domingo, 5 de febrero de 2017

Hace 100 años. 5 de febrero de 1917. Primera Guerra Mundial. Guerra submarina sin restricciones

Hace 100 años
5 de febrero de 1917
Primera Guerra Mundial

Guerra submarina sin restricciones

El 31 de enero de 1917, el Gobierno Imperial Alemán anuncia que reiniciará la guerra submarina sin restricciones al tráfico mercante que vaya desde y hacia las costas de Gran Bretaña y de sus aliados. En la nota diplomática respectiva, enviada desde Berlín a Washington, el Canciller Alemán, Theobald von Bethmann-Hollweg, descargaba en las potencias de la Entente toda la responsabilidad por las medidas que, desde su perspectiva, Alemania estaba obligada a adoptar. Bethmann-Hollweg pedía al Presidente Woodrow Wilson que tomara en cuenta el reciente llamado alemán a iniciar conversaciones de paz. El rechazo de la Entente a la propuesta, según Alemania, hacía recaer toda responsabilidad en la continuación de la guerra sobre los hombros de quienes gobernaban en Londres y París.

“Como los intentos de llegar a un entendimiento con las potencias de la Entente —rezaba la nota— han sido respondidas por las últimas con el anuncio de una continuación intensificada de la guerra, el Gobierno Imperial, en orden a servir el bienestar de la humanidad en el más alto sentido y no fallarle a su propio pueblo, se ve ahora obligado a proseguir la lucha por la existencia, nuevamente forzado a ello, con el pleno empleo de todas las armas que están a su disposición”.

En un memorando adjunto, el Gobierno Alemán detallaba las zonas en torno a las Islas Británicas y en el Mediterráneo, que quedarían sujetas al ataque de los submarinos. Quedaban establecidas ciertas provisiones para continuar el tránsito de pasajeros, siempre y cuando no cargaran contrabando de guerra, pero la medida significaba intentar, de hecho, un bloqueo total a Gran Bretaña, Francia y sus aliados, atacando todo lo que flotara desde o hacia sus costas, bajo bandera neutral o beligerante.

La respuesta de las naciones neutrales fue contundente, especialmente en el caso de Estados Unidos, cuya entrada en el conflicto tanto temía Bethmann-Hollweg. El 3 de febrero de 1917, la administración Wilson cortó relaciones diplomáticas con Alemania, en un intento de mostrar a Alemania que la molestia norteamericana era real y que podía significar la amenaza de medidas que podían ir más allá de la pura diplomacia. En cosa de pocos meses, la tensión con Estados Unidos aumentaría hasta llevar esta nación a la guerra con Alemania.

En general, la respuesta de las naciones neutrales fue hostil a la postura alemana. El gobierno de Chile, presidido por Juan Luis Sanfuentes, respondió en el sentido de que la medida adoptada por Alemania “equivale a una restricción de los derechos de los neutrales; una restricción a la que Chile no puede acceder, porque es contraria a los principios que han estado largamente establecidos a favor de las naciones neutrales”. La nota emitida desde Santiago terminaba afirmando que “Chile se reserva libertad de acción para proteger todos sus derechos, en el evento de cualquier acción hostil contra sus barcos.” España, también neutral, respondió protestando que “la decisión de cerrar completamente el acceso a ciertos mares, sustituyendo el indisputable derecho de captura en ciertos casos, por el derecho a destrucción en todos los casos, está fuera de los principios legales de la vida internacional.” Brasil también manifestó su molestia a Berlín y respondió que no podía “aceptar como efectivo el bloqueo, que ha sido repentinamente decretado por el Gobierno Imperial.”

Cabe preguntarse por qué Alemania se arriesgaba a las consecuencias de dar un paso tan resistido por naciones neutrales, cuya simpatía o, al menos, neutralidad, había intentado preservar por tanto tiempo. Al gobierno del Káiser debió parecerle preocupante que naciones como Chile o España, con vínculos de amistad muy intensos con Alemania, reaccionaran reservándose el derecho de usar todos los medios necesarios para defender su tráfico mercante, sin importarles las circunstancias en que la decisión se adoptaba. En cuanto a Estados Unidos y Brasil, los únicos estados del hemisferio occidental que tenían real peso internacional en ese entonces, el “Reich” alemán acabaría recibiendo declaraciones de guerra desde las capitales de ambos durante 1917.

La respuesta está en la desesperación en que empezaban a caer los líderes del Imperio Alemán. Para inicios de 1917, a pesar de resistir el empuje de la Entente en los distintos frentes de batalla, la guerra se hacía cada vez más difícil de sostener para Alemania. Se esperaba que el uso de una táctica tan drástica mantuviera a Estados Unidos fuera de la guerra, si obtenía resultados lo bastante efectivos e impresionantes. O que, al menos, redujera considerablemente el impacto de la entrada de los norteamericanos en la contienda, al comprometer gravemente las líneas de suministros del Atlántico.

Por otro lado, al iniciarse 1917, los efectos del bloqueo británico sobre Alemania estaban haciéndose muy difíciles de soportar. El alto mando militar, así como los principales responsables del gobierno, estaban convencidos de que el país estaba ante el peligro inminente de colapsar por agotamiento y escasez de alimentos y materias primas en general. La masiva pérdida de vidas en el Somme y en Verdún no ayudaba a tener más optimismo y tanto Hindenburg, como Ludendorff, habían llegado a la convicción de que la guerra submarina sin restricciones era el único camino para abreviar los sufrimientos del pueblo alemán.

En mayo de 1916, Alemania había aceptado suspender la guerra submarina sin restricciones, antes las protestas de Estados Unidos. Sin embargo, ya en febrero de 1917, la situación militar resultaba mucho más preocupante, debido al paso del tiempo, que corría contra Alemania. Finalmente, la “Kaiserliche Marine” estaba mejor equipada que a mediados de 1916. Al comenzar la campaña de 1917, Alemania contaba con 46 grandes submarinos, capaces de operar en aguas profundas, y con 23 “U-boote” destinados a operar en las costas, a menor profundidad. Los altos mandos navales esperaban que la campaña, bien llevada, podía significar el hundimiento de 600.000 toneladas al mes. Sumado a las malas cosechas de 1916, los alemanes confiaban en que Gran Bretaña podía ser obligada a rendirse por medio del hambre, en un plazo de cinco meses.  La apuesta era muy alta, pero parecía la única manera de conseguir la victoria que, hasta el momento, había rehuido a Alemania desde 1914.

En la fotografía, la inscripción reza: “Unsere Unterseeboote im Hafen”, “nuestros submarinos en puerto.” En 1917, la flota alemana submarina alcanzaría su apogeo, con 146 unidades listas para patrullar. Era un número impresionante para la época, encuadrado en una flota bien tripulada, que contaba con los mejores modelos del mundo. Sin embargo, aunque causaría dolores de cabeza a los británicos, no alcanzaría para poner a Gran Bretaña de rodillas. El segundo de la primera línea es el “SMS U-20”, que había hundido al trasatlántico “Lusitania” en mayo de 1915.




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