domingo, 13 de marzo de 2016

Hace 100 años. 13 de marzo de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
13 de marzo de 1916
Primera Guerra Mundial

El 8 de marzo de 1916, fracasa un segundo intento de relevar a las tropas británicas sitiadas en Kut por los turcos. La fuerza de auxilio es rechazada en el reducto de Dujaila. Gran Bretaña y sus dominios corren peligro de sufrir una gran humillación en Mesopotamia.

En el Frente Occidental, la mayor parte de la acción se desarrolla en Verdún, que está convirtiéndose en una de las batallas más sangrientas de la guerra. Los alemanes mantienen la iniciativa, pero la resistencia francesa es feroz y cobra muchísimas bajas a los atacantes. Además, cada vez que los alemanes consolidan una posición, se encuentran con que la artillería francesa sigue causando bajas desde posiciones que se creían neutralizadas. La situación obliga a los alemanes a estar permanentemente atacando, sin descanso, a un enemigo bien atrincherado y apoyado por efectiva artillería. En todo caso, para los dos bandos es una sangría.

En el África Oriental Alemana, los británicos toman Taveta y New Moshi. Pese a los pequeños avances, las tropas coloniales alemanas, al mando de Paul von Lettow-Vorbeck, siguen siendo un problema insoluble para la Entente, que suma un nuevo aliado en estos días: Portugal.

Fue justamente el complicado juego político gestado en torno a los intereses coloniales europeos lo que termina llevando a los portugueses a entrar en la guerra. A pesar de ser aliados centenarios, Portugal y Gran Bretaña protagonizaron un serio conflicto colonial en África a fines del siglo XIX. Portugal reclamaba un gran territorio que atravesaba el continente negro de costa a costa. Sin embargo, los intereses comerciales británicos, especialmente el tráfico de diamantes, fueron más fuertes que la vieja alianza y, en 1890, el Reino Unido presentó un ultimátum a los portugueses, conminándolos a abandonar los territorios centrales de su reclamación y conservando la colonia de Angola, en la costa del Atlántico, y la de Mozambique, en la costa del Océano Índico.

El sentimiento de traición en los círculos políticos portugueses y el humillantemente rápido cumplimiento del ultimátum por parte de las tropas lusas, profundizó el descrédito de la monarquía, a la que se hacía responsable de la decadencia nacional. Con el paso de los años, la división entre los republicanos y los partidos políticos tradicionales creció. En 1908, el Rey Carlos I y Don Luis Felipe, el heredero, fueron asesinados a tiros en la Plaza de Comercio de Lisboa. El joven nuevo monarca, Manuel II, aunque contó con la simpatía inicial que despertaba su drama familiar, no pudo, a la larga, frenar la crisis de una monarquía donde el ambiente para la revolución republicana estaba madura. El 5 de octubre de 1910, ante un levantamiento militar, Manuel II tuvo que marchar al exilio en el Reino Unido, donde vivió hasta su muerte, que lo sorprendió en 1932, joven y sin herederos. La que fuera una de las casas reales más poderosas de Europa, iniciadora de los descubrimientos geográficos que dieron a luz el mundo moderno, cabeza del primer imperio colonial europeo, dejaba de existir para dar paso a una muy inestable república, que terminaría dando paso, con los años, al experimento corporativista del “Estado Novo” de Antonio de Oliveira Salazar.

Esa joven república, obligada a seguir las políticas británicas para proteger lo que quedaba de su imperio colonial, aunque se declaró neutral en 1914, tomó varias medidas hostiles hacia Alemania y sus aliados desde el comienzo de la contienda. Los incidentes en la frontera de las colonias alemanas y portuguesas de África y, finalmente, la confiscación de barcos mercantes alemanes en los puertos portugueses llevaron al Imperio Alemán a declarar la guerra a Portugal el 9 de marzo de 1916. En la nota entregada por el embajador alemán al gobierno de Lisboa, Alemania calificaba a Portugal de “vasallo” de Gran Bretaña. Puede que los germanos hayan exagerado en el calificativo, pero no cabe duda de que hacía tiempo que la suerte de Portugal, al menos, la suerte de su imperio colonial, dependía de la voluntad británica de conservarlo.

En la fotografía, tropas portuguesas embarcando hacia África.




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