran impresentables cuando la invasión nazi llevaba desarrollándose más de cuatro meses. El número de bajas sufridas por los soviéticos en los desastres de septiembre-octubre fue mucho peor que el sufrido en junio-julio y tuvo la particularidad de que, entre los prisioneros, se contaban numerosos generales de alto rango, incluyendo a los comandantes de los Ejércitos 19º y 20º.

Stalin, perspicaz pero burdamente cruel, como primera reacción aumentó el ritmo de las ejecuciones, en línea con lo que había sido el reinado de terror comunista desde el mismísimo inicio de la Revolución de 1917. Pero el terror no consiguió, por sí solo, frenar la debacle y los ejércitos soviéticos siguieron siendo moralmente muy poco confiables hasta fines de 1942. Los altos mandos soviéticos tenían que hacer grandes esfuerzos para reunir unidades bien dispuestas para la batalla, que pudieran dar al Ejército Rojo alguna victoria de alcance limitado, como pasaría en definitiva con la Batalla de Moscú, que dejó contentos a los generales soviéticos evitando la derrota total en los primeros seis meses de guerra. Debería pasar el terrible invierno de 1941-1942, con el abandono de los prisioneros soviéticos en auténticos campos de la muerte y muchas otras atrocidades cometidas por los invasores, para que lentamente la mentalidad de los pueblos de la vieja Rusia entendiera que Hitler no era mejor que el muy odiado Stalin. Pero todavía la URSS debía sufrir muchas derrotas antes de que se produjera ese cambio, que evitaría un final de la guerra en Moscú y, en cambio, produciría un final de la guerra en Berlín.

En la fotografía, un panorama que se repetirá muchas veces entre junio de 1941 y fines de 1942: una interminable columna de prisioneros soviéticos que marchan hacia el cautiverio, pensando que pueden sobrevivir si se rinden. Para la gran mayoría, fue una suposición trágicamente equivocada.


 

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