domingo, 29 de enero de 2017

Hace 100 años. 29 de enero de 1917. Primera Guerra Mundial. Los trabajadores rusos en vísperas de la Revolución

Hace 100 años
29 de enero de 1917
Primera Guerra Mundial

Los trabajadores rusos en vísperas de la Revolución

El 23 de enero, los marinos alemanes y británicos luchan de nuevo en el Mar del Norte, cuando la 6ª Flotilla de Torpederos de la “Kaiserliche Marine” se encuentra con una agrupación de destructores británicos. Durante el breve combate, el torpedero alemán “SMS S-50” alcanzó con uno de sus torpedos al destructor británico “HMS Simoom”, que se hundió, llevándose a gran parte de la tripulación consigo. A pesar de tener una poderosa flota de superficie, sólo superada por la “Royal Navy”, Alemania no tiene posibilidades de emprender grandes operaciones contra los británicos. Durante casi toda la contienda, los acorazados y los más grandes cruceros germanos están en sus fondeaderos. Los almirantes alemanes saben que podrían causar graves pérdidas a los británicos en una batalla naval frontal, pero serían derrotados al final del día. Gran Bretaña simplemente tiene más acorazados que Alemania.

En la Batalla de Jutlandia (31 de mayo de 1916), el alto mando naval alemán había intentado atraer a una trampa a una parte de las unidades británicas, pero el encuentro tuvo un resultado indeciso y dejó a Alemania en el mismo predicamento en que estaba antes de la batalla. Los alemanes pueden emplear sus recursos en acciones pequeñas de hostigamiento, como la del 23 de enero pasado, usando torpederos, o utilizando su creciente flota de submarinos, pero el “Deutshces Reich” sigue siendo objeto del bloqueo naval de la Entente. Por estos días, en Londres, se reúnen almirantes y ministros británicos, franceses e italianos, justamente con la guerra naval como tema de conversación. Buscan ponerse de acuerdo en la mejor manera de estrangular las líneas de suministro de los Imperios Centrales y obligarlos a firmar la paz, usando el arma de la escasez. Es significativo que Rusia no haya sido invitada al encuentro, posiblemente porque la Marina Rusa no tiene mayores posibilidades de influir en el curso de las campañas marítimas. El Báltico es prácticamente un lago alemán y los estrechos que conectan el Mar Negro con el Mediterráneo son controlados por Turquía, aliada de Alemania. Sólo los lejanos puertos del Ártico y del Pacífico comunican Rusia con el mundo, pero hay que recorrer grandes distancias para llegar hasta ellos y no pertenecen a los teatros de operaciones principales de la guerra naval.

Además, en general, el Imperio de los Zares está muy debilitado y está más cerca de la Revolución que de la victoria. La mayor parte de los grupos revolucionarios, especialmente los más radicales, afirman ser partidarios de una revolución hecha en nombre de los “trabajadores”, los “obreros”, los “proletarios”, expresiones siempre difíciles de definir y aun más en el caso de la Rusia de principios del siglo XX, que transita por un período de transformación de su economía y su sociedad. Si incluimos en la expresión a todos aquellos que sobreviven gracias al trabajo diario, “trabajadores” han existido en Rusia (y en todos lados) desde el comienzo de la historia. Dependiendo del momento y de la región, deberíamos distinguir a los esclavos (desaparecidos en Rusia para inicios del siglo XVIII). Tenemos luego una variada gama de siervos con libertades muy restringidas, que constituían la mayoría de la fuerza de trabajo hasta 1861, si incluimos a los siervos del Estado. Por último, estaban los trabajadores “libres”, que tenían un contrato de trabajo, aunque podían seguir vinculados, en muchas ocasiones, a señores de la nobleza.

En un sentido más estricto, si tomamos en cuenta sólo aquellas personas empleadas en fábricas y manufactura en general, a cambio de una remuneración, los “trabajadores” empezaron a ser importantes numéricamente a partir del reinado de Pedro “El Grande” (1689-1725), que puso especial énfasis en el desarrollo industrial del Imperio. Entre este tipo específico de trabajadores, la mayoría tenía su libertad contractual y laboral muy restringida, en el sentido de estar vinculados, por medio de diversos grados de servidumbre, a particulares pertenecientes a la nobleza o la alta burguesía, así como al Estado. A partir de la década de 1830, el número de trabajadores libremente contratados experimentó un aumento, que se intensificó con la abolición total de la servidumbre den 1861, bajo el reinado de Alejandro II.

La abolición de la servidumbre y el empeño puesto por el Gobierno Imperial en atraer inversión extranjera sirvieron como estímulo a la industria, que llegó a crecer a un ritmo de 8 por ciento anual para la década de 1890. No obstante el crecimiento del sector manufacturero, los obreros industriales representaban una pequeña parte de la población. De acuerdo con el censo de 1897, los trabajadores industriales correspondían a 2.000.000 de personas, dentro de una población total de 128.000.000. En los años venideros, sin embargo, su influencia política llegaría ser desproporcionadamente alta, debido a que vivían concentrados en zonas políticamente sensibles, como San Petersburgo, Moscú y sus regiones circundantes; los puertos principales, como Bakú, en el Mar Caspio, y Riga, en el Báltico; las zonas industrializadas de la Polonia Rusa, y las minas de los Urales y de la cuenca del Don. Por último, habría que añadir a los trabajadores de las imprentas y a los ferroviarios, que se convertirían en muy importantes políticamente; los segundos, por su rápido aumento y por estar concentrados en zonas muy estratégicas en la creciente red ferroviaria del Imperio; los primeros, por tratarse de un grupo relativamente educado, que sirvió de intermediario entre los trabajadores y los intelectuales que apoyaban los cambios.

El aumento en la cantidad de trabajadores provocó un también expansivo movimiento obrero, cuya importancia capital en la lucha por el poder resultaba clara para todos los actores políticos al terminar el siglo XIX, de modo que, tanto la izquierda socialista, como los agentes del Estado, hacían lo posible por atraerse la simpatía de un grupo humano que podía resultar decisivo.

Uno de los movimientos obreros más decisivos de los años iniciales del siglo XX fue el encabezado por el carismático padre Gueorgui Gapon, un sacerdote ortodoxo ruso, cuyo celo por la justicia social, lo llevó a convertirse en líder de los trabajadores petersburgueses, con el apoyo entusiasta e incluso el financiamiento del gobierno, que lo veía como una alternativa benévola frente a la influencia que, hasta entonces, habían ejercido en los sindicatos los socialdemócratas y los socialistas-revolucionarios. Sin embargo, la popularidad y dotes organizativas del Padre Gapon dejaron en sus manos una gigantesca unión obrera, capaz de movilizar a la casi totalidad de los obreros de la capital. Sin sospecharlo, el Ministerio del Interior había creado un “Frankenstein” mucho más peligroso y difícil de controlar que todo lo que había organizado antes cualquier partido socialista.

A fines de diciembre de 1904, en plena guerra contra Japón, tres obreros fueron despedidos de la planta Putilov, una gigantesca empresa, que empleaba a más de 12.000 obreros y que era esencial para la fabricación de armas. La respuesta de sus compañeros fue una huelga, que se fue convirtiendo en un movimiento de protesta creciente, alimentado por las malas condiciones laborales y por las derrotas sufridas a manos de los japoneses. Luego de algunas vacilaciones, Gapon decidió ponerse al frente de los trabajadores y encabezó una marcha masiva, pero pacífica al Palacio de Invierno, el 9 de enero de 1905, para presentar sus peticiones en persona al “Zar de Todas las Rusias”. La mezcla de tropas nerviosas y un gobierno desconectado de la realidad, resultaron en una matanza conocida como “Domingo Sangriento”. Las tropas dispararon sobre la multitud de obreros, mujeres y niños; al terminar el día, más de 100 manifestantes yacían muertos en la nieve y decenas estaban heridos. La matanza encendió la mecha de la Revolución de 1905, que desestabilizó al Imperio, obligó a una paz humillante con Japón y divorció definitivamente a la Monarquía con gran parte de la sociedad.

La Revolución de 1905 fue aplastada por la fuerza a fines de ese año, aunque los trabajadores obtuvieron algunas concesiones y las fuerzas liberales consiguieron que se convocara al Parlamento Ruso, la “Duma”. En los años inmediatamente siguientes, Rusia recuperó parte de su impulso industrial y el mundo obrero se mantuvo en calma hasta 1912, cuando la matanza de alrededor de 100 mineros de oro resucitó las huelgas y las protestas. Esta nueva oleada de intranquilidad obrera remitió sólo cuando el estallido de la Primera Guerra Mundial desvió la atención nacional hacia el exterior e impuso una tregua en la mayoría de los partidos políticos, hecha la notable excepción de los bolcheviques, correspondientes al ala más radical del antiguo Partido Obrero Socialdemócrata Ruso.

A partir de 1916, cuando la guerra empezó a andar realmente mal para Rusia y la escasez de productos básicos, como el pan, se empezó a hacer crónica, el descontento entre los sectores obreros reapareció. En las primeras semanas de enero de 1917, los sueldos de los trabajadores de Petrogrado (como era llamada ahora la capital imperial) perdían su valor de manera alarmante, sin poder mantenerse a la par con una espiral inflacionaria agravada por la guerra. Las huelgas y las protestas se multiplicaron en las agrupaciones de mujeres que reemplazaban a los hombres llevados al frente de batalla, así como entre los obreros especializados varones, del tipo tradicional y militante. A medida que terminaba enero, estas agrupaciones proletarias se unieron en su protesta con otros grupos urbanos descontentos, como la guarnición militar de la ciudad, en una escalada confrontacional, cada vez más violenta, que llevaría a terminar con 300 años de reinado de la Dinastía Romanov a fines de febrero (7-16 de marzo en el calendario gregoriano).

Los obreros rusos, especialmente los de Petrogrado, fueron actores decisivos en la caída del Zar, ocurrida en febrero de 1917, y en la instauración del régimen bolchevique, en octubre. Especialmente al comienzo del proceso revolucionario, constituirían uno de los apoyos más seguros del bolchevismo, aunque también pasarían a engrosar la larga lista de las víctimas de su represión.

En la fotografía, tomada a comienzos de 1917, un mitin de obreros de la Planta Putilov, que había sido tan decisiva en la revolución anterior, en 1905.




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