viernes, 29 de julio de 2005

La Paradoja del Elefante


He aquí una historia que leí hace mucho tiempo. Me parece que deja una lección muy interesante. Espero que mi memoria sea capaz de reproducirla de la manera más fiel posible:

Una de las cosas que más disfrutaba siendo niño, era ir al circo con mi abuelo. Los payasos, los acróbatas, los trucos, los trapecistas, los domadores. En fin, me parecía un universo mágico. Día día se repetía la misma función, sin alteraciones, durante la temporada en que la enorme carpa multicolor se mantenía erguida en ese peladero situado en el centro de la ciudad. Pero siempre era capaz de hallar algo nuevo, un detalle que se me había escapado, un truco que no había apreciado bien, una pirueta de un trapecista que había pasado por alto.

Después de cada función, paseábamos con mi abuelo alrededor de la carpa del circo, donde se exhibían las fabulosas fieras que participaban en el espectáculo: tigres reales, panteras, leones africanos, boas y, desde luego, elefantes.

El elefante me parecía especialmente fascinante. A simple vista, era un animal tranquilo, que llevaba enormes cantidades de comida a su boca, usando su trompa, sin importarle mucho los impertinentes espectadores que se acercaban a observarlo. Y, sin embargo, estaba consciente de que, si el elefante hubiera querido, podría haberme aplastado con la misma facilidad con la que masticaba las toneladas de verdura que le daba su domador.

Pero siempre hubo un detalle que no entendía. El elefante, animal grande y poderoso, tenía su pata delantera izquierda ceñida por un anillo metálico oxidado, unido a una estaca de unos pocos centímetros, mediante una cadena vieja y más bien delgada, considerando la fuerza que los elefantes tienen. Parecía poca cosa para mantener semejante animal a raya.

Un buen día, acosado por la duda, simplemente le pregunté a mi abuelo, que me parecía el hombre más sabio del mundo y que de seguro tendría una respuesta satisfactoria para tan inquietante paradoja.

-"Abuelo -pregunté- ¿por qué está encadenado el elefante?"

-"Es para que no se escape"- respondió mi abuelo.

-"Pero abuelo -repliqué-, el elefante es muy grande y la cadena se ve muy pequeña, como para sostenerlo. Yo creo que si el elefante decidiera escaparse, podría romper la cadena o arrancar la estaca con facilidad."

-"No te preocupes -contestó mi abuelo, mientras sonreía y me acariciaba la cabeza, despeinándome-, el elefante no se va a escapar, porque está entrenado"

-"Bueno -insistí-, y si está entrenado ¿por qué le ponen cadenas?"

Mi abuelo, algo perplejo, no supo qué contestar. Y ante mi insistencia por hallar la verdad, compró mi silencio con una manzana confitada.

Nadie pudo explicarme la paradoja del elefante y tuve que crecer resignado a que era de esas cosas que, sencillamente, no tienen respuesta en la vida. Pero cuando llegué a la vida adulta, entendí qué había pasado con el elefante del circo.

Cuando el elefante llegó a vivir al circo, siendo apenas un cachorro, lo mantuvieron sujeto con esa frágil cadena. Durante meses, el elefantito, apenas hallaba la oportunidad, trataba de zafarse, pero no había crecido lo suficiente como para que sus fuerzas bastaran para zafar la cadena.

Y un buen día..., se rindió a estar encadenado para siempre. Y siendo ya un elefante adulto, imponente y fuerte, seguía creyendo que no tenía la fuerza para recobrar su libertad.

El problema del elefante, entonces, no era que no pudiera romper sus cadenas, sino que creía que no podía o, más bien, no creía en sí mismo, lo suficiente como para hacer ceder sus cadenas.

Creer es poder. Nunca te rindas. No hay imposibles. Lucha sin tregua. Persiste sin pausa. Cree sin dudas. Vive sin miedo.

martes, 26 de julio de 2005

El Honor y el Éxito

¿Han visto películas ambientadas en Japón? Fíjense en una idea que se repite constantemente: el honor.

Los japoneses tienen tremendamente internalizado el sentido del honor. El honor tiene que ver, fundamentalmente, con que nuestras acciones respondan a lo que decimos que son nuestras convicciones. Por otro lado, consiste en que esas mismas acciones sean consecuentes con lo que le decimos al resto que vamos a hacer. En otros términos, con la palabra empeñada, a nosotros mismos y al resto.

El honor es el vínculo que, cuando se respeta, se convierte en la mayor garantía de buena convivencia y respeto por los demás. No tiene que ver con la religión, por eso implica promesas, palabra dada, nunca juramentos, que son más teatrales y deben ser reservados para casos excepcionales, como contraer matrimonio, asumir un alto cargo de fe pública, etc.

Por lo mismo, el sentido del honor es transversal a culturas y religiones, permitiendo generar confianza entre personas muy distintas. A su modo, todas las civilizaciones han elaborado algún código no escrito sobre esas cualidades de mujeres y hombre de bien, que cumplen siempre sus obligaciones con el resto y consigo mismo. Y quien cumple su deber, quien dedica el máximo de tiempo y energía a actuar, en cada segundo, de la mejor manera posible, según lo que buenamente entendamos que es correcto; en fin, quien vive con honor, va a tener éxito necesariamente, si es constante en sus propósitos y éstos son honrados.

Los japoneses son un excelente ejemplo. Tienen algunas costumbres que chocan, sin duda, como el "seppuku", el suicidio ritual de los samurai, que prefieren la muerte al deshonor. No es el estilo de nosotros, los occidentales, aunque un hombre que busque el honor debe estar dispuesto a dar todo por recuperarlo, si lo ha perdido, incluyendo la vida, de ser necesario, y eso incluye al honor cristiano-occidental tambien.

Pero lo que quiero destacar es que los japoneses son un pueblo que vive y respira honor, por eso son tan disciplinados. Y como son tan disciplinados, son previsibles en cuanto a lo que van a hacer: siempre se van a empeñar al máximo, hasta el límite, por hacer una tarea bien hecha, retribuir las confianzas y responder a las expectativas.

Su historia lo demuestra. Allá por el siglo XV, devolvieron a los temibles mongoles de una patada al mar. A mediados del siglo XIX, las potencia coloniales quisieron forzarlos a ser vasallos. Pero los japoneses aprendieron de Occidente lo que necesitaban y se convirtieron en potencia mundial. Si en 1841 eran un pueblo semifeudal y atrasado, en 1941 tenían a EE.UU. casi de rodillas. Para ganarles la guerra, hubo que tirarles dos bombas atómicas.

Luego de la guerra, vino el "milagro" japonés, que los convirtió nuevamente en potencia mundial, pero ahora en los negocios y la industria. Y eso tiene una razón, porque quien suscribe un acuerdo de negocios con los japoneses, puede estar seguro de que lo van a honrar hasta las últimas consecuencias. Las reglas son claras, porque responden al honor.

Por eso, cuando me dicen que ha pasado de moda el honor, con todas las virtudes derivadas del mismo (caballerosidad, honestidad, lealtad, hombría de bien, gentileza, confianza, respeto, cortesía, honradez, valentía, patriotismo, determinación, laboriosidad, disciplina, esfuerzo), respondo que prueben a subirse a un buen auto japonés, que usen un buen electrodoméstico japonés o utilicen un buen equipo eletrónico japonés. Eso no siempre es fácil, desde luego, porque los productos japoneses suelen ser más caros, porque tienen mejor calidad, porque están mejor hechos..., porque están hechos con honor.

Bien por los japoneses y por todos los hombres de honor.

viernes, 22 de julio de 2005

Los Milagros del Tepeyac

Era principios de diciembre de 1531, cuando un indio macehual, llamado Juan Diego, caminaba muy de madrugada desde su pueblo a Ciudad de México, sin sospechar la serie de eventos extraordinarios que se iban a desencadenar ese día y lo iban a convertir en uno de los americanos más célebres de todos los tiempos.

Juan Diego, según las tradiciones orales mejor documentadas, habría nacido hacia en 1474 en Cuauhtitlán, en el reino de Texcoco, de la etnia de los chichimecas. En su lengua materna se llamaba Cuauhtlatoatzin, que puede traducirse como “el águila que habla” o “el que habla con el águila”. Ya adulto, como muchos otros amerindios, se sintió profundamente atraído por la doctrina cristiana. A las poblaciones que vivían sometidas bajo el fabuloso Imperio Azteca, la religión traída por los conquistadores debe haberles parecido tremendamente novedosa. El culto azteca demandaba sacrificios humanos para contentar a sus divinidades, de manera que una predicación que hablaba de la hermandad y la igualdad de todos los hombres necesariamente tiene que haber producido enormes efectos entre los espíritus más sensibles y un gran alivio entre aquellos pueblos que usualmente eran conquistados para ser sacrificados a los dioses aztecas.

Luego de entrar en contacto con los padres franciscanos, llegados a México en 1524, Juan Diego decidió bautizarse junto con su esposa, María Lucía, con quien además celebró un matrimonio cristiano. Infortunadamente, María Lucía murió en 1529, de manera que al producirse los maravillosos sucesos del monte Tepeyac, Juan Diego era viudo.

Ese sábado 12 de diciembre de 1531, justo al amanecer, al pasar frente al cerro Tepeyac, Juan Diego escuchó una voz que le llamaba desde la cumbre, diciendo:

—“Juanito, Juan Dieguito”


Intrigado, llegó hasta la cima, donde se encontró con la imagen de una mujer mestiza de sobrehumana belleza, adornada con vestidos cuyo brillo era enceguecedor. La bellísima aparición habló así:

—"Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?... sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la Tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en Mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído... Hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo"


Arrodillado y estupefacto, pero convencido de la verosimilitud de la aparición, Juan Diego contestó simplemente:

—"Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo"


Era imposible negar la voluntad a un pedido semejante, así que el indio se dirigió al palacio episcopal, donde fue recibido por Fray Juan de Zumárraga, a la sazón, obispo de México. El obispo fue lo suficientemente atento como para escuchar a Juan Diego, pero debe haber pensado que, en vez de la Virgen, se la habían aparecido algunas botellas de tequila. No quiso ser descortés, pero ante la insistencia del persistente indio, replicó el obispo:

—"Otra vez vendrás, hijo mío y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido"


Triste por no haber podido cumplir el encargo, Juan Diego volvió a la cumbre del Tepeyac, donde encontró a la Señora exactamente en el lugar donde la había dejado y le habló con estas palabras:

—"Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto... Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizá invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro."


Pero María insistió:

—"Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido."


El trabajo del obispo de México, apenas a diez años de la conquista del enorme Imperio Azteca, debe haber sido extenuante. No sólo debía dirigir prácticamente la evangelización de casi todo el continente americano, sino que además era su encargo limar las asperezas entre los grupos de conquistadores y, especialmente, vigilar porque los indios fueran tratados dignamente por los españoles, cosa que no era nada fácil. No obstante, cuando Juan Diego se presentó nuevamente, el prelado lo recibió, pero algo fastidiado, le pidió como prueba una señal milagrosa de la veracidad de su relato.

Al día siguiente, su tío Bernardino, con quien vivía, amaneció gravemente enfermo. Así que Juan Diego partió a la capital en busca de un confesor. Ingenuamente, evitó pasar cerca del Tepeyac, para no ser detenido por la Virgen, pero Ella se le apareció en el camino y le habló así:

—“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó... Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.”


Juan Diego hizo como le ordenó la Señora y subió a la cumbre nuevamente. Ante sus ojos hallábanse las más delicadas rosas de Castilla, cosa que era extraordinaria por varias razones, entre otras, por tratarse de México y no Castilla, y porque habían crecido de la noche a la mañana en un pedregal congelado por el hielo invernal de la sierra mexicana. A falta de otro elemento, Juan Diego envolvió cuidadosamente las rosas con su larga ruana y volvió a la presencia de la Virgen, quien le ordenó lo siguiente:

—“Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla: Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”

Tras referir al ya algo cansado obispo lo que había visto, Juan Diego abrió su poncho, esparciéndose las flores por el suelo. Y en el espacio que estaba cubierto por las rosas…, apareció la imagen de la Virgen de Guadalupe que, todavía hoy, casi 500 años más tarde, sigue venerándose en el santuario de Guadalupe del Tepeyac. El obispo Zumárraga, sorprendido y avergonzado, se arrodilló a los pies de la imagen y acercándose a Juan Diego, le desató con delicadeza el manto del cuello y lloró a los pies del persistente indio, a quien no había querido creer.

Como había sido predicho en las Escrituras, los humildes eran enaltecidos por sobre los poderosos.

Otro detalle extraordinario es que la Virgen, según el relato de Juan Diego, le habló en náhuatl, su lengua materna. En efecto, se presentó como “Coatlallope”, que puede traducirse por “la que aplasta la serpiente.” A los españoles les sonó a su familiar Guadalupe, el nombre de una advocación con que se veneraba a la Virgen en una basílica extremeña, construida por Alfonso XI en 1340. En otras palabras, la Señora se presentó de manera que, tanto indios, como conquistadores, la reconocieran y entendieran de Quién se trataba.

Apenas a diez años de ocurrida la conquista, no había mestizas que tuvieran la edad que representa la imagen que quedó impresa en la ruana de Juan Diego. Si a eso sumamos el significado místico de la aparición, se puede decir que, en la cima del Tepeyac, empezaba a cerrarse la conquista de las Indias y se iniciaba el nacimiento de América.

Pero los prodigios no terminan aquí. La ruana que usaba Juan Diego ese día, era un burdo tejido confeccionado con fibras de maguey, denominado ayate, y que, usualmente se usaba para acarrear cosas. No era la tilma, hecha de tejido más fino de algodón, que normalmente habría sido utilizada para el vestido. En el apuro por buscar un confesor para su tío, es posible que Juan Diego se vistiera con la primera prenda que halló a mano.

La trama del ayate es muy tosca y tan sencilla, que se ve fácilmente a través de ella. Además, el maguey es un material tan fácil de corromper, que sería el último material que un artista elegiría para usar como lienzo de una pintura.

No es posible describir toda la simbología de la imagen sin haberla visto y, aun así, se han hecho acabados estudios científicos sobre la imagen, que no han terminado de descifrar todos los detalles misteriosos. Pero en sí misma, está cargada de significados de gran relevancia para la historia de América.

De partida, al presentarse como una mestiza, la Virgen asumió como suyo el dolor de miles de niños que eran víctimas frecuentes de odiosas discriminaciones. En efecto, los soberbios españoles se impusieron como una elite sobre las masas indígenas y solían tratar a los mestizos con muy poca consideración. En tanto, los indios puros, que hasta hace poco habían sido los dominadores de la sofisticada civilización azteca, no ocultaban su desprecio por estos pequeños nacidos de las indias que habían cometido la “imperdonable falta” de mezclarse con estos bárbaros venidos desde el mar.

El cuadro conservado hasta hoy en la moderna basílica del Tepeyac, mide aproximadamente 168x104 centímetros. La imagen de la Virgen ocupa unos 142 centímetros del mismo. Está de pie, con el rostro levemente inclinado, de manera que el empate que une las dos piezas del tejido no atraviese su cara. Está revestida de un manto azul estrellado, como el que usaban los grandes personajes en el Imperio Azteca, y se muestra rodeada de los rayos del sol.

La joven doncella mestiza está embarazada de unos pocos meses, de acuerdo al lazo negro que circunda su cintura, que significaba el estado de gravidez. Además, el vientre se ve ligeramente abultado y los resplandores solares son más intensos a la altura del mismo. Su pie aplasta una luna negra, considerada el símbolo del mal para los antiguos mexicanos y el ángel que la sostiene, lleva alas de águila, el ave asociada al mito fundacional de Tenochtitlán.

Las frecuentes luchas civiles de México han tenido al ayate de Guadalupe entre sus víctimas. Más de una vez, grupos anticlericales intentaron destruirlo con ácidos, pero la imagen no sufrió daño alguno. En 1921, un desconocido ocultó un explosivo de alto poder en medio de una ofrenda floral. La explosión causó severos destrozos, al punto de retorcer un crucifijo de metal que se encontraba al lado de la imagen. Lo extraordinario es que ni siquiera se rompió el cristal que cubre la imagen.

Los prodigios del Tepeyac han dado la vuelta al mundo y lo han convertido en el santuario mariano más visitado, superando a Fátima y Lourdes, con sus 20 millones de peregrinos al año. Sólo en cada 12 de diciembre, se calcula que llegan unas 3 millones de personas a venerar la imagen.

Imposible calcular cuántas manos han tocado la imagen en señal de respetuosa veneración y cuántas veces fue besada, antes de que se enmarcara con un vidrio para protegerla. La fibra de maguey, que es vegetal, se descompone a los 20 años, como máximo, como ha ocurrido, de hecho, con reproducciones que se han elaborado usando este frágil material…, pero el ayate del Tepeyac ha resistido incólume durante casi cinco siglos, a pesar del polvo y la humedad, elementos a los que el material de la imagen es refractario, en un fenómeno que los expertos simplemente no han podido explicar. Y no sólo no se ha deshilachado una sola fibra, sino que ha mantenido sin desteñirse su acabada policromía.

Lo que ya dijo basta es la pintura. Richard Kuhn, premio Nobel de química de 1949, tras estudiar la imagen explicó que los trazos no podían identificarse con pigmentos minerales, ni vegetales, ni animales. Su origen es desconocido y su ubicación en la tabla periódica de elementos, imposible.

La forma en que fue pintada también resulta incomprensible. Es frecuente encolar las pinturas o utilizar algún procedimiento preservante para evitar el envejecimiento de los lienzos. No obstante, científicos de la NASA, han estudiado la impresión con aparatos infrarrojos y han descubierto que carece completamente de engomados o preservativos. Cuando se realizó ese estudio, además, se descubrió otro detalle sorprendente: la imagen no tiene esbozos previos, como se aprecia en la mayoría de las obras de los grandes maestros, sino que fue plasmada directamente, sin tanteos ni rectificaciones, tal cual se la podía ver en el siglo XVI y ahora en el siglo XXI. Tampoco presenta rastros de pinceladas, de modo que es una técnica desconocida en la historia de la pintura.

Hace ya algunos años, un famoso oculista de nombre Lauwoignet, analizó la imagen con un poderoso lente de aumento. Maravillado, se encontró con que, dentro de la pupila, se veía reflejada lo que parecía una escena en que estaban reunidas varias personas. Y estamos hablando de una minúscula pupila de unos escasos milímetros.

Pero el prodigio no terminó ahí. Con los avances técnicos actuales, por medio de la digitalización y aumento de la imagen, se ve que en la pupila quedó impresa, en ese lejano 1531, lo que, sin duda, parecer ser… una fotografía.

En la pupila de la Señora quedó impreso lo que la imagen “vio” al momento de aparecer bajo las rosas de Castilla. Tras digitalizar y ampliar la imagen más de dos mil veces, se observan los siguientes detalles de la escena: un indio en el acto de desplegar su ruana ante un religioso, un franciscano por cuyo rostro se desliza una lágrima, un hombre con la mano sobre la barba, en señal de estupefacción; otro indio en actitud de rezar; unos niños y varios religiosos más. Es decir, en la imagen microscópica de la pupila se aprecian todos los detalles de la escena que describió el Nican Mopohua, el texto que recogió el relato original de los extraordinarios eventos ocurridos en el Tepeyac en diciembre de 1531.

Ni el más experto miniaturista habría conseguido semejante logro en el reducidísimo espacio de la pupila de una imagen de tamaño natural…

Una tilma que no se corrompe y soporta el ácido y las explosiones. Unos colores que no fueron pintados, con una pintura que no pertenece a las clasificaciones taxonómicas del mundo natural. Una pupila que contiene toda la escena y todas las personas del momento del milagro…

No sólo estamos ante un milagro. Ésta ha sido una serie de milagros que se han ido dejando descubrir a medida que la ciencia y la técnica han ido avanzando y han sido capaces de desentrañarlos. De a poco, así como de a poco Dios va metiéndose en el corazón de los hombres, pidiéndole permiso a su voluntad libre, para demostrarle que, para Él y su Madre, nada es imposible. Que no hay imposibles, cuando hay fe y esperanza. Y que siempre hay esperanza, incluso cuando todo parece indicar… que es imposible e irracional que la haya.

miércoles, 13 de julio de 2005

A Todas las Mujeres

En el pasado Día Internacional de la Mujer, hice circular por correo electrónico, algunas líneas que ahora transcribo. El propósito era reconocer, aunque fuera en parte, con un saludo, la presencia de las mujeres en mi vida y retribuir, aunque nunca fuera bastante, la bendita existencia de esos seres que nos tienen siempre tan cautivos, que resumen toda razón, principio, fin, acción y sacrificio hecho por los hombres; en toda época y lugar. Son ellas lo único por lo que merece la pena tener una vida y luchar hasta entregarla, si fuere menester. Sólo porque Dios las creó, soy capaz de alcanzar inspiración para escribir y, gracias a que existen, es que el corazón de un hombre puede latir por razones mucho mejores que sólo hacer circular la sangre y permitir que vivamos, puesto que, si las mujeres no estuvieran adornando el mundo..., no valdría la pena que latiera el corazón, que circulara la sangre, ni que estuviéramos vivos.

Aquí va:

A las obras más perfectas de la Creación, es decir, a todas las mujeres:

No sabía que había un día oficial dedicado a las mujeres. Si no es nuevo, me alegro que se conmemore como es debido y, si lo es, ya era hora de que lo hubiera.

Porque son necesarias, más bien, indispensables. La historia, la dinámica del mundo, según san Agustín, se mueve gracias al amor. Y nada más propicio que ustedes para inspirar amor ¿Qué habría sido de Egipto sin Nefertiti, Hatsepust y Cleopatra? ¿Qué habría sido de Troya sin Helena, Hécuba y Andrómaca? ¿Qué habría sido de Ítaca sin Penélope? ¿Qué habría sido de Atenas sin Aspasia y Diotima? ¿Qué habría sido de la India sin Muntas Mahal y la Madre Teresa? ¿Qué habría sido de Roma sin las Sabinas? ¿Qué habría sido de Francia sin Juana de Arco y Josefina? ¿Qué habría sido de Austria sin María Teresa? ¿Qué habría sido de España sin Isabel? ¿Qué habría sido de Inglaterra sin Victoria? ¿Qué habría sido de Rusia sin Catalina? ¿Qué habría sido de Israel sin Sara y Golda Meir? ¿Qué habría sido de Argentina sin Evita? ¿Qué habría sido de Chile sin Javiera Carrera, Paula Jaraquemada, Isabel Riquelme, Isidora Goyenechea y Candelaria Pérez?

¿Qué significaría poesía sin Gabriela Mistral y Alfonsina Storni? ¿Qué hombre sería poeta si no hubiera mujeres en quienes pensar? ¿Qué significaría pintura sin Frida Kahlo, Angelika Kauffmann y Sonia Dealaunay? ¿Qué hombre sería pintor sin mujeres con quienes soñar? ¿Qué significaría la danza sin Isadora Duncan? ¿Qué habría sido de la ciencia sin Marie Curie? ¿Qué habría sido de la enfermería sin Florence Nightingale? ¿Qué habría sido de la administración sin Lilian Gilbreth? ¿Qué habría sido de la contemplación sin Santa Teresa? ¿Qué habría sido de la redención sin Santa María?

¿Qué sería del niño sin su madre? ¿Qué sería del hermano sin su hermana? ¿Qué sería del amigo sin su amiga? ¿Qué sería del caballero sin su dama? ¿Qué sería del artista sin su musa? ¿Qué sería del amante sin su amada?

¿Qué sería de nosotros sin ustedes? La vida sería oscura y sin propósitos si no estuviera adornada por la presencia luminosa de las mujeres, por el esplendor de su belleza, por la suavidad de su piel, por la melodía de su voz, por la bálsamo de su ternura y por la bendición de su amor. Sin mujeres, la existencia sería agobiante y sombría, triste como la tristeza inimaginable y dolorosa como el dolor insufrible, triste y dolorosa como sólo es triste y doloroso cuando las mujeres que amamos no nos aman y se alejan de nosotros. No hay nada peor que eso y no habría nada peor que un mundo sin mujeres.

Así que, mujeres, reciban mis felicitaciones por su día y mi eterna gratitud por existir.

A todas, un beso. Mejor, muchos besos.

Ruego a Dios que las siga creando como siempre, tan bellamente adornadas, tan tiernamente inspiradas y tan decisivamente indispensables.

Las ha querido saludar,
Un hijo, hermano, amigo, amante y enamorado de mujer.

lunes, 11 de julio de 2005

Te Quieren Como Amigo

¿Qué es lo más irritante que te puede decir una mina?:
—“Vamos de compras”
—“Veamos ‘Machos’.”
—“Me duele la cabeza”
—“Tenemos que hablar.”

NO!!! Y mil veces no. Lo peor que te pueden decir es:
—“Yo también te quiero mucho..., pero sólo como amigo.”

Eso significa que para ella tú eres el más simpático del mundo, el que mejor la escucha, el más inteligente, varonil y sensible; el más matriculado... pero que va a salir con un orangután peludo antes que salir contigo. Y le da lo mismo que estés enamorado como un perfecto idiota.

En cambio, va a salir con un impresentable que sólo quiere acostarse con ella.

Eso sí, cuando el otro le haga una mariconada, te llamará a ti para buscar consuelo, consejo y compañía. Es como si vas a buscar trabajo y te dicen:
—“Señor Soto, es usted la persona idónea para el puesto, el que mejor curriculum tiene, el más preparado, habla nueve idiomas y tiene tres doctorados... pero no lo vamos a contratar. Vamos a escoger al primer irresponsable e incompetente que se nos cruce. Eso sí, cuando el pelotudo la cague ¿Lo podríamos llamar a usted para que nos saque del forro?”

Me pregunto qué he hecho mal. Hemos ido al cine, nos hemos reído, hemos pasado horas tomando café ¿A partir de qué café nos hicimos amigos? ¿Del quinto? ¿Del sexto? ¡Cresta! Eso se avisa ¡Uno menos, y ahora estaría atinando con ella!

Para ellas, un amigo se rige por las mismas normas que un Tampax: puedes ir a la piscina con él, andar a caballo, bailar... Lo único que no puedes hacer con él es tener relaciones sexuales.

Es que si lo piensas... Si para una mina considerarte “su amigo” consiste en arruinar tu vida amorosa ¿Qué hará con sus enemigos? A mí me parece muy bien que seamos amigos, lo que no entiendo es por qué no podemos atinar y seguir tan amigos.

Y lo de la vida amorosa no es lo peor. Las minas piensan que uno usa solamente una cabeza, en vez de la otra, pero también tenemos nuestro orgullo. Es como jugar taca-taca y ser el único que no mete goles. La cosa, a la larga, es hiriente y humillante. Y mientras más te esfuerzas por verte bien y tratarla mejor, parece que menos le atraes a la muy pava.

Lo que ocurre es que cuando ella te dice que te quiere sólo como amigo, para ella significa eso y punto. Pero para ti no. Para ti significa que si una noche están juntos en la playa, ella se emborracha, hay luna llena, se han alineado los planetas y un meteorito amenaza la Tierra... ¡A lo mejor consigues atinar con ella!

Por eso aguantas, porque —como eres soñador, que es lo mismo que ser hueón— nunca pierdes la esperanza ¿Qué se mete con Juan? Pues ya terminará... cuando lo hace, tú atacas con la técnica de “paño de lágrimas” (si hay que ser hueón...):
—“No llores, el Juan ése es un hijo de p... Tú te mereces algo mejor, un gallo que te comprenda, un gallo que sepa estar ahí cuando lo necesitas... Que sea bajito, que sea gordito, que no sea muy buenmozo, que se llame NN... como yo”.

Al menos, siendo amigo, puedes meter cizaña para eliminar competencia. Es la técnica del “gusano miserable”. Cuando ella te dice:
—“Ay, que regio es Pedro ¿Verdad?”
—“ ¿Pedro? —dices tú — Es muy buenmozo, sí... pero un poco turnio”.
—“No es turnio, lo que pasa es que tiene una mirada muy tierna”, replica ella.
—“Sí, en eso tienes razón, me fijé el otro día, cuando miraba a la Marce”, respondes.
—“No la miraba a ella, me miraba a mí”, dice ella con inocencia.
—“¿Ves que es turnio?”, concluyes.

El colmo es que las minas consideran que tienen una relación “súper especial” con un gallo cuando pueden dormir con él en la misma cama y no pasa nada.

Pero bueno ¿Lo “súper especial” no sería que sí pasara algo?

Un día, después de una fiesta en su casa, te quedas ayudándola a ordenar, como siempre, y cuando terminan, ella dice:
—“Huy, es muy tarde ¿Por qué no te quedas a dormir? Has tomado mucho y no quiero que manejes”.
—“¿Y donde duermo?”, contestas con cara de idiota.
—“En mi cama, puh pajarón”, contesta ella mientras te acaricia maternalmente el brazo.

A ti te tiemblan las piernas:
—“¡Ésta es mi noche, se han alineado los planetas!”, piensas entusiasmado

Al rato, te das cuenta de que no son precisamente los planetas los que se han alineado, porque ella, como son amigos, con toda la confianza, se pone el más coqueto baby-doll, y tú, visto lo visto, piensas:
—“Me voy a tener que quedar en boxer... con la tremenda alineación de planetas que tengo entre las piernas”.

Así es que te metes en la cama de un brinco y doblas las rodillas para disimular. Ella se mete, te pega el culo al cuerpo y te dice escuetamente:
—“Hasta mañana. Un besito. Que duermas bien”.

¡¡¡¡¡Y SE DUERME!!!!!!!! ¡¡¡¡POR LA MISMA CRESTA, SE QUEDA DORMIDA!!!!!
—“Pero bueno —piensas—, ¿Cómo se ha podido dormir tan luego? ¿Pero esta mina no reza ni nada?”.

¡Estás acostado con la mina que te vuelve loco! Al principio no te atreves a moverte, para no tocar nada. Sabes que si en ese momento hicieran un concurso, nadie podría ganarte: ¡Eres el hueón más caliente del mundo! ¡Y qué larga se te hace la noche! Te vienen a la cabeza un montón de preguntas:
—“¿Tocar una pechuga con el codo será de mal amigo? ¿Y si es la goma la que me toca a mí? ¿Y si le paso a llevar el potito con una rodilla se enojará?”

Pero después de muchas horas ya sólo te haces una pregunta:
—“¿Seré realmente tan huevas?”.

No puedes creer que estén en la misma cama y no vaya a pasar nada. Confías en que en cualquier momento se dé la vuelta y te diga:
—“Ya, tontito, que ya has sufrido bastante ¡Hazme tuya! ¡Poséeme!”.

Pero no. A las minas nunca les parece que hayas sufrido bastante. Y puta que sufres…, porque tienes toda la sangre del cuerpo acumulada en el mismo sitio. Se han dado casos de hombres que han llegado a reventar.

Pero ahí no termina tu humillación. A las nueve de la mañana suena el timbre de la puerta:
—“¡Ay, es Juan!” Dice ella
—“¿Juan? ¿Pero no lo habías pateado?” Dices intrigado.
—“De ahí te cuento —contesta—, que ahora estoy apurada ¡Ah! Se me olvidó decirte que iba a traer a su perro, porque como nos vamos a Pucón, yo le dije que el perro, mejor que contigo, no iba a estar con nadie ¡Porque eres mi mejor amigo! Y no te olvides de ponerme en la lista el lunes, porque nos vamos todo el fin semana.”

Y ella agrega:
—“Tienes mala cara ¿Has dormido bien? Bueno, mi niño, quedas en tu casa, invéntale algo a mi mamá, que no quiere que me vaya en los certámenes. Un besito, te quiero mucho.”

Y ahí te quedas mirando cómo tu mina se sube a un Grand Vitara, comprado con la pensión de alimentos de los hijos del primer matrimonio del dueño, con el perro en brazos, un cocker inglés manchado de tres meses que te mueve la cola y aunque se meó en tu ropa, sí que es el mejor amigo del hombre, no como ellas, las muy malvadas.

jueves, 7 de julio de 2005

El Porqué de Londres

Los atroces atentados ocurridos esta mañana en Londres son lo suficientemente impactantes, como para que cualquiera que tenga una pluma entrenada, se sienta compelido a garrapatear un par de reflexiones. Primero, porque estamos ante un fenómeno mundial. Eso es precisamente, se trata de un conflicto bélico, atípicamente irregular, pero que, por otro lado, reúne algunas condiciones ya vistas en las dos conflagraciones que, en el curso del siglo XX, la historiografía denominó como mundiales. Volveré al detalle sobre esto más abajo.

Hay también una inspiración de carácter intensamente personal y es mi ascendencia británica. Proclamar el abolengo contiene un molesto germen de arrogancia, no obstante, parte de mi herencia cultural como individuo encuentra su origen en la Gran Bretaña y, por cierto, aquello hace que los descendientes de “Albión”, sintamos un particular dolor por esos hechos luctuosos, de la misma manera en que los iberoamericanos en general, nos sentimos especialmente conmovidos cuando España, nuestra Madre Patria, fue atacada por el terrorismo en su hora.

Pero más que cualquier otra cosa, las motivaciones de estas líneas tienen que ver con una idea básica en cualquier visión humanística del mundo y fundamental en cualquier forma de convivencia civilizada: nunca es lícito provocar daño inmotivado a nuestros semejantes, más aun, cuando es tan indiscriminado, que afecta por igual a hombres, mujeres y niños, sin importar que compartan o no las responsabilidades por las espantosas desigualdades que, en parte, conducen al terrorismo. En pocas palabras, nada autoriza a ignorar ese mandato universal, presente en todos los sistemas éticos y todas las religiones (inclusive el Islam), según el cual todos los hombres son hermanos y deben conducirse como tales. Sobre lo último volveré, asimismo, más tarde.

Vamos por parte. Por qué me parece que estamos ante un fenómeno mundial. Antes de explicarme, quiero rechazar de plano que esta denominada “guerra contra el terrorismo”, exprese una confrontación entre civilizaciones o religiones. De partida, los gobiernos de naciones mayoritariamente musulmanas rechazan el terrorismo (al menos en público) y han desplegado considerables esfuerzos para integrarse a las corrientes comerciales y culturales globalizadoras. Entre la población, es posible, quizá, detectar grados variables de simpatías difusas hacia redes como Al Qaeda, sus aliados y sus similares, pero estoy convencido de que la mayoría de los musulmanes, desea la paz y la tranquilidad tanto como los occidentales. A no olvidar que ellos mismos han sido víctimas recientes y actuales de dominaciones colonialistas (y neocolonialistas), de conflictos militares con las potencias occidentales (y sus aliados, como Israel) y que, por último, en muchos países musulmanes, especialmente árabes, los atentados terroristas son mucho más frecuentes que en Occidente y, desde luego, en ese caso, las víctimas inocentes son los árabes. En Ramalla, en Bagdad, en Beirut, en Argel, la esquirla despedida por el explosivo no distingue nacionalidades, religiones, edades o responsabilidades.

En suma, es una tontería reducir los ataques terroristas a un choque de civilizaciones o religiones. Y si gran parte del público occidental se ha tragado ese placebo, ello tiene que ver grandemente con la ignorancia y con la pereza de interiorizarse sobre las condiciones de vida presentes en el mundo árabe y sobre la idiosincrasia de sus pueblos. Siempre va a ser más difícil informarse, que quedarse con el primer disparate desparramado por un periodista ignorante. Por ese camino, en todo Occidente las masas están convencidas de que musulmán es sinónimo de terrorista.

Tampoco estamos ante un brote revolucionario de los pobres del mundo, contra los países ricos y poderosos, por mucho que escoger el día en que se inauguraba la cumbre del G-8 sea un gesto altamente simbólico. La experiencia enseña que, la mayoría de las veces, dichas simbologías tienen que ver más con propaganda que con la realidad. Si quien lee esto se da el trabajo de escuchar las declaraciones de los líderes occidentales y los supuestos comunicados de Al Qaeda, detectará de inmediato un esfuerzo por aprovechar la coincidencia entre la cumbre y el atentado, para reforzar sus propios prejuicios y convicciones.

Ciertamente, las nefandas desigualdades entre ricos y pobres —tanto si observamos las diferencias entre los estados, como si lo hacemos a nivel doméstico en cada país— contribuyen como caldo de cultivo para las múltiples frustraciones que conducen a una persona a inmolarse con un explosivo y a llevarse consigo a decenas de otros al más allá. Concuerdo en que es una de las motivaciones principales del terrorismo, en todas sus formas, pero no explica por sí sola el fenómeno en discusión. Es relevante, en términos de generar resentimiento e ignorancia —padres ambos del odio—, pero gran parte de la culpa de estos asesinatos masivos reside en los gobiernos desarrollados de Occidente, donde la pobreza está más localizada. Tiene que ver, dicho resentimiento, más que nada, con una cuestión cultural y, sobre todo, valórica. También regresaré a esto hacia el final de esta reflexión.

Tampoco hay que identificar los ataques terroristas con un resentimiento generalizado contra la globalización, porque eso equivaldría a criminalizar las organizaciones que promueven un debate necesario, sobre una cuestión tan vigente y de alcances insospechados. No podemos aplicar la misma etiqueta a quien participa de una manifestación en Escocia y a quien coloca una bomba en Londres.

Antes de agotar la paciencia del lector, voy directamente a describir, según mi humilde parecer, el tipo de guerra que se está desarrollando. Por un lado, encontramos a las fuerzas armadas y servicios de información de las grandes potencias. De manera periódica y más limitada, su esfuerzo recibe la colaboración de las instituciones de Occidente en general (incluyendo Iberoamérica) y de los gobiernos de otras regiones del mundo, comprometidos con el esfuerzo integrador vigente en la actualidad. Al menos en público, casi todos los gobiernos del mundo declaran su oposición al terrorismo y, al menos en términos formales, van a pregonar su simpatía por las víctimas y prestarán la cooperación que buenamente puedan otorgar. En este ámbito hallamos ejemplos tan dispares como Rusia, Japón y Pakistán, sólo por mencionar tres casos representativos.

Frente a esta coalición, hallamos a las redes tipo Al Qaeda. Estas redes justifican sus acciones en una pretendida superioridad de los principios del Islam y en el rechazo a la marginación y neocolonización de los estados musulmanes y, especialmente, de los árabes. Las redes son un enemigo muy esquivo. No basta con encontrar y detener a los miembros de una célula. Hay que seguir el rastro hasta dar con las fuentes materiales, humanas y financieras que permiten la constante rearticulación y reproducción de la red. Y eso, damas y caballeros, toma mucho tiempo: mientras los mejores agentes de seguridad del mundo estén ocupados en tan desgastadora tarea, los esbirros del terrorismo pueden atacar veinte capitales más, utilizando armas, si cabe, más atroces que una bomba de alto poder explosivo.

No hay que pensar tampoco en una organización escurridiza, pero formal. Una red como Al Qaeda es altamente cambiante e inestable. De hecho, es muy posible que los encargados de perpetrar los ataques de esta mañana en Londres ni siquiera se conocieran entre sí. Además, el adversario en este caso es más que la sola red de secuaces de un millonario saudí. Aquí estamos frente a muchas redes, conducidas por liderazgos diversos y asociadas con otras organizaciones antisociales, como carteles de narcotráfico y bandas mafiosas.

De tal suerte, parece que la mayoría de las veces, la única forma de detectar la presencia de una de estas redes, sería seguir el rastro de muerte y destrucción que vayan dejando. Y aunque fuera posible prever algún ataque, en demasiadas ocasiones van a presentarse sin previo aviso. Sin olvidar que pueden revestir las más crueles formas, que ni siquiera nos atreveríamos a imaginar. De hecho, la imprevisibilidad en medios y acciones es una de las ventajas del terrorismo; los poderosos ejércitos de Europa y Norteamérica aparecen impotentes frente a un sujeto determinado a dar su vida, convertido en munición inteligente.

De todas las barbaridades que han dicho los líderes de las potencias, partiendo por Mr. Bush, uno de los pocos aciertos ha estado en afirmar que ésta es una guerra mundial. Es poco probable que los países en vías de desarrollo sean blancos directos de un atentado de Al Qaeda o sus similares, no obstante, en un mundo tan interconectado, donde los movimientos de personas, ideas y bienes son tan masivos e instantáneos, nadie está a salvo, excepto aquellos que no tienen la posibilidad de participar de las ventajas del sistema y, por tanto, son susceptibles de convertirse en militantes de las redes.

Como en el caso de las dos guerras mundiales del siglo XX, no sólo presenciamos ejércitos en los campos de batalla. La población civil se ve involucrada y, para prevenir la amenaza, la sociedad debe movilizar periódicamente todos sus recursos humanos y materiales.

¿Qué hacer? No es necesario ser especialista en seguridad para saber que lo primero es lo urgente, a saber, en la medida de lo posible, prevenir un atentado puntual o responder con prontitud ante su ocurrencia. Luego, evitar la regeneración de la red, como ya se dijo, suprimiendo sus fuentes de financiamiento y equipamiento.

Finalmente, viene la tarea realmente difícil y a largo plazo, consistente en moderar las condiciones objetivas, a nivel local e internacional, que permiten la existencia del terrorismo. Por esta vía, parece improbable que prolongar la ocupación de Irak por tropas occidentales esté conduciendo a otra cosa que no sea más violencia. Si es que Irak va a encontrar su destino de alguna forma, no será “manu militari”. Y, por cierto, el recuerdo de la presencia imperial británica sigue muy fresco, como para esperar que el pueblo iraquí lo pase por alto. Si a eso agregamos el conjunto confuso de las doctrinas de la “Guerra Santa” y la memoria histórica de las Cruzadas, la mezcla en los temperamentos resulta explosiva. En este aspecto, todavía no hemos visto lo peor, salvo que Occidente esté dispuesto a buscar alternativas a la pura acción militar.

Asimismo, ya va siendo hora de que se haga algo serio por pacificar ese núcleo de inestabilidad planetaria que representa el conflicto entre Israel y sus vecinos árabes. Es difícil, concedido. Pero no es imposible y, por último, vale la pena un esfuerzo si, como muchos creemos, el recrudecimiento del terrorismo, obedece, en buena parte, a las sucesivas escaladas de violencia que han tenido lugar en Tierra Santa recientemente. Tiene que existir alguna fórmula para que Israel exista soberanamente, bajo condiciones de razonable seguridad, sin estar en guerra intermitente con los palestinos.

Por último, parece necesario un gran empeño mundial para moderar las condiciones de espantosa pobreza, atraso e ignorancia en que vive gran parte de la humanidad. Si al otro lado del mundo (¡ojo! y en esa población a pocas cuadras también) hay gente que no está segura de si va a encontrar alimentos para sus hijos hoy, mientras nosotros estamos cómodamente sentados frente a un computador de 1000 dólares, bien nutridos y con calefacción, no nos quejemos del resentimiento. Más vale que nos sentemos a pensar en dónde está el origen del mismo, porque nadie nace terrorista.

Se me dirá que pido lo imposible, lo que nadie ha conseguido. Algún especialista me dará una sonrisita indulgente y, después de enumerarme cuantiosas estadísticas, alabará mi idealismo, pero se burlará de mi carencia de realismo. Sin embargo, si pensamos que uno de nosotros o uno de nuestros seres queridos pudo haber estado en las Torres Gemelas, en Atocha o en Londres, ¿no estaríamos dispuestos a empujar a nuestros gobiernos hacia un esfuerzo de mayor redistribución del ingreso? Pregúntenles a las madres de los muertos y heridos y sabrán la respuesta.

La única manera de salir de esto, en el largo plazo es promover una mayor justicia entre los hombres y procurar que se conozcan y dialoguen entre sí. Para eso, es fundamental combatir la pobreza y la ignorancia, tanto o más que a las redes terroristas. Eso requiere un esfuerzo de los líderes y, en general, de quienes están en posiciones de poder e influencia, pero sobre todo, significa una intimación al corazón del hombre, para que actúe siempre y en todo lugar como hermano de sus semejantes. La alternativa es la autodestrucción de la especie.

No digo que esto sea fácil, ni que el panorama sea alentador. Es mi humilde opinión sobre el particular, según mi leal saber y entender. Y si tengo algo de razón, es bueno que vayamos pensando en el asunto y todos vayamos haciendo algo al respecto. La alternativa son más y peores atentados terroristas.

viernes, 1 de julio de 2005

Zita y la Humildad

En 1989, murió Zita, quien fuera la última emperatriz de Austria-Hungría. La última Hija de los Césares en ocupar el trono imperial vienés, como consorte de Carlos I, fue el postrer vástago de la dinastía Habsburgo, que ostentó la corona del Sacro Imperio Romano-Germánico durante más de seis siglos. Asimismo, la Casa de Austria —como también se conoce a la dinastía— rigió largo tiempo en España, bajo soberanos tan notables como el gran emperador Carlos V y el gran Felipe II, tan comprometidos con la unidad espiritual de Europa, y en cuyos nombres se conquistó América. Don Juan de Austria, otro de los Habsburgo, fue el que condujo a la flota cristiana en la victoria de Lepanto, en que Miguel de Cervantes perdió su brazo. La hábil María Teresa, la infortunada María Antonieta y la bellísima María Luisa, fueron también connotadas hijas de dicha casa.

Más recientemente, el más reconocido de los Habsburgo es Francisco José, predecesor de Carlos y Zita, cuya relación con Elizabeth —Sissi—, su emperatriz, y las trágicas circunstancias que rodearon su reinado y vida familiar, convirtieron a dicha pareja en una de las leyendas románticas de los siglos XIX y XX.

De vuelta con Zita, la derrota del imperio en la Primera Guerra Mundial, significó la disolución del mismo en 1918 y la partida de los imperiales esposos al exilio. Carlos murió en 1922 y aunque Zita nunca renunció formalmente a la corona para sus hijos, el gobierno austriaco la autorizó en 1982, para pasar sus últimos años en lo que ahora era la pequeña República de Austria.

En 1989, como quedó dicho, la última emperatriz falleció. Honrando centenarias tradiciones, el gobierno preparó un funeral de Estado, al que asistieron dignatarios de decenas de países, incluyendo a los representantes del Santo Padre, Juan Pablo II.

Por un día, la ciudad de Viena, una de las más bellas de Europa, pareció convertirse de nuevo en la capital del Sacro Imperio. Se enarbolaron los estandartes imperiales y se alistaron las guardias de honor, que acompañarían los restos mortales de Zita hasta el Kaisergruft, la cripta en la que descansan 12 emperadores, 15 emperatrices y más de 100 archiduques de la Casa de Habsburgo. Casi era posible trasladarse mentalmente a los gloriosos días de Strauss y dejarse llevar por los vaivenes delicados de los valses que, antaño, agasajaban a la aristocracia europea en los fastuosos salones del Palacio de Schonbrunn.

La grandiosidad solemne del cortejo fúnebre de la última Kaiserin no es para ser descrita por quien no estuvo ahí. Pero piénsese nada más que Austria, Europa, Occidente y la Historia daban su adiós a la última testa coronada de un imperio, restablecido en la Navidad del año 800, en la persona de Carlomagno, para reunir bajo un solo trono y una sola fe a toda la Cristiandad. No por nada la divisa de la casa imperial era AEIOU, las iniciales de una frase que en latín y alemán significa lo mismo: Austriae Est Imperare Orbi Universo o Alles Erdreich Ist Osterreich Unterthan, es decir, A Austria Pertenece Gobernar el Universo.

La tradición disponía que el cortejo llegara hasta las puertas del Kaisergruft. Ante el pórtico, quien conducía la procesión se acercaba y golpeaba tres veces la puerta con un bastón “¿Quién desea entrar?”, contestaba una voz desde el interior, y el que había golpeado recitaba la larga serie de nombres principescos y títulos del difunto: “Zita de Borbón, Parma y Habsburgo, Emperatriz de Austria, Reina de Hungría…” y un prolongado etcétera.

Al terminar la lista de patronímicos y títulos, la voz desde el interior, lacónicamente, respondía: “A ésa no la conozco.”

La llamativa ceremonia se repetía por tres veces y la voz desde el interior siempre respondía lo mismo: “A ésa no la conozco.” Finalmente, el ceremoniero volvía a golpear la puerta, pero esta vez, ante la pregunta de “¿quién desea entrar?”, decía simplemente: “Zita, humilde sierva de Dios, que acude a la misericordia del Señor”. “A ésa sí la conozco”, replicaba la voz desde el interior y las puertas se abrían para recibir los restos mortales de la Hija de los Césares.

¡Notable ejemplo de humildad de los miembros de una dinastía, que rigió uno de los imperios más poderosos de Europa!