domingo, 15 de enero de 2017

Hace 75 años. 15 de enero de 1942. Segunda Guerra Mundial. El Terror Rojo (III)

Hace 75 años
15 de enero de 1942
Segunda Guerra Mundial

El Terror Rojo (III)

A las 15.00 horas del 9 de enero de 1942, los japoneses lanzan la ofensiva principal contra la Península de Bataán, donde se refugian las tropas filipino-estadounidenses, mandadas por el general Douglas MacArthur. La veterana 48ª División del Ejército Japonés había sido reemplazada hace poco por la inexperta 65ª Brigada de Infantería, cuyos primeros ataques son rechazados por las defensas. El 10 de enero, el Imperio Japonés declara la guerra a los Países Bajos, nación contra la que estaba ya, de hecho, luchando. Al día siguiente, tropas niponas inician la campaña terrestre contra las Indias Orientales Holandesas, al desembarcar en la Isla de Tarakan, frente a Borneo. Enfrentados a fuerzas muy superiores, los comandantes holandeses se retiran, luego de destruir los 700 pozos petroleros de Tarakan, para evitar que caigan en manos japonesas.

El mismo día en que desembarcan en Tarakan, tropas japonesas entran en Kuala Lumpur, capital de la Malasia Británica, sin encontrar oposición y capturando abundantes municiones y suministros abandonados por las tropas británicas y coloniales en retirada. El 13 de enero, llega hasta Singapur el convoy DM1, que había partido desde Durban, Sudáfrica. Los buques transportan 9.100 soldados de la “Commonwealth”, armas antiaéreas y 52 cazas “Hawker Hurricane”.

En los cielos de Europa Occidental, la “Luftwaffe” y la “RAF” siguen empeñadas en una guerra de desgaste que es peor negocio para Alemania que para Gran Bretaña. Los alemanes perdieron la Batalla de Inglaterra en el otoño de 1940 y el “Blitz” no consiguió poner al Reino Unido de rodillas; de hecho, fortaleció la voluntad británica de lucha. De todos modos, los alemanes realizan incursiones aéreas cada vez que pueden sobre las Islas Británicas, pero son cada vez menos frecuentes y cada vez causan menos daño. En cambio, hace meses que los británicos se sienten más seguros de sus capacidades aéreas ofensivas y hacen blanco de las ciudades del “Reich”. El 14 de enero, Hamburgo, la segunda ciudad de Alemania, que cuenta con uno de los mayores puertos de Europa, es bombardeada por primera vez por las fuerzas principales de ataque de la “Royal Air Force”. La incursión es nocturna y dura hasta las primeras horas del día 15. A lo largo de la guerra, la ciudad sería objeto de 17 grandes bombardeos y un 75% de la misma quedaría convertido en ruinas.

En el Frente Oriental, los alemanes intentan estabilizar sus líneas, pero la arremetida del Ejército Rojo, aunque ha perdido el primer impulso, todavía ejerce mucha presión sobre las castigadas unidades de la “Wehrmacht”. Por el momento, al menos hasta que termine el invierno, la Unión Soviética está salvada del colapso, aunque le esperan casi cuatro años más de grandes sacrificios para reconquistar su propio territorio y terminar la guerra en Berlín, ante las mismísimas oficinas que usaran Hitler y sus asesores en la Cancillería.

La URSS que está recién empezando a devolver los golpes del nazismo es un gigantesco estado multinacional, cohesionado durante 25 años gracias al terror, usado como instrumento principal de gobierno desde el mismo nacimiento del nuevo estado totalitario. A fines de 1920, Lenin y sus seguidores cerraban victoriosamente las últimas batallas de la Guerra Civil, pero enfrentaban graves crisis de gobernabilidad interna. A fines de 1920, los abusos de los destacamentos de requisa causaron una gran revuelta campesina en la Provincia de Tambov, que contagió a muchas otras zonas campesinas, que resistieron a las tropas especiales de seguridad has bien entrado 1921. La respuesta de Lenin y su gobierno fue imponer medidas tan drásticas, como escarmentar a las familias sospechosas de ayudar o simpatizar con las sublevaciones, fusilando sin juicio a los hijos mayores o a toda persona que no se identificara apropiadamente.

El asalto constante a la gran mayoría campesina de la población rusa, combinado con el efecto de la guerra civil, produjo una gran hambruna, que empezó a dejarse sentir a mediados de 1921. En lo más álgido, durante el verano de 1922, la hambruna afectó a unas 30 millones de personas. El régimen obtuvo ayuda internacional, gracias al respaldo recibido de miembros de lo que quedaba de la “intelligentsia” rusa con buenos contactos en el extranjero, quienes formaron un Comité Pan-Ruso para enfrentar el hambre, que unió fuerzas con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Cuando la Cruz Roja y otros organismos internacionales empezaron a enviar ayuda, Lenin ordenó disolver el comité y arrestar o exiliar a sus miembros, demasiado llamativos para lo que podía tolerar el gobierno bolchevique. A pesar de la ayuda, más de 5 millones de personas murieron por efecto de la hambruna de 1921-1922.

Las últimas víctimas de la tiranía de Lenin fueron la Iglesia y los intelectuales que pudieran ser considerados sospechosos o potencialmente peligrosos para el gobierno bolchevique. Entre marzo de 1923, cuando Lenin fue apartado del gobierno luego de sufrir un tercer ataque cerebral, y finales de 1927, cuando Stalin consolidó su poder en el Kremlin, el enfrentamiento entre el régimen y la sociedad experimentó una tregua, que permitió recuperarse de sus heridas a la sociedad, especialmente a los campesinos, que representaban un 85% de la población rusa. Pero tras la expulsión de Trotsky y sus partidarios, a inicios de 1928, el nuevo hombre fuerte de la ahora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Iosif Stalin, decidió que era tiempo de consolidar los “logros” revolucionarios y reemprender su ataque contra todos los que pudieran representar un peligro para el partido de gobierno, que iba abandonando su nombre revolucionario de “bolchevique” y se institucionalizaba como Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Igual que diez años antes, el enemigo principal del régimen era el campesinado. Pero ahora los campesinos estaban mucho más debilitados y no tenían la fuerza para resistir. Para fines de 1929, Stalin decidió romper la tregua contra esa gran nación de campesinos rusos y proceder a la colectivización forzosa del campesinado ruso, bajo el pretexto de “erradicar a los kulaks”, es decir, a los “campesinos ricos”, supuesto el caso de que existieran en verdad.

El enfrentamiento entre gobierno y campesinado significó deportar más de 2 millones de campesinos y provocar la muerte por hambre de unas 6 millones de personas en 1931-1933, en una segunda hambruna, aún peor que la de los años ’20 y que golpeó especialmente a Ucrania, al punto de considerársela un intento genocida del pueblo ucraniano. Es lo que se conoce como el “Holodomor”, el sometimiento de las masas campesinas mediante el arma del hambre, bajo el pretexto de despojar a los campesinos acomodados y aplicar la “igualdad” socialista.

La mayoría de los campesinos habían sufrido un profundo empobrecimiento desde la Revolución, de modo que no había forma de identificar a un “kulak” siguiendo reales signos exteriores de riqueza. Un campesino podía ser detenido y deportado a un campo de concentración o a una región aislada, junto a su familia, por haber vendido en el mercado algunos kilos de grano, por haber dado trabajo a un obrero agrícola o por haber dado muerte a un cerdo “con la finalidad de consumirlo y sustraerlo a la apropiación socialista”, como rezaba una orden de la época. De modo que cualquiera podía ser víctima de una situación de abusos y arbitrariedad generalizada, que se prestaba para ajustes de cuentas y para el saqueo.

Decenas de miles fueron ejecutados y cientos de miles fueron arrancados de sus lugares de origen, para ser enviados a campos de trabajo o como “colonos especiales”, a zonas particularmente inhóspitas y apartadas, donde también, muchas veces, eran obligados a trabajar forzadamente en obras públicas faraónicas y absurdas, como el canal proyectado entre el Báltico y el Mar Blanco, que se esperaba fuera excavado en roca granítica usando sólo brazos, picotas y carretillas. Familias y comunidades enteras eran subidas a vagones de ganado, para emprender interminables viajes, que solían hacerse más largos, debido a la lenta burocracia del sistema, incapaz de clasificar a los cientos de miles de personas deportadas, que podían quedar varadas durante semanas en centros de clasificación. En condiciones espantosas de falta de higiene y hacinamiento, las enfermedades se esparcían y los prisioneros morían como moscas. Si sobrevivían al horrible viaje en tren, los deportados debían soportar una marcha de la muerte a pie, adonde les esperaba el campo de trabajos forzados o una zona de colonización especial, donde las condiciones eran de pesadilla. Un informe de la región de Arcángel, en el Ártico ruso, de septiembre de 1930, reconocía que, de las 1.641 habitaciones que deberían haberse construido para los deportados, sólo 7 habían sido terminadas cuando éstos llegaron. Los recién llegados debían recurrir a una “zemlianka”, es decir, un agujero en la tierra, tapado con unas ramas. Desde luego, además de carecer de techo, no tenían comida suficiente, ni calefacción. Es lo que muchos autores han llamado “deportación-abandono”, pensada como un modo de someter y exterminar poblaciones completas.

La hambruna provocada y no socorrida de las regiones más fértiles de la vieja Rusia terminó por quebrantar toda estructura que pudiera resistir al régimen comunista en el mundo campesino. En 1934, fue significativo que la policía política cambiara su nombre a “NKVD” (“Comisariado del Pueblo para el Interior”, siguiendo su sigla en ruso). El escenario estaba listo para que el régimen comunista iniciara la siguiente fase de su asalto contra la sociedad, que sería conocido como “El Gran Terror” estalinista y que estaría dejando sentir sus efectos todavía al iniciarse la guerra contra la Alemania Nazi.

Para el pueblo soviético, el terror y el abuso no eran, por desgracia, algo nuevo, aparecido con la bárbara agresión de Hitler.

En la fotografía, se ve una familia “kulak”, frente a la que fuera su vivienda, en el momento en que es despojada, para ser enviada a la deportación.




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