domingo, 25 de diciembre de 2016

Hace 100 años. 25 de diciembre de 1916. Primera Guerra Mundial. Rusia y Austria-Hungría

Hace 100 años
25 de diciembre de 1916
Primera Guerra Mundial

Rusia y Austria-Hungría

En el verano boreal de 1914, millones de jóvenes europeos partieron entusiastas a una guerra que les prometieron sería corta y victoriosa. Para la mayoría de los que siguen en el frente y han tenido la suerte de no morir o quedar inválidos, debió ser decepcionante pasar otra Navidad lejos de sus patrias. En el Frente Occidental, el principal de la guerra, millones de franceses, belgas, alemanes y súbditos de diversos territorios del Imperio Británico pasan la tercera Navidad lejos del hogar. Las fiestas de fin de año de 1916 transcurren en la relativa calma impuesta por la llegada del invierno y por el desgaste sufrido por ambos bandos en las dos grandes batallas libradas en Verdún y en el Somme. Por el momento, la lucha es leve, aunque habrá que seguir aguantando las horribles condiciones de vida en las trincheras.

El 23 de diciembre de 1916, se libra la Batalla de Magdhaba, en el marco de la Campaña del Sinaí y Palestina. En agosto, una fuerza combinada de alemanes y turcos había sido forzada a retirarse, tras ser derrotada en la Batalla de Romani. En los tres meses siguientes, los turco-alemanes siguieron batiéndose en retirada, mientras el territorio capturado en el Sinaí era consolidado y guarnecido por las tropas de la “Egyptian Expeditionary Force” (“EEF”, “Fuerza Expedicionaria Egipcia”), una formación imperial multinacional que reunía británicos, neozelandeses y australianos. Estas tropas se habían dedicado, en los últimos meses, a realizar constantes patrullajes y reconocimientos, para proteger la construcción de una línea férrea y una tubería de agua, que proveería de lo necesario para la lucha en el desierto al ejército que avanzaba. Al mismo tiempo, procuraban negar a los turcos y alemanes el paso por el Sinaí, capturando o destruyendo cisternas y pozos.

Para comienzos de diciembre, las obras habían progresado lo suficiente, como para permitir a los británicos reanudar su avance el 20 de diciembre. Tras una marcha nocturna de la División Montada del “Anzac” (“Australian and Newzeland Army Corps”, “Cuerpo de Ejército Australiano y Neozelandés”), en la madrugada del 23 de diciembre, una columna de tropas australianas, británicas y neozelandesas atacaron una fuerte posición defensiva otomana, consistente en seis reductos. Durante el día, se produjo una dura lucha, en que las tropas montadas cabalgaban hasta lo más cerca posible de las posiciones enemigas, para luego desmontar y cargar a la bayoneta, apoyadas por artillería, ametralladoras y aviación. Al final del día, las bien defendidas y bien camufladas posiciones turcas habían sido capturadas.

Carlos I, Emperador Austrohúngaro, nombra en estos días a sus más cercanos colaboradores. El 21 de diciembre, designa Ministro-Presidente de Austria a Heinrich Clam-Martinitz. En tanto, el 22, nombra a Ottokar Czernin nuevo Ministro de Relaciones Exteriores. El ministro Czernin, al igual que el Emperador, estaban convencidos de que Austria-Hungría no sobreviviría otro año si seguía en guerra. Ambos hicieron lo que estuvo a su alcance para lograr una paz por compromiso, que no desconociera las obligaciones contraídas con Alemania. Pero Austria era cada vez más dependiente de Alemania, tanto en el aspecto militar, como en el campo diplomático, de modo que las posibilidades de poder sacar a Austria de la guerra pasaban por convencer a Alemania de hacer algunos gestos, como devolver Alsacia y Lorena, que difícilmente serían aceptados por el Káiser Guillermo II y su gobierno.

El principal esfuerzo militar de Austria-Hungría estuvo comprometido contra el Imperio Ruso. Ambos imperios fueron, de entre las potencias europeas, las más directamente involucradas en el estallido de la Gran Guerra en el verano de 1914. La temporal derrota de Rumania y la posterior rendición de la Rusia bolchevique posibilitaron a los austrohúngaros conseguir enormes ventajas y grandes extensiones de territorio por un tiempo, pero fueron victorias pírricas, que solo retrasaban la perspectiva de una derrota que se iba haciendo más amenazante, en la medida que el equilibrio estratégico mundial se volvía más adverso hacia los Imperios Centrales, especialmente luego de que Estados Unidos entrara en la contienda apoyando a la Entente.

En procesos comparables, ambos imperios dinásticos, Rusia y Austria-Hungría, a fines de 1916, marchaban hacia el violento final de sus regímenes monárquicos. Rusia sobreviviría la guerra como entidad estatal, aunque con un nombre distinto y con su pueblo sufriendo una tiranía atroz. El Imperio de los Habsburgo, en tanto, fue destruido completamente al finalizar la guerra.

La pérdida de hombres y material de guerra hizo a los austriacos cada vez más dependientes de los alemanes, que tuvieron que desplegar sus tropas también en los frentes en que el protagonismo inicial estaba en manos del “Ejército Real e Imperial” de los Habsburgo.

En la fotografía, soldados alemanes son transportados en camión, en algún lugar del Frente Oriental.




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Hace 75 años. 25 de diciembre de 1941. Segunda Guerra Mundial. “Hombres rana” italianos

Hace 75 años
25 de diciembre de 1941
Segunda Guerra Mundial

“Hombres rana” italianos

El 19 de diciembre de 1941, Adolf Hitler oficializa la destitución del general Walther von Brauchitsch como Comandante en Jefe del Ejército y se nombra él mismo en el puesto, con la promesa de “educarlo en el Nacionalsocialismo”. Una de las primeras órdenes impartidas por Hitler desde su nueva posición fue negar la retirada de las tropas alemanas que resisten la contraofensiva rusa en el Frente Oriental. Miles de soldados alemanes fueron condenados a morir en sus posiciones, sin posibilidad de maniobrar en retirada. El mismo día 19, el Colegio Militar Soviético vuelve a Moscú, luego de haber sido evacuado a Orenburg en los días más comprometidos del avance alemán sobre la capital marxista.

En el Oeste, la guerra aérea contra Gran Bretaña tampoco va bien para Alemania. En un atrevido ataque diurno, 41 bombarderos británicos atacan Brest el 19 de diciembre. Como resultado de la incursión, las compuertas del dique en que estaba estacionado el acorazado alemán “Scharnhorst” quedaron tan dañadas, que el poderoso navío germano quedó confinado al puerto durante todo un mes.

En el Pacífico, la iniciativa la tiene Japón. Los tres acorazados estadounidenses capaces de flotar, luego de ataque a Pearl Habor, son evacuados al territorio metropolitano de Estados Unidos, para ser reparados. La única amenaza a la supremacía japonesa son los portaaviones de la “US Navy”, que no tiene un solo acorazado desplegado en todo el teatro de operaciones. Gran Bretaña perdió sus únicos dos buques capitales en los primeros días de campaña y Holanda nunca ha tenido nada más poderoso que un crucero ligero en su marina. Los restos de las tres marinas aliadas, a pesar de la inferioridad numérica y de las muchas derrotas encajadas en esos terribles primeros meses de lucha, se mantendrán como una fuerza activa de combate y presentarán batalla a los japoneses siempre que puedan.

El 22 de diciembre, a las 20.00 hrs., los japoneses desembarcan 90 tanques y 45.000 soldados en la isla de Luzón, Filipinas. El general Doouglas MacArthur sabe que no tiene recursos para detener a los invasores, de modo que notifica a los altos mandos en Washington DC su decisión de declarar Manila, capital del archipiélago, una ciudad abierta, para así reservar sus tropas para más adelante y evitar a la población civil los sufrimientos de una batalla callejera imposible de ganar. A partir del día siguiente, MacArthur inicia la retirada hacia Bataán.

El 25 de diciembre, los japoneses consiguen otro éxito en el Pacífico. Ese día de Navidad, el gobernador británico de Hong Kong, sir Mark Young, y el jefe de las fuerzas británicas, general Christopher Maltby, deciden la rendición de la colonia, que firman luego en un hotel, convertido en cuartel general de las tropas atacantes.

El 19 de diciembre de 1941, en una atrevida operación, un grupo de “hombres rana” italianos dañan y dejan fuera de combate dos acorazados británicos surtos en el puerto de Alejandría. El 3 de diciembre, el submarino “Scirè”, de la “Regia Marina Italiana”, dejó la base naval de La Spezia, equipado con tres “torpedos humanos”, que los marinos italianos llamaban “maiali”, “cerdos”. Poco después, el submarino pasó por la isla de Leros, en el Egeo, donde recogió seis buzos destinados a tripular las pequeñas naves. Los buzos debían montarse sobre el torpedo y conducirlo hasta el blanco, generalmente una embarcación enemiga. Británicos e italianos fueron los que hicieron uso más abundante de este tipo de arma, especialmente en la Batalla del Mediterráneo.

Aunque todos fueron capturados, los comandos italianos consiguieron colocar minas magnéticas en el casco del tanquero noruego “Sagona” y de los acorazados británicos “Queen Elizabeth” y “Valiant”. El “Sagona” perdió gran parte de su popa y la explosión dañó al destructor británico “Jarvis”, que estaba a su costado. Los dos acorazados estuvieron en reparaciones lo bastante como para que, durante la primera mitad de 1942, la marina italiana gozara de superioridad en el Mediterráneo central y oriental.

Abajo, una representación artística, que muestra a los “maiali” alejándose del “Scirè”, para dirigirse hacia sus blancos.




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Poema de Navidad número 7

A la sombra de un pesebre de tamaño natural,
al centro de una plaza, en medio de la ciudad,
cuando ya es casi de noche y el día se acaba ya,
un hombre viejo y muy pobre hace rato se fue a sentar.
Su rostro arrugado y tostado vuelto hacia el Belén está,
su ropa, muy sucia y muy rota, ya no sirve para abrigar
un cuerpo cansado y enfermo, deshecho por tanto vagar,
que ya son muchas navidades que ha pasado sin hogar.
En cada Nochebuena, vuelve el viejo al mismo lugar,
para hablar con la Virgen María, a quien no para de mirar,
para ver si ella puede decirle, para ver si le puede explicar,
por qué en este mundo es tanta, tantísima la soledad.
Mira también al Niño Divino, para luego ponerse a rezar,
y sonríe mirando al Niñito, que parece invitarlo a pasar,
y sumarse a las otras figuras que, sentándose en el pajar,
al Rey de Reyes rodean, como espléndida corte real.

Ese viejo, te digo, soy Yo, que tu puerta he venido a tocar,
al igual que en Belén hace tanto, buscando un lugar donde estar,
pues el pobre, el triste y el solo, al que ignoras, a veces, no es tal;
es la imagen en que yo disfrazo a mi esencia infinita inmortal,
que si en todas las misas me vuelvo un pequeño pedazo de pan,
también puedo volverme, si quiero, un pobre viejo, sin techo, ni hogar.
Y si acaso, andando en la vida, mi designio te hace encontrar
esta imagen sufriente que asumo en lo oscuro y en la soledad,
no me ignores como el posadero, que nos dijo: “¡no tengo lugar!”,
sé más bien como el asno y la vaca, que compartieron conmigo el pajar.
Soy Jesús, Niño Dios, que he querido a tu alma venir hoy a hablar;
estas son mis ideas de amor, no del tonto que sabe apretar,
los botones de un viejo teclado donde yo le he mandado copiar,
estos versos a mi siervo inútil, lento y tonto, llamado Germán,
que escribir algo bueno, a veces, es lo único de lo que es capaz
y, tal vez, como burro en pesebre, puede un poco también rebuznar,
y es tan lerdo ese pobre borrico, que lo único que pudo aportar
fue una frase ya muy repetida, con muy poco de original,
que incluyó al final de estos versos, donde ahora la viene a agregar:
¡TENGAN TODOS, MIS SERES QUERIDOS, UNA MUY, MUY FELIZ NAVIDAD!

De parte de Andy, Raúl, María Fernanda y Germán.

Diciembre 2016


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domingo, 18 de diciembre de 2016

Hace 100 años. 18 de diciembre de 1916. Primera Guerra Mundial. Victoria francesa en Verdún



Hace 100 años
18 de diciembre de 1916
Primera Guerra Mundial

Victoria francesa en Verdún

El 12 de diciembre de 1916, el general Joseph Joffre es designado Consejero Militar Técnico del Gabinete de Guerra, un título que se escuchaba elegante, pero que era, de hecho, una posición inventada para apartarlo del mando de las operaciones, sin herir demasiado su orgullo. Joffre, que no era un tonto, acabaría renunciando, aunque seguiría prestando importantes servicios diplomáticos y formó parte de la misión francesa que, en 1917, partiría a Estados Unidos a coordinar la entrada de dicha nación en la Gran Guerra. Por lo pronto, a fines de 1916, el mando de las fuerzas francesas en el Oeste pasó al general Robert Nivelle.

El 14 de diciembre, las potencias de la Entente presentan un nuevo ultimátum al gobierno del Rey Constantino de Grecia, demandando que el Ejército Real se retire de Tesalia. Constantino, que no tiene medios para resistir y desea evitar a su pueblo los sacrificios de la guerra, debe aceptar las humillantes condiciones y así lo comunica a la Entente al día siguiente. El 17, el gobierno de Atenas emite una orden de detención contra Elefetherios Venizelos, el ex Primer Ministro de Constantino, que encabeza un gobierno rival, con el apoyo de la Entente, en Tesalónica. La vieja Grecia, maestra de Europa, está atrapada entre los fuegos de la peor guerra que ha conocido la especie humana.

El 18 de diciembre de 1916, puede considerarse terminada la Batalla de Verdún, que se inició en febrero, con una ofensiva alemana contra los fuertes franceses de la zona. En el ínterin, los alemanes han tenido que luchar otra gran batalla simultáneamente en el Frente Occidental, en el Somme, donde han podido evitar que los británicos y franceses rompieran sus líneas, pero lo han logrado por muy poco y la presión a sus logística ha significado que, de hecho, no consigan ninguno de los objetivos planteados al lanzar las operaciones en Verdún.

La fase final de Verdún es llamada por la historiografía francesa como “2ième Bataille Offensive de Verdun” o “Segunda Batalla Ofensiva de Verdún” y fue ejecutada por cuatro divisiones, con cuatro más en reserva y 740 piezas de artillería en apoyo. Entre el 9 y el 14 de diciembre, la artillería francesa desató sobre los alemanes una tormenta de 1.169.000 proyectiles de artillería, bien dirigidos por los medios de observación de la aviación francesa, que dominaba los cielos del Frente Occidental a fines de 1916. Los franceses eran esperados por cinco divisiones alemanas con sus dotaciones muy incompletas, apoyadas por 533 piezas de artillería. Al momento de iniciarse el avance de la infantería francesa, el día 15 de diciembre, los “poilus” eran precedidos por una cortina de artillería de fragmentación, que se movía 65 metros delante de la línea de infantes, y por una segunda cortina de andanadas altamente explosivas, que iba cayendo 140 metros por delante de los soldados atacantes. Una vez que los franceses llegaron hasta las defensas alemanas, el fuego de artillería quedó fijado en la segunda línea alemana, como un modo de evitar la llegada de refuerzos y cortar la retirada a lo que quedaba de la guarnición de las primeras líneas. Para el 17 de diciembre, las defensas alemanas colapsaron. De los 21.000 soldados alemanes que conformaban las cinco divisiones defensoras de primera línea, 13.500 se convirtieron en bajas. La mayoría no se pudo retirar a tiempo, ante la rapidez de los avances franceses en algunos sectores y los muchos heridos que no alcanzaron a ser evacuados. “Lo lamentamos mucho, caballeros, pero no esperábamos a tantos de ustedes”, respondió el general Charles Mangin, quien estuvo al mando de la ofensiva francesa, a algunos oficiales alemanes que se habían rendido y se quejaban de las duras condiciones del cautiverio.

Cuando lanzó la ofensiva en febrero, el entonces Jefe del Estado Mayor Alemán, general Erich von Falkanhayn, contaba con desangrar al Ejército Francés hasta la muerte. Suponía que, al ocupar un lugar con tanta importancia histórica como Verdún, el alto mando francés se sentiría obligado a lanzar todos los hombres disponibles para recuperar la zona. Desde posiciones ventajosas, las fuerzas alemanas masacrarían a los franceses con su artillería, que seguirían atacando hasta el agotamiento. Sin embargo, luego de meses de lucha, los alemanes nunca pudieron consolidar posiciones lo bastante ventajosas como para estar en posición de esperar tranquilamente los ataques franceses. De hecho, los alemanes estuvieron obligados a mantenerse al ataque durante la mayor parte de la batalla y sus bajas fueron tan altas como las de los franceses, a los que esperaban desangrar. Mientras que Francia sufrió 550.000 bajas, Alemania perdió 434.000 hombres. El único efecto palpable de la Batalla de Verdún fue el debilitamiento irrevocable de los dos ejércitos.

La alianza franco-británica, por otro lado, no había conseguido romper la voluntad de lucha de Alemania y sus aliados en 1916, a pesar de lanzar sobre ellos grandes ofensivas, de manera casi simultánea en los cuatro grandes frentes abiertos en Europa. Incluso, se puede decir que en el Frente Alpino, en los Balcanes y en el Frente Ruso, Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía cerraban el año con ventaja. El resultado de las grandes batallas del Somme y de Verdún, en tanto, dejaban en una especie de prolongado empate el Frente Occidental, el más importante de la guerra. Por otro lado, el tiempo corría a favor de franceses y británicos, dominadores de los mares y, por lo tanto, de los vías de comunicación y abastecimiento mundial.

Abajo, la “Necrópolis Nacional y Osario Nacional de Douaumont”. La gran estructura del fondo, que corona con una torre la cima de la colina, es un osario que contiene los huesos de, al menos, 130.000 soldados alemanes y franceses no identificados, que cayeron muertos en la batalla. Al frente del monumento, en la suave pendiente que la enfrenta, está situado el cementerio militar francés más  grande la Primera Guerra Mundial, con 16.142 tumbas de los soldados que tuvieron el privilegio de ser identificados. Fue inaugurado en 1923 por André Maginot, veterano de Verdún, quien sería el diseñador de la famosa línea defensiva que llevaría su nombre y en la que pondría sus vanas esperanzas la Tercera República Francesa del período de Entreguerras.


 

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Hace 75 años. 18 de diciembre de 1941. Segunda Guerra Mundial. El Terror Rojo (I)



Hace 75  años
18 de diciembre de 1941
Segunda Guerra Mundial

El Terror Rojo (I)

En África del Norte, Rommel retira sus fuerzas de la manera más ordenada que puede, evitando, hasta el momento, quedar rodeado por las fuerzas atacantes de la “Commonwealth”, tal como le ocurriera a las tropas del general italiano, Rodolfo Graziani, a fines de 1940. El 13 de diciembre, tropas indias y neozelandesas, encuadradas en el 8º Ejército Británico, atacan la línea defensiva establecida en Gazala por las fuerzas del Eje. A pesar de la dureza de los combates, los ítalo-germanos consiguen repeler la ofensiva, aunque sufren serias bajas, que son muy difíciles de reponer, debido a que el Mediterráneo es dominado por la “Royal Navy” británica. El día 14, un submarino británico torpedea al poderoso acorazado italiano “Vittorio Veneto”, mientras atravesaba el Estrecho de Mesina. La nave consigue volver a puerto, pero sufre daños de consideración y estará varios meses imposibilitada de operar. Es un nuevo golpe al poder naval italiano, para el que resulta muy difícil proteger y mantener el flujo de suministros desde Europa hacia África del Norte.

Para el 15 de diciembre, el general Erwin Rommel se ve obligado a ordenar el abandono de Cirenaica, convencido de que no puede defenderla estando tan corto de suministros, especialmente tanques y combustible. La 4ª Brigada Blindada Británica se mueve hacia el suroeste para intentar superar a lo que queda de los tanques de Rommel, que protegen el repliegue, y flanquear a las tropas que se retiran. El 16 de diciembre, cuatro transportes parten desde Italia con los suministros tan necesitados por Rommel y sus hombres. Para graficar el sentido de urgencia creado por la falta de suministros, la “Regia Marina Italiana”, siempre reluctante a desplazarse demasiado, ensambla una formidable escolta de cuatro acorazados, cinco cruceros, 20 destructores y una lancha torpedera. La casi totalidad de la Marina Italiana se compromete en el esfuerzo. El 17 de diciembre, el convoy italiano se cruza con un convoy británico, destinado a reabastecer la isla de Malta. El fortuito encuentro produce la Primera Batalla de Sirte, de resultado indeciso, pues ambas flotas deciden evitar una batalla a gran escala.

En el Pacífico, los japoneses están a la ofensiva en Hong Kong, las Filipinas y Malasia. En Malasia, el objetivo final es Singapur, la estratégica fortaleza del Imperio Británico. El 15 de diciembre, los japoneses abruman las defensas en Gurun, Malaya Británica. La “RAF” abandona a toda prisa la base que mantenía cerca de Penang, llevando por aire los aviones restantes a Singapur. De modo similar, los bombarderos estadounidenses B-17, que cubrían guarnición en el aeródromo Del Monte, cerca de Mindanao, Filipinas, reciben la orden de retirarse a Australia, ante el avance japonés.

El 16 de diciembre, tropas japonesas desembarcan en el Borneo Británico. Ese mismo día, capturan los campos petroleros en Miria y Seria, y la refinería de Lutong. De inmediato, los británicos y las autoridades de las vecinas Indias Orientales Holandesas dan orden de destruir las instalaciones relacionadas con la industria petrolera, para evitar que caigan en manos de los japoneses.

Los soviéticos prosiguen su contraofensiva en la zona de Moscú. El 13 de diciembre, las fuerzas del Frente Suroeste, bajo el mando del general Semión Timoshenko, atacan el frágil punto de unión entre el 2º Ejército Alemán y el 2º Grupo “Panzer”. El 2º Ejército es obligado a retirarse y el flanco del Grupo Panzer queda expuesto. El mariscal Fedor von Bock ordena secretamente una retirada de las fuerzas bajo su mando, en el Grupo de Ejércitos Centro, sin notificarlo a Hitler. El Jefe de Estado Mayor, general Franz Halder, apoya la decisión de Von Bock, aunque tampoco se atreve a notificar al “Führer” de la retirada.

El 15 de diciembre, al norte de Moscú, tanques soviéticos cortan el camino que va desde la localidad de Klin hacia el oeste. Para evitar ser rodeado, el 2º Grupo Panzer se ve obligado a retirarse desde Klin, dejando atrás la mayor parte de su equipo pesado. El 16, los soviéticos capturan Kalinin, con los termómetros marcando -41º Celsius. Enfurecido por las órdenes de retirada impartidas sin su permiso y hace tiempo enfrentado a los altos mandos militares, Hitler destituye al general Walther von Brauchitsch de su cargo de Comandante en Jefe del Ejército, asumiendo él mismo el mando directo.

Frente a Moscú, el Ejército Alemán prueba, por primera vez, el sabor de la retirada en suelo europeo. El Ejército Rojo está muy lejos de ser la mortífera máquina de conquista que llegará a ser en 1944-1945, pero ha conseguido mantener su capital a salvo, junto con el sistema comunista y, por el momento, roba a los nazis la victoria decisiva en 1941. Pero la contraofensiva de diciembre de 1941 no ha pasado de ser un batalla de alcance limitado, que no cambiará el hecho de que Bielorrusia, los países bálticos, gran parte de Ucrania y gran parte de la Rusia europea terminarán el año bajo ocupación alemana. Y tampoco puede borrar el bochorno de las catastróficas derrotas sufridas en la campaña y la tendencia, aún presente en muchas unidades, a rendirse o dispersarse cuando los alemanes presionan más allá de cierto umbral a los que ahora son sus perseguidores

¿Por qué el Ejército Rojo recién ahora, cuando Moscú está a punto de caer, despierta y empieza a luchar de verdad? ¿Por qué, durante casi todo 1941, la mayor parte de las tropas soviéticas prefirieron rendirse o huir, antes que luchar contra los alemanes, a pesar de estar mejor equipados, contar con aplastante superioridad numérica y contar con las obvias ventajas de quien se defiende? La respuesta está en la atroz tiranía a la que los distintos pueblos de la URSS habían sido sometidos desde la mismísima llegada al poder de los bolcheviques (luego comunistas) al poder en octubre de 1917. La mayoría de los ciudadanos soviéticos, convertidos a la fuerza en soldados, no estaban dispuestos a derramar una sola gota de sangre por un partido y por un gobierno que les había causado sufrimientos difíciles de describir a una gran parte de la población durante más de 20 años.

Según un mito muy extendido, los comienzos del régimen comunista fueron relativamente suaves, considerando las situaciones excepcionales de la revolución y la guerra civil. Los primeros bolcheviques, partiendo por Lenin, fueron líderes humanitarios y benevolentes, cuyo legado sufrió la traición del sanguinario y cruel Stalin. Este mito, sin embargo, puede desmentirse con una rápida mirada a las fuentes. En su obra, “El Terror Rojo en Rusia”, publicado en Berlín en 1924, el historiador ruso socialista, Sergei Melgunov, citaba a Martin Latzis, uno de los jefes del Comité Militar Revolucionario de Petrogrado (CMRP) y de la Cheka, los dos primeros nombres que tuvo el aparato represivo de la entonces joven Unión Soviética. “No hacemos la guerra contra las personas en particular —decía Latzis a sus lugartenientes en noviembre de 1918—. Exterminamos a la burguesía como clase. No busquen, durante la investigación, documentos o pruebas sobre lo que el acusado ha hecho (…) La primera pregunta que deben formularle es la de a qué clase pertenece, cuáles son su origen, su educación.”

La eliminación de la burguesía, como grupo social, implantada en el ideario bolchevique desde sus inicios, encaja perfectamente con la definición de genocidio. Lo mismo puede decirse de la llamada “descosaquización”, es decir, el proceso de acoso y eliminación de las poblaciones cosacas, llevado a cabo desde 1920. Los cosacos eran una población perfectamente identificable con ciertos territorios de la antigua Rusia y fueron perseguidos y llevados al borde del exterminio sólo por pertenecer a ese grupo étnico. Los hombres fueron asesinados; las mujeres, los niños y los ancianos fueron deportados, mientras que sus poblados fueron arrasados o entregados a nuevos pobladores no cosacos.

Lenin fue decidido promotor de la violencia política. En 1916, escribía “cualquiera que acepte la guerra de clases debe aceptar la guerra civil, que en toda sociedad de clases representa la continuación, el desarrollo y la acentuación naturales de la guerra de clases.” León Trotsky, a veces también representado como el “comunista bueno”, debido a su mortal rivalidad son Stalin, al dirigirse a los miembros del Comité Ejecutivo Central de los Soviets, el 1 de diciembre de 1917, decía que prontamente “el terror va a adquirir formas muy violentas (…) No será solamente la prisión, sino la guillotina (…), lo que se dispondrá para nuestros enemigos.”

En enero de 1918, Trotsky se puso al frente de una comisión especial encargada del suministro y del transporte, cuya verdadera misión era tomar todos los alimentos que fuera necesario arrebatar a los campesinos, para alimentar a las ciudades, donde empezaban a cundir el descontento y la escasez. Si era menester, los campesinos debían pasar hambre, con tal de sostener la frágil base de apoyo de los bolcheviques en las ciudades. Lenin propuso para la ocasión un decreto que ordenaba despojar a los campesinos de todos sus excedentes de alimento a cambio de un recibo. Si el requerido se negaba, debía ser fusilado. El resto de los comisionados se negó a aprobar un decreto que radicalizaba muy tempranamente un enfrentamiento con el campesinado que se iba haciendo inevitable. A pesar del rechazo, el hecho de que Lenin propusiera medidas tan crueles era síntoma de ciertas tendencias esenciales del sistema comunista, que iban a marcar su manera de gobernar en todas las latitudes donde alcanzaría el poder.

Lenin y los demás bolcheviques se sentían asediados en los centros industriales de Rusia, que parecían islotes proletarios, en un país poblado por una amplísima mayoría campesina. Los pequeños y medianos agricultores, así como los campesinos sin tierra, habían visto con buenos ojos la revolución, porque esperaban que la tierra se repartiera entre quienes la trabajaban. Estos esforzados hombres del campo no iban a quedarse de brazos cruzados, mientras llegaban destacamentos especiales a requisar sus medios de sustento, incluidas las simientes, y mientras los obligaban a colectivizarse y renunciar indefinidamente a la propiedad de sus pequeñas granjas. En abril de 1918, ante el Comité Ejecutivo de los Soviets, Lenin declaró: “los pequeños poseedores han estado de nuestro lado, el de los proletarios, cuando se ha tratado de derribar a los propietarios terratenientes y a los capitalistas. Pero ahora nuestros caminos se separan. Los pequeños propietarios sienten horror hacia la organización, hacia la disciplina. Ha llegado la hora de que llevemos a cabo una lucha despiadada, sin compasión, contra estos pequeños propietarios.”

La carga doctrinaria genocida social estaba presente en el comunismo desde sus inicios bolcheviques, tanto como la carga genocida racial estaba presente en la entraña nacionalsocialista desde su nacimiento en la década de 1920. Así como la sociedad nazi futura debía construirse alrededor de la “raza aria pura”, la sociedad futura comunista debía estructurarse en torno a un “pueblo proletario puro”, descontaminado de todo lo que pareciera burgués. El comunismo estalinista no sólo es consecuencia del bolchevismo leninista; de hecho, es el mismo fenómeno, llevado hasta sus últimas e inevitables consecuencias.

Abajo, un poster propagandístico soviético, donde se representa a un idealizado Lenin, que indica a las masas proletarias el camino a seguir.

  


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domingo, 11 de diciembre de 2016

Hace 100 años. 11 de diciembre de 1916. Primera Guerra Mundial. La Austria-Hungría de Carlos I

Hace 100 años
11 de diciembre de 1916
Primera Guerra Mundial

La Austria-Hungría de Carlos I

Los Balcanes fueron el polvorín que incendió toda Europa en 1914 y luego el mundo. Casi al terminar 1916, la península sigue siendo una región muy intranquila.

En Grecia, han seguido desarrollándose los incidentes entre los realistas y los venizelistas, luego de la desafortunada incursión de tropas de la Entente en la capital, Atenas. Es lo que se conoce como “Noemvriana” (los “Sucesos de Noviembre”, en el calendario juliano, que Grecia todavía seguía en 1916) y que significará un fractura decisiva en la convivencia política de los griegos. El Rey Constantino es un protegido del Zar Nicolás de Rusia, de modo que Francia y Gran Bretaña no se atreven a producir su derrocamiento de manera directa, pero aprietan la soga en torno a su cuello todo lo que pueden, de modo que el 8 de diciembre, las flotas francesa y británica inician un bloqueo de Grecia.

El 5 de diciembre, puede darse por finalizada la Batalla del Río Arges, en Rumania. Fue éste el último contraataque rumano sobre las fuerzas germano-búlgaras, antes de que las últimas marcharan directamente sobre Bucarest. Los ejércitos de los Imperios Centrales, mandados por el alemán August von Mackensen, desde fines de noviembre, habían iniciado el cruce del Río Arges, la última barrera natural antes de la capital rumana. Los rumanos, a sugerencia de sus asesores franceses, lanzaron una contraofensiva que caería sobre el flanco de la fuerza invasora. En la operación, los rumanos utilizaron todo lo que quedaba de sus reservas y fueron apoyados por las tropas rusas que se habían desplegado en Rumania, una vez qué ésta entró en la guerra.

El ataque rumano comenzó prometedoramente, pero la lentitud de las reservas para entrar en acción y la rápida reacción de alemanes y búlgaros, convirtieron la batalla en un desastre para Rumania y para la Entente. Para el 4 de diciembre, los rumanos se retiraban en todos los sectores del frente y pronto sus fuerzas quedaron partidas en dos. Los restos del ejército en retirada tuvieron cuidado de incendiar los ricos pozos petrolíferos de Ploiesti, para evitar que cayeran en manos de los alemanes. Pero no pudieron evitar que Bucarest capitulara el 6 de diciembre, luego de que el Rey Fernando y su gobierno abandonaran la ciudad. Los rumanos dejaron alrededor de 150.000 muertos y heridos en el campo, además de perder otros 150.00 soldados, que terminaron prisioneros de los búlgaro-alemanes. Eran pérdidas que un país pequeño, como Rumania, aislado de sus más poderosos aliados, simplemente no podía reponer. La campaña rumana estaba, de hecho, decidida, y la derrota rumana no se precipitó de inmediato, sólo porque la llegada del invierno evitó que los alemanes y los búlgaros siguieran avanzando.

Desde hace unos días, tras el fallecimiento de Francisco José, Carlos I es Emperador de Austria y Rey Apostólico de Hungría. Carlos tiene buenas intenciones, pero no tiene experiencia política y nunca tuvo oportunidad de formar un círculo de asesores propios. No le queda más remedio que recurrir al círculo de allegados del anterior heredero, Francisco Fernando, cuyo magnicidio desencadenó la Gran Guerra en 1914. El asesinado archiduque, sin embargo, se distinguía por sus ideas marcadamente autoritarias y tal vez, en un momento tan crítico para la vieja monarquía habsburguesa, el autoritarismo no era la mejor opción.

Apenas ascendido al trono, Carlos destituyó al Ministro-Presidente de Austria, Ernest von Koerber, quien había sido designado en octubre de 1916 por Francisco José, luego del asesinato de Karl von Stürgkh. Además de la mutua antipatía de Carlos y Von Koerber, monarca y ministro mantenían importantes diferencias de opinión. Koerber defendía el retorno a un estado constitucional normal y el restablecimiento del “Reichsrat”, la asamblea legislativa austriaca. Carlos, influido por los asesores heredados de Francisco Fernando, quiso demostrar mano firme. Además deseaba implementar ciertos cambios, que serían más fáciles de echar a andar si no había un parlamento estorbando en el medio. En reemplazo de Koerber, Carlos designó a un miembro de la aristocracia germano-bohemia, el conde Heinrich Clam-Martinic, que había pertenecido al círculo de allegados de Francisco Fernando.

En la mitad húngara del Imperio, Carlos optó por la continuidad del conde István Tisza como Ministro-Presidente. Tisza garantizaba la estabilidad de Hungría, pero su elección también significaba reforzar la “magiarización” del reino, en detrimento de las otras nacionalidades que lo poblaban y que pudieron abrigar alguna esperanza de mayor autonomía con la llegada de un nuevo soberano, tras el largo reinado de Francisco José.

Tisza, un viejo y hábil participante de los pasillos del poder, convenció al nuevo y joven monarca de hacerse coronar Rey de Hungría lo antes posible, con la idea de que el potente simbolismo de la ceremonia fortalecería los ideales dinásticos en un momento en que el Imperio enfrentaba la crisis de la guerra. Pero Carlos no calculaba que aceptar la coronación como Rey Apostólico de Hungría lo obligaba a jurar la actual constitución y preservarla sin cambios, de modo que restringía el espacio político que podía tener el nuevo soberano, con vistas a las reformas que quisiera introducir en Hungría. La ceremonia de coronación en Budapest fue programada para el 30 de diciembre. Se preparaba, así, un despliegue de pompas y formalidades arcaicas que se veía ridículo ante el fondo de la guerra mundial en desarrollo.

La conducción militar tampoco quedaría inmune a los cambios. El 2 de diciembre, Carlos tomó en persona la comandancia en jefe de las fuerzas armadas. Francisco José había preferido renunciar al mando de sus ejércitos, debido a su avanzada edad. No obstante, la tradición imponía que los ejércitos imperiales fueran mandados en batalla por un varón de la casa imperial. Al estallar la guerra, el honor recayó en el archiduque Friedrich, un hombre pasivo y bonachón, que no tenía deseos de conducir una guerra y que tampoco sabía cómo hacerlo, pero que desempeñó el cargo en términos formales y honoríficos desde 1914, dejando el mando efectivo de las operaciones al Jefe de Estado Mayor, el general Franz Conrad von Hötzendorf. Entre otros apodos, el archiduque era llamado “K. u. K. Grosspapa”, “Real e Imperial Abuelo”. Para no herir su orgullo, ni mancillar el nombre de la dinastía, Carlos pasó a retiro al archiduque Friedrich con todos los honores y condecoraciones habidas en el nutrido protocolo de la vieja e imperial Austria. El Emperador tampoco se entendería con el general Von Hötzendorf, que también sería dado de baja algunos meses más tarde.

Abajo, el nuevo monarca Austrohúngaro conversa con uno de sus oficiales. De fondo, un tren militar. La fotografía fue tomada a principios de diciembre de 1916 en Ozydow, Galitzia, uno de los sectores más activos del Frente Oriental.




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