sábado, 27 de agosto de 2005

Las Dos Caras de la Gente


Jano era un dios romano que tenía dos caras. Era el dios de los cambios, de las puertas, de los inicios y de los finales. El primer mes del año se bautizó en su honor y de ahí las expresiones January, Enero, etc. La gente casi siempre es como Jano, individualmente y en grupo. A veces, mostramos una cara muy buena; a veces, podemos deformarnos a nostros mismos hasta aparecernos ante el resto como monstruos.

Nadie es absolutamente bueno, ni absolutamente malo. En mi experiencia, en la medida que cultivamos la bondad y las virtudes, mostraremos nuestra cara gentil la mayor parte del tiempo. Si, en cambio, cedemos a las malas inclinaciones y somos perezosos en tratar bien al resto, corremos el riesgo de atrofiar esos músculos del alma que nos hacen ser buena gente.

La mayoría de la gente tiene existencias comunes y corrientes. Así, sus acciones malas o buenas, serán acordes a esas circunstancias ordinarias. No vamos a ser asesinos en serie, pero podemos herir a las personas con actitudes: descortesía, mentiras, mal carácter, pequeñas deslealtades, decepciones, cobardías, no devolver ese llamado, no contestar ese mail, etc. Asimismo, no vamos a salvar el mundo, pero podemos convertirlo, desde nuestro espacio, en un lugar más vivible: la sonrisa a quien no me cae bien, confortar a quien tiene pena, acudir al amigo en problemas, regalonear a la polola que anda con mañas, cuidar al enfermo, dedicarle tiempo a los papás viejos, postergar nuestro dolor para suavizar el del resto, devolver un llamado aunque estemos cansados, dar algo grande sólo por darlo, calladamente y sin espearar recompensa, etc.

En circunstancias extraordinarias, claro está, nuestro nivel de bondad o maldad puede llegar a niveles insospechados, dependiendo una u otra alternativa de si en nuestra vida cotidiana hemos cultivado más virtudes o hemos sido más egoístas. Hombres que nos parecerían normales en otro contexto eran los guardias de los campos de concentración, así como los misioneros en África es probable que no tuvieran mucho de especial en su país de origen. Ahí está Hitler y Stalin, pero también está el padre Hurtado y la Madre Teresa de Calcuta; personas ordinarias que, bajo circunstancias extraordinarias, fueron más allá de lo humanamente bondadoso o lo humanamente cruel. La bondad está a la vuelta de la esquina de la cuadra de la maldad y viceversa. Todos nacemos buenos, pero podemos ser mejores si nos esforzamos o volvernos unos monstruos si no lo hacemos.

Mi punto, en definitiva, es el siguiente. A menudo nos desilusionamos de la gente, sobre todo cuando nos hacen malas pasadas, con o sin intención. El amigo(a) al que nunca le fallamos y que nos falló cuando más lo necesitábamos, la polola(o) que juró amor eterno y es sorprendida poniéndonos el gorro o que nos dice, de un día para otro que desaparezcamos de su vida y un largo etcétera.

La clave para ir sorteando con elegancia, alegría y esperanza esta galería de esculturas de dos caras, que es la vida misma, consiste en entender que en las circunstancias ordinarias en que nos toca casi siempre vivir, no podemos olvidar que la gente, aunque nos muestre su peor cara, puede luego mostrarnos un rostro luminoso muchas veces. Es cierto que en algunos casos eso no pasa con rapidez o derechamente no pasa nunca. Pero aun así, habrá otra gente por ahí que se esfuerza honestamente y la mayor parte de las veces procura mostrar su mejor cara y si no lo consigue, no lo hace de mala fe.

Este blog, la verdad, está inspirado en otros tres que leí hoy, donde se respiraba cierta desilusión, específicamente de tipo amorosa o de amistad. Y también a partir de experiencias mías recientes. El mensaje para esas personas y para todos, es que mantengan la vista al frente, porque sí hay gente buena que quiere y se merece nuestros mejores afanes, nuestras entregas más profundas y nuestros amores más desinteresados; y que lo van a valorar. Miren arriba, no reflexionen mirando al suelo; piensen y no olviden, para que haya aprendizaje, pero pongan atención a quienes les rodean, porque puede haber alguien extraordinariamente virtuoso dispuesto a querernos y no podemos saber quién es, si estamos mirando al suelo o mirando hacia atrás. Y miren a su alrededor sonriendo, porque nunca saben quién puede enamorarse de esa sonrisa.


Frase de Hoy: En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente. (Khalil Gibran)

martes, 23 de agosto de 2005

Dios y la Ciencia






Según un artículo publicado hoy en el New York Times y reproducido por El Mercurio, durante una conferencia en el City College de La Gran Manzana, un estudiante preguntó: “¿Se puede ser buen científico y creer en Dios?”

Herbert A. Hauptman, quien recibió el Nobel de Química en 1985, respondió categóricamente: “¿No!” Y agregó: “Este tipo de creencias es perjudicial para el bienestar de la raza humana.”

No puedo igualar los pergaminos académicos de Mr. Hauptman, así que voy a dejar que sus colegas más sabios que yo repliquen su temeraria afirmación:

· El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir (Albert Einstein, padre de la Teoría de la Relatividad, considerado como la mente más brillante del siglo XX)

· Las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el universo (Galileo Galilei, inventor del telescopio y precursor de las ideas sobre la gravitación universal)

· No se puede contemplar el orden magnífico que gobierna el universo sin mirar ante sí y en todas las cosas al Creador mismo, fuente de todo bien (Nicolás Copérnico, probó la esfericidad de la Tierra y defendió la Teoría Heliocéntrica)

· Te doy gracias, Dios Creador, porque me has concedido la felicidad de estudiar lo que Tú has hecho (Johannes Kepler, formuló las leyes del movimiento de los planetas)

· El orden admirable del sol, de los planetas y cometas tiene que ser obra de un Ser Todopoderoso e Inteligente (Sir Isaac Newton, dedujo la Ley de Gravitación Universal y fue uno de los inventores del cálculo, considerado como uno de los más grandes científicos de todos los tiempos)

· He rastreado las huellas de Dios en las criaturas (Karl von Linneo, padre de la botánica y fundador de la taxonomía)

· He estudiado y reflexionado mucho. Ahora ya veo a Dios en todo (Alejandro Volta, inventor del electrófono y la pila)

· Padre Nuestro, que estás en el Cielo… (Gregor Johann Mendel, padre de la genética, formuló las leyes de las herencia; la frase seguramente, la dijo muchas veces, porque…, era sacerdote agustino)

· Yo te aseguro que, porque sé algo, creo como un bretón; si supiera más creería como una bretona (haciendo referencia a que su ciencia no contradecía la fe de un simple campesino) (Louis Pasteur, fundador de la asepsia y la antisepsia modernas)

· Cuanto más comprendemos la complejidad de la estructura atómica, la naturaleza de la vida o el camino de las galaxias, tanto más encontramos nuevas razones para asombrarnos ante los esplendores de la creación divina (Werner von Braun, fue el responsable de poner en órbita el primer satélite estadounidense, en el programa Explorer; también participó en los proyectos Saturno y Apolo)

· En la innumerable cantidad de resultados siempre nuevos e indeterminados se puede ver la acción, la voluntad, el señorío de Dios (Pascual Jordan, fundador de la mecánica cuántica).

· Sólo conozco dos tipos de personas razonables: las que aman a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen (Blaise Pascal, inventor de la primera calculadora, elaboró un teorema geométrico que lleva su nombre, formuló un principio homónimo sobre la mecánica de fluidos y estableció la Teoría de la Probabilidad)


¿Éstos eran malos científicos, Mr. Hauptman…?


¿No será que no es la ciencia la que tiene problemas con Dios, sino más bien, algunos científicos tienen problemas con Él?


Frase de Hoy: La verdad no puede contradecir a La Verdad (Karol Wojtila, Juan Pablo II Magno, papa)

viernes, 19 de agosto de 2005

DO-RE-MI-FA-SOL (Versos para las princesas que se alegran al cantar)

Mariposa peregrina
que te posaste en mis jazmines,
partiste volando un buen día,
a conquistar nuevos jardines.
Y hallaste inviernos y tormentas
y desengaños y traición,
y te dijeron que no eras la princesa,
ni el melodioso ruiseñor
que cuando la vida le es adversa,
cantando sana el corazón.
Mas, te digo, ellos mentían,
ignorantes sin razón
y la verdad desconocían,
evidente como el sol:
eres la más linda princesita
y de los ruiseñores, el mejor.
Así que canta niña mía,
que cantando se va el dolor,
canta, linda princesita,
canta do-re-mi-fa-sol.

Canta intenso, canta alto,
mientras más fuerte mejor,
nunca pares, canta harto,
que aunque me halle tan lejano,
pueda aquí escucharte yo.
Que es el ritmo de tu canto,
el pulso de tu corazón
y las notas de tu encanto,
van haciendo tu canción.
Y mis oídos ya extrañaban
la melodiosa interpretación,
de esas notas que me alegraban
y me devolvían la ilusión.
Canta siempre, noche y día,
que tu ternura es canción;
canta siempre, princesita,
canta do-re-mi-fa-sol.

Cada vez que te despiertes
y por la noche al caer el sol,
incluso cuando sueñes,
sigue cantando tu canción.
Y no es tu canto solitario,
aunque no haya nadie en derredor,
porque es mi corazón tu escenario,
y soy tu más grande aficionado
y tu más fiel admirador.
Y si tuvieras tanta pena,
que perdieras la entonación,
si estuviera tu alma llena,
de llanto y de amargor,
recuerda a éste que en ti piensa
y que te pide un gran favor:
ahuyenta tus tristezas
como un loco trovador.
Canta y recuerda, niña linda,
que aquí siempre estaré yo,
para escucharte, princesita,
cantando do-re-mi-fa-sol.


Frase de hoy: Los que de corazón se quieren, sólo con el corazón se hablan (Quevedo).

martes, 16 de agosto de 2005

¿Por qué Termópilas?




Les contaré por qué elegí el título de Termópilas para mi blog y el nickname de Leónidas que, desde luego no es mi nombre, porque mis papás me quieren mucho y no me habrían puesto un nombre tan feo (mis disculpas si esto lo lee algún Leónidas).

Érase una vez, hace 25 siglos, un país pequeñito y dividido, que luchaba constantemente entre sí, muy pobre en recursos económicos, pero lleno de riqueza espiritual: poetas, filósofos, matemáticos, geómetras, geógrafos, historiadores, músicos. Este país se conocía (y aún se conoce) como Grecia.

Érase también el Rey más poderoso del mundo, que gobernaba el Imperio más grande que había existido. Éste gran señor era el Rey Jerjes de Persia. Su padre, Darío el Grande, había querido conquistar a los griegos, pero fue humillantemente derrotado en Maratón y murió antes de poder intentarlo otra vez. Diez años después, Jerjes lideró una expedición que, según la tradición, alineaba un millón de soldados y marinos.

Ante tamaña fuerza, todo parecía perdido para los pobres griegos. El Rey Jerjes estaba seguro de su éxito, pues desde la India hasta el Egeo nadie había resistido a sus imparables ejércitos. Era impensable que un puñado de comerciantes, pastores e intelectuales se atrevieran a resistir a su empuje. Pero se atrevieron…

Fue imposible para los minúsculos regimientos de hoplitas detener al enemigo hasta que penetró hasta el mismísimo corazón del país. Grandes ciudades fueron capturadas, templos milenarios fueron destruidos, miles de hombres libres se volvieron esclavos.

Cuando todo parecía perdido, sólo un milagro podía salvar a la cuna de la cultura occidental. Las marinas combinadas de todas las “poleis” griegas tenían una remota oportunidad de destruir a la enorme flota de Jerjes. Si lo conseguían, el descomunal ejército invasor, sin suministros, tendría que retirarse. Pero los hábiles marinos griegos necesitaban tiempo para organizarse. Alguien debía sacrificarse y contener a los persas, el tiempo suficiente para que una flota se formara, escondida tras una islita llamada Salamina.

Sin dudarlo, los espartanos, los soldados más valientes y mejor entrenados de Grecia, aceptaron el desafío. Su Rey se llamaba Leónidas. Y como apenas eran 300 hombres, tuvieron que elegir un punto que fuera factible defender con tan pocas fuerzas. El lugar escogido era el desfiladero de las Termópilas, un estrecho paso que une el Peloponeso con la Grecia central, flanqueado por las montañas y los precipicios.

Durante tres días, 300 valientes detuvieron a más de 300 mil enemigos. Sin posibilidades de auxilio, sin comida, sin agua, sin medicinas. Incluso, si le conseguían algo de tiempo a la flota, sus barcos apenas alcanzaban a la mitad de la escuadra enemiga… No había muchas esperanzas.

Traicionados por un griego llamado Efialtes, los espartanos fueron acorralados y atacados por la espalda. Al cuarto día, todos habían caído en sus puestos. Pero la flota alcanzó a reunirse, contra todo pronóstico venció al adversario… y Grecia se salvó.

En una inscripción para conmemorar la batalla, dejada en las Termópilas, todavía se puede leer: "Viajero, anuncia a Esparta que yacemos aquí en obediencia a sus leyes"

Leónidas y sus bravos dejan una gran lección en su baluarte de las Termópilas, convertido en morada eterna: la esperanza no puede ser lo último en perderse, porque siempre debe quedar el honor de la palabra empeñada, cumplida hasta el extremo. Siempre hay que luchar, aunque parezca que vamos a la derrota segura, porque de la lucha es del único lugar desde donde pude renacer la esperanza.


Frase de hoy: Se puede medir la valentía de un hombre por el trabajo que cuesta desalentarlo. (Savage)

martes, 9 de agosto de 2005

La Era de las Catástrofes














En los últimos días, se han conmemorado los 60 años de los ataques atómicos a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. Estos atroces bombardeos fueron los sucesos que coronan una época que Hobsbawm ha llamado "Era de las Catástrofes", por ser la época marcada por la incubación, desarrollo y consecuencias de las dos guerras mundiales.

Los fenómenos de la guerra y el odio, desdichadamente, siempre han acompañado al hombre. Pero a partir de los primeros años del siglo XX, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la Humanidad experimentó episodios de crueldad y horror a una escala nunca antes vista. Y no se trata sólo del avance tecnológico en los armamentos, capaces de matar más gente. Como nunca antes, durante los décadas posteriores a la Primera Guerra, se observan a menudo prácticas destinadas a suprimir comunidades completas o a castigarlas, asesinando, encarcelando o torturando indiscriminadamente a miles de hombres, mujeres y niños.

Las bombas de Hiroshima y Nagasaki representan el colmo de estos abusos, por la mezcla de fría precisión científica e inhumanidad. Desgraciadamente, no fueron el último episodio de terror de nuestra época. Sólo como ejemplo y en homenaje a los millones de víctimas de los horrores de los últimos cien años, paso a enumerar algunos de esos espantosos episodios:





  • Durante la Guerra Bóer, a fines del siglo XIX, el ejército británico interna a miles de personas en campos de concentración. Es la primera vez que los campos de prisioneros, antes usados para personal uniformado, son destinados a civiles. Mueren unas 20 mil personas, por carencia de alimentos, agua potable, medicinas e instalaciones apropiadas.
  • Durante la Primera Guerra Mundial, unos 800 mil armenios mueren por causa de la represión turca. Tras la guerra y luego de la derrota turca, los armenios que permanecieron en el reducido territorio turco, siguieron siendo víctimas de abusos. Se desconoces la cifra de víctimas de esta segunda oleada de terror, pero fue lo bastante horrible como para forzar a miles de armenios a optar por emigrar, especialmente hacia Rusia y Estados Unidos.
  • Luego de la Revolución de octubre de 1917 y en el proceso para controlar el poder, los comunistas desatan una feroz represión en todo el antiguo territorio ruso. En lo que pasó a denominarse Unión Soviética, los gobiernos de Lenin y Stalin son responsables de la muerte de entre 40 y 20 millones de ciudadanos rusos. Para dar una idea del ritmo, apenas a dos semanas de llegado al poder, el régimen comunista había asesinado a 10 mil opositores. En los siguientes 40 años, millones de personas fueron ejecutadas o murieron a causa de las espantosas condiciones de los campos de concentración comunistas, en cuyo modelo se inspiraron luego los nazis para su sistema del terror. Tras la muerte del nefasto Stalin, la lógica del terror al interior de la Unión Soviética se moderó, pero cada cierto tiempo los ciclos represivos se repetían y los ciudadanos soviéticos tuvieron que vivir bajo un régimen de terror, hasta la década de los '80.
  • Desde su ascenso al poder en 1933, los nazis se empeñan en aislar y, luego, destruir las comunidades judías de Alemania. Tras empezar la Segunda Guerra Mundial, en 1939, se aplicó la misma política en los territorios conquistados. Al rendirse Alemania en 1945, 6 millones de judíos habían muerto, en el marco de lo que los nazis llamaron cínicamente "Solución Final." Varios centenares de miles de gitanos y otras categorías de personas consideradas hostiles al régimen, siguieron su fatal suerte. A esta horrible suma hay que agregar 15 millones de muertos en los países ocupados, más de 3 millones de prisineros de guerra soviéticos muertos en los campos, más de un millón de deportados fallecidos, principalmente eslavos; y 1,6 millones de judíos y otras 8 millones de personas que sobrevivieron a los campos nazis, pero quedaron con secuelas para toda la vida.
  • Los "democráticos" aliados no lo hicieron mejor. Como revancha a los bombardeos aéreos llevados a efecto por los alemanes al comienzo de la guerra, los aliados, a partir de 1943 desencadenaron una espantosa campaña de bombardeo de las ciudades alemanas, aun más destructiva que los ataques a las ciudades británicas en la Batalla de Inglaterra. Como ejemplo, sólo el día 13 de febrero de 1945, se estima que entre 25 mil y 140 mil personas murieron asesinadas durante el bombardeo aliado a la ciudad alemana de Dresde. Las 80 mil víctimas de Hiroshima y las 75 mil de Nagasaki no fueron las primeras.
  • Luego de su victoria frente a Alemania, la Unión Soviética levantó un imperio que llegó a gobernar sobre la tercera parte de la población mundial, regida por gobiernos comunistas satélites, dirigidos desde Moscú. En los países comunistas de Europa (Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Hungría, Bulgaria, Rumania y Albania), se estima que el número de víctimas fatales superó el millón. En números netos, la China comunista vence con largueza: las represiones cobraron unas 65 millones de víctimas. En términos relativos, el régimen de Pol Pot, en Camboya, es el peor: con dos millones de muertos, en poca más de tres años, eliminó a un tercio de la población del pais. En Vietnam, las cifras se elevan por sobre el millón, sin contar las víctimas por la guerra que enfrentó al régimen comunista con su vecino del sur y con Estados Unidos. El régimen norcoreano, aún en el poder, ha acabado con la vida de unos 2 millones de personas. El régimen prosoviético de Afganistán asesinó a un millón y medio de personas. En los estados socialistas africanos, la cifra oscila entre el millón y medio y los dos millones de víctimas. En la Cuba de Fidel Castro, 100 mil personas han pasado por siniestros campos de concentración, más de 15 mil personas han sido asesinadas y casi el 20 por ciento de la población ha tenido que huir al exilio. En tanto, en el resto de América Latina, los movimientos comunistas subversivos han causado la muerte de unas 150 mil personas. Así, el movimiento marxista internacional totaliza entre 100 y 120 millones de muertes a su haber. Sin contar los sobrevivientes secuelados y las millones de personas que han debido vivir bajo una tiranía atroz.
  • En abril de 1994 la muerte en un accidente de aviación del general Juvenal Habyarimana y el avance del Frente Patriótico Ruandés desencadena una multitud de masacres en el país contra los tutsis obligando a un desplazamiento masivo de personas hacia campos de refugiados situados en la frontera con los países vecinos, en especial el Zaire (hoy República Democrática del Congo). En agosto de 1995 tropas zaireñas intentan expulsar a estos desplazados a Ruanda. Catorce mil personas son devueltas a Ruanda, mientras que otras 150.000 se refugian en las montañas. Más de 500.000 personas fueron asesinadas y casi cada una de las mujeres que sobrevivieron al genocidio fueron violadas. Muchos de los 5.000 niños nacidos fruto de esas violaciones fueron asesinados. Probablemente, nunca se sabrá cuántos muertos provocó. Se calculan entre 800.000 y 1.000.000. Si fueron 800.000 equivaldrían al 11 por ciento del total de la población y 4/5 de los tutsis que vivían en el país. Tampoco se sabe cuántas víctimas ha provocado la venganza tutsi. Aunque se suele hablar del "otro genocidio".

Si es difícil hacer una contabilidad exacta de las víctimas fatales de estas atrocidades, es más complejo aun estimar el número de víctimas de torturas, deportaciones, violaciones, exilio, vejaciones o hambre, que pudieron sobrevivir, pero que quedaron con secuelas para toda la vida, en su cuerpo, su mente y su espíritu. Por otro lado, es imposible cuantificar en términos numéricos la profunda huella de sufrimientos causados en las sociedades donde influyeron. Ciertas clases de heridas son difíciles de calcular ¿Cómo cuantificar el sufrimiento de millones de mujeres que no volvieron a ver a su hijo, su hermano, su esposo? ¿Cómo curar el dolor de una mujer sometida a torturas y abusos sexuales inimaginables durante meses? ¿Cómo compensar el resentimiento de alguien que perdió a sus padres y hermanos en una purga? ¿Cómo devolver la cordura a quien terminó volviéndose loco por los padecimientos sufridos en un campo de concentración? ¿Cómo devolver la convivencia cívica a países sometidos durante decenios a una tiranía atroz? ¿Cómo saber de qué logros habrían sido capaces, de haber gozado de una existencia en libertad? ¿Cómo devolverles—en suma— las oportunidades perdidas?

Los anteriores son sólo unos pocos entre los más conocidos genocidios de la historia reciente. Aquellos que, como yo, hemos combinado la vocación periodística con el estudio y enseñanza de la historia, tenemos el deber de impedir que el olvido arrastre la memoria de las víctimas anónimas quienes, la mayoría de las veces, no sabían por qué eran asesinados o encarcelados. Sobre todo, porque estas atrocidades quedaron todas casi completamente impunes. Y siguen quedando así, porque la dinámica del odio sigue presente en muchas partes del globo, desde donde nos llegan a menudo los reportes de los medios de comunicación con las noticias de persecuciones políticas masivas, limpiezas étnicas o intolerancias religiosas.

Esto debe ser también un recordatorio para que el mundo adquiera conciencia de que nunca es lícito dañar a otro ser humano injustificadamente. Y, por último, espero que resulte en una pequeña compensación para los millones de sobrevivientes de las tragedias, que no hallan foros para alzar la voz y pedir, si no justicia, al menos, tribuna. Aquí la tienen.

lunes, 8 de agosto de 2005

Luchar sin descanso


En los inicios de la República, Roma no tenía ejército permanente, lo que resulta llamativo si consideramos que, siendo un estado relativamente joven, ya era una potencia temida y respetada por sus vecinos cartagineses, griegos, galos y otros tantos, que periódicamente habían probado las bien afiladas espadas romanas.

Recién en el siglo I a. de C., durante la dictadura de Cayo Mario, se organizó definitivamente el sistema de las legiones, que fueron invencibles durante más de 300 años. Pero antes de eso, el mecanismo era mucho más simple: cuando había guerra, los ciudadanos y campesinos de Roma y el resto de Italia, debían acudir a filas para defender la República.

Para una población que vivía fundamentalmente de la agricultura, esto encerraba muchos inconvenientes. Es cierto que la guerra presentaba a menudo el atractivo de los botines, abundante oro, honores y bellas esclavas; pero a medida que Roma se expandía y las guerras se empeñaban en regiones más alejadas, los soldados-ciudadanos se veían obligados a pasar mucho tiempo, años a veces, alejados del hogar y sus trabajos. Además, como los ejércitos se hacían cada vez más grandes, se hizo difícil que el botín se repartiera de manera equitativa entre todos los soldados.

Así, salvo los oficiales de alto rango y unos pocos afortunados, la mayoría de los soldados volvían de la guerra viejos, pobres, cansados y llenos de ciactrices. A su vuelta, sus campos estaban cubiertos por la maleza y encontraban a sus mujeres e hijos agoabiados por las deudas. Claro, siempre y cuando, no hubieran tenido que partir sus hijos a las guerra también... y hubieran tenido la fortuna de sobrevivir.

Lo sorprendente es que el sistema resultó notablemente eficiente durante varios siglos. Desde el punto de vista militar, la pequeña aldea del Lacio se convirtió en la capital de un gran imperio. Y aunque muchas veces los campesinos se veían obligados a vender sus tierras o convertirse en inquilinos de un terrateniente, muchos de ellos se las arreglaban para reconstruir sus granjas y sobrevivir. Siempre dispuestos a responder si Roma los llamaba de nuevo a cumplir con su deber.

Una y otra vez, partían a luchar. Una y otra vez, regresaban a reconstruir. Generación tras generación. De padre, a hijo, a nieto. Y en los ejércitos de Roma, las deserciones y la indisciplina casi no existían. Nada los desalentaba, ni la vejez, ni las heridas, ni las pérdidas de seres queridos, ni las deudas, ni las derrotas. Eran invencibles, no porque no fuera posible ganarles, sino porque nunca estaban dispuestos a rendirse.

Dan ganas de retroceder en el tiempo y entrevistarse con uno de esos valientes soldados, para que me dijeran de dónde sacaban la fuerza para levantarse siempre, sin importar lo que pasara, y recomenzar la lucha, ya fuera contra los enemigos de Roma o contra la maleza de los campos. De dónde sacaban la valentía para luchar sin descanso, sin rendirse.