sábado, 25 de junio de 2016

Hace 100 años. 26 de junio de 1916. Primera Guerra Mundial



Hace 100 años
26 de junio de 1916
Primera Guerra Mundial

El 21 de junio de 1916, la artillería pesada alemana concentraba su fuego sobre el pequeño fuerte de Thiaumont, en el teatro de operaciones de Verdún. Más que un fuerte propiamente dicho, como Duaumont o Vaux, Thiaumont era sólo una fortificación menor, destinada a cubrir los vacíos que pudieran generarse en la cobertura de las fortificaciones mayores y servir de enlace en el sistema general defensivo de Verdún. Para cumplir con su propósito, la posición estaba diseñada para contar con un par de ametralladoras y guarecer a 50 hombres. Por otro lado, la ubicación del fortín era importante estratégicamente, al proteger las alturas que se elevan en dirección sureste, formando la última línea de defensa antes del río Mosa y el poblado de Verdún. La posición también flanqueaba la villa de Fleury, que se transformaría en escenario de intensos combates en las semanas siguientes.

Tras machacar el fortín de Thiaumont con proyectiles de 420 milímetros, los alemanes utilizaron gases tóxicos para reducir a la guarnición. Finalmente, el 23 de junio, el 10º Regimiento de Bavaria asaltó y abrumó a los defensores franceses. Poco después, el pueblo de Fleury cayó en manos de los alemanes, marcando el punto de máximo avance alemán en la Batalla de Verdún. En los siguientes tres meses, ambos bandos, sabedores de la importancia del fortín, sacrificarían miles de soldados en defenderlo y reconquistarlo, una y otra vez.

En el Frente Oriental, Aleksei Brusilov sigue empujando a los austrohúngaros hacia el oeste, virtualmente expulsados de la Bukovina, que vuelve a manos de los atacantes rusos. El resuelto ataque de las tropas del Zar consigue avanzar muchos kilómetros y causa decenas de miles de bajas a los Imperios Centrales, especialmente a Austria-Hungría, de las que nunca podrá ésta recuperarse del todo. La presión ejercida por el ejército del general Brusilov obliga además a los propios austriacos a debilitar el frente alpino, dando un muy necesario respiro a los italianos, que vuelven a saborear lo que significa el avance. Hasta los alemanes, que han sido mucho menos presionados en su sector del frente, se ven en la obligación de trasladar tropas desde el Frente Occidental, a pesar de la agobiante necesidad de reservas que impone la sangrienta Batalla de Verdún. En los otros frentes donde está comprometida, Rusia también avanza, pero es muy temprano para pensar que estas victorias puedan ser decisivas para el gigantesco Imperio de los Zares, afectado por fuerzas centrífugas y tendencias revolucionarias, que serán liberadas por los sacrificios que impone la guerra.

El 21 de junio de 1916, son evacuadas las conclusiones de la Conferencia Económica de París, en la que se reunieron representantes de las potencias de la Entente. La cita tenía como objetivo coordinar los esfuerzos de las economías de Italia, Gran Bretaña, Rusia y Francia, a fin de asfixiar la economía de los Imperios Centrales, especialmente la alemana. La conferencia también apuntaba a aislar a Alemania de los mercados y el comercio internacional una vez que acabara la guerra, como una manera de evitar que el “Reich” volviera a ser una amenaza en el futuro. Durante la conferencia, el Primer Ministro Británico, Herbert Asquith, afirmó que esta guerra no era meramente una lucha entre ejércitos, sino también de recursos económicos y materiales. El control de los océanos permitió a Gran Bretaña y Francia mantenerse conectadas con los mercados y las fuentes de materias primas, a diferencia de Alemania y sus aliados, que quedaban más aislados del resto del mundo, a medida que pasaban los meses y la guerra se prolongaba.

El Imperio Británico y la Tercera República Francesa sobrevivieron, a diferencia de lo que ocurrió con la mayoría de los otros gobiernos, aliados y adversarios. El costo pagado fue, sin embargo, muy alto. Al iniciarse la Gran Guerra, Gran Bretaña era la mayor potencia económica del mundo. Con rápido crecimiento y un vastísimo Imperio a su disposición, la “Rubia Albión” era una nación próspera y con muchos recursos. Sin embargo, al igual que la mayoría de los contendientes, no contaba con una guerra larga y su economía no estaba ajustada para una prueba tan desafiante. La primera medida para hacer frente a los inmensos gastos de la guerra consistió en elevar los impuestos. En 1913, un 2% de la población británica pagaba impuestos a la renta. Esa cantidad se cuadruplicaría para 1918.

El dinero prestado fue otra fuente de financiamiento. En el frente interno, masivas campañas de venta de bonos fueron impulsadas para alentar al público a colaborar con el esfuerzo de la guerra. Los préstamos internacionales fueron otro de los mecanismos usados para financiar el esfuerzo bélico, especialmente de Estados Unidos, que pasó de ser deudor a convertirse en el principal acreedor de Europa. Por último, también se recurrió a imprimir dinero inorgánicamente, aunque ello incidiera en una creciente presión inflacionaria.

En lo inmediato, Gran Bretaña consiguió financiar la guerra y, a la larga, la victoria, pero su economía no volvería a recuperar el dinamismo de antes de la contienda.

En el póster de abajo, rodeando los rostros de un marinero y un soldado, se lee el siguiente mensaje: “Tú compra bonos de guerra. Nosotros hacemos el resto”.


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Hace 75 años. 26 de junio de 1916. Segunda Guerra Mundial



Hace 75 años
26 de junio de 1916
Segunda Guerra Mundial

El 22 de junio de 1941, los alemanes ejecutan la “Operación Barbarroja”, es decir, el plan para invadir y ocupar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a fin de satisfacer, de una vez por todas, el apetito nazi por el “espacio vital”. El colosal choque de las únicas dos auténticas tiranías totalitarias que ha padecido la humanidad dominará los sucesos de estos días de junio y gravitará decisivamente sobre el curso de la contienda, así como el orden mundial que nacerá en la posguerra. Si el panorama ya no era alentador, el choque sangriento del nacionasocialismo y del socialismo marxista abrirá las puertas de un infierno que no acabará del todo hasta fines de la década de 1990. El intenso componente ideológico de la lucha además exacerbará las persecuciones contra los grupos humanos de los que desconfiaban los partidos totalitarios, como los judíos, en el caso de los nazis, así como aumentará las medidas de terror masivo contra los enemigos reales, potenciales e imaginarios que nazis y comunistas se conseguían o se inventaban.

El mismo día 22, tropas rumanas traspasan la frontera soviética para recuperar los territorios de Bukovina y Besarabia. Con el tiempo, de todos los aliados de Alemania, Rumania sería el que contribuiría con el mayor número de tropas a la campaña, tal vez, para ganarse el favor de Berlín y conseguir la devolución de Transilvania, entregada a Hungría algún tiempo atrás. El 24, Eslovaquia y Hungría declaran la guerra a los soviéticos, sumándose a las fuerzas invasoras. Finlandia, luego de ser bombardeada por la aviación soviética, sin mediar una provocación directa, declara la guerra al régimen comunista el 26 de junio.

El mismo día en que la “Wehrmacht” inicia la operación, se produce en Lituania el llamado “Alzamiento de Junio”. Dirigentes de la resistencia lituana llevaban un tiempo coordinándose con los alemanes, para aprovechar la invasión alemana y recuperar su independencia o, al menos, algún grado de autonomía. En todo caso, esperaban que la ocupación alemana fuera más suave que la sufrida a manos de los soviéticos, que habían ordenado la deportación de 17.000 personas hacia Siberia justo la semana anterior al inicio de la invasión alemana. En cosa de horas, aprovechando el pánico causado por los alemanes en las tropas soviéticas, el “Frente Activista Lituano” pudo tomar el control de gran parte del país, incluyendo las dos principales ciudades: Kaunas y Vilna. El 23, los dirigentes de la insurrección proclamaron que se restauraba la independencia de Lituania y formaron un gobierno provisional que, sin embargo, al poco tiempo, quedaría vaciado de todo poder real y terminaría autodisolviéndose antes de que llegara la primavera boreal.

Para la Unión Soviética, los primeros meses de guerra significaron sufrir una interminable seguidilla de desastres militares. Las fuerzas soviéticas cedieron extensas zonas del territorio ruso y perdieron ejércitos enteros, convertidos en bajas y, sobre todo, en prisioneros. Uno de los mitos historiográficos más persistentes de la guerra nazi-comunista ha consistido en afirmar que una de las razones principales para explicar las derrotas soviéticas de las primeras semanas fue la destrucción de casi todas las fuerzas aéreas soviéticas por obra de un masivo ataque sorpresa ejecutado por la “Luftwaffe” durante las primeras horas de la operación. Los historiadores soviéticos, alineados en la línea oficial del Partido Comunista, repitieron lo que era una completa invención del régimen de Stalin y sus sucesores, levantada para ocultar la falta de entusiasmo presente en gran parte de los ciudadanos soviéticos movilizados en sus fuerzas armadas. Sin embargo, llama mucho la atención que buena parte de la historiografía occidental haya repetido este mito (y muchos otros) sobre la guerra entre Stalin y Hitler, sin el menor sentido crítico. El historiador ruso, Mark Solonin, entre otros, ha publicado varias obras, producto de minuciosas investigaciones, dedicadas a desmontar el mito de la “destrucción por un ataque aéreo súbito”.

Con casi 5.000 cazas y 3.500 bombarderos desplegados en el campo de batalla para el 22 de junio de 1941, la única manera de colocar fuera de combate a toda la aviación soviética de un solo golpe habría sido a través de un ataque nuclear masivo, recurso con el que la Alemania Nazi no contó durante la guerra, afortunadamente. Los medios militares convencionales de los alemanes tampoco resultaban suficientes para destruir todas las fuerzas aéreas soviéticas, tampoco la mayor parte y ni siquiera eran capaces de concentrar los suficientes recursos como apoyar de manera decisiva a todas las formaciones alemanas desplegadas en tierra para atacar la Unión Soviética. Incluso el megalómano Hitler llegó a reconocer que el gigantesco Frente Oriental no podía ser uniformemente cubierto por la “Luftwaffe”, que debía limitarse a dominar ciertas áreas clave del enorme campo de batalla.

El completo dominio del aire conseguido por los alemanes al comienzo de la campaña, sobrepasó sus más locas expectativas y el mismo Herman Göring, Comandante en Jefe de la aviación germana, ordenó la formación de una comisión que investigara en terreno la autenticidad de los reportes enviados desde el frente, cuando los comandantes de unidades de combate llegaron a reportar hasta 2.000 aviones soviéticos capturados en la tierra. Porque es un hecho reconocido por ambas partes en conflicto que la mayoría de las bajas de la aviación soviética durante los primeros días de guerra ocurrió en tierra y no en el aire. Lo que se discute es cómo se produjeron esas bajas. Y lo cierto es que la evidencia apunta a que la mayoría de los aviones perdidos por los soviéticos cayeron en manos de los alemanes sin lucha, luego de ser abandonados por sus tripulantes y por el personal de las bases encargados de su custodia.

La desbandada del Ejército Rojo dejó el camino abierto para que el Ejército Alemán capturara, en rápida sucesión, las bases y aeródromos soviéticos, junto con miles de aparatos y toneladas de suministros. Los documentos desclasificados a menudo usan el eufemismo “redespliegue”, para referirse a lo que, más que una retirada, era una carrera de “sálvese quien pueda”. En un reporte del 26 de junio, evacuado en una unidad del Frente Noroeste, el oficial que firma reconoce que prácticamente ya no tiene una fuerza aérea bajo su mando: “las fuerzas aéreas del frente soportaron terribles pérdidas (…) Y no son capaces de apoyar y cubrir tropas de tierra y atacar al enemigo efectivamente en este momento. Un 75% de las tripulaciones son preservadas. Un 80% del material está perdido.”

El caótico “redespliegue” prosiguió durante las semanas siguientes. Un reporte fechado el 14 de julio de 1941, citado por Solonin, consigna que la “evacuación de bases y unidades desde las líneas del frente es desorganizada; el mismo mando está en pánico, lo que resulta en mucha munición y otros suministros técnicos perdidos (…) las bases aéreas 13ª, 127ª y 206ª, retirándose en pánico, dejaron la mayor parte de los suministros en territorio ocupado por el enemigo, sin antes destruir los suministros tácticos. El comandante de la 127ª base aérea abandonó 5.144 bombas aéreas de diferentes tipos, 442.500 proyectiles de fusil y de defensa aérea, y 10 ametralladores ShKAS en el campo aéreo Groudjai. 18 transportes de bombas aéreas, 3 millones de proyectiles de defensa aérea, varias toneladas de combustible, raciones y depósitos técnicos y bodegas fueron abandonados en Siauliai.”

Pero incluso con este catastrófico redespliegue, las fuerzas aéreas soviéticas no desaparecieron de los cielos. Es más, en los flancos del enorme frente ruso, el número de aeronaves soviéticas seguía superando en número a los aviones alemanes. Las bases de los bombarderos medianos y de largo alcance, ubicadas más allá del alcance efectivo de un primer ataque alemán, casi no sufrieron pérdidas en las semanas iniciales de la guerra. A diferencia de Alemania, la URSS sólo debía luchar en un frente. Japón, aliado nominal de los alemanes, nunca dio el paso para atacar la Unión Soviética, de modo que ésta pudo reubicar 15 divisiones aéreas (equivalentes a más de 3.000 aviones) desde distritos militares del interior hacia zonas de combate en el oeste del país, entre el 22 de junio y el 1 de agosto de 1941. Además, el “redespliegue” de las unidades perseguidas por los alemanes resultó en la pérdida de miles de aviones, pero la mayor parte de los pilotos se salvó de la captura y es sabido que resulta mucho más fácil reponer los aviones perdidos, que los pilotos perdidos. De acuerdo con datos del Archivo Central del Ministerio de Defensa Ruso, las fuerzas aéreas del Frente Oeste soviético recibieron desde las fábricas soviéticas 709 aeronaves nuevas entre el 25 de junio y el 16 de julio. Protegida por la vastedad de Rusia, la industria aeronáutica soviética pudo seguir produciendo e incluso aumentó la producción para la segunda mitad de 1941, que llegó a 8.444 aparatos de todas las clases entre junio y diciembre, con 5.229 cazas entre ellos. Para comparar, la industria alemana, en todo el año 1941, produjo sólo 2.850 cazas que además debían luchar en el Mediterráneo, en Europa y en África, además del Frente Ruso.

Los testimonios de los alemanes muestran que la aviación soviética siempre estuvo en los cielos causándoles más de una inquietud. A medida que los mandos soviéticos recuperaban el control de sus fuerzas, las escenas de pánico y la pérdida de material abandonado se fueron haciendo más inusuales. Sin embargo, incluso a fines de 1942, las fuentes indican que uno de los principales problemas en las fuerzas armadas soviéticas era la baja motivación de muchos pilotos de caza, que rehuían el combate incluso con los lentos bombarderos alemanes. Hasta el final de la guerra, en 1945, la aviación soviética fue un instrumento poco eficaz, si consideramos la irremontable ventaja numérica con que contó desde un principio y que nunca dejó de tener, ni siquiera en las difíciles primeras semanas de lucha de 1941.

En la imagen, un caza “Yakovlev Yak-1”, posiblemente el mejor caza a disposición de las “VVS” (“Voyenno-vozdushnye sily”, “Fuerzas Aéreas Militares”) soviéticas. En número, el “Yak-1” era el segundo más numeroso de los cazas de última generación de fabricación soviética, con 400 unidades listas en junio de 1941, muy por detrás de los 1.400 “MiG-3” y por delante del menos confiable “LaGG-3”. La aviación soviética tenía a su disposición otros modelos un poco más antiguos, pero muy probados en combate, como el “Polikarpov I-16”, que desafió con éxito a los modelos alemanes e italianos en la Guerra Civil Española. Por último, además de la ingente producción de la industria aeronáutica soviética, el régimen de Stalin recibió miles de cazas británicos y estadounidenses, cedidos para ayudar a Moscú en su lucha mortal contra Hitler.

Para cuando fue retirado del servicio, se habían fabricado 8.700 unidades del “Yak-1”.


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domingo, 19 de junio de 2016

Hace 100 años. 19 de junio de 1916. Primera Guerra Mundial



Hace 100 años
19 de junio de 1916
Primera Guerra Mundial

El 13 de junio de 1916, se puede dar por terminada la Batalla de Mont Sorrel, cerca de Ypres, en Bélgica. El resultado de la batalla es inconcluso. Los británicos renuncian a recuperar el terreno ganado por los alemanes en los últimos días, para enfocarse en la gran ofensiva que van a desencadenar en el Somme dentro de poco. A los alemanes no se les ha escapado la gigantesca acumulación de hombres y material, de modo que saben que algo grande se les viene encima.

En los Alpes, Austria-Hungría ha tenido que trasladar gran parte de las fuerzas que mantiene contra Italia, para reforzar las fronteras orientales del Imperio, amenazadas por el avance ruso. El “Regio Esercito” consigue estabilizar el frente alpino, que se encontraba muy amenazado, pero el pobre desempeño militar de Italia causa la caída del gobierno de Antonio Salandra, que es reemplazado por Paolo Boselli en el cargo de Presidente del Consejo de Ministros.

En el Frente Oriental, la ofensiva de Brusilov parece imparable. Los rusos recapturan Bukovina y, si siguen así, pronto podrán amenazar el mismísimo corazón de Hungría. El Imperio Austrohúngaro es un estado rico, que puede comprar armas, pero no tiene capacidad parar reemplazar las bajas sufridas. Es difícil encontrar súbditos de Francisco José, en número suficiente, dispuestos a ofrendar su vida por la centenaria monarquía danubiana. Será cada vez más común que las tropas del multiétnico ejército de los Habsburgo se pasen al enemigo, en ocasiones en unidades completas. Son muchos los grupos nacionales que desean la independencia de Austria-Hungría y ven en la guerra una oportunidad para conseguirla.

El frente de Verdún está relativamente tranquilo en estos días, luego de la captura del Fuerte Vaux por parte de los alemanes y los infructuosos intentos de los franceses por recuperarlo. Es un respiro que los soldados de ambos bandos agradecen en lo que, en otros momentos, parece el infierno en la tierra. La vida del soldado en el frente de Verdún siempre es dura, pero cuando está a punto de desencadenarse una ofensiva del enemigo, es casi insoportable. La doctrina militar imperante en los ejércitos de la época establecía que todo ataque fuera precedido de un bombardeo de artillería, cuya finalidad sería ablandar las defensas enemigas, lo suficiente como para permitir a la propia infantería abrumarlas y penetrarlas. Se estima que un 70% de las casi 800.000 bajas de la Batalla de Verdún fueron causadas por la artillería. Sólo en la preparación artillera inicial, antes del asalto alemán de febrero de 1916, salieron 2.000.000 de proyectiles desde la boca de los cañones del “Reichswehr”. En los diez meses que duró la batalla, ambos bandos dispararon alrededor de 50.000.000 de bombas de artillería. El rugido de las andanadas podía escucharse a 150 kilómetros de distancia. Los afortunados que sobrevivían sin heridas visibles, a menudo sufrían severas secuelas sicológicas. Un oficial francés escribió: “llegué allá con 175 hombres. Me fui con 34, varios medio locos… que ya ni siquiera respondían cuando les hablaba.” Otro soldado francés dejó el siguiente testimonio de los efectos de la artillería alemana: “los hombres eran aplastados, cortados en dos o partidos por la mitad de arriba abajo; pulverizados, con las vísceras desgarradas hacia fuera; los cráneos forzados hacia dentro del pecho, como aplastados por un garrote.”

“Morir por una bala parece nada —decía otro ‘poilu’—; partes de nuestro ser seguirán intactas. Pero ser desmembrado, destrozado en pedazos, reducido a una mancha, éste es el miedo que la carne no puede soportar y que es fundamentalmente el gran sufrimiento causado por el bombardeo.” Y otro soldado anónimo mediaba que “el infierno no puede ser tan terrible como esto. La humanidad está loca; debe estar loca, para hacer lo que está haciendo.” Hasta el veterano general Petáin dejó plasmada la compasión que sentía por sus soldados: “cuando vienen saliendo de la batalla, qué triste visión son. Sus expresiones parecen congeladas por el terror, hundidos bajo el peso de horrible recuerdos.”

Abajo, una inusual fotografía en colores que muestras los efectos del fuego de artillería sobre el poblado de Verdún.



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Hace 75 años. 19 de junio de 1941. Segunda Guerra Mundial



Hace 75 años
19 de junio de 1941
Segunda Guerra Mundial

En el Líbano, tropas australianas consiguen penetrar las defensas planteadas por las tropas de la Francia de Vichy, obteniendo la victoria en lo que pasó a conocerse como Batalla de Jezzine. La del Líbano y Siria fue una campaña dura, cuyos ecos intentaron ser silenciados por parte de los líderes aliados. En efecto, resultaba embarazoso que, a un año de haber estado luchando como aliados, franceses y británicos estuvieran ahora abiertamente enfrentados en el campo de batalla.

En el desierto norafricano, los británicos lanzan la “Operación Battleaxe”, cuyo propósito era desalojar Cirenaica oriental de las fuerzas ítalo-germanas y levantar el cerco sobre Tobruk. Las fuerzas de la “Commonwealth” había recibido hacía poco material de guerra proveniente desde el Reino Unido, llegado en un convoy que tomó la peligrosa ruta del Mediterráneo, en vez de la ruta de El Cabo, para reducir el tiempo de la travesía. La ofensiva fue lanzada el 15 de junio de 1941, con un comienzo muy prometedor. Sin embargo, para el 17, el avance era insignificante y los ataques británicos habían sido rechazados con grandes pérdidas, costando la pérdida de valiosos 98 tanques, contra 50 blindados alemanes que, sin embargo, pudieron recuperar gran parte de los mismos, pues se quedaron como dueños del campo de batalla. Rommel se las ingeniaba para que las columnas de tanques británicos siempre terminaran encontrándose con defensas antitanque preparadas, consiguiendo frustrar así la ofensiva británica.

En el aire, la “RAF” perdió 33 valiosos cazas “Hawker Hurricane” y tres bombarderos, mientras que la “Luftwaffe” sólo sufrió diez derribos. Tras dos días, la ofensiva fue cancelada y el general Archibald Wavell, Comandante en Jefe del Medio Orientem, fue reemplazado por el general Claude Auchinleck, que se desempeñaba hasta ese momento como Comandante en Jefe de la India.

Los estados bálticos, en tanto, sufren las consecuencias de haber sido anexados por el “paraíso socialista” de Josif Stalin. Los días 13 y 14 de junio, 10.000 estonios, 15.000 letones y 35.000 lituanos son deportados a Siberia. Además de los opositores activos, miles de estos deportados no habían cometido más crimen que pertenecer a alguno de los grupos considerados potencialmente hostiles a la Unión Soviética. Se trata de un nuevo y macabro paso en el régimen de terror desatado por el Partido Comunista de la Unión Soviética contra las poblaciones anexadas durante la guerra y, a menudo, contra su propio pueblo, que fue el primero en sufrir los abusos del comunismo.

Además de la represión y el exterminio, que son pan de cada día en los “socialismos reales”, está a punto de desencadenarse un infierno sobre el territorio soviético y sobre la gente que tenía la mala suerte de vivir en él cuando corría el año 1941. Falta menos de una semana para que la imparable “Wehrmacht” atraviese a sangre y fuego las fronteras de la URSS, llevando la muerte y la destrucción hasta las mismísimas puertas de Moscú. Sorprende la liviandad con que los líderes alemanes, partiendo por Hitler, se tomaban a los soviéticos. Es también sorprendente la desinformación que cundía en los servicios de inteligencia alemanes. En efecto, el alto mando alemán subestimaba gravemente la capacidad de combate del Ejército Rojo y, sobre todo, ignoraba la calidad del abundante armamento del que disponía, comparable y, en algunos casos, muy superior al de las grandes potencias occidentales. El tanque T-34, que los soviéticos habían fabricado por cientos, resultó una de las muchas desagradables sorpresas con que se encontraron los alemanes al invadir Rusia. Ni siquiera el número de efectivos o la capacidad de convocar reservas era un dato que los alemanes conocieran de manera exacta.

Los soviéticos tampoco estaban mejor informados. Un documento desclasificado es muy decidor al respecto, de entre los muchos trabajados por Mark Solonin. Se trata de un “Reporte de la NKGB (Comisariado del Pueblo para la Seguridad del Estado, por su sigla en ruso, es decir, la policía secreta) de la URSS a J.V. Stalin y V.M. Molotov. Nº 2279/m”, del 17 de junio de 1941. En dicho documento, una fuente infiltrada en el cuartel general de la aviación alemana informa que “todas las medidas militares para la preparación en Alemania de la acción armada contra la URSS están completas; el ataque puede ser anticipado en cualquier momento.”

De su puño y letra, el propio Stalin respondió a Vsevolod Merkulov, jefe de la NKGB, que mandara a su fuente “desde los cuarteles generales de la aviación alemana a joder a su puta madre. Esta no es una fuente, sino un desinformante.” En efecto, el informe enviado a Merkulov por su “fuente”, establecía en su punto 3 que “los primeros objetivos prioritarios de los ataques de la aviación alemana son: “la estación generadora de electricidad ‘Svir-3’, fábricas moscovitas de manufactura de repuestos de avión (equipamiento eléctrico, rodamientos, neumáticos) y talleres de reparación de automóviles.” Stalin comprendía muy bien que talleres en Moscú y una planta generadora en Carelia (“Svir-3”) no podían ser objetivos de un primer ataque aéreo. El mejor bombardero alemán, “Junkers JU-88”, tendría que haber recorrido mil kilómetros de ida y mil más de vuelta hasta sus bases para llegar hasta el río Svir o hasta Moscú, pero tendría que haberlo hecho con el mínimo de carga de bombas y sin protección de cazas, es decir, habría sido un bombardeo que causaría muy poco efecto y sería casi suicida.

Stalin, que era muy reservado en sus expresiones, mostró una comprensible indignación y un lenguaje impropiamente colorido por lo que era un burdo intento de desinformación y por la increíble falta de perspicacia de Merkulov, quien era, por entonces, uno de los personajes clave en la comunidad soviética de inteligencia. Stalin tenía una idea aceptablemente aproximada de la capacidad ofensiva de la “Luftwaffe” y, desde luego, conocía muy bien qué tipo de aviones tenía a su disposición la URSS, y en qué números. En cuanto a la cantidad de aparatos, la balanza se inclinaba a favor de los soviéticos de manera aplastante, de modo que los alemanes no podían permitirse lujos como bombardear estaciones generadoras en Carelia o fábricas de repuestos en Moscú. La única posibilidad de equilibrar lo que, en el papel, parecía una situación desesperada para los pilotos alemanes, era concentrar la acción de sus flotas aéreas sobre los aeródromos y bases enemigas, especialmente aquellas que cobijaban a la numerosa y bien equipada aviación de caza soviética.

En mayo de 1940, al lanzarse sobre Francia y los países bajos, los alemanes habían gozado de una superioridad aérea que no volverían a tener en toda la guerra. En ese entonces, el frente alemán de 300 kilómetros (entre el Sarre y Arnhem) fue apoyado por 85 grupos de aviación de todas las clases, totalizando 3.641 aeronaves, con una densidad operativa de 12 aparatos por kilómetro lineal. Para junio de 1941, en la víspera del ataque a Rusia, el alto mando de la “Luftwaffe” había ordenado el despliegue de 63 grupos de aviación, que alineaban 2.350 aviones de todos los tipos, teóricamente hablando. En la práctica, sin embargo, la capacidad de la aviación alemana era mucho menor, luego de meses luchando sobre los cielos ingleses, sobre el Mediterráneo y sobre los Balcanes. En promedio, no más del 77% de los aparatos estaba en condiciones de participar en la campaña y algunos “gruppen” contaban con menos de la mitad de sus aparatos en condiciones de volar. Además, el frente a cubrir era mucho más amplio. Al momento de producirse la invasión de la URSS, el frente ruso se extendía por cerca de 800 kilómetros; en cosa de dos semanas, el rápido avance de las fuerzas alemanas hacia el interior de Rusia ensanchó el frente a 1.400 kilómetros (desde Riga, en el Báltico, a Odesa, en el Mar Negro), es decir, mucho más amplio y difícil de cubrir que los 300 kilómetros del frente franco-británico de 1940, con menos aviones propios y contra un número mucho mayor de aviones enemigos. De hecho, en promedio, la aviación de caza soviética cuadruplicaba a su similar alemana y, en los flancos del gigantesco frente (el Báltico y Ucrania), la relación oscilaba entre 7 y 5 cazas soviéticos por cada caza alemán.

La superioridad numérica de los soviéticos era también aplastante en tanques y, en general, en material de guerra terrestre. Además de muchos reportes provenientes de los servicios secretos alemanes, destinados a confundir al Kremlin, Stalin también recibió algunos datos más fidedignos relacionados con la real fuerza militar que los alemanes tenían cerca de las fronteras soviéticas y de la posibilidad real de que esas fuerzas lanzaran un ataque a fines de junio de 1941. Sin embargo, Stalin las desestimó como falsas y estaba seguro de que Hitler no podía estar tan loco de atacarlo estando en una desventaja tan pronunciada en hombres y materiales. Stalin no se equivocaba en cuanto a que la cantidad y calidad de armas son importantes para ganar una guerra, dos puntos en que la URSS estaba mejor que la mayoría de las potencias. Lo que olvidaba el tirano del Kremlin, sin embargo, era que esas armas serían efectivas sólo si los soldados, marinos y pilotos movilizados estaban dispuestos a usarlas y, de ser necesario, a arriesgar su vida por el “Camarada Stalin” y por la “Patria del Proletariado”. Las primeras semanas de guerra con Alemania mostrarían que años de terror sistemático, hambrunas y miseria habían dejado muy poca gente lista para otra cosa que no fuera abandonar su puesto al primer disparo proveniente de un enemigo tan cruel como el comunismo, pero mejor organizado y, sobre todo, mucho más motivado.

En la fotografía, un “Mikoyan-Gurevich MiG-3”. Este caza era de los más modernos con que contaba la aviación soviética. De aspecto impresionante, no era tan poderoso o eficiente como los “Messerschmitt” alemanes, pero podía ser letal si estaba bien pilotado. Además, con 1.200 aparatos de este tipo al producirse la invasión alemana, contribuía decisivamente a la superioridad numérica de la aviación soviética, siendo sólo uno de los muchos y muy buenos modelos de aviones usados por los rusos en la defensa de sus cielos.


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