Hace 100 años. 8 de enero de 1917. Primera Guerra Mundial. Invierno en las trincheras
Hace 100 años
8 de enero de 1917
Primera Guerra Mundial
Invierno en las trincheras
Rumania terminó 1916 en aprietos. Contando con el apoyo de la Entente,
entró en la guerra contra tres viejos enemigos: los turcos, los austrohúngaros
y los búlgaros, cuya alianza estaba estructurada en torno al “Reich” alemán. La
Alemania Guillermina había mantenido buenas relaciones con el relativamente
joven reino rumano, al que incluso estuvo unido por un tratado de asistencia
militar que, sin embargo, fue desconocido por Bucarest, cuando estalló la
guerra europea en 1914. Al comenzar el nuevo año, Valaquia ha sido enteramente
perdida por Rumania y las tropas invasoras prosiguen su avance hacia el
interior de la Moldavia rumana. Va quedando poco espacio entre las espaldas de
las tropas rumanas, apoyadas precariamente por fuerzas rusas, y las fronteras
del tambaleante Imperio de los Zares. El 3 de enero, los alemanes capturan
Focsani y, el 5, cae Braila. Para el 6 de enero de 1917, las últimas tropas
rumanas y rusas abandonan la Dobrogea, perdiendo acceso al curso inferior del
Danubio. Sólo la llegada del invierno dará algún respiro a los rumanos.
Los campos de batalla de la Gran Guerra se han repartido por todo el
globo y soldados de los cinco continentes han luchado en alguno u otro. Pero el
frente principal, el más decisivo y el más sangriento es el Frente Occidental,
que enfrenta al grueso del Ejército Alemán contra lo mejor de las fuerzas
británicas y francesas, apoyadas por contingentes menores, como el Ejército
Belga, o lo que quedó del mismo, luego de la invasión de 1914, y el Cuerpo
Expedicionario Portugués, cuyos primeros efectivos llegan a Francia en estos
primeros días de enero de 1917.
La lucha en el Frente Occidental estuvo marcada por los casi 10.000
kilómetros de trincheras construidos por ambos bandos. Aunque fueron haciéndose
más sofisticadas, las trincheras nunca pasaron de ser mucho más que una zanja
cavada en la tierra, que medía unos 3 o 4 metros de alto y unos 2 metros de
ancho. Fueron una solución relativamente rápida y barata para proteger a los
ejércitos de los ataques enemigos, pero las tropas estaban lejos de ser inmunes
a las amenazas, como la artillería y los francotiradores. El clima era otro
terrible inconveniente. Las trincheras acumulaban agua rápidamente durante las
lluvias de otoño, convirtiéndolas en une pegajosa tina de barro, infestada de
roedores y toda clase de alimañas (además de cadáveres de compañeros o
enemigos, cuando era temporada de ofensiva). A veces, el agua podía llegar
hasta la cintura y la humedad reinante solía causar “pie de trinchera”, una
dolencia que podía llegar a ser tan grave, como para forzar a la amputación,
cuando se producía gangrena.
A medida que avanzó la guerra, se hicieron esfuerzos por mejorar el
drenaje en las trincheras y usar materiales resistentes al agua para el calzado
de las tropas de primera línea, pero la vida en las trincheras siempre fue
difícil de soportar y muchos hombres que se salvaron de la muerte o de ser
heridos, terminaron con severos trastornos siquiátricos por sufrir las
miserables condiciones de vida del Frente Occidental, sumadas a las tensiones
propias de la guerra.
El invierno de 1916-1917 fue el más crudo que pudiera ser recordado por
los hombres desplegados en Flandes. Cuando pasaban las lluvias y llegaba el
frío, miles de soldados sufrieron congelamiento y era frecuente que perdieran
sus dedos. Las trincheras no proveían demasiado refugio contra los elementos,
especialmente durante las guardias de la noche, cuando la ropa y las frazadas
se congelaban hasta petrificarse. Las paredes de barro se convertían en
murallas heladas, endurecidas como el concreto. El transporte se hacía más
dificultoso, con los motores de los vehículos congelados y los alimentos eran
casi imposibles de comer.
Clifford Lane, un suboficial británico destacada en el Frente Occidental,
recuerda así la experiencia:
“El invierno de 1916-1917 fue el más frío. El invierno fue tan frío que
sentía que iba a llorar. No se nos permitía hacer fuego, porque no estábamos
lejos del enemigo y, por lo tanto, no podíamos beber té. Solíamos hacer que se
nos mandara té por la trinchera de comunicación. Bueno, una trinchera de
comunicación podía ser tan extensa como un kilómetro. Comenzábamos por calentar
una gran marmita, que dos hombres llevarían como una camilla. Salían con el
agua hirviendo; para cuando llegaba hasta nosotros en el frente, había hielo en
la superficie; estaba así de frío.”
Abajo, aspecto de una trinchera británica. En primer plano, cuatro
soldados preparan una ametralladora Lewis, sentados en el fango.
Etiquetas: Guerras Mundiales, Historia
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home