Coloquio con el Niño de Belén
¿Qué haces Tú, Niño Dios, que eres Rey, en un rinconcito tan discreto de tu Creación? Los reyes nacen en palacios, rodeados de boato, ceremonias, cortesanos y guardias de honor. Viven en amplísimas habitaciones, departen en salones brillantes, bien iluminados y adornados con elegancia.
¿Por qué escogiste un pesebre? ¿Por qué Tú, especialmente, lo has querido hacer así? Tú, que entre los reyes, eres el Rey. Que tu poder y eminencia convierte en nada a las potencias del hombre. Que haces que cualquier otro Rey aparezca como menesteroso.
Eliges un establo, un lugar destinado a los animales de tiro y labranza, frio, oscuro, maloliente, desprovisto de toda comodidad y belleza. Tu primera lección de Gran Rey, tal vez, es la humildad de quien se sabe lo que es, no importando dónde esté.
Y la segunda, tal vez, es un llamado de esperanza. Has venido para que te reciban los corazones buenos, limpios y virtuosos, como un palacio. Pero, sobre todo, has llegado para irrumpir en los que tenemos el corazón impuro, los que tenemos un establo sombrío y polvoriento en medio del pecho. Los cobardes, los traidores, los desesperados, los desleales, los perdedores, los solitarios, los egoístas, los débiles. Si los buenos pueden representarse en los pastorcillos y los Magos, nosotros podemos vernos en los animales de granja que torpemente, según su instinto inconsciente, procuraban darte lo único que podían regalarte en esa Nochebuena de hace 2000 años: su aliento, que en algo contrarrestaba el frío de la noche de Judea.
Los que, llamados a ser pastores y magos, nos hemos convertido en asnos y vacunos, te pedimos humildemente que ilumines con tu presencia, la oscuridad del establo sucio e indigno de nuestros corazones.
Y éste que aquí te escribe, uno de tus asnos, tonto, desobediente, desatinado, tardo, descuidado, infiel, egoísta, flojo, cobarde y poco perseverante, quiere pedirte que cojas sus riendas, para que lo conduzcas el resto de su vida, hacia los palacios en donde habitan los corazones luminosos de los hombres de buena voluntad. Porque este asno tuyo, que te ha fallado en todo, sigue amándote, aunque no siempre lo demuestre y sea un mal siervo; y te pide que lo ames más todavía, en la hora en que menos lo merece.
Y como no tengo nada más que ofrecerte, Niño Dios, te regalo lo único que sé hacer bien: algunos versos de mi pluma torpe, para que tú y cuantos lo deseen puedan leer lo que te pido en esta oración, que malamente convierto en poesía:
Este día, esperado Señor,
por milagro de tu amor infinito,
para enmendar nuestro error,
te volviste Niño pequeñito.
Siendo Rey te hiciste esclavo,
siendo todo te haces nada;
es tu palacio un establo
y tu guardia real, una yugada.
A tu corte real son invitados
un par de asnos de carga,
tres corderos trasquilados
y una yegua de crines largas.
Junto a su madre, unos potrillos
contemplan la Nochebuena,
y unos cuantos pastorcillos
observan la magna escena.
Los más humildes animales,
de los hombres despreciados,
en tu casa son principales,
como nobles y potentados.
Ya que glorificaste, mi Niñito,
tan modesto rincón;
si yo, tu siervo, hoy te invito,
¿Vendrás a mi corazón?
Frase de Hoy: Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad (Evangelio según San Lucas, 2.14)