domingo, 19 de marzo de 2017

Hace 100 años. 19 de marzo de 1917. Primera Guerra Mundial. La Caída de Nicolás II

Hace 100 años
19 de marzo de 1917
Primera Guerra Mundial

La Caída de Nicolás II

Los días 15, 16 y 17 de marzo de 1917, el alto mando alemán implementa la “Operación Alberich”, nombre clave dado a una gran maniobra de retirada, ejecutada por el “Deutsches Heer” hacia posiciones más fáciles de defender. Hindenburg y Ludendorff no tenían demasiada preferencia por pasar a la defensiva y les gustaba menos el hecho de renunciar a territorio previamente conquistado, pero la inferioridad numérica, económica e industrial de Alemania se hacía cada vez más aguda y la muy probable entrada de Estados Unidos en la guerra no haría más que aumentar ese desequilibrio. Las batallas de Verdún y el Somme en el Oeste, las ofensivas italianas en los Alpes, la resistencia de la Entente en los Balcanes y la Ofensiva de Brusilov en el Frente Ruso, habían sido aguantadas medianamente bien por Alemania, Bulgaria y Austria-Hungría durante 1916, pero el costo para los Imperios Centrales había sido muy alto. Se esperaban además nuevas ofensivas de la Entente en todos los frentes de guerra, de modo que era urgente acortar el Frente Occidental.

La solución fue preparar la llamada “Línea Hindenburg”, una zona fortificada situada varios kilómetros por detrás de la línea del frente de 1914. Significaba renunciar a 1.500 kilómetros cuadrados de territorio francés conquistado al principio de la guerra, pero los alemanes no tenían opción. Mantener el frente tal como estaba, incluso a la defensiva, los obligaba a defender de la Entente una peligrosa saliente, difícil de mantener cuando se está ante una creciente escasez de soldados y recursos. Al momento de terminar la retirada, el nuevo frente se reducía en 45 kilómetros y permitía liberar 10 divisiones, que podían ser enviadas hacia el Este, en previsión de una posible ofensiva rusa.

“Alberich” también significó destruir todo lo que pudiera resultar útil para los anglo-franceses, en una política de “tierra quemada”, que no era nueva en la guerra, pero que impresionó a la opinión pública mundial por aplicarse en el territorio de un país “civilizado”, como era Francia, por parte de otro país “civilizado”, como era Alemania. Alrededor de 200 localidades fueron destruidas hasta los cimientos, así como instalaciones eléctricas, tuberías de agua, pozos, puentes y caminos.

En cuanto a la población civil, ésta fue deportada. Unas 140.000 personas calificadas como aptas para el trabajo, fueron llevadas a Bélgica o a otras zonas del territorio francés aún ocupado por los alemanes. Y unas 15.000 personas, calificadas como no aptas, fueron evacuadas por separado: enfermos, ancianos y niños. El efecto internacional fue brutal para la imagen de Alemania, ya muy afectada por episodios anteriores, como la violación de la neutralidad belga y la guerra submarina irrestricta. Incluso en el campo alemán hubo disenso. El príncipe Rupprecht, heredero del trono bávaro, manifestó su repugnancia hacia lo que consideraba un injusto maltrato hacia civiles inocentes e hizo lo posible por que su nombre no estuviera asociado a la operación. Pensó incluso en renunciar a su posición en el Ejército Alemán, pero no quiso dar la impresión de que se estaba produciendo un quiebre entre el Reino de Bavaria y el gobierno del “Reich”.

El 16 de marzo de 1917, con la abdicación de Nicolás II y el rechazo del Gran Duque Mijail a reemplazar a su hermano, terminan 300 años de reinado de los Romanov sobre Rusia. Para el 13 de marzo (28 de febrero en el calendario juliano), más de 60.000 soldados se habían amotinado en Petrogrado, en respuesta a la serie de sucesos desencadenados desde el 8 de marzo (23 de febrero). El Zar dio órdenes de aplastar el movimiento por la fuerza, pero sus generales no encontraron una cantidad suficiente de tropas leales en la capital. En la noche del 12 al 13 de marzo, los ministros del Zar presentaron su renuncia, luego de sugerir que el Zar estableciera una dictadura militar. Los opositores liberales de la Duma, que no supieron cómo reaccionar al comienzo de la revolución, decidieron formar un comité para restaurar el orden y aprovechar la oportunidad para establecer una monarquía constitucional. Los líderes de la mayoría parlamentaria se las arreglaron para persuadir a gran parte del alto mando militar de la necesidad de una abdicación de Nicolás II a favor de su hijo, el Zarévich Alexei, como único camino para asegurar la prolongación de la guerra contra Alemania y Austria-Hungría, con reales posibilidades de victoria.

Los líderes de la Duma no tuvieron que esforzarse mucho en convencer a los generales de Nicolás. Sólo dos comandantes de cuerpo ofrecieron sus tropas para defender al Zar y apenas un par renunciarían más tarde, como medida de protesta. El resto del alto mando no tuvo problemas en entregar su lealtad al nuevo Gobierno Provisional. Entre los miles de oficiales promovidos durante la guerra, la simpatía hacia la revolución se había ido extendiendo. Confrontado con la pérdida de confianza del Ejército, Nicolás aceptó abdicar, pero lo quiso hacer en la persona de su hermano, el Gran Duque Mijail, consciente de que los graves problemas de salud de su hijo, Alexei, impedirían que llegara a gobernar realmente algún día. Mijail, por su parte, entendió que las masas revolucionarias de Petrogrado no aceptarían un simple cambio de nombre en la monarquía y declinó el honor que se le ofrecía, declarando que sólo asumiría el trono, una vez que la forma de gobierno definitiva fuera decidida por una asamblea competente. Con el rechazo del Gran Duque, el 16 de marzo (3 de marzo) de 1917, llegaba a su fin la centenaria Monarquía Imperial Rusa.

Pocos lamentaron la caída de los Zares. El “Domingo Sangriento” de la Revolución de 1905 había destruido la fe popular en la benevolencia del Emperador. Los pocos respaldos que pudieran quedarle al monarca fueron barridos por un gobierno incompetente, un deficiente liderazgo militar, los rumores de escándalo sexual dirigidos hacia la Emperatriz, a raíz de su cercanía con el monje Rasputín, y sospechas de simpatías pro alemanas en la Corte Imperial.

La caída de la monarquía fue precipitada por dos fuerzas: el movimiento de obreros-soldados y la oposición parlamentaria, extraída de la incipiente clase media rusa, representada por el Partido Constitucional Demócrata o “Kadete”. Estos grupos quedaron institucionalizados y enfrentados en lo que se conoció como “Poder Dual”. La Duma sabía que no tenía autoridad real sobre las masas movilizadas, que se sentirían mucho más representadas por el Soviet de Petrogrado. Los miembros del Soviet fueron invitados a formar parte del Gobierno Provisional, junto a los “Kadetes”, pero rechazaron formar parte de una “revolución burguesa”. Sólo el abogado del Partido Socialista Revolucionario, Alexander Kerensky, se sumó al gobierno y terminaría desempeñando un rol central en el mismo. Pero el resto de los miembros de su partido, así como los Mencheviques, que eran la otra fuerza dominante del Soviet, se mantuvieron al margen al comienzo.

Siguiendo la rígida lógica marxista, la mayoría socialista del Soviet evaluaba que Rusia estaba pasando por una “revolución burguesa” y debería pasar un largo camino de desarrollo capitalista que, en algún momento, la dejaría madura para la “revolución proletaria”. Algunos más exaltados, como los muy minoritarios bolcheviques, llegaron a proponer que el mismo Soviet se transformara en gobierno, pero los mencheviques y los socialistas-revolucionarios no quisieron dar ese paso, temerosos de causar una reacción violenta entre las fuerzas más conservadoras del Ejército.

El 15 de marzo (2 de marzo), el Soviet de Petrogrado aceptó admitir la existencia del Gobierno Provisional, en la medida en que éste llevara adelante un programa de reforma democrática. Pero no se sentía comprometido de antemano a seguir todas sus políticas, especialmente lo relacionado con la continuación de la guerra. Mientras el Gobierno Provisional se quedaba con el poder formal, el Comité Ejecutivo del Soviet era el auténtico dueño de Petrogrado (y, hasta cierto punto, de Rusia, dado el nivel de centralización administrativa del Imperio). En efecto, el Soviet controlaba la capital gracias a la influencia ejercida sobre la guarnición capitalina y sobre los trabajadores de sectores clave, como los transportes y las comunicaciones.

Abajo, una imagen digitalizada de la edición europea del “New York Herald” del 17 de marzo de 1917, que destaca en portada la noticia del momento: la caída del Zar de Todas las Rusias.




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