sábado, 30 de abril de 2016

Hace 100 años. 1 de mayo de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
1 de mayo de 1916
Primera Guerra Mundial

El 25 de abril de 1916, un grupo de cruceros de batalla alemanes ataca las localidades de Lowestoft y Yarmouth, como parte del apoyo prometido a los separatistas irlandeses, que están empeñados en el gran “Alzamiento de Pascua”. Desde el punto de vista militar, los resultados no fueron satisfactorios para la “Hochseeflotte”, que esperaba atraer unidades navales británicas a la batalla de manera aislada, para así poder destruirlas en detalle y disminuir en algo la ventaja numérica de la “Grand Fleet”. Los cruceros ligeros y destructores británicos que se acercaron hasta las naves alemanas, pusieron distancia entre ellos y los atacantes, apenas entendieron que enfrentaban una flota de grandes cruceros de batalla. De modo que la incursión no causó más que unas pocas bajas en las unidades navales británicas. Tampoco causó demasiado daño en las instalaciones navales de Lowestoft y Yarmouth, pero se produjeron víctimas civiles, que vinieron a golpear aún más la ya deteriorada imagen internacional del Imperio Alemán, especialmente entre el público norteamericano, al que se le presentó la versión de una flota alemana dedicada a destruir pueblitos costeros con sus grandes cañones.

En la mañana del 27 de abril de 1916, el acorazado “predreadnought” “HMS Russell”, de la Marina Británica, resulta hundido, luego de impactar dos minas sembradas por el submarino alemán “U-73” frente a las costas de Malta. Las bajas británicas ascienden a 27 oficiales y 98 tripulantes.

El 26 de abril, el Gobierno del Zar accede a los términos del llamado “Acuerdo Sykes-Picot”, convenido poco antes entre Francia y Gran Bretaña, referido a futuras esferas de influencia de las potencias de la Entente sobre los territorios del Imperio Otomano, una vez que fuere derrotado. El acuerdo sería firmado pocos días después, pero se mantendría secreto hasta 1917. Como casi todos los acuerdos diplomáticos secretos, contradecía muchos de los compromisos contraídos por la Entente antes y durante la guerra. Desde el punto de vista de franceses, rusos y británicos, la suerte de los turcos estaba echada. Sin embargo, en Kut, ese mismo abril de 1916, estos últimos darían prueba de que todavía tenían fuerza y medios para luchar.

Luego de 147 días de asedio, el 29 de abril de 1916, se rinden las tropas del Imperio Británico asediadas por los turcos en Kut, Mesopotamia. Tras fallar todos los intentos de relevar a las fuerzas sitiadas, los británicos secretamente intentaron pagar al gobierno turco, a cambio de obtener libre paso para sus tropas en Kut. La oferta fue rechazada por los otomanos, que se preparaban para el asalto final, cuando el jefe de la plaza, general Charles Townshend, rindió a los casi 13.000 soldados aliados bajo su mando. La caída de Kut constituyó un serio revés estratégico y, sobre todo, un devastador golpe al orgullo británico, que había menospreciado la capacidad combativa de las tropas del Sultán.

Entre el 24 y el 29 de abril de 1916, se desarrolla el “Alzamiento de Pascua” en Irlanda. En la maña del 24, 1.200 rebeldes irlandeses ocuparon algunos puntos clave de Dublín. Los líderes del movimiento esperaban contar con una fuerza más numerosa, pero algunas órdenes confusas lo impidieron. De todos modos, a medidas que avanzaron las horas, un número difícil de determinar se unió al alzamiento en desarrollo. Los rebeldes fijaron su cuartel general en la Oficina General de Correos, desde donde proclamaron una República Irlandesa. La asonada tomó por sorpresa a los británicos, que siempre estaban preocupados por la levantisca Irlanda, pero no estaban esperando una rebelión de esta magnitud. Los primeros contraataques fueron malamente desorganizados y tuvieron poco éxito en recuperar los puntos ocupados por los rebeldes, que pudieron causar numerosas bajas a los militares y policías.

Tras recuperarse del impacto inicial, los británicos reaccionaron reforzando su presencia militar en la isla, especialmente en Dublín, y procurando organizar mejor su respuesta. Una vez que los británicos empezaron a coordinarse, resultó claro que los rebeldes irlandeses estaban imposiblemente superados en número y material. Además el alzamiento sólo prendió en Dublín con real fuerza, posibilitando a los británicos concentrar sus esfuerzos en la capital.

Para el 29, Sábado Santo, era evidente que la suerte estaba echada. Su cuartel general había sido atacado por todos los medios militares disponibles, incluyendo artillería. El nivel de daño era tal, que el mando separatista tuvo que excavar un túnel y establecerse en un edificio cercano. Dándose cuenta de que el levantamiento ya no llevaba a ninguna parte y sólo causaría mayores víctimas inocentes, el líder republicano, Patrick Pearse, ordenó la rendición incondicional de los rebeldes. La orden de rendición fue llevada hasta los distintos núcleos de resistencia, aunque se produjeron enfrentamientos esporádicos hasta el domingo 30.

El “Alzamiento de Pascua” marca el inicio del período revolucionario irlandés, que concluiría con la Guerra de Independencia Irlandesa (1919-1921) y el establecimiento del “Estado Libre de Irlanda” en 1922. En cuanto a sus efectos más profundos, la respuesta británica fue brutal, simplemente ejecutando a la mayoría de los rebeldes que se habían rendido. Además, durante lo más duro de la lucha, la reacción militar británica produjo muchas bajas civiles. Con todo, los rebeldes tampoco recibieron el apoyo unánime de la población, que los consideraba culpables de causar mayores penurias en la gente, por causa de una rebelión condenada de antemano al fracaso. En los años siguientes, la lucha irregular se intensificó y los británicos apretaron un poco más el puño. Aunque la mayor parte de la opinión pública era partidaria de un arreglo pacífico para dar autonomía a Irlanda, la mayoría de los irlandeses terminó convenciéndose de que los medios políticos no bastarían para sacar al Ejército Británico de la isla. El aumento de la violencia fue la lógica consecuencia de este orden de cosas.

En la fotografía, un aspecto del dañado centro de Dublín, tras el aplastamiento de la rebelión.




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Hace 75 años. 1 de mayo de 1941. Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años
1 de mayo de 1941
Segunda Guerra Mundial

Rommel prosigue su ofensiva hacia la frontera libio-egipcia, aunque los avances son escasos, dado que la fuerte guarnición de Tobruk, a sus espaldas, se rehúsa a rendirse o ceder terreno. El 25 de abril de 1941, los dos últimos “Hurricane” británicos son evacuados de Tobruk y se unen a otros 13 cazas del mismo modelo en Egipto, que forman toda la defensa aérea que, por el momento, tiene el Imperio Británico en Noráfrica. Los británicos, comprometidos en Grecia, África, el Atlántico y el “Blitz”, están estirando sus recursos al máximo. Rommel, sin embargo, tampoco nada en la abundancia y sencillamente no tiene suficientes hombres, ni equipo (en especial, tanques) como para forzar una decisión en Tobruk. Alemania tiene el más potente ejército del mundo… en Europa, al otro lado del Mediterráneo, pero la “Regia Marina” Italiana no es capaz de imponerse a la “Royal Navy” Británica y asegurar un pasaje a los suministros y refuerzos, tan necesarios para las tropas del Eje que están a punto de perder una oportunidad única de vencer en la batalla africana.

Al día siguiente, 26 de abril, los alemanes consiguen asegurar el estratégico Paso de Halfaya. Y el 27, nutridas formaciones de “Stukas” atacan Tobruk. La isla de Malta, cuya suerte está tan vinculada a la lucha en África, es también atacada por la “Luftwaffe” ese día: el minador “HMS Fermoy” y el destructor “HMS Encounter” son seriamente dañados por las bombas alemanas, mientras están en el puerto. Los días 30 de abril y 1 de mayo, los alemanes están empeñados en un nuevo asalto terrestre sobre Tobruk. Logran penetrar el dispositivo defensivo en algunos puntos, pero los australianos resisten y son capaces incluso de lanzar algunos contraataques. Ambos bandos sufren muchas bajas.

La lucha prosigue en los mares, donde la “Kriegsmarine” intenta entorpecer las líneas de comunicación marítima del Imperio Británico y sus aliados, especialmente a través de sus submarinos. Desde el aire, también es amenazada Gran Bretaña: el 1 de mayo sería la primera de siete noches consecutivas de bombardeo sobre Liverpool, que recibe devastadores daños.

En estos últimos días de abril, termina el drama en Grecia. Tras la espectacular captura del Canal de Corinto por parte de paracaidistas alemanes, ocurrida el 24, las últimas tropas aliadas que guardaban las Termópilas se retiran hacia el sur. En 12 horas, las columnas recorren casi 150 kilómetros y llegan hasta Atenas. Las tropas neozelandesas, australianas y británicas son vitoreadas en las calles de la capital helena, cuando empiezan a entrar el 25 de abril. La campaña, no obstante, ya está perdida y ha comenzado la evacuación de tropas, mientras los diplomáticos acreditados ante el gobierno griego comienzan a quemar sus documentos. Ese mismo día, 5.500 soldados aliados son sacados de Grecia, aunque la operación es dificultada por el dominio alemán del aire. Los alemanes consiguen dañar el transporte “Pennland”, causando cuatro muertos. En alta mar, la aviación germana consigue hundir seis mercantes británicos y un yate que participaban de la evacuación. Los restos de la Marina Helénica también intentan escapar: 6 destructores y 4 submarinos alcanzan Alejandría, para poder luchar otro día contra el invasor de su patria.

Al día siguiente, 26 de abril, más de 20.000 soldados aliados son evacuados desde las playas situadas al sur de Atenas y desde el Peloponeso. Los paracaidistas alemanes, mientras tanto, intentan tomar el puente que cruza el Canal de Corinto, que es volado antes de que puedan capturarlo. Cuatro embarcaciones aliadas son hundidas por la “Luftwaffe”, incluyendo una lancha torpedera griega. Más al norte, el destructor “HMS Defender” evacúa las joyas reales yugoslavas, para llevarlas a lugar seguro, lejos de los invasores. El 27, la 5ª División Panzer disputa reciamente el puerto de Calamata a las tropas que defienden la retirada de la evacuación. Unos cuantos miles de soldados más son rescatados, aunque deben abandonar o destruir casi todo su equipo. Ese 27 de abril, la esvástica, símbolo de la barbarie nazi, sinónimo de tiranía y abuso, es izada en el Partenón, ícono de la razón, de la democracia y de la filosofía. Por las calles que recorrieron Sócrates, Pericles y Platón pasarán ahora los matones de las “SS”, hasta el día de la liberación, algunos años después.

La resistencia en Grecia continental termina a las 5.30 hrs. del 29 de abril de 1941, cuando los últimos 8.000 soldados aliados que resistían en Calamata, se rinden. Son una heterogénea fuerza, que incluye británicos, australianos, neozelandeses, yugoslavos, chipriotas y palestinos, tanto árabes, como judíos. Alrededor de 30.000 hombres han sido llevados hasta Creta, donde proseguirá la lucha en pocos días más. La Batalla de Grecia no es una mera derrota para los aliados. El nivel de bajas y la cantidad de material abandonado, la transforman en un desastre de proporciones.

Al día siguiente, 30 de abril, poco después de su cumpleaños nº 52 y justo cuatro años antes de morir por sus propias manos, Hitler fija el 22 de junio de 1941 como la fecha del ataque contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los alemanes se han anotado otra resonante victoria en Europa con la ocupación de Yugoslavia y Grecia continental, que están a punto de redondear con el asombroso asalto aerotransportado sobre Creta; pero las semanas de demora en los Balcanes y el Egeo serán muy echadas de menos cuando, meses después, los generales alemanes intenten ocupar la inmensa Rusia, antes de la irrupción del “General Invierno”.

En la fotografía, soldados alemanes izando su bandera en la Acrópolis ateniense, con el Partenón al fondo.



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domingo, 24 de abril de 2016

Hace 100 años. 24 de abril de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
24 de abril de 1916
Primera Guerra Mundial

El 18 de abril de 1916, el Gobierno de Estados Unidos presenta una nota diplomática a su similar alemán, refiriéndose al incidente del transbordador “SS Sussex”, atacado por un submarino alemán el 24 de marzo, mientras atravesaba el Canal de la Mancha desde las Islas Británicas, con destino al continente. Además del ataque, que costó la vida de 50 pasajeros y tripulantes, la nota hacía alusión a la guerra submarina en general, advirtiendo a los alemanes de las posibles consecuencias de una escalada en las tensiones, si se perdían más vidas norteamericanas por causa de los submarinos alemanes.

El 19 de abril, muere el mariscal de campo alemán Colmar von der Goltz, en ese momento, comandante en jefe de las tropas del Sultán en Mesopotamia. La versión oficial establece que el mariscal falleció de tifus, aunque han persistido rumores, a través de los años, sobre un supuesto envenenamiento por parte de oficiales turcos, simpatizantes del movimiento nacionalista de los “Jóvenes Turcos”. Von der Goltz, al igual que otros oficiales alemanes, había visto con buenos ojos la deportación de población armenia desde el Cáucaso y el oriente de Anatolia, como una forma de prevenir que desórdenes internos debilitaran al Imperio Otomano, aliado del “Reich” alemán. Sin embargo, al pasar los meses y darse cuenta del cariz genocida que iba tomando el asunto armenio, Von der Goltz amenazó con renunciar si las deportaciones no se detenían. Era muy poco probable que un oficial alemán renunciara al Ejército en tiempos de guerra; no obstante, su amenaza sirvió para moderar los rigores con que el gobierno de la “Sublime Puerta” trataba a sus súbditos armenios, al menos, por un tiempo. La tesis nunca probada del asesinato pudo estar conectada con los círculos más duros del Ejército Turco, que preferían aplicar mano dura para mantener en pie su viejo y tambaleante Imperio.

Desde su puesto en Mesopotamia, Von der Goltz causó muchos dolores de cabeza a la Entente. Coincidentemente, en el mismo mes de abril de 1916, los británicos hicieron el último intento por relevar a la guarnición sitiada en Kut, a orillas del Tigris. En la noche del día 24, el transporte “SS Julnar” intentaba llegar hasta la agobiada guarnición, que llevaba semanas sitiada por las tropas turcas. Pero la nave fue detenida por un cable de bloqueo, montado por sobre el río, y tuvo que encallar en la orilla, donde fue capturada por tropas otomanas, junto con su tripulación. La rendición final de Kut llegaría en unos pocos días más.

El 24 de abril, el transporte alemán “Aud”, disfrazado de carguero noruego, es hundido por sus propios tripulantes, luego de ser capturado por los británicos, mientras intentaba entregar armas a los separatistas irlandeses. Ese mismo día, el activista irlandés, Roger Casement, es capturado luego de desembarcar en Irlanda desde un submarino alemán. Debilitado por una recurrente malaria contraída mientras estaba en el Congo, Casement no pudo enlazar con sus camaradas separatistas y fue capturado. Sería sentenciado a muerte y ejecutado poco después. Los líderes de los grupos armados que buscaban la independencia irlandesa aparentemente consideraron liberarlo, pero ordenaron que, por el momento, no se intentara nada, pues estaban ocupados preparando la gran rebelión que estallaría el 24 de abril, durante el llamado “Alzamiento de Pascua”.

Las historia de las relaciones entre la isla de Irlanda y la Corona Británica ha sido traumática. Tardíamente evangelizada, según la tradición, por San Patricio, entre comienzos del siglo V y comienzos del siglo VI, Irlanda fue uno de los territorios influidos por Roma que hasta más tarde se mantuvo pagano. Sin embargo, apenas evangelizada, la isla se convirtió en un país marcado por profundo fervor, al punto que los monjes misioneros irlandeses fueron actores clave en la conversión de muchas poblaciones de Escocia y el norte del continente europeo. Desde entonces, la conexión de la identidad irlandesa con la fe cristiana de su gente ha sido muy intensa. Los contactos con la isla de Gran Bretaña y la Inglaterra medieval fueron generalmente esporádicos y de poca duración. Hasta la Reforma Protestante, Irlanda era considerada un feudo papal, administrado en nombre de la Santa Sede por los reyes ingleses, bajo el título de lores, en tanto vasallos del Papa. El Acta de Supremacía de 1534 separó la monarquía inglesa de la obediencia papal, colocándose en actitud de herejía, desde el punto de vista de Roma y convirtiéndose, por tanto, en un poder temporal ilegítimo, al que no se le debía obediencia.

En 1542, Enrique VIII, fundador de la Iglesia Anglicana, consiguió que un parlamento irlandés de dudosa legitimidad lo nombrara Rey de Irlanda. Las Guerras de Religión consolidaron la división religiosa de Europa y el dominio inglés sobre Irlanda, que fue haciéndose cada vez menos nominal y más efectivo. La expresiva mayoría católica siempre resintió el ser gobernado por un monarca que, además de ser considerado por muchos como extranjero, además había sido excomulgado por el Papa. La suerte de Irlanda pareció quedar unida para siempre con Inglaterra luego de la victoria de Guillermo de Orange sobre el destronado Jacobo II en 1690. La extinción de la línea directa de sucesión masculina de los jacobitas en 1807 dejó a Gran Bretaña y, de paso, a Irlanda sin posibilidades de ser regida por un monarca católico. En 1798, una gran rebelión fue severamente aplastada y tres años después, en 1801, el Parlamento Irlandés fue abolido, dando origen al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda.

Durante el siglo XIX, Irlanda no fue ajena a los movimientos nacionalistas que se generalizaban por Europa. Las leyes británicas marginaban de la vida pública a los católicos, que constituían la inmensa mayoría de la población, pero también excluían a los protestantes que no tuvieran cierto nivel de riqueza, de modo que los movimientos que buscaban cierto nivel de autonomía para Irlanda también contaron con la simpatía e incluso el involucramiento de algunos sectores protestantes. Procesos como la “hambruna de la papa”, a mediados del siglo XIX, que empujó a una quinta parte de la población irlandesa a emigrar, intensificaron la sensación de muchos en Irlanda de que Londres no sentía ningún compromiso hacia el bienestar del pueblo irlandés.

Al iniciarse el siglo XX, la corriente dominante entre los políticos irlandeses y la gente común era la búsqueda de cierto grado de autonomía para Irlanda, dentro del Reino Unido. En 1912, la Cámara de los Comunes británica finalmente aprobó un estatuto, conocido como “Home Rule” (“autonomía”), que dotaba a Irlanda de un Parlamento propio y permitía que cierto número de parlamentarios irlandeses conservaran sus asientos en Londres. En general, significaba un paso muy importante para devolver poderes de gobierno a Irlanda. El proyecto fue muy resistido por la minoría protestante “unionista”, que no veía con buenos ojos el ser regida por un gobierno católico asentado en Dublín, aunque estuviera bajo la soberanía del Reino Unido. Rechazada dos veces por la Cámara de los Lores, fue votada favorablemente por tercera vez en los Comunes, permitiendo al gobierno de Herbert Asquith forzar su aprobación real en 1914. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial ese mismo año convenció a Asquith de suspender su implementación, que quedó pospuesta y nunca llegó a aplicarse.

El rechazo de la “Home Rule” dio fuerza a los separatistas republicanos irlandeses, sobre todo, a los partidarios de buscar la total independencia de Irlanda, incluso por la fuerza de ser necesario. Fueron estos grupos más violentos los que dirigieron el alzamiento de abril de 1916 que, aunque fue aplastado sin miramientos, sirvió para colocar la cuestión irlandesa en el centro de la opinión pública mundial.

A pesar del Alzamiento de Pascua, de la larga historia de enfrentamientos y de las brutales represiones que había sufrido el pueblo irlandés, fueron decenas de miles los irlandeses que se unieron al Ejército Británico, luchando con distinción en los distintos teatros de operaciones. La tensa relación de ambos pueblos, no obstante, siguió siendo motivo de tensión. El poeta irlandés y recluta voluntario, Francis Ledwidge, escribió al enrolarse en 1914: “me uní al Ejército Británico, porque se interponía entre Irlanda y un enemigo de la civilización, y yo no iba a permitir que se dijera que nos defendía, mientras nosotros no hacíamos nada más que aprobar resoluciones”. El mismo Ledwidge, tras enterarse que muchos líderes separatistas irlandeses, incluidos algunos de sus amigos, fueron ejecutados tras el alzamiento, escribió lo siguiente en 1916: “si alguien me dijera ahora que los alemanes vienen por nuestra puerta trasera, no levantaría un dedo para detenerlos ¡Ellos podrían venir!”. Ledwidge cayó en las maniobras preparatorias de la Tercera Batalla de Ypres, en 1917. Se convirtió así en uno de los casi 50.000 soldados irlandeses que dieron su vida por Gran Bretaña en la Gran Guerra.

Abajo, un poster propagandístico de 1913, que contrasta una “Eire” (nombre dado a la isla en gaélico irlandés) orgullosa e independiente, contra una “Gran Bretaña Occidental” que mendiga lo que puede de Londres.





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Hace 75 años. 24 de abril de 1941. Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años
24 de abril de 1941
Segunda Guerra Mundial

El 18 de abril de 1941, en un acontecimiento muy útil para la propaganda nazi, la 6ª División de Montaña de la “Wehrmacht” alcanza el Monte Olimpo. Los restos del Ejército Yugoslavo se han rendido hace unos días, mientras el frente greco-británico empieza a derrumbarse bajo la presión alemana y de sus aliados. Considerando todo perdido, el Primer Ministro griego, Alexandros Koryzis, se quita la vida. El gobierno heleno, para mantener la precaria estabilidad del país, implementa la ley marcial. Al día siguiente, el general Archibald Wavell, que tiene la pesada responsabilidad de defender todo el Medio Oriente y el Mediterráneo, llega hasta Atenas, donde conferencia con el Rey Jorge II. Ambos coinciden en que Grecia ya no es defendible y acuerdan la necesidad de planificar una evacuación de las tropas por mar. El general Henry Maitlan Wilson, jefe de la fuerza expedicionaria de la “Commonwealth” presente en Grecia, recibe la orden de implementar una defensa que permita la evacuación hacia el sur. Como tantas veces, en tantas otras guerras libradas en la cuna de la ciencia, la filosofía y la disciplina militar espartana, el lugar elegido para contener al adversario es el desfiladero de las Termópilas.

El 20 de abril, Atenas y El Pireo son intensamente bombardeados por aparatos de la “Luftwaffe” y la “Regia Aeronautica”. La “RAF” pierde 10 cazas “Hurricane”, intentando repeler el ataque; entre las bajas, se cuenta el líder de escuadrón Marmaduke “Pat” Pattle, uno de los mayores ases de todas las aviaciones aliadas, que llegó a contabilizar 50 derribos. El mismo día 20, lo que queda de las tropas griegas en Albania, rodeadas y aisladas por el avance alemán, faltas de alimento, medicinas y municiones, se rinden a las tropas alemanas, suscitando las airadas protestas de Mussolini, que exigía que la rendición fuera recibida por las tropas italianas, que habían sido vencidas por los griegos previamente en el frente albanés y ahora regresaban, asistidas por sus aliados alemanes. Antes de terminar el 20 abril, el general Georgios Tsolakoglou rinde lo poco que queda del valiente Ejército Griego a los alemanes. Sin embargo, tropas británicas, neozelandesas y australianas siguen ocupando parte del sur de Grecia, aunque ya se hacen los preparativos de un nuevo Dunkerque, esta vez, en el sudeste de Europa.

El 18 de abril, el gobierno de Estados Unidos declara una ampliación de la Zona de Seguridad Panamericana, que llega a acercarse a sólo 50 millas marinas de Islandia. Los norteamericanos, aunque son oficialmente neutrales, están colaborando con los Aliados en todo, menos en luchar directamente con las tropas alemanas e italianas. Pronto, sobre las heladas aguas del Atlántico, se producirán mayores incidentes entre los escoltas de la “US Navy” y los submarinos de la “Kriegsmarine”. Pocos días después, el 23 de abril, el Secretario de la Marina, Frank Knox, declara: “ya no podemos ocupar la inmoral y cobarde posición de pedir a otros hacer todos los sacrificios para esta victoria, que reconocemos como tan esencial para nosotros”. El mismo 23 de abril de 1941, el primer tanque “M3”, ensamblado en Detroit, es entregado al “US Army”. Los primeros usuarios en combate serán, sin embargo, las “desert rats”, las “ratas del desierto” de la “Commonwealth”. Los británicos, australianos, indios, neozelandeses y sudafricanos al servicio del Imperio Británico bautizarán a los “M3” como “Grant” y “Lee”, dependiendo del modelo, honrando a esos dos generales de la Guerra Civil Estadounidense. Con el tiempo, la inmensa capacidad industrial y financiera norteamericana inclinará la balanza decisivamente del lado norteamericano. La logística, no menos que la estrategia y la bizarría, ganará la Segunda Guerra Mundial.

Los “Grant” / “Lee” aún no desembarcan en África, donde los maltrechos soldados aliados defienden Tobruk del asedio de Rommel y sus tropas ítalo-alemanas. Para mediados de abril, Erwin Rommel pensaba que la “Weser Desert Force” de la “Commonwealth” estaba decisivamente derrotada. Suponía que los barcos en el puerto serían usados en una evacuación masiva y que la resistencia se derrumbaría apenas sus “panzer” se dejaran ver en el perímetro de las fortificaciones. Pero los hombres de la 9ª División Australiana no estaban de acuerdo. Su comandante, Leslie Morsehead, un duro “aussie”, al que sus hombres llamaban “Ming el Cruel”, dijo: “aquí no va a haber ningún Dunkerque. Si hemos de largarnos, nos abriremos paso combatiendo. No habrá rendición, ni retirada”. Además de su infantería de la 9ª Australiana, Morsehead contaba, para la defensa del puerto-fortaleza, con elementos de una brigada australiana, parte de un regimiento desmontado de caballería india, artilleros británicos, una mescolanza de los restos de las fuerzas blindadas derrotadas por Rommel en las semanas previas y una brigada antiaérea, recién llegada desde Gran Bretaña, que jugaría un rol decisivo en el sitio de los siguientes meses, que sería empeñado desde el aire, no menos que en las trincheras de tierra. En total, sumaban unos 30.000 hombres al momento en que el cerco alemán se cerró en torno de ellos. Habían sido perseguidos por el “Afrika Korps” hasta Tobruk y habían sido derrotados en regla por las fuerzas del Eje, que habían realizado una brillante maniobra de flanqueo por el desierto. Pero los australianos de Tobruk no estaban más dispuestos a rendirse, de lo que lo estuvieron sus padres y hermanos mayores, 25 años antes, en Gallípoli y Salónica, en la orilla opuesta del mismo Mediterréno.

Los primeros ataques alemanes al perímetro fortificado no consiguen penetrar las defensas, que reciben refuerzos y materiales desde el mar, mediante el concurso de los mercantes aliados y la “Royal Navy”, bajo el acoso constante de los “Stuka” alemanes y los “Savoia-Marchetti” italianos, que causan bajas enormes a los defensores, aunque pagan también un alto tributo en aparatos y pilotos. Tras el primer intento del 8 de abril, Rommel intenta romper nuevamente las defensas de Tobruk el 14 y el 15 de abril, sin éxito. El audaz “Zorro del Desierto” ha sorprendido a todos en las últimas semanas. Ha reconquistado Cirenacia en 9 días, dejando casi fuera de combate a todo lo que tiene el Imperio Británico para luchar entre Bengazi y Bagdad. Sólo Tobruk se interpone entre él y Cairo y el Canal de Suez y Alejandría... y la gloria. Perdido Suez, las consecuencias militares para Gran Bretaña y las políticas para Churchill podían ser insospechadas.

El enorme desierto, con sus interminables planicies, es un lugar ideal para este brillante oficial alemán de infantería, que ha entendido mejor que nadie la manera en que se debe empeñar la guerra de tanques: velocidad, vértigo, sorpresa estruendosa, flanqueos inesperados. Pero, en un asedio, Rommel ya no está en su elemento. Su proverbial impaciencia, que tanto le sirvió en Francia y en las pasadas semanas, combina mal con el tedioso ritmo de una fortaleza sitiada.

Sus adversarios, en cambio, partiendo por Morsehead, están en su elemento. Ya ganaron una guerra de posiciones hace una generación. Y los británicos y sus cachorros, venidos de la India y el Pacífico, no tienen tal vez la intrepidez del alemán, pero no ceden una pizca en valentía. En uno de los ataques, los “pionierie” (ingenieros de combate) alemanes logran romper las defensas de Tobruk. De inmediato, los carros de la 15ª Panzer se cuelan en el hueco abierto. En su experiencia anterior en Polonia, Noruega, Francia, Bélgica y Holanda, una vez penetrada una defensa por los temidos “panzer”, ésta se derrumbaba. Pero los australianos jugaron distinto esta vez. Dejaron pasar a los tanques, agazapados en sus reductos. Al pasar los tanques, diezmaron la infantería alemana que llegaba tras de ellos, dejando a los blindados sin apoyo contra una guarnición que abrió fuego contra ellos con todo lo que servía para disparar. En 20 minutos, los alemanes perdieron 17 tanques y tuvieron que retirarse.

Luego del último intento de tomar Tobruk al asalto en abril, el día 18, quedó claro al mando germano-italiano que sus fuerzas estaban demasiado golpeadas como para entrar a la fuerza bruta en Tobruk. La otrora poderosa división blindada italiana, “Ariete”, al terminar abril, sólo podía alinear 10 tanques… Rommel se dio cuenta de que debía contentarse con mirar la frontera egipcia desde lejos, mientras no llegaran reemplazos de hombres, suministros y, sobre todo, tanques.

Los tenaces alemanes e italianos, a ratos, colocan a la guarnición de Tobruk en una situación desesperada. Todo servía para evitar lo que parecía una derrota segura. En la fotografía, un infante australiano se las ha arreglado para dar buen uso a la ametralladora defensiva de un “Stuka” alemán derribado. La “MG 15”, de 7.92 mm, montada en la misma cúpula de plexiglás que usó para defender a sus infortunados tripulantes, ahora es utilizada para repeler a los aparatos de la “Luftwaffe”.






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domingo, 17 de abril de 2016

Hace 100 años. 17 de abril de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años

17 de abril de 1916
Primera Guerra Mundial

El 11 de abril de 1916, tropas portuguesas ocupan Kionga, en el África Oriental Alemana. En guerra con Alemania desde hace algunas semanas, Portugal se enfrenta a su nuevo enemigo, en primer lugar, en las colonias africanas. Fue en el continente negro donde ocurrieron muchos de los incidentes que condujeron al ingreso de los lusos en la guerra, aunque es sabido que la vieja alianza británico-portuguesa también pesó.

El 14 de abril, aparatos del Real Servicio Aeronaval británico atacan objetivos en Constantinopla y Adrianópolis, en el territorio europeo del Imperio Otomano. Durante esta guerra, los aviones sólo ensayarán una parte del inmenso poder destructivo que llegarían a desplegar contra las poblaciones civiles en la contienda siguiente.

El 17 de abril, termina la Batalla de Trebisonda victoriosamente para los rusos, que arrebatan el control de la ciudad a sus defensores turcos. 1916 presenciará una cierta recuperación de Rusia que no alcanzará, sin embargo, para evitar los desastres de 1917.

El destino de la guerra, de Europa y del mundo descansa sobre el desenlace del Frente Occidental. Los demás frentes son secundarios y son la periferia de lo que ocurre en el norte de Francia y el sur de Bélgica, donde chocan los ejércitos de tres potencias mundiales: Alemania, Gran Bretaña y Francia. Esta última tiene la particularidad de ser la única de las tres cuyo territorio fue campo de batalla para las tropas de tierra y que fue parcialmente ocupado por sus enemigos alemanes.

Como todos los países involucrados en la Gran Guerra, ésta constituyó un gran desafío para la organización económica francesa. A la carencia de trabajadores enviados al frente y la necesidad de emplear a las mujeres en la producción, se unió el golpe que supuso para la producción nacional el hecho de perder el control de los recursos económicos existentes en los departamentos ocupados por Alemania durante los primeros meses de lucha y de los que no sería expulsada sino hasta el armisticio final de 1918. La línea resultante del frente significó separar a Francia de una parte de sus zonas industriales. Al comienzo de la guerra y durante las batallas más decisivas, los arsenales simplemente no conseguían satisfacer la demanda de material de guerra, de modo que grandes fábricas fueron levantadas casi de la nada, como la Citroën, en París. Muchas otras empresas adaptaron su producción para el esfuerzo bélico. Así, en Lyon, Gillet se convirtió en el principal proveedor de gas, especialmente gas mostaza; además de producir los camiones para el ejército, Berliet llegó a fabricar tanques Renault y, en Clermont-Ferrand, Michelin fue capaz de producir aviones de guerra. En agosto de 1914, los trabajadores de la industria armamentística francesa alcanzaban un número aproximado de 50.000 personas. Al terminar la contienda, la industria de armamentos empleaba 1.700.000 franceses, incluyendo 420.000 mujeres y un número difícil de determinar de menores de edad, obligados a entrar tempranamente en el mundo del trabajo, como una manera de contribuir al sustento de sus familias, perjudicadas por la lejanía o muerte de los padres que, hasta antes de ser enviados a la carnicería, constituían el sostén económico de los hogares.

Si, en 1914, el desempleo era uno de los grandes problemas nacionales, durante el desarrollo del conflicto el problema fue la escasez de mano de obra, incluso luego de la masiva inclusión femenina en una serie de campos considerados privativos de los varones hasta 1914. La llamada “Ley Dalbiez”, introducida en agosto de 1915, permitió la destinación de algunos hombres al trabajo dentro del país y lejos del frente, cuando se estimare que así serían más útiles para el empeño bélico. Además de los exceptuados del servicio en el frente, las mujeres y los niños, se estima que unos 200.000 obreros venidos desde las colonias fueron llevados a trabajar a la Francia metropolitana, a través el Servicio de Organización de Trabajadores Coloniales (“Service de l’Organisation des Travailleurs Coloniaux”) y de algunas otras vías por las que cientos de miles llegaron a colaborar con el esfuerzo francés en las distintas actividades económicas de la nación.

Hubo otros campos, además de la economía y el empleo, en que la guerra se dejó sentir en el frente doméstico. La espantosa carnicería de los distintos frentes —especialmente de las trincheras del norte de Francia— provocó la intrusión del luto en todos los ámbitos de la vida civil. El lazo que más fuertemente vinculaba a la Francia alejada del frente con la Francia movilizada y la Francia ocupada era el ser todas parte de una comunidad unida en torno a los sentimientos de luto y dolor. La muerte se dejaba sentir por todas partes y, desde el comienzo mismo de la guerra, los orfanatos y otras instituciones de beneficencia afines tuvieron que multiplicar sus actividades.

En la fotografía, una imagen que pocos esperaban presenciar antes de 1914: una mujer soldando munición de artillería en una planta francesa.





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Hace 75 años. 17 de abril de 1941. Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años

17 de abril de 1941
Segunda Guerra Mundial

El 11 de abril de 1941, aún manteniendo el estatus oficial de “neutral”, Estados Unidos inicia los patrullajes navales en el Atlántico Norte, con el propósito de proteger el tráfico mercante dirigido a Gran Bretaña. La noche de ese mismo día, Coventry, en Inglaterra, es fuertemente bombardeada por la “Luftwaffe”.

En Grecia, el 12 de abril concluye la llamada Batalla de Vevi, cuando tropas griegas y de la “Commonwealth” se retiran ante el avance alemán. Al día siguiente, los tanques de la División “SS Panzer Leibstandarte” ocupan el estratégico Paso de Kleisoura, dejando aislados a 223.000 soldados griegos estacionados en Albania y que, hasta entonces, habían protagonizado resonantes éxitos contra la invasión italiana, antes de la llegada de los alemanes.

El Mediterráneo es un gran teatro de operaciones que interconecta sus tres puntos principales. Mientras sus tropas de tierra avanzan en Grecia, la aviación de la Alemania Nazi sigue asediando la isla de Malta, que es sometida a feroces bombardeos el día 13. A pesar de la enorme presión ejercida sobre el “portaaviones británico insumergible”, Malta será una espina clavada en el costado del Eje Roma-Berlín hasta el fin de la lucha por el control del Mediterráneo. Al día siguiente, Rommel ataca Tobruk, esperando que la “Western Desert Force” de la “Commonwealth”, derrotada y en retirada, no haya sido capaz de reorganizarse apropiadamente. Sin embargo, Tobruk está bien guardado por la 9ª División Australiana, parte de la 17ª Australiana, unidades británicas de artillería y restos de unidades indias que han conseguido huir de la enorme trampa que Rommel había formado alrededor de ellos en su imparable avance por la Cirenacia libia. Sucesivos asaltos del “Afrika Korps” y sus aliados italianos fracasaron el 16 de abril y no consiguieron ocupar el puerto. Así la guerra en el Desierto Occidental se convierte en una de posiciones, en la que Rommel se siente mucho menos cómodo que sus prudentes, pero valientes y porfiados enemigos del Imperio Británico.

En el mar, los británicos también ofrecen resistencia al Eje apenas se les presenta oportunidad. El 15 de abril, un grupo de destructores británicos intercepta y destruye un convoy que transportaba suministros para las tropas ítalo-alemanas que luchan en África del Norte, hundiendo también los tres destructores italianos que escoltaban a los mercantes. En tierra, las fuerzas de Gran Bretaña y sus dominios están en serios apuros, pero las aguas del Mar Mediterráneo siguen siendo un “lago inglés”. Gran Bretaña, contra todo pronóstico, sigue luchando, a casi un año de haberse producido el desastre de la Campaña de Francia. Pero el precio pagado por la “rubia Albión” es alto: el 16 de abril, es el turno de los habitantes de Belfast, en Irlanda del Norte, para recibir las devastadoras atenciones de los bombarderos alemanes.

En estos últimos siete días, el suceso más importante es la rendición de Yugoslavia. El 17 de abril, los restos de su valiente ejército se rinden. Se forma inmediatamente un gobierno en el exilio, mientras el joven Rey Pedro se retira a Grecia, que sigue resistiendo a los alemanes con asistencia de los británicos.

Enfurecido con el golpe de estado del 27 de marzo, Hitler ordenó ampliar la ofensiva en los Balcanes para que incluyera Yugoslavia como uno de sus objetivos. Originalmente sólo Grecia sería invadida, para evitarle a Mussolini la vergüenza de una derrota completa frente a los griegos, pero especialmente para negar a los británicos una base en el sur de Europa que pudiera amenazar el flanco sur del próximo ataque contra la Unión Soviética. El tirano nazi tampoco podía regalar a la “Royal Air Force” un punto de partida para enviar sus bombarderos contra los campos petrolíferos de Rumania, de donde la máquina de guerra alemana obtenía la mayor parte de su carburante. Como parte de la preparación para atacar Grecia, Hitler se empeñó en presionar a los yugoslavos para que se unieran al Eje. Aunque el gobierno de Belgrado no vio más alternativas que aliarse con los nazis, el golpe de estado demostró a Hitler que Yugoslavia no colaboraría y, por tanto, decidió ordenar a los mandos de la “Wehrmacht” que invadieran el país.

El 6 de abril, las fuerzas alemanas iniciaron su invasión de Yugoslavia, al mismo tiempo que hacían lo propio en Grecia. La primera fase de la operación se concentró en bombardear Belgrado, que debía ser castigada de manera ejemplificadora por orden expresa de Hitler. El nivel de destrucción sufrido por la capital yugoslava fue muy alto en términos de vidas civiles e infraestructura, pero también afectó sobremanera las comunicaciones entre el mando central de la nación y las tropas que se preparaban a resistir la invasión alemana. El asalto aéreo inicial además se empeñó en dañar al máximo las capacidades de la Real Fuerza Aérea Yugoslava, que podía presumir de cierto poderío en el concierto europeo, pero que no podía aspirar a luchar de igual a igual contra los recursos combinados de la “Regia Aeronautica” italiana y la “Luftwaffe” alemana.

El rápido avance alemán atravesó el país hacia Belgrado desde el norte y desde el este, dejando una gran bolsa de resistencia en torno a la capital. Para el 11 de abril, Belgrado estaba rodeado y, para el 12, toda resistencia había cesado en la capital. Ese mismo día 12, tropas húngaras atravesaron la frontera. Superados en todos los frentes y habiendo pasado una semana desde el inicio del asalto alemán, los yugoslavos sólo pudieron oponer alguna resistencia a los húngaros con sus vigilantes fronterizos. El Tercer Ejército Húngaro, sin embargo, se detuvo luego de ocupar la Vojvodina, una región fronteriza de mayoría étnica húngara, que había sido parte del Reino de Hungría hasta la Primera Guerra Mundial. Los búlgaros también aprovecharon la ocasión para reponer algunas pérdidas territoriales sufridas como consecuencia de su derrota en la guerra anterior.

Los yugoslavos intentaron una contraofensiva a pequeña escala contra las tropas italianas estacionadas en el norte de Albania. La idea era dejar abierta una vía de retirada para el Ejército Yugoslavo hacia el sur, de modo que pudiera unir fuerzas con los griegos y con las fuerzas de la “Commonwealth”, para así reeditar, todos juntos, el llamado Frente de Salónica, que tantos dolores de cabeza causó al mando alemán en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la rapidez del avance alemán impidió explotar algunos éxitos iniciales del contraataque iniciado el 7 de abril, que tuvo que ser suspendido el 12.

Con la situación militar deteriorándose rápidamente, la desintegración política del multiétnico estado no se hizo esperar. Tan temprano como el 7 de abril, elementos croatas del ejército se sublevaron contra sus mandos, predominantemente serbios. Muchos croatas se sentían oprimidos por los serbios que, desde el nacimiento de la federación, se habían comportado como los dominadores de la misma. El 10 de abril de 1941, fue proclamado en Zagreb el Estado Independiente de Croacia, que se transformó en un satélite del Eje y colaboró con los nazis con entusiasmo, para vengarse de sus antiguos opresores serbios.

Para el 14 de abril, el alto mando yugoslavo comprendió que el país se había vuelto indefendible, autorizando a los comandantes locales a negociar términos de capitulación, si no se veía más remedio. Desde el comienzo, los alemanes dejaron claro que aceptarían sólo la rendición incondicional de sus oponentes. El 17 de abril de 1941, tras 11 días de lucha, el ex ministro Aleksandar Cincar-Markovic y el general Milojko Jankovic firmaron un armisticio y rindieron incondicionalmente todas las fuerzas yugoslavas. En la ceremonia, estuvieron presentes oficiales búlgaros y húngaros, que habían tomado parte en la invasión, pero que no firmaron el documento, pues sus gobiernos nunca estuvieron formalmente en guerra con Yugoslavia. El representante italiano, coronel Luigi Buonofati, firmó el documento luego de afirmar el consentimiento de su gobierno.

Los yugoslavos lucharon con bizarría, aunque cometieron el error de querer defender todas sus fronteras de enemigos muy superiores, antes de que la ayuda británica pudiera organizarse del todo. Además del territorio croata, independizado de los serbios, el resto del territorio fue dividido por los cuatro invasores, con la mayor parte del país partido en beneficio de Italia y Alemania. Seguirían largos años de ocupación hasta la derrota final de los alemanes en 1945. En todo caso, muchos militares, marinos y aviadores yugoslavos consiguieron escapar del desastre y siguieron la lucha junto con los griegos y luego al lado de los británicos, cuando Grecia cayó. Además fue una de las naciones ocupadas que más problemas dio a los ocupantes del Eje. La resistencia yugoslava mereció contarse entre las más célebres. Al igual que los demás movimientos de resistencia de Europa Central y del Sur, fue un elemento clave en la derrota de los nazis, pero fue abandonada por Occidente y traicionada por los comunistas.

En la fotografía, un grupo de “Bersaglieri” italianos entra en Dubrovnik, Croacia, durante la invasión a Yugoslavia. Era ésta una unidad de elite del “Regio Esercito”, especialmente entrenada como infantería rápida y francotiradores. Tenían una bien ganada fama desde las guerras de independencia italianas del siglo XIX.




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domingo, 10 de abril de 2016

Hace 100 años. 10 de abril de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años 
10 de abril de 1916
Primera Guerra Mundial

El general Aleksei Brusilov es nombrado comandante de las fuerzas rusas del sur el 4 de abril de 1916. Probará ser uno de los jefes más capaces de la guerra y llegaría a poner en serios aprietos a los Imperios Centrales. A la larga, la revolución y la descomposición del ejército (y de Rusia en general) le impedirían capitalizar los éxitos que consiguió en el campo de batalla. El 6, los rusos inician su ataque sobre Trebisonda, en la costa noreste de Anatolia, un paso complementario obvio a seguir, luego de los éxitos obtenidos en la ofensiva de invierno contra la ciudad turca de Erzerum. En el Cáucaso, por el momento, los rusos tienen a los turcos otomanos a la defensiva.

En Mesopotamia, en cambio, las armas turcas tienen mejor fortuna. El 5 de abril, tropas británicas, al mando del general George Gorringe, consiguen conquistar la posición turca de Falahiya, aunque sufren preocupantes bajas. Las tropas británicas están intentando aliviar la presión sobre sus camaradas encerrados en la ciudad de Kut, asediados desde diciembre de 1915. Al día siguiente, las tropas de Gorringe prosiguen su avance hacia la siguiente posición turca, en Sannaiyat. A pesar de la intensidad de los ataques, los británicos sufren muchas bajas y su fracaso en romper las líneas turcas obliga a suspender el ataque el 9 abril.

Las luchas en el Cáucaso y el Medio Oriente, así como en las colonias africanas y los estrechos, o incluso en los Balcanes, donde todo el enredo se inició, fueron campañas duras, con centenares de miles de bajas, pero eran teatros periféricos y secundarios, comparados con el lugar donde todo debía resolverse: Europa. El actor principal de la guerra en Europa era Alemania, la que, con altibajos, obligó a tres grandes potencias enemigas, desde agosto de 1914 en adelante, a realizar grandes sacrificios para doblegarla. Desde 1915, otra potencia europea se sumó a la lucha contra los alemanes, Italia, y, en 1917, Estados Unidos también se sumaría a una alianza que ya contaba a todas las potencias mundiales y una veintena de naciones alrededor del orbe, aunque la mayoría no participó del esfuerzo principal de la guerra o realizó un aporte muy marginal al mismo. Esta alianza, conocido como la Entente, contaba además con el casi absoluto dominio de las líneas de comunicación marítima, sustentado especialmente en el poder de la “Royal Navy” británica.

El Segundo Imperio Alemán contaba sólo con la alianza de Bulgaria, cuyo tamaño le impedía ejercer un impacto decisivo en la contienda, y de dos imperios aquejados de muchos problemas estructurales: Turquía y Austria-Hungría, a los que tuvo que asistir con suministros, consejeros militares y, en algunos sectores, con tropas. Sin embargo, Alemania se las arregló para colocar en jaque al inmenso poder combinado de la alianza a la que enfrentaba y hubo momentos en que parecía que obligaría a la Entente a sentarse a la mesa de negociaciones para discutir una paz favorable a los intereses de Berlín.

El ímpetu de sus ejércitos era mantenido por lo que se hiciera en el frente interno de Alemania, desde donde salían los reclutas que partían a los distintos frentes y donde se fabricaban las armas que les permitían luchar contra los adversarios del “Reich”. Mientras millones de hombres formaban en las filas del Ejército, otras tantas mujeres y sus familias quedaron atrás, obligadas a experimentar una vida diaria, en una forma que nunca lo había hecho antes ninguna sociedad civil en tiempos de guerra. La pérdida de los esposos y padres casi siempre significaba una sensible baja en los ingresos familiares, insuficientemente compensada por las ayudas del gobierno.

Para nivelar sus ingresos, las mujeres tuvieron que salir a trabajar como nunca antes, para ocupar las plazas de trabajo que, hasta la guerra, eran exclusivas de los varones y que los empleadores no tenían forma de cubrir. Las mujeres fueron el sostén de la economía alemana de guerra, cubriendo la falta de mano de obra, generando ingresos para sus familias y estabilizando el empleo. A pesar de su importancia, sufrían serias injusticias. A menudo se las trataba como trabajadores inferiores a los hombres y se les pagaba mucho menos, incluso cuando conseguían ponerse al día en los conocimientos y habilidades necesarias para los oficios que desempeñaban. Eran obligadas a trabajar largas jornadas para satisfacer apenas sus necesidades básicas, de modo que tampoco tenían el tiempo necesario para pasar con sus hijos.

No sólo las mujeres tuvieron que acostumbrarse a los nuevos ritmos que imponía la guerra. Los más jóvenes también sufrieron muchos cambios en su forma de vida. Con los padres luchando en el frente y las madres obligadas a trabajar fuera de casa, la cantidad de tiempo que los niños pasaban en familia disminuyó dramáticamente y, en muchos casos, también se vieron en la obligación de trabajar para ayudar en algo a las necesidades de sus hogares, inclusive atendiendo menos horas a las escuelas o abandonando del todo sus estudios. El que muchos profesores hayan sido reclutados para luchar en el frente tampoco ayudaba.

Otro gran problema para los alemanes fue la creciente escasez de alimentos. Las potencias de la Entente tuvieron que imponer sus propias medidas de racionamiento, pero su control de los mares impidió que llegaran a pasar los apuros de los alemanes en este ámbito. A pesar de muchos esfuerzos, la producción agrícola alemana nunca fue capaz de contrarrestar el descenso que originó la falta de miles de campesinos llevados desde sus labores en el agro a los campos de batalla. A medida que la guerra se alargó, Alemania tenía cada vez más dificultades para alimentar a sus tropas y la comida para la población que quedaba a retaguardia era también escasa y cara.

Para 1916, la situación alimentaria en Alemania empezaba a volverse crítica. La dieta de la mayoría de los alemanes se componía de papas y pan, que también empezarían a escasear durante los últimos meses de la guerra. Con sus cuerpos debilitados por la alimentación insuficiente, la población alemana fue blanco más fácil para las epidemias, que aumentaron las tasas de mortalidad, especialmente entre niños y ancianos.

La pesadilla de la guerra se arrastraría hasta 1918 y dejaría a Alemania sumida en una aguda crisis económica, de la que no se pudo recuperar sino con mucho esfuerzo. El viejo ciclo económico retomaría su ritmo previo a la guerra y los mares y fronteras abiertos permitirían nuevamente que los industriosos alemanes intercambiaran otra vez sus productos con el mundo, incluso con sus enemigos de la Gran Guerra. Pero los cambios en la familia y la sociedad en general no retrocederían con tanta facilidad, especialmente en áreas como el lugar de las mujeres en el mundo del trabajo y la independencia que los más jóvenes habían experimentado con padres ausentes (de manera permanente en algunos casos, cuando no volvieron de la guerra) y con la oportunidad de haber ganado su propio dinero, aunque haya sido poco.

En la fotografía, una trabajadora alemana fabricando “cruces de hierro”, destinadas a condecorar a los soldados distinguidos por su valentía en batalla.





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Hace 75 años. 10 de abril de 1941. Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años

10 de abril de 1941
Segunda Guerra Mundial

El 6 de abril de 1941, los italianos son obligados a abandonar Addis Abeba, capital de su efímero Imperio Etíope, que será devuelto a su monarca legítimo, el “Negus” Haile Selassie. Las fuerzas de la Commonwealth también presionan a las últimas tropas italianas que quedan en Eritrea y Somalia. Los sueños imperiales de “Il Duce”, Benito Mussolini, se van haciendo humo.

La primera mitad de 1941 es de los peores momentos para los británicos en la Batalla del Atlántico. El 4 de abril, el convoy SC-26 pierde la mitad de las naves que lo componían. Los submarinos alemanes están dándose un festín a costa de las marinas mercantes aliadas. Para contrarrestar la amenaza de los sumergibles germanos, el gobierno libre de Dinamarca, que funciona en el exilio londinense, autoriza a Estados Unidos que ocupe Groenlandia e Islandia. Los norteamericanos construirán bases aéreas y navales para apoyar el esfuerzo aliado de guerra en las heladas aguas del Atlántico Norte.

La guerra se complica para los británicos también en otros frentes. El 6 de abril, los alemanes lanzan la “Operación Marita”, cuyo objetivo es la ocupación militar de Grecia y Yugoslavia. Además de los italianos, que ya luchaban contra los griegos desde fines de 1940, los alemanes recibirán el apoyo de búlgaros y húngaros durante una campaña que finalizaría antes de la llegada de mayo, con la victoria completa de las fuerzas del Eje, a pesar de contar con la asistencia de una fuerza expedicionaria británica. Sin embargo, yugoslavos, griegos y británicos ofrecieron encarnizada resistencia, que obligó a los alemanes a pagar muy caro su éxito, tanto en soldados y equipo, como en precioso tiempo, que se echaría de menos más tarde, durante la invasión alemana a Rusia. Por lo pronto, durante los dos primeros días de guerra en Yugoslavia, la “Luftwaffe” inicia un devastador asalto aéreo, que prácticamente barre con las aviaciones griega y yugoslava, y deja Belgrado en ruinas. Para el 8 de abril, los alemanes ya están en Salónica.

El 10 de abril de 1941, las tropas germano-italianas que luchan en el Norte de África llegan hasta Tobruk, que quedará completamente rodeada por tropas del Eje el día siguiente. El escenario quedaba montado para el largo “Sitio de Tobruk”, que se prolongaría por 241 días, hasta fines de noviembre de 1941. La imposibilidad de capturar Tobruk de inmediato fue el primer contratiempo serio sufrido por el general Erwin Rommel, desde que iniciara su ofensiva sobre Cirenaica a fines de marzo. Rommel había llegado hasta África con sus tropas en febrero de 1941, con el único propósito de evitar que Tripolitania cayera en manos británicas, tal como había pasado con Cirenaica. La pérdida total de Libia significaría un rudo golpe a la moral italiana, que quizás hasta podría poner en entredicho el liderazgo político de Mussolini. Tampoco podía predecirse qué ocurriría con las colonias francesas de Túnez, Argelia y Marruecos, controladas hasta el momento por el gobierno del mariscal Pétain, si llegaba hasta sus fronteras una fuerza victoriosa de Gran Bretaña y sus dominios. El propósito de Rommel y sus hombres en África residía sólo en evitar ese escenario desastroso para el Eje, pero no se esperaba de él que hiciera otra cosa que una defensa enérgica y se le había advertido que no esperara muchos más refuerzos.

El jefe británico a cargo del Medio Oriente, sir Archibald Wavell, sabía que los alemanes estaban llevando tropas a África desde febrero de 1941, pero de todos modos accedió a debilitar a sus tropas en Libia, retirando lo mejor de las mismas desde Egipto, para desplegarlas contra la inminente invasión alemana de Grecia. Wavell confiaba en que Rommel no tendría todos sus medios listos antes de mayo. Wavell posiblemente estaba en lo cierto, pero no contaba con que Rommel no estaba dispuesto a esperar que llegara todo su ejército y ni siquiera la mayor parte para lanzarse al ataque. Contrariando expresas órdenes de Berlín y de Roma, Rommel inició su avance el 24 de marzo de 1941, colocando las primeras unidades de su “Afrika Korps” frente a las posiciones de la 3ª Brigada Acorazada Británica, al sur de Mersa Brega, que cayó el 1 de abril. A partir de ese momento, Rommel empujó a las tropas de la “Commonwealth” a través de toda Libia, hasta llevarlas hasta la mismísima frontera egipcia.

Rommel estaba cosechando resonantes triunfos ahí donde el mando italiano había cosechado aplastantes derrotas. Por una parte, Rommel estaba mejor equipado que el mariscal Graziani cuando éste atacó Egipto, para luego verse obligado a retroceder por Cirenaica. Las pocas tropas alemanas que habían llegado a África disponían de un núcleo de fuerzas motorizadas y blindadas, que podían moverse rápidamente a los puntos del frente donde fueran más necesarias. Graziani, en cambio, tenía un ejército mucho más numeroso, pero compuesto mayoritariamente por infantería no motorizada, que sólo servía para combatir en posiciones defensivas, que podían ser flanqueadas por un enemigo resuelto que contara con medios motorizados y, sobre todo, con buenos y abundantes tanques, otro importante recurso en que la Italia Fascista quedaba corta. Además Rommel comprendía mucho mejor que sus adversarios británicos y que sus aliados italianos la naturaleza móvil y vertiginosa de la guerra en el desierto. La derrota inicial de los italianos, sin embargo, tuvo efectos que se dejaron sentir durante toda la campaña africana, especialmente en cuanto a la moral de los italianos y a la confianza en sus capacidades y en sus armas. De todos modos, cuando tuvieron recursos decentes a su disposición y estuvieron bien mandados, los italianos fueron un activo importantísimo en las operaciones de Rommel, tal como él mismo lo reconoce en sus memorias.

Para el 19 de abril, los altos mandos en Berlín y en Roma esperaban un informe sobre el ritmo de avance en Cirenaica; nueve días antes de esa fecha, Rommel y sus tropas ya  la habían conquistado completa; de paso, habían llegado a la frontera egipcia y habían expulsado a las tropas de la “Commonwealth” hasta Egipto, salvo por una bolsa que contenía, para desgracia de Rommel, el crucial puerto-fortaleza de Tobruk. El jefe alemán suponía que la posición británica en África estaba al borde del colapso. Esperaba, en consecuencia, que Tobruk cayera al primer asalto, operación que ordenó de inmediato el 10 de abril, cuando las fuerzas bajo su mando llegaron a las inmediaciones del puerto. Al mismo tiempo, estableció como nuevo objetivo del “Afrika Korps” la conquista de Egipto hasta el Canal de Suez, que esperaba ocurriera a continuación de la caída de Tobruk. Sin embargo, los 25.000 británicos y australianos que defendían Tobruk no estaban dispuestos a abandonar sus posiciones sin fiera lucha.

Incluso con el contratiempo de Tobruk, el avance de Rommel por Cirenaica había sido espectacular. En cosa de días, reconquistó media Libia y casi deshizo a las tropas de la “Commonwealth” en el proceso. El progreso de la campaña fue tan rápido que, durante la retirada, fueron capturados el general Philip Neame, gobernador miltar de Libia, y el general Richard O’Connor, comandante de la Fuerza del Desierto Occidental, que en el apuro de la retirada se extraviaron y fueron a dar con una patrulla alemana en la noche del 7 de abril, que los tomó prisioneros junto con buena parte de su plana mayor.

En la fotografía (de izquierda a derecha), el brigadier John Coombe, el general O’Connor y el general Neame charlan poco antes de partir hacia su cautiverio en Italia.





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sábado, 2 de abril de 2016

Hace 100 años. 3 de abril de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
3 de abril de 1916
Primera Guerra Mundial

El 30 de marzo de 1916, es hundido el “Portugal”, un barco hospital ruso que navegaba por el Mar Negro, a la altura de Rizeh, frente a la costa turca. El “Portugal” había sido enviado a recoger heridos del Ejército Ruso, luego de la captura de Erzerum por parte de las fuerzas zaristas que actuaban en el frente armenio. Hallándose en mitad de una operación de recogida de heridos, usando balsas para llevar a los hombres hasta la nave, la tripulación divisó un periscopio, según el relato de testigos del hecho. Al estar protegido por el derecho internacional, el barco no intentó acciones evasivas. El periscopio, que presuntamente correspondía al submarino alemán “SMU-33”, se acercó al “Portugal” y disparó un torpedo sin previo aviso, que falló el blanco. En un segundo intento, el torpedo dio justo en medio de la embarcación, que se partió en dos y se hundió rápidamente. Fueron 115 las víctimas fatales del hundimiento. El gobierno turco, sin embargo, siempre sostuvo que el hundimiento se produjo por el impacto de una mina y no por el ataque de un submarino alemán a las órdenes del Sultanato.

El 31 de marzo, el dirigible alemán “L-15”, comandado por el capitán Joachim Breithaupt, es alcanzado por fuego antiaéreo mientras volaba sobre Inglaterra, en una misión de bombardeo. Con cuatro de sus celdas de gas destruidas, la aeronave empezó a perder altura y cayó al mar antes de poder poner rumbo hacia el continente. Sólo un miembro de la tripulación sobrevivió. A medida que pasaba el tiempo, los aviones de combate y la artillería antiaérea fueron mejorando, haciendo cada vez más vulnerables a los “zepelines”. En general, las tripulaciones de los dirigibles consideraban que la mejor defensa consistía en ganar altura lo más rápido posible, cosa que no siempre se conseguía a tiempo, como pudo comprobar la tripulación del “L-15”.

La Batalla de Verdún, tan cuidadosamente planificada por el alto mando alemán, se complica para los atacantes. Las bajas son alarmantes para los dos bandos, pero los alemanes tienen menos reservas que sus adversarios. Lo último que Alemania necesita es que las batallas se alarguen. Francia y Gran Bretaña, en cambio, tienen el tiempo a favor, dueñas de los océanos y conectadas con sus imperios coloniales, que cubren gran parte de la superficie terrestre. Von Falkenhayn, Jefe del Estado Mayor Alemán, considera la posibilidad de retirarse, pero el honor del Ejército, del Káiser y del “Reich” están en juego. Verdún fue elegido como objetivo, no sólo por hallarse en una saliente del frente, sino también por la gran carga simbólica que contiene. La antigua ciudad francesa de Verdún fue una de las últimas en rendirse a los prusianos en la humillante derrota de 1870. Desde entonces, se había convertido en uno de los sectores más fortificados de la frontera con Alemania. Los generales alemanes sabían que la captura de Verdún sería un rudo golpe a la moral francesa, que obligaría a los mandos franceses a empeñar todos los recursos disponibles en su recuperación.

Sorprendidos al comienzo, una vez que la batalla se hubo desatado, los franceses estaban sometidos a constantes bombardeos de la artillería y carecían de suficientes vías de comunicación que alcanzaran la “Région Fortifiée de Verdun” (“RFV”, “Región Fortificada de Verdún”). Todo el esfuerzo logístico necesario para contener la ofensiva germana dependió de un solo camino de siete metros de ancho. Apenas tomó el mando de la batalla, el general Henri Philippe Pétain fijó como prioridad mantener la vía abierta y lo más expedita posible. Numerosa tropa fue puesta a trabajar en el mejoramiento y mantenimiento de la ruta, mientras que una flota de más de 3.000 camiones fue destinada al transporte de abastecimientos. Transcurrida la primersa semana de la batalla, en febrero de 1916, 190.000 soldados franceses habían reforzado Verdún transitando el camino y 25.000 toneladas de municiones, comida, medicamentos y otros suministros habían sido llevados hasta el frente. Pétain también aprovechó el camino para rotar el equivalente de 40 divisiones, desde dentro y hacia fuera del sector de la batalla, durante los largos meses que duró la misma, lo que ayudó a mantener tropas siempre frescas en la línea de combate. El camino fue bautizado posteriormente como “La Voie Sacrée”, “La Vía Sagrada”, como una forma de resaltar lo relevante que resultó para la victoria francesa.

En la fotografía de abajo, se puede apreciar el incesante tránsito al que estuvo sometida “La Voie Sacrée” durante la decisiva Batalla de Verdún.





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