Hace 100 años. 22 de enero de 1917. Primera Guerra Mundial. Los últimos días del Imperio Romanov.
Hace 100 años
22 de enero de 1917
Primera Guerra Mundial
Los últimos días del Imperio Romanov.
El 19 de enero de 1917, el Gobierno Alemán instruye a sus diplomáticos en
México para iniciar los contactos que conduzcan a una alianza con los mexicanos
y los japoneses, dirigida contra Estados Unidos, en previsión de la posible
entrada en la Gran Guerra de este último. Alemania apostaba a que México podía
sentirse tentado de recuperar los extensos territorios perdidos durante la
guerra de 1846-1848. En el caso de Japón, adelantándose 20 años, los agentes
alemanes suponían que el expansionismo japonés en el Pacífico, tarde o
temprano, tendrían que enfrentarlo con Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia,
potencias coloniales con fuerte presencia en esa región. El descubrimiento de
las tentativas alemanas, algunos meses más tarde, fue uno de les desencadenantes
directos del ingreso de Estados Unidos en la guerra europea.
A partir del 17 de enero, los gobiernos británicos, italiano, francés y
ruso se encuentran reunidos en una conferencia destinada a tratar la estrategia
común para 1917, las finanzas, los suministros y, en general, la cooperación
necesaria para derrotar a los Imperios Centrales. Por el momento, la Entente se
reorganiza, luego del sangriento 1916, el año del Somme, de Verdún, de la
Ofensiva de Brusilov y de otra serie de ofensivas italianas en el Isonzo, que
no han bastado para abatir las murallas de la fortaleza asediada de Alemania y
sus aliados. Las propuestas alemanas de sentarse a negociar la paz han sido
rechazadas y las razones para el rechazo varían entre uno y otro gobierno, pero
todos tienen en común estimar que, cualquier cosa que sea menos que una
victoria indiscutible sobre el adversario, significa arriesgar el estatus de
potencia mundial y tal vez hasta la independencia.
A principios de 1917, Francia y Gran Bretaña son los socios más fuertes
de la Entente. Rusia se acerca a la Revolución e Italia no cuenta con los
recursos, ni el tamaño para influir a nivel global, como sí pueden hacerlo
británicos y franceses. Para los líderes británicos, la auténtica causa de la
guerra era el militarismo expansionista alemán y su deseo de dominar Europa y
luego el mundo. Desde la perspectiva británica, la única manera que Alemania
tenía de convertirse en indiscutida primera potencia europea era manteniendo la
ocupación de Bélgica y reduciendo Francia a la condición de potencia de segundo
orden, a través de concesiones territoriales e indemnizaciones de guerra. Si
los alemanes conseguían ese doble objetivo, Gran Bretaña quedaría cara a cara
con un poderoso enemigo, justo al frente de sus costas, al que sería muy
difícil de derrotar en una siguiente guerra, en la que no contaría con los
mismos aliados que tenía en 1917. Londres sencillamente no podía aceptar nada
menos que la restauración del “status quo ante bellum” en el Frente Occidental
y una severa limitación a las ganancias territoriales alemanas en el Este.
Eran, desde luego, condiciones inaceptables para Alemania.
El predicamento francés era similar. Los éxitos alemanes al comienzo de
la guerra, dejaron gran parte del norte de Francia bajo ocupación germana. Si
Francia se sometía a la posibilidad de no poder expulsar al invasor por las
fuerza y se sentaba a negociar, reconocía un desequilibrio de poder demasiado
grande entre los dos vecinos. Era probable que el “Reich” buscara conservar una
parte, al menos, de los territorios franceses ocupados, industrializados y
ricos en materias primas estratégicas, como acero y carbón. Además, tendría que
aceptar el pago de indemnizaciones de guerra, que arruinarían la economía
francesa. Si, en el mejor de los casos, el territorio francés era completamente
restaurado y no se imponían indemnizaciones, el militarismo prusiano quedaría
intacto e incluso fortalecido por anexiones territoriales a costa de los
aliados balcánicos de Francia y de Rusia, que estaba a punto de sufrir la
Revolución y ya había perdido enormes territorios. El gobierno francés además
necesitaba lavar la afrenta de 1870, de modo que no podía presentar a su pueblo
algo menos que la expulsión de los alemanes del territorio nacional, mediante
una clara victoria militar, la restauración de Bélgica y la recuperación de
Alsacia-Lorena. Al igual que Gran Bretaña, Francia temía que, si se le daba
tiempo de fortalecerse al militarismo prusiano, en una siguiente guerra,
Francia sería derrotada y tendría que convertirse en un satélite de Berlín.
Los italianos y la Rusia Zarista entendían que su estabilidad futura
dependía de salir de la guerra con algunas ganancias territoriales. En el caso
particular de los rusos, muchos pensaban que cualquier cosa parecida a una
derrota conduciría a una revolución. La revolución finalmente estallaría antes
de terminar el invierno boreal y terminaría sacando a Rusia fuera de la guerra.
Es cierto que hubo muchas circunstancias que prepararon el terreno para el año
revolucionario de 1917, pero es muy improbable que el Imperio de los Zares
hubiera colapsado del modo en que lo hizo, de no haber mediado el factor
catastrófico de la guerra y especialmente de las derrotas sufridas en la misma.
Durante largo tiempo, las tendencias historiográficas dominantes
apuntaban que un retraso económico endémico, que creaba una brecha imposible de
remontar entre Rusia y el resto de Europa, era el factor dominante para
explicar los problemas sociales que llevaron a la revolución y que impidieron
al Ejército del Zar vencer a los alemanes en el campo de batalla. Así como la
autocracia era demasiado pobre como para mantener satisfechos a todos sus
súbditos, también sería demasiado pobre como para equipar un ejército en
campaña. Sin embargo, no fue sólo un asunto de cuántos fusiles y proyectiles de
artillería podían fabricarse. La ineficiencia en el mando militar tuvo mucho
que ver en las sucesivas derrotas rusas, especialmente al inicio de la guerra y
contra los alemanes.
Los aspectos económicos también pesaban. Los rusos eran militarmente
superiores a los turcos y tenían ventajas técnicas sobre los austrohúngaros,
pero estaban significativamente por detrás del Ejército Alemán desde el punto
de vista tecnológico. Por ejemplo, una división rusa tenían menos de la mitad
de piezas de artillería que una división alemana al comienzo de la contienda y
la brecha nunca pudo acortarse. Si no estaban abrumadoramente superados en
número, los alemanes siempre prevalecían sobre los rusos. El papel cada vez más
central de artillería masiva y precisa, así como la naturaleza de desgaste de
una guerra librada detrás de las trincheras, convirtió el conflicto en una
competencia de producción, donde una Rusia aislada de sus aliados principales
tenía todas las de perder.
Los esfuerzos por movilizar la industria en el esfuerzo de la guerra
fueron tardíos e incompletos. Cuando esos esfuerzos empezaron a rendir frutos,
el bloqueo sufrido por Rusia, con los estrechos del Mar Negro cerrados, siguió
causando enormes problemas a la industria y a los negocios en general, que
perdieron el vínculo con los técnicos, especialistas y proveedores necesarios
para fabricar ciertos tipos de productos especializados, que resultaban
esenciales para el empeño bélico.
Recién a fines de 1915, los intentos de organizar la economía de guerra
dieron algún resultado, pero gran parte de la Rusia europea estaba en manos de
los alemanes y los austriacos para entonces. Para 1916, la ayuda proveniente de
Francia y Gran Bretaña empezó a aumentar, aunque las malas comunicaciones
internas del país dificultaban que los suministros desembarcados en los puertos
del Ártico llegaran hasta el frente lo bastante rápido. La situación se pudo
recuperar lo suficiente como para que, a mediados de 1916, el general Alexei
Brusilov lanzara su célebre ofensiva y dejara al Imperio Austrohúngaro al borde
del colapso, tras causarle 1.000.000 de bajas entre muertos, heridos y
prisioneros. Sólo el urgente envío de refuerzos alemanes evitó la derrota
completa de Austria-Hungría.
Al momento de iniciarse 1917, el Ejército del Zar había perdido el
impulso de la ofensiva, pero estaba aguantando la línea y, aunque no le bastaba
para derrotar decisivamente a sus enemigos, no podría decirse que estaba
perdiendo la guerra, no desde la perspectiva estrictamente militar, al menos.
El detonante de la primera revolución de 1917, la de febrero, sería la escasez
de pan en Petrogrado, causada por la inflación y las distorsiones causadas en
el mercado del grano por la guerra y los intentos de control planteados por el
gobierno, no la derrota militar.
En la fotografía, habitantes de Petrogrado soportan el frío del invierno
ruso de 1917, mientras hacen cola para comprar algo de pan.
Etiquetas: Guerras Mundiales, Historia
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