domingo, 19 de marzo de 2017

Hace 100 años. 19 de marzo de 1917. Primera Guerra Mundial. La Caída de Nicolás II

Hace 100 años
19 de marzo de 1917
Primera Guerra Mundial

La Caída de Nicolás II

Los días 15, 16 y 17 de marzo de 1917, el alto mando alemán implementa la “Operación Alberich”, nombre clave dado a una gran maniobra de retirada, ejecutada por el “Deutsches Heer” hacia posiciones más fáciles de defender. Hindenburg y Ludendorff no tenían demasiada preferencia por pasar a la defensiva y les gustaba menos el hecho de renunciar a territorio previamente conquistado, pero la inferioridad numérica, económica e industrial de Alemania se hacía cada vez más aguda y la muy probable entrada de Estados Unidos en la guerra no haría más que aumentar ese desequilibrio. Las batallas de Verdún y el Somme en el Oeste, las ofensivas italianas en los Alpes, la resistencia de la Entente en los Balcanes y la Ofensiva de Brusilov en el Frente Ruso, habían sido aguantadas medianamente bien por Alemania, Bulgaria y Austria-Hungría durante 1916, pero el costo para los Imperios Centrales había sido muy alto. Se esperaban además nuevas ofensivas de la Entente en todos los frentes de guerra, de modo que era urgente acortar el Frente Occidental.

La solución fue preparar la llamada “Línea Hindenburg”, una zona fortificada situada varios kilómetros por detrás de la línea del frente de 1914. Significaba renunciar a 1.500 kilómetros cuadrados de territorio francés conquistado al principio de la guerra, pero los alemanes no tenían opción. Mantener el frente tal como estaba, incluso a la defensiva, los obligaba a defender de la Entente una peligrosa saliente, difícil de mantener cuando se está ante una creciente escasez de soldados y recursos. Al momento de terminar la retirada, el nuevo frente se reducía en 45 kilómetros y permitía liberar 10 divisiones, que podían ser enviadas hacia el Este, en previsión de una posible ofensiva rusa.

“Alberich” también significó destruir todo lo que pudiera resultar útil para los anglo-franceses, en una política de “tierra quemada”, que no era nueva en la guerra, pero que impresionó a la opinión pública mundial por aplicarse en el territorio de un país “civilizado”, como era Francia, por parte de otro país “civilizado”, como era Alemania. Alrededor de 200 localidades fueron destruidas hasta los cimientos, así como instalaciones eléctricas, tuberías de agua, pozos, puentes y caminos.

En cuanto a la población civil, ésta fue deportada. Unas 140.000 personas calificadas como aptas para el trabajo, fueron llevadas a Bélgica o a otras zonas del territorio francés aún ocupado por los alemanes. Y unas 15.000 personas, calificadas como no aptas, fueron evacuadas por separado: enfermos, ancianos y niños. El efecto internacional fue brutal para la imagen de Alemania, ya muy afectada por episodios anteriores, como la violación de la neutralidad belga y la guerra submarina irrestricta. Incluso en el campo alemán hubo disenso. El príncipe Rupprecht, heredero del trono bávaro, manifestó su repugnancia hacia lo que consideraba un injusto maltrato hacia civiles inocentes e hizo lo posible por que su nombre no estuviera asociado a la operación. Pensó incluso en renunciar a su posición en el Ejército Alemán, pero no quiso dar la impresión de que se estaba produciendo un quiebre entre el Reino de Bavaria y el gobierno del “Reich”.

El 16 de marzo de 1917, con la abdicación de Nicolás II y el rechazo del Gran Duque Mijail a reemplazar a su hermano, terminan 300 años de reinado de los Romanov sobre Rusia. Para el 13 de marzo (28 de febrero en el calendario juliano), más de 60.000 soldados se habían amotinado en Petrogrado, en respuesta a la serie de sucesos desencadenados desde el 8 de marzo (23 de febrero). El Zar dio órdenes de aplastar el movimiento por la fuerza, pero sus generales no encontraron una cantidad suficiente de tropas leales en la capital. En la noche del 12 al 13 de marzo, los ministros del Zar presentaron su renuncia, luego de sugerir que el Zar estableciera una dictadura militar. Los opositores liberales de la Duma, que no supieron cómo reaccionar al comienzo de la revolución, decidieron formar un comité para restaurar el orden y aprovechar la oportunidad para establecer una monarquía constitucional. Los líderes de la mayoría parlamentaria se las arreglaron para persuadir a gran parte del alto mando militar de la necesidad de una abdicación de Nicolás II a favor de su hijo, el Zarévich Alexei, como único camino para asegurar la prolongación de la guerra contra Alemania y Austria-Hungría, con reales posibilidades de victoria.

Los líderes de la Duma no tuvieron que esforzarse mucho en convencer a los generales de Nicolás. Sólo dos comandantes de cuerpo ofrecieron sus tropas para defender al Zar y apenas un par renunciarían más tarde, como medida de protesta. El resto del alto mando no tuvo problemas en entregar su lealtad al nuevo Gobierno Provisional. Entre los miles de oficiales promovidos durante la guerra, la simpatía hacia la revolución se había ido extendiendo. Confrontado con la pérdida de confianza del Ejército, Nicolás aceptó abdicar, pero lo quiso hacer en la persona de su hermano, el Gran Duque Mijail, consciente de que los graves problemas de salud de su hijo, Alexei, impedirían que llegara a gobernar realmente algún día. Mijail, por su parte, entendió que las masas revolucionarias de Petrogrado no aceptarían un simple cambio de nombre en la monarquía y declinó el honor que se le ofrecía, declarando que sólo asumiría el trono, una vez que la forma de gobierno definitiva fuera decidida por una asamblea competente. Con el rechazo del Gran Duque, el 16 de marzo (3 de marzo) de 1917, llegaba a su fin la centenaria Monarquía Imperial Rusa.

Pocos lamentaron la caída de los Zares. El “Domingo Sangriento” de la Revolución de 1905 había destruido la fe popular en la benevolencia del Emperador. Los pocos respaldos que pudieran quedarle al monarca fueron barridos por un gobierno incompetente, un deficiente liderazgo militar, los rumores de escándalo sexual dirigidos hacia la Emperatriz, a raíz de su cercanía con el monje Rasputín, y sospechas de simpatías pro alemanas en la Corte Imperial.

La caída de la monarquía fue precipitada por dos fuerzas: el movimiento de obreros-soldados y la oposición parlamentaria, extraída de la incipiente clase media rusa, representada por el Partido Constitucional Demócrata o “Kadete”. Estos grupos quedaron institucionalizados y enfrentados en lo que se conoció como “Poder Dual”. La Duma sabía que no tenía autoridad real sobre las masas movilizadas, que se sentirían mucho más representadas por el Soviet de Petrogrado. Los miembros del Soviet fueron invitados a formar parte del Gobierno Provisional, junto a los “Kadetes”, pero rechazaron formar parte de una “revolución burguesa”. Sólo el abogado del Partido Socialista Revolucionario, Alexander Kerensky, se sumó al gobierno y terminaría desempeñando un rol central en el mismo. Pero el resto de los miembros de su partido, así como los Mencheviques, que eran la otra fuerza dominante del Soviet, se mantuvieron al margen al comienzo.

Siguiendo la rígida lógica marxista, la mayoría socialista del Soviet evaluaba que Rusia estaba pasando por una “revolución burguesa” y debería pasar un largo camino de desarrollo capitalista que, en algún momento, la dejaría madura para la “revolución proletaria”. Algunos más exaltados, como los muy minoritarios bolcheviques, llegaron a proponer que el mismo Soviet se transformara en gobierno, pero los mencheviques y los socialistas-revolucionarios no quisieron dar ese paso, temerosos de causar una reacción violenta entre las fuerzas más conservadoras del Ejército.

El 15 de marzo (2 de marzo), el Soviet de Petrogrado aceptó admitir la existencia del Gobierno Provisional, en la medida en que éste llevara adelante un programa de reforma democrática. Pero no se sentía comprometido de antemano a seguir todas sus políticas, especialmente lo relacionado con la continuación de la guerra. Mientras el Gobierno Provisional se quedaba con el poder formal, el Comité Ejecutivo del Soviet era el auténtico dueño de Petrogrado (y, hasta cierto punto, de Rusia, dado el nivel de centralización administrativa del Imperio). En efecto, el Soviet controlaba la capital gracias a la influencia ejercida sobre la guarnición capitalina y sobre los trabajadores de sectores clave, como los transportes y las comunicaciones.

Abajo, una imagen digitalizada de la edición europea del “New York Herald” del 17 de marzo de 1917, que destaca en portada la noticia del momento: la caída del Zar de Todas las Rusias.




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Hace 75 años. 19 de marzo de 1942. Segunda Guerra Mundial. Sangre chilena en el mar

Hace 75 años
19 de marzo de 1942
Segunda Guerra Mundial

Sangre chilena en el mar

En el Pacífico, la lucha es enconada. Aunque siguen acorralados, los Aliados resisten como pueden y presentan batalla a los invencibles japoneses, siempre que pueden. El 13 de marzo de 1942, cinco “B-17” norteamericanos son lanzados desde Australia para atacar Rabaul, en Nueva Bretaña. Sólo uno de los aparatos alcanzó su objetivo, causando poco daño. Ese mismo día, una agrupación de cazas japoneses “Mitsubishi A6M Zero” ataca con sus ametralladoras y cañones las instalaciones de Port Moresby, en la Papúa Australiana. Al día siguiente, Port Moresby recibe la visita de bombarderos japoneses. Otra agrupación de aviones nipones, el 14 de marzo, deja caer su carga mortal en la Isla Horn, Queensland, Australia. El 15, es el turno de Madang, en el Territorio Australiano de Nueva Guinea, de ser atacado por bombarderos japoneses,  y el 16 de marzo, el importante puerto australiano de Darwin es nuevamente bombardeado por aviones japoneses, dueños absolutos del cielo, tanto como su poderosa flota es dueña absoluta de las aguas del Océano Pacífico.

El 15 de marzo de 1942, el general Douglas Mac Arthur, hasta entonces, a cargo de la defensa de Filipinas, deja el archipiélago a bordo de una “Fortaleza Volante”. El 18 de marzo, recibe el nombramiento oficial de Comandante Supremo del Área del Pacífico Suroeste. Mac Arthur tiene a su cargo los ejércitos, aviaciones y marinas de varias naciones, entre ellas, cuatro potencias de dimensiones imperiales. Los recursos de que dispone, sin embargo, a comienzos de 1942, son completamente insuficientes y ya no puede hacer mucho para evitar la derrota completa de Estados Unidos en Filipinas. Habrán de pasar muchos meses para que el célebre general norteamericano cumpla su propósito de reconquistar dicho territorio.

La locura nazi se deja sentir en un macabro escenario, todavía desconocido para gran parte del mundo. El 13 de marzo de 1942, el campo de concentración de Belzec, en Polonia, inicia su funcionamiento, cuando recibe sus primeros 6.000 prisioneros, mayoritariamente judíos. En Auschwitz, que ya funciona hace tiempo, alrededor de 1.200 prisioneros son calificados como “no aptos” para el trabajo. Las autoridades del campo determinan que se los retire del hospital de Auschwitz y se los lleve al campo de Birkenau, donde son asesinados. Es la “Solución Final”, implementada por los defensores de la “raza superior”.

En el Frente Oriental, los soviéticos lanzan un gran ataque en la Península de Kerch, intentando relevar a la asediada ciudad-fortaleza de Sebastopol. Los soviéticos gozan de superioridad numérica, tienen más tanques y aviones, pero no han logrado recuperarse de los efectos de la tiranía de Stalin y de la agresión de Hitler. El verano de 1942 los verá de nuevo batirse en retirada y sufrir algunas grandes derrotas, antes de que el Ejército Rojo se convierta finalmente en la imparable máquina de conquistas de 1944-1945. Al igual que en 1941, Hitler promete, en un discurso del 15 de marzo, que la victoria completa sobre la Unión Soviética se alcanzará a fines del verano…

A las 2.30 horas de la madrugada del 13 de marzo de 1942, se produce la única baja chilena por acción de guerra, cuando el vapor “Toltén” es torpedeado mientras realizaba el recorrido sin carga entre los puertos estadounidenses de Baltimore y Nueva York. Se perdieron las vidas de 27 marinos. Sólo sobrevivió el fogonero Julio Faust, que fue hallado por un guardacostas norteamericano, mientras se aferraba a una balsa. Kenneth Pugh Gillmore, marino en retiro e historiador, es el único que, en Chile, ha realizado una investigación minuciosa sobre este suceso trágico y desconocido de la historia naval de nuestro país. Además de pertenecer a la Armada, el autor se sentía especialmente unido al destino fatal del “Toltén”, porque un medio hermano suyo, Norman Pugh Cook, era el oficial de guardia al momento de producirse el hundimiento y se fue al fondo del mar, junto con el resto de los tripulantes.

El “Toltén”, hasta antes de la guerra, se llamaba “Lotta” y navegaba bajo bandera danesa. Había sido construido en 1938 por el armador Lauritzen y desplazaba 1.574 toneladas brutas. Al producirse la ocupación alemana de Dinamarca, en 1940, el malogrado vapor recibió un salvoconducto del gobierno británico para permanecer en Talcahuano, donde lo sorprendió la agresión germana, en vista de la promesa hecha por el gobierno chileno de seguir considerando a Dinamarca como un país neutral, a pesar de estar, de hecho, bajo el gobierno del “III Reich”. Otros cuatro mercantes daneses estaban en la misma situación: “Helga”, “Frida”, “Laila” y “Selma”. Poco después, no obstante, las cinco naves fueron requisadas y puestas bajo bandera chilena, en un acto de dudosa legalidad y que no fue reconocido por los gobiernos del Eje, en una irregularidad, cuyo peligro advirtió oportunamente el Cónsul General de Chile en Nueva York, don Aníbal Jara. El cónsul Jara adivinaba que, de encontrarse con algunas de esas naves y si lograba dar con su identidad, era poco probable que un capitán alemán, japonés o italiano considerasen que la bandera chilena fuera una protección legítima para su tranquila navegación.

En todo caso, no parece que la bandera enarbolada por el “Toltén” haya sido un factor importante al momento de producirse el ataque. Era de noche y los barcos neutrales debían seguir la regla de navegar con sus luces encendidas, de modo de hacerse reconocibles por los comandantes beligerantes. Sin embargo, mientras surcaba las aguas de la costa este norteamericana, el “Toltén” fue interceptado por un patrullero estadounidense, que nunca fue del todo identificado y que dio orden de apagar las luces. Y todos saben que un navío con las luces apagadas o utiliza bandera beligerante o es, al menos, sospechoso y susceptible de agresión legítima ¿Por qué el patrullero norteamericano dio la orden de encender las luces al “Toltén”? Es una respuesta que nunca conoceremos.

El hundimiento del “Toltén” podía ser un antecedente importante para la política exterior de Chile que, junto con Argentina, fueron las últimas naciones latinoamericanas en alinearse con Estados Unidos contra Alemania y sus aliados. Al igual que durante la guerra anterior, los capitanes alemanes no hacían distinciones entre las banderas neutrales y enemigas, a la hora de atacar buques mercantes que pudieran servir a los intereses de sus enemigos. Era una guerra total, en todos los frentes: militar, diplomático y económico.

Durante largo tiempo, se desconoció la identidad e incluso la nacionalidad del submarino responsable del ataque, aunque los gobiernos de Italia, Estados Unidos y Japón sugirieron que fuera alemán, dado que la “Kriegsmarine” se hallaba en medio de una intensa y exitosa ofensiva en el Atlántico y el Caribe. Después de la guerra, se supo que el “Toltén” fue torpedeado por el submarino alemán “U-404”, que comandaba el “kaptleutnant” Otto von Bulow, un distinguido oficial, que dirigía una experimentada tripulación y cuyos éxitos durante la guerra lo llevaron a recibir las hojas de encina para su “cruz de hierro”, por haber hundido más de 50.000 toneladas, una hazaña conseguida por otros famosos “ases”, como Günter Prien y Otto Kretschmer. Von Bulow no era un capitán que pudiera fallar un blanco y, detectando un barco oscurecido, no se le puede culpar de faltar a las reglas de combate.

En la fotografía, sacada del archivo de la Guardia Costera de Estados Unidos, se ve al “Toltén”, ya navegando bajo pabellón chileno, aunque todavía se lee “Lotta” en un costado de la nave.




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domingo, 12 de marzo de 2017

Hace 100 años. 12 de marzo de 1917. Primera Guerra Mundial. La Revolución de Febrero

Hace 100 años
12 de marzo de 1917
Primera Guerra Mundial

La Revolución de Febrero

El principal teatro de operaciones de la guerra, el Frente Occidental, se mantiene estancado debido al invierno. Británicos, franceses, alemanes y lo que queda del Ejército Belga restañan las heridas del Somme y de Verdún, listos para reiniciar la carnicería apenas la primavera devuelva el verde y las flores a los campos de Flandes. Pero en las periferias de la Gran Guerra, la actividad continúa.

El 11 de marzo, la Entente lanza una gran ofensiva para conquistar Monastir, en Macedonia. Los alemanes y sus aliados tiene a Rumania prácticamente anulada en los Balcanes y Rusia está cada vez más debilitada. Pero la mantención de tropas francesas y británicas en Salónica y en Macedonia, impide a los Imperios Centrales cerrar el frente sureste de Europa, obligándoles a mantener tropas en la región, hasta que la superioridad numérica y económica de la Entente coloque a los austro-alemanes en decisiva desventaja.

Más al Oriente, el centenario Imperio Otomano se tambalea por los golpes de una guerra que se vuelve en su contra. El 11 de marzo de 1917, Bagdad cae en manos británicas. La relevancia estratégica y simbólica de conquistar una de las ciudades más importantes del mundo musulmán es un golpe directo al corazón del Sultanato, del que ya Turquía no se recuperará. Durante este año, además, la revuelta árabe contra los turcos se verá muy incrementada. En Persia, en tanto, los cosacos rusos desplegados en los antiguos dominios de los Aqueménidas recapturan Kirmanshah, en el oeste del país. Pero será una de las últimas intervenciones del cuerpo expedicionario ruso, porque en estos mismos días, en Petrogrado, estalla la Revolución Rusia.

La llamada “Revolución de Febrero” (marzo en el calendario gregoriano) es, hasta cierto punto, el turno de fuerzas moderadas que intentaron cambiar la vieja autocracia zarista por un régimen que anhelaba las democracias parlamentarias de Occidente. Sin embargo, su estallido fue repentino y el gobierno salido de esta primera revolución de 1917 sufrió las indefiniciones propias de un sistema surgido de la espontaneidad de los acontecimientos.

Las causas inmediatas de la caída del Zar Nicolás II tuvieron que ver con la confluencia de mucha gente en las calles de Petrogrado. Fuertes nevazones, a comienzos de febrero, demoraron los trenes, exacerbando en las ciudades los problemas de suministro de harina, obligando a muchas panaderías a cerrar sus puertas por falta de materia prima. El 19 de febrero (4 de marzo de 1917), el gobierno anunció que, a partir del 1 de marzo (14 de marzo), se introduciría el racionamiento de pan. De inmediato cundió el pánico entre miles de familias de la capital, que corrieron hasta las pocas panaderías abiertas, desde las que se formaban largas colas de compradores. Además de harina, empezaba a escasear el combustible, obligando al cierre de varias fábricas. Los obreros parados por la falta de combustible aumentaron el flujo de gente en las calles, a lo que también contribuyó una repentina alza en las temperaturas.

El 23 de febrero (8 de marzo), las protestas contra la escasez de pan coincidieron con una pequeña marcha conmemorativa del Día Internacional de la Mujer. Al día siguiente, envalentonados por las manifestaciones, 200.000 obreros estaban oficialmente en huelga. Por primera vez desde 1905, la capital imperial era escenario de grandes manifestaciones. Las protestas contra la escasez y contra la guerra en general se habían hecho más frecuentes desde fines de 1916, pero no eran masivas y tendían a ser breves, porque los trabajadores no querían debilitar la posición de sus compatriotas que luchaban en el frente. Pero esta vez fue diferente. Para el 25 de febrero (10 de marzo de 1917), las demostraciones excedieron en escala todo lo que se había visto desde 1905. Personas de toda condición llenaron las calles de la capital y ya no se limitaban a pedir pan; se empezaban a ver pancartas que pedían la abdicación del Emperador y en las calles de Petrogrado se escucharon los sones de la Marsellesa. Fue frecuente que los cosacos enviados a restaurar el orden mostraran abierta simpatía hacia una revuelta que ya se transformaba en revolución en toda regla.

El comandante de la guarnición de la capital, general Sergei Khabalov, pensaba que lo mejor era evitar el enfrentamiento con las multitudes, a la espera de que la inquietud se disipara con la normalización del suministro de pan. Incluso Alexander Shliapnikov, jefe de los bolcheviques en la capital, no apostaba a un estallido revolucionario y pensaba que estaban frente a otro motín de alimentos. Sin embargo, esa noche, el Zar tomó la drástica decisión de usar el Ejército para restaurar el orden. Las tropas confiables, que no eran muchas, fueron desplegadas en ciertos puntos clave durante la mañana del 26 de febrero (11 de marzo) y, en algunos casos, dispararon sobre las masas desarmadas, trayendo de vuelta el inquietante recuerdo del “Domingo Sangriento” que, en 1905, encendió la revolución que casi destruyó el centenario Imperio de los Zares. Durante la guerra, las tropas ya habían disparado alguna vez contra los manifestantes y siempre había bastado para restaurar la autoridad imperial. Pero esta vez las cosas eran diferentes.

La mayor parte de la guarnición de Petrogrado permaneció en sus cuarteles durante la jornada del 26. Las acaloradas discusiones entre los soldados y los oficiales degeneraron en abierto motín de la mayoría de las unidades militares. Para el 27 de febrero (12 de marzo de 1917), los oficiales leales a la Monarquía perdieron el control de sus tropas, muchas de las cuales se unieron al fervor revolucionario de las calles, atacaron los cuarteles de la policía y se hicieron con el control de otros edificios de gobierno.

El 26 de febrero, el Presidente de la Duma, Mijail Rodzianko, había enviado un telegrama al Zar, donde alertaba el nivel crítico al que llegaba la situación en la capital. Nicolás, seguro de que Rodzianko exageraba, ni siquiera se dignó a responder al jefe de su asamblea legislativa, lo que dice mucho de su nivel de respeto hacia cualquier forma de autoridad que no emanara directamente de la “Autocracia”. Mientras el Zar, los ministros y los parlamentarios intercambiaban telegramas, los regimientos estacionados en la capital se iban plegando a la revolución. Para el 27 de febrero, los soldados amotinados eran miles y llevaban horas distribuyendo fusiles entre los obreros en huelga. Los revolucionarios derechamente derribaban los símbolos de la Monarquía por todas partes y el poder efectivo del gobierno en la capital desapareció.

La Duma, prorrogada por el Zar la misma mañana del 27, había quedado sin facultades legales para reaccionar, de modo que actuó, por primera vez, en contravención a las órdenes del monarca. Dominada por la oposición moderada del llamado “Bloque Progresivo”, la mayoría parlamentaria decidió formar un Comité Provisional, destinado a restaurar el orden y a convertirse en el órgano gubernativo de Rusia. Mientras el Bloque Progresivo sentaba las bases de lo que sería el Gobierno Provisional de Kerensky, una parte de los grupos socialistas reactivaban el “Soviet de Petrogrado”, que se convertiría en una especie de ente paralelo y rival del Gobierno Provisional. La disputa entre estos dos cuerpos sucesores de la Autocracia se resolvería en los siguientes meses. En todo caso, el Zar ya estaba fuera del escenario y era cuestión de días para que Nicolás II, el último Romanov en el trono de Rusia, fuera oficialmente depuesto.

En la fotografía, soldados sublevados de la guarnición de Petrogrado durante los sucesos de febrero-marzo de 1917.




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Hace 75 años. 12 de marzo de 1942. Segunda Guerra Mundial. Nueva Guinea

Hace 75 años
12 de marzo de 1942
Segunda Guerra Mundial

Nueva Guinea

Los submarinos del Eje siguen disfrutando de su “tiempo feliz” en la Batalla del Atlántico. El 6 de marzo de 1942, es otra jornada para olvidar en lo que respecta a los Aliados. El “U-505” hunde el tanquero noruego “Sydhav” frente a Sierra Leona, mientras que el sumergible italiano “Tazzoli” manda al fondo del mar dos embarcaciones esa misma mañana: el carguero holandés “Astrea” y el noruego “Tonsberg”. El “Finzi”, también de la “Regia Marina”, acaba con el carguero francés “Melpómene”. Al sur de Islandia, el pesquero británico “Rononia” es hundido por el submarino alemán “U-701”, mientras que el “U-587” hunde el carguero danés “Hans Egede” al frente de Newfoundland.

La flota de superficie de la “Kriegsmarine” también entra en acción. El mismo 6 de marzo, el acorazado alemán “Tirpitz”, escoltado por cuatro destructores, deja Trondheim, en Noruega, con órdenes de interceptar los convoyes “PQ-12” y “QP-8”, que hacen el tránsito entre Islandia y el puerto soviético de Murmansk. La “Royal Navy” se entera gracias a sus efectivos equipos de criptoanálisis y despachan una poderosa flota centrada en torno a los acorazados “HMS Duke of York”, “HMS King George V” y “HMS Renown”. Sin embargo, el mal tiempo obligará a la flota alemana a regresar a sus bases, sin poder alcanzar el grueso del convoy aliado. Sólo un mercante ruso, el “Izhora”, fue hundido por uno de los destructores alemanes, antes de que el almirante Otto Ciliax ordene el regreso a Noruega. Por el momento, no se repetirá una batalla como la que protagonizó el “Bismarck” en 1941.

En el Pacífico, los Aliados se retiran en todas partes ante el empuje japonés. En Birmania, las tropas de la “Commonwealth” abandonan Rangún, capital de la colonia, el 7 de marzo, no sin antes destruir las instalaciones petroleras, para evitar que caigan en manos japonesas. El 9 de marzo, el Ejército Imperial Japonés ocupa Rangún sin hallar oposición.

A las 10 horas del 8 de marzo de 1942, las fuerzas holandesas en Java, encabezadas por el Gobernador General, Tjarda Van Starkenborgh Stachouwer, y por el Comandante en Jefe del Real Ejército de las Indias Orientales Holandesas, general Hein Ter Poorten, se rinden a los japoneses. Tras la debacle sufrida por la flota aliada en las dos batallas del Mar de Java, la resistencia en la isla se había vuelto imposible.

En Nueva Guinea, la batalla por el control de la isla recobra intensidad. Los japoneses saben que la necesitan para aislar Australia, mientras que los norteamericanos están conscientes de que la necesitan para mantenerse dentro de la guerra en el Pacífico y para usarla como trampolín desde donde reconquistar las Filipinas. El general Douglas MacArthur, designado comandante de las fuerzas aliadas en el Suroeste del Pacífico, está determinado a no perder el control de la isla. El 8 de marzo, al amanecer, en la parte australiana de Nueva Guinea, buques japoneses bombardean las playas de invasión de Lae y Salamua. Las escasas tropas defensoras se retiran hacia la jungla, sin oponer mayor resistencia a la fuerza nipona de invasión. Los Aliados responden usando sus bombarderos, con una agrupación de “Hudsons”, que dejan caer sus bombas al mediodía sobre los transportes japoneses, sin causar mucho daño. Más tarde, una agrupación de “fortalezas volantes”, que es como fueron bautizados los “B-17” norteamericanos, atacaron la cabeza de playa japonesa.

El 10 de marzo, los Aliados atacan nuevamente desde el aire, pero ahora lo hacen con mayor intensidad. Una gran formación de bombarderos “B-17 Flying Fortresses”, “B-24 Liberator”,  “B-25 Mitchell” y “A-20 Havoc”, escoltado por cazas pesados “P-38 Lightning”, dejan caer sus bombas sobre un convoy japonés que dejaba suministros en Lae. Al mismo tiempo, 104 aeronaves de los portaaviones norteamericanos “USS Lexington” y “USS Yorktown”, atacan la flota de invasión anclada al norte de las playas de desembarco. Los Aliados pierden sólo un bombardero en picada “SBD Dauntless”, pero no causan mucho daño a los japoneses, que consolidan su cabeza de playa y restauran los aeródromos en Lae y Salamua, donde empiezan a aterrizar aviones japoneses ese mismo día.

En la fotografía, un “Boeing B-17, Fortaleza Volante”. Aunque el “B-17” ganó especial fama por su actuación en los bombardeos sobre Alemania y la Europa ocupada, su resistencia y efectividad también resultaron decisivas en el Pacífico. Bien agrupados, los “B-17” eran capaces de formar una potente barrera de fuego defensivo, que podía ser penetrada sólo por cazas adversarios determinados, bien armados y bien pilotados. Si además estaban bien escoltados por cazas de largo alcance y se reunían en grandes números, como ocurrió en las fases finales de la guerra, la combinación para los enemigos de Estados Unidos resultaba letal.




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domingo, 5 de marzo de 2017

Hace 100 años. 5 de marzo de 1917. Primera Guerra Mundial. El “Telegrama Zimmermann”

Hace 100 años
5 de marzo de 1917
Primera Guerra Mundial

El “Telegrama Zimmermann”

Son las últimas semanas del invierno boreal de 1917. Pronto los ejércitos podrán ponerse nuevamente en marcha, una vez que el frío, la lluvia, el barro y la nieve se retiren de los campos y especialmente de los caminos. Hay ciertos frentes de batalla, donde el invierno no influye tanto, dadas las condiciones climáticas particulares de esas zonas. Es el caso de Persia (actual Irán), donde se lucha fieramente. El 2 de marzo, tropas rusas capturan Hamadan, reafirmando su presencia en la zona de influencia que les corresponde defender de los turcos. Será una de las últimas acciones relevantes de los cosacos rusos desplegados  en Irán, antes del estallido de la Revolución de Febrero.

Un día antes de esta victoria rusa, Gran Bretaña consolida uno de sus mayores triunfos diplomáticos y de inteligencia de la guerra, cuando se publica, el 1 de marzo de 1917, en los medios estadounidenses, el llamado “Telegrama Zimmermann”, considerado uno de los detonantes directos de la entrada de los norteamericanos en el conflicto.

El asunto se remonta a enero de 1917, cuando los decodificadores británicos descifraron un mensaje enviado por el gobierno alemán a su embajador en México. El mensaje, remitido por Arthur Zimmermann, Ministro de Relaciones Exteriores del “Reich”, instruía a su embajador en el sentido de proponer al gobierno mexicano que atacara Estados Unidos, en alianza con Alemania, en caso de que Washington decidiera entrar en guerra con los alemanes, una opción más que probable, dada la reacción habida ante el reinicio de la guerra submarina sin restricciones. Asimismo pedía al gobierno de Venustiano Carranza que mediara entre Japón y Alemania, para incorporar al primero en la alianza y convencer a los japoneses de atacar a las potencias de la Entente en el Pacífico y en Asia.

Al comienzo de la guerra, el cable submarino que unía Berlín con sus embajadas había sido cortado por los británicos, de modo que Alemania no disponía de un medio seguro para comunicarse con sus diplomáticos en el exterior. El gobierno del Káiser convenció al entonces neutral Estados Unidos de que mantener abiertos los canales de comunicación dejaría puertas abiertas para la paz, de modo que Washington aceptó recibir los telegramas cifrados que el gobierno alemán enviaba a sus representantes en las distintas capitales del mundo, retransmitiéndolos a sus destinos en el mismo cifrado que los alemanes usaban.

Este mismo camino fue usado para la célebre comunicación enviada por Zimmermann a Ciudad de México el 16 de enero de 1917. Cuando el embajador estadounidense en Berlín preguntó extrañado por el contenido de un mensaje relativamente largo como era el “Telegrama Zimmermann”, se le respondió que se trataba de propuestas de paz. Pasó luego a Londres y, desde Londres, fue retransmitido al Departamento de Estado en Washington, que lo pasó a la embajada alemana ante Estados Unidos el 19 de enero. El equipo decodificador alemán luego lo descifró y reenvió a México a través de la oficina telegráfica de “Western Union”.

Gracias a sus avanzados sistemas de intercepción, los descifradores británicos de códigos pudieron interceptar y leer el telegrama dos días antes de que llegara a sus destinatarios. Si el telegrama no se usó antes, fue porque su hallazgo significaba admitir que los diplomáticos norteamericanos eran capaces de dejar pasar un mensaje que concertaba una alianza militar contra su país, usando sus propios medios técnicos. Y, aún peor, significaba revelar que Gran Bretaña, mientras declaraba su amistad por Estados Unidos, espiaba sus canales diplomáticos.

Sin saber bien qué hacer, el capitán de la “Royal Navy”, Reginald Hall, Director de la División de Inteligencia, decidió guardar el documento en su escritorio y ordenó que se decodificara por completo. También ordenó al teniente Nigel de Grey, que había conseguido interceptar y descifrar el mensaje, no contar a un alma lo que sabía.

Durante febrero, los británicos estaban seguros de que la guerra submarina sin restricciones empujaría a Estados Unidos a la guerra. Pero las airadas protestas diplomáticas y la interrupción de relaciones diplomáticas no daban paso a medidas más drásticas. Los británicos estaban nerviosos con una guerra que ya se alargaba demasiado y sabían que el gigantesco potencial económico, industrial y militar norteamericano podía romper el equilibrio en el Frente Occidental. De modo que, a comienzos de febrero, Hall notificó al gobierno británico de la existencia del telegrama y dispuso que se allanara el camino para poder presentarlo a los estadounidenses.

Los agentes británicos en México consiguieron una copia del mensaje, sobornando funcionarios de telégrafo locales y pudieron presentar el texto a los diplomáticos norteamericanos. Poco después, los servicios secretos norteamericanos obtuvieron su propia copia mediante la Western Union y el texto pudo ser decodificado nuevamente por De Grey, el 19 de febrero, ante la sorprendida mirada del secretario de la embajada estadounidense en Washington, Edward  Bell.

Convencido de su autenticidad, el Presidente Wilson puso el telegrama en conocimiento de los periódicos el 28 de febrero de 1917. Sin embargo, junto con una creciente antipatía hacia Alemania, existía también una profunda desconfianza hacia Gran Bretaña en la opinión pública norteamericana y la mayoría pensaba que todo se trataba de una elaborada falsificación. Sobre todo, existía un fuere sentimiento de no inmiscuirse en los sangrientos asuntos europeos, que los ciudadanos estadounidenses sentían ajenos. Wilson, por otro lado, no podía aportar muchas pruebas de autenticidad, sin exponer los medios usados por los británicos para obtener la información, comprometiendo su capacidad futura para obtener valiosa inteligencia.

La ayuda para cortar el nudo gordiano provino de los propios alemanes. En una conferencia de prensa del 3 de marzo, el propio Zimmermann admitió en público que el mensaje y su contenido eran verdaderos. El ministro alemán lo aceptó nuevamente en un discurso pronunciado ante el “Reichstag” el 29 de marzo. La diplomacia alemana daba una nueva muestra de increíble desatino y falta de tacto. No quedaba duda de que Alemania se preparaba para la guerra con Estados Unidos y, en el mismo telegrama, admitía que así probablemente sería a causa de la “despiadada” guerra submarina. La opinión pública norteamericana, dividida hasta hacía poco, ahora exigía que se actuara contra Alemania. Era cosa de semanas para que Estados Unidos declarara formalmente la guerra al Segundo Imperio Alemán, poniendo los recursos de un país riquísimo, con una gran población y altamente industrializado, cuyo territorio estaba demasiado lejos como para ser alcanzado por los horrores de la guerra, a disposición de la Entente.

Para cerrar la historia, la respuesta de Japón y de México a la propuesta de alianza fue negativa. El gobierno de Carranza consideró la propuesta, que consideraba recuperar Texas y Nuevo México, pero se dio cuenta finalmente que era imposible prevalecer militarmente si no se recibía ayuda directa de Alemania, algo imposible a todas luces. Japón, en tanto, presentó una airada negativa a cambiar de bando en medio de la guerra. Pasarían 20 años para que el Imperio del Sol Naciente diera el paso de luchar con Estados Unidos.


Abajo, una imagen digitalizada del “Telegrama Zimmermann” en versión codificada. Imagen tomada de http://ichef-1.bbci.co.uk/news/660/cpsprodpb/4493/production/_93355571_976549zimtelmontage.jpg


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Hace 75 años. 5 de marzo de 1942. Segunda Guerra Mundial. La Batalla del Mar de Java

Hace 75 años
5 de marzo de 1942
Segunda Guerra Mundial

La Batalla del Mar de Java

El 27 de febrero de 1942, elementos de la recién formada 1ª Brigada de Paracaidistas del “Royal Army” saltaron en Bruneval, cerca de Le Havre, Francia, y robaron una unidad de radar alemana en las mismísimas narices de las tropas de ocupación. Los comandos británicos sólo perdieron tres hombres. El resto pudo escapar a salvo por mar y llevar consigo el equipo capturado, cuyo estudio proporcionó a los británicos valiosa información en su campaña de bombardeo nocturno sobre Alemania.

En la Batalla del Atlántico, el 28 de febrero, el submarino alemán “U-578” ataca y hunde al destructor “USS Jacob Jones”, de la “US Navy”, que se lleva al fondo del mar a 80 de sus 110 tripulantes, frente a las costas de Delaware, Estados Unidos. El 2 de marzo, el “U-126” hunde el carguero noruego “Gunny”, 370 millas marinas al sur de Bermuda. El 3 de marzo, es el turno del transporte estadounidense “Mary”, hundido por el “U-129” al norte de la Guayana Holandesa (Surinam). En el otro extremo del Atlántico, el submarino alemán “U-68” echa a pique el carguero británico “Helena”, a 86 millas marinas al oeste de Monrovia, Liberia.

Británicos y germano-italianos siguen luchando sin darse cuartel para asegurarse el control de las vitales líneas de comunicación del Mediterráneo. El 2 de marzo de 1942, 16 bombarderos “Wellington” de la “RAF”, basados en Malta, atacan el puerto de Palermo, en Sicilia. Una de sus bombas alcanza el “Cuma”, un carguero italiano lleno de municiones, cuya explosión daña cinco buques de guerra y cuatro cargueros anclados en las cercanías. Al otro extremo de Europa, el 5 de marzo, el acorazado alemán “Tirpitz” zarpa hacia el Ártico desde Noruega, con la misión de interceptar los convoyes que se dirigen hacia la Unión Soviética.

En el Pacífico, entre el 27 de febrero y el 2 de marzo de 1942, las marinas aliadas del “ABDACOM” (“Comando Americano-Británico-Holandés-Australiano”, por su sigla en inglés) sufren una serie de desastrosas derrotas que marcan el punto más alto del poderío japonés. En los casi tres meses que habían seguido a Pearl Harbor, los japoneses aprovecharon el desorden de los mandos aliados que intentaban resistirse a su avance. Para vencer en la campaña, la Marina Imperial Japonesa tendría que destruir o neutralizar a la “US Navy” norteamericana, a la “Real Marina” británica, a la “Real Marina” australiana, a la “Real Marina” neozelandesa y a la “Real Marina de las Indias Orientales Holandesas”. En al papel, era una imponente fuerza multinacional que, sin embargo, recibió una serie de devastadores golpes de mano en los primeros días de la ofensiva japonesa y, en los siguientes meses, tuvo que batirse en retirada, perdiendo gran parte de sus unidades y muchas de sus principales bases. Además, a pesar de que la guerra era probable desde que Japón atacó China en 1937 e inminente desde la segunda mitad de 1941, las marinas aliadas nunca realizaron esfuerzos de coordinación, no digamos ya ejercicios conjuntos que los prepararan para hacer frente, como aliados, a un adversario que reunía en sus cubiertas a algunos de los mejores tripulantes y pilotos aeronavales del mundo, que contaban con excelentes buques y disponía de aviones que representaban el estado del arte de las ciencias aeronáuticas en 1941-1942.

Los japoneses no dudaron en aprovechar el desconcierto que reinaba entre los Aliados. Luego de neutralizar a los estadounidenses en Hawái y las Filipinas, Japón lanzó una serie de atrevidos asaltos en las posesiones coloniales británicas y holandesas. Para mediados de febrero, la Marina Japonesa inició el avance final para conquistar las Indias Orientales Holandesas. El ABDACOM ensambló una fuerza de tareas destinada a detener el avance japonés, que consistía en un puñado de cruceros y cierto número de destructores. Como la inmensidad del Pacífico obligaba a los japoneses a concentrar sus acorazados y portaaviones en otros escenarios, existía la posibilidad de que los restos de las marianas aliadas pudieran, al menos, demorar el avance japonés hasta que llegaran refuerzos.

El 27 de febrero de 1942, una fuerza de buques británicos, australianos, estadounidenses y holandeses, al mando del almirante holandés Karel Doorman, interceptó una agrupación de transportes japoneses, que se dirigía hacia el oriente de la gran isla de Java. Al mando de Doorman, navegaba el crucero ligero “HNLMS De Ruyter”, su buque insignia; el crucero ligero holandés “HNLMS Java”, el crucero pesado británico “HMS Exeter”, el crucero pesado estadounidense “USS Houston”, el crucero ligero “HMAS Perth”, dos destructores holandeses, dos destructores británicos y cuatro destructores norteamericanos. Escoltando a sus transportes, los japoneses desplegaban dos cruceros pesados, dos cruceros ligeros y catorce destructores.

En el papel, la lucha parecía equilibrada, pero las tripulaciones aliadas estaban exhaustas por llevar meses luchando sin cesar y su moral estaba mermada por lo que significaba una constante batalla en retirada, contra un enemigo que dominaba los aires y los atacaba permanentemente desde la superficie y desde el aire. Muchos buques aliados habían sufrido daños en los meses previos y la falta de bases hacia que el combustible y las municiones se hicieran cada vez más escasas. Los japoneses, en cambio, estaban frescos y tripulaban buques intactos hacia lo que esperaban sería una nueva victoria.

A las 17.00 hrs. del 27 de febrero, un impacto dejó fuera de combate al “Exeter”. Cinco minutos después, la flota japonesa logró acercarse a una distancia lo bastante corta como para hacer buen uso de sus torpedos “Tipo 93”, de mayor alcance que los torpedos aliados. En la primera andanada, el destructor holandés “Korteaner” fue hundido. Doormann ordenó que el “Exeter”, imposibilitado de seguir luchando efectivamente, se retirara con la escolta de dos destructores, perdiendo el destructor británico “Electra” en el proceso. Una vez que logró despachar al “Exeter”, Doormann ordenó enfilar nuevamente hacia los transportes japoneses, sin mucho efecto. Cuatro destructores estadounidenses tuvieron que dejar la batalla, tras quedarse sin torpedos y empezar a estar escasos de combustible. A las 21.00 hrs., el destructor británico “Júpiter” sufrió serios daños al impactar una mina plantada por los holandeses, en un episodio que dice mucho del pobre intercambio de información entre las marinas aliadas.

Antes de la medianoche, el almirante Doormann hizo un último intento contra los transportes de tropas japonesas, pero la superior calidad de los torpedos japoneses, combinada con su excelente entrenamiento para la lucha nocturna, hicieron la diferencia y, en pocos minutos, los dos cruceros holandeses terminaron en el fondo del mar, llevándose al almirante Doormann a bordo. El crucero estadounidense “Houston” y el australiano “Perth” se retiraron para evitar ser destruidos. Los aliados perdieron dos cruceros, que fueron hundidos, y un tercero, que resultó gravemente dañado. Y sufrieron el hundimiento de tres destructores. Los japoneses, en tanto, no sufrieron pérdidas significativas. Desde todo punto de vista, fue una indiscutible victoria para la Marina Imperial del Sol Naciente.

Dos días después, en la llamada “Segunda Batalla del Mar de Java”, el “Houston”, el “Perth” y un destructor fueron hundidos, mientras intentaban escapar a través del Estrecho de Sonda, que separa Java y Sumatra. En tanto, el “Exeter” y sus destructores escoltas fueron detectados y destruidos frente a Borneo. El desastroso balance se resumía en 10 buques y 2.173 marinos aliados perdidos. Ni un solo barco japonés fue hundido y apenas resultaron dañados. Las operaciones aliadas en el Sudeste Asiático se interrumpieron para lo que quedaba de 1942 y las fuerzas navales holandesas prácticamente desaparecieron. Los japoneses se habían hecho con el control de una región importantísima en la producción de alimentos y la cuarta en el ranking mundial de producción de petróleo. Por último, la ruta al Océano Índico quedaba abierta para los japoneses.


La resistencia en las Indias Orientales Holandesas se hizo imposible. Los restos de las unidades aéreas británicas desplegadas en el archipiélago se retiraron hacia Australia. Las últimas fuerzas británicas y holandesas se rindieron el 9 de marzo. El Imperio Japonés llegaba a su cenit.

En la fotografía, se ve la silueta del crucero británico “Exeter”, mientras recibe el nutrido fuego de los cruceros japoneses “Nachi” y “Haguro”, durante la batalla.






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