miércoles, 9 de septiembre de 2015

Hace 100 años. 6 de Septiembre de 1915. Primera Guerra Mundial



Hace 100 años

6 de Septiembre de 1915
Primera Guerra Mundial

El Ejército Alemán sigue imparable en el frente Oriental y está bien asentado en la tierra conquistada a Bélgica, Luxemburgo y Francia, en el Oeste. Ayuda eficazmente a sus aliados turcos y austrohúngaros en otros frentes. Incluso sus tropas coloniales africanas, aisladas y superadas en número, se dan maña para obligar a tres grandes imperios coloniales a destinar hombres y recursos en una batalla que no podrán ganar. Pero, en el mar, la estrategia ha sido errática. La gigantesca inversión en buques de superficie transformó a la “Kaiserliche Marine” en la segunda del mundo, sólo superada por la “Royal Navy” británica, pero sólo cabe ser la primera en estos casos, sobre todo, si todas las otras grandes potencias navales también son el enemigo. Esa gran flota, que costó la enemistad del Reino Unido, no ha bastado para vencerlo en la guerra y está anclada, impotente, en las bases navales del Báltico. La estrategia seguida con los submarinos ha causado mucha preocupación a los británicos, pero no ha conseguido resultados decisivos. En cambio, ha enajenado la simpatía de Estados Unidos. El Káiser, que no está preparado todavía para tener a la emergente potencia norteamericana como su enemigo, instruye a su gobierno el 1 de septiembre de 1915, para que informe a Washington que las demandas de limitación de guerra submarina son aceptadas. Habrá que llegar a los desesperados días de 1917 para ver otra vez a los submarinos alemanes atacando sin restricción a los buques que se aproximan a las cosas británicas, incluso si eso significa empujar a Estados Unidos a la guerra.

El 5 de septiembre, el Zar Nicolás II decide remover al Gran Duque Nicolás del mando supremo del Ejército y tomarlo él mismo. Fue una decisión que tendría enormes consecuencias y a la que se opuso todo su gabinete. Nicolás II fue una figura trágica y, sobre todo, muy desafortunado con las armas. En 1905, emprendió la desastrosa guerra contra Japón, que costó a Rusia casi todos sus buques de guerra de consideración y permitió al Imperio del Sol Naciente desplazar a Rusia como potencia en el Océano Pacífico. Justo diez años después, en 1915, Nicolás no sólo persiste en continuar una guerra para la que Rusia está muy mal preparada, sino que toma personalmente el mando en medio de una serie de derrotas que, en los meses siguientes, no mejorarán. Los fracasos de sus fuerzas armadas se verán reflejados en la persona del Zar, que verá aun más mermada su popularidad.

El comienzo de la guerra había dado a Nicolás un respiro en la política interna. Como en todo el resto de Europa, las huelgas remitieron por un unánime sentimiento de patriotismo y casi todo el espectro político se mostró firme junto al Zar en la Gran Guerra que se iniciaba. Pero las penurias en el frente de batalla y en la retaguardia hicieron que volviera la inquietud, junto con las huelgas y los desórdenes. Las derrotas militares, sin duda, no ayudaron a mejorar el ambiente. Y con el Zar lejos, en el frente, su gobierno tampoco fue capaz de evitar las contradicciones que terminaron convirtiéndose en Revolución en 1917. Cuando Nicolás se dio cuenta de su error y quiso volver a hacerse cargo de sus obligaciones políticas, ya era tarde. Antes de la primavera de 1917, la “Autocracia” había desaparecido.

“Mi deber hacia mi país, que me ha sido confiado por Dios, me impele hoy día, cuando el enemigo ha penetrado al interior del Imperio, a tomar el mando supremo de las fuerzas activas y a compartir con mi ejército las fatigas de la guerra, y a salvaguardar con el mismo el suelo ruso de los intentos del enemigo.”

“Los caminos de la Providencia son inescrutables, pero mi deber y mi deseo reafirman mi resolución por el bien del Estado.” Estas palabras estaban contenidas en la carta con que el Zar Nicolás II notificaba al Gran Duque Nicolás, su tío, que lo relevaba del mando supremo de las fuerzas en guerra, para tomarlo él mismo.

En la imagen, una fotografía de Nicolás II, que sostiene un ícono religioso en su mano, para recibir el homenaje de sus tropas, que se arrodillan ante la estampa del Salvador y también ante la investidura del Zar, cuya autoridad se considera derivada de Dios directamente.


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