domingo, 25 de diciembre de 2016

Poema de Navidad número 7

A la sombra de un pesebre de tamaño natural,
al centro de una plaza, en medio de la ciudad,
cuando ya es casi de noche y el día se acaba ya,
un hombre viejo y muy pobre hace rato se fue a sentar.
Su rostro arrugado y tostado vuelto hacia el Belén está,
su ropa, muy sucia y muy rota, ya no sirve para abrigar
un cuerpo cansado y enfermo, deshecho por tanto vagar,
que ya son muchas navidades que ha pasado sin hogar.
En cada Nochebuena, vuelve el viejo al mismo lugar,
para hablar con la Virgen María, a quien no para de mirar,
para ver si ella puede decirle, para ver si le puede explicar,
por qué en este mundo es tanta, tantísima la soledad.
Mira también al Niño Divino, para luego ponerse a rezar,
y sonríe mirando al Niñito, que parece invitarlo a pasar,
y sumarse a las otras figuras que, sentándose en el pajar,
al Rey de Reyes rodean, como espléndida corte real.

Ese viejo, te digo, soy Yo, que tu puerta he venido a tocar,
al igual que en Belén hace tanto, buscando un lugar donde estar,
pues el pobre, el triste y el solo, al que ignoras, a veces, no es tal;
es la imagen en que yo disfrazo a mi esencia infinita inmortal,
que si en todas las misas me vuelvo un pequeño pedazo de pan,
también puedo volverme, si quiero, un pobre viejo, sin techo, ni hogar.
Y si acaso, andando en la vida, mi designio te hace encontrar
esta imagen sufriente que asumo en lo oscuro y en la soledad,
no me ignores como el posadero, que nos dijo: “¡no tengo lugar!”,
sé más bien como el asno y la vaca, que compartieron conmigo el pajar.
Soy Jesús, Niño Dios, que he querido a tu alma venir hoy a hablar;
estas son mis ideas de amor, no del tonto que sabe apretar,
los botones de un viejo teclado donde yo le he mandado copiar,
estos versos a mi siervo inútil, lento y tonto, llamado Germán,
que escribir algo bueno, a veces, es lo único de lo que es capaz
y, tal vez, como burro en pesebre, puede un poco también rebuznar,
y es tan lerdo ese pobre borrico, que lo único que pudo aportar
fue una frase ya muy repetida, con muy poco de original,
que incluyó al final de estos versos, donde ahora la viene a agregar:
¡TENGAN TODOS, MIS SERES QUERIDOS, UNA MUY, MUY FELIZ NAVIDAD!

De parte de Andy, Raúl, María Fernanda y Germán.

Diciembre 2016


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jueves, 24 de diciembre de 2015

Poema de Navidad nº 6

En Belén, en un pesebre, Niño Dios nos ha nacido,
vayamos todos a mirarlo, vamos, vamos, rapidito;
que es misterio éste muy grande que el Señor nos viene a dar,
con su Hijo que nos trae la paz de la Navidad.


Con el Niño, está María, que en el ángel tuvo fe
cuando fue para anunciarle, en el pobre Nazaret,
que de Dios sería Madre para mi felicidad,
porque entonces aceptó ser también nuestra mamá.


Y a los dos cuida José, varón justo, recto y bueno,
que una cuna preparó con un atado de heno,
pues posada no les dieron para el Niño Redentor

¡Que esta noche, pues, le abramos la de nuestro corazón!

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Poema de Navidad nº 5

Estaba, esa noche fría, empezando a forrajear,
cuando llegó a mí un forastero ricamente ataviado.
Vestía el traje más espléndido que se pueda imaginar:
alto turbante de seda, con un diamante tocado,
jubón teñido de púrpura, bordado y de tafetán;
zapatos en punta hacia el frente, con hilos de oro acabados,
y metido en dorada vaina, el más agudo puñal,
que, en un costado quedaba, colgando de un lazo plateado.
Y así me dijo este sabio, que hasta Belén debía llegar
y de buena cabalgadura estaba necesitado,
y que, por cierto, escuché le habían llamado Gaspar,
sus dos alegres amigos, que un poco más retirados,
alcancé a oír se llamaban Melchor y Baltasar:

“Galopa, galopa burrito, sin demora y sin parar;
que ha nacido el Niño Dios y le quiero ir a adorar.
Con María y San José, en Belén, la de Judá;
ha nacido el Rey del Cielo en el suelo de un pajar.”

“Has de saber, burrito bueno —siguió diciendo Gaspar—,
que Jesús el Niño es llamado y de una Virgen ha nacido;
visitóla un día el arcángel, mientras oraba, para anunciar,
que en ella el Santo Espíritu llegaría descendido
y al Mesías llevaría en su seno virginal.
Este divino portento por el Señor fue prometido,
durante mil generaciones, a los hijos de Abraham
y, tras espera tan larga, por fin el Verbo Divino
llega hoy hasta Israel, que fue fiel al esperar.
Vamos, pues y no paremos, hasta Belén, nuestro destino,
que si hay amor por la persona que uno quiere visitar,
se hacen cortos los caminos
y es ligero el caminar.”

“Galopa, galopa burrito, sin demora y sin parar;
que ha nacido el Niño Dios y le quiero ir a adorar.
Con María y San José, en Belén, la de Judá;
ha nacido el Rey del Cielo en el suelo de un pajar.”

Iba yo muy orgulloso, cabalgado por Gaspar,
pues soy sólo un pobre burro y el Señor, siendo nacido,
a su palacio improvisado, me ha querido convidar.
Marchaba Melchor con nosotros, sobre un camello, dormido;
Baltasar, en tanto montaba en un caballo alazán.
Llevaba en sus alforjas, para ofrecer al Dios Niño,
los regalos apropiados para un príncipe imperial.
Ya muy cerca de Belén, fuimos todos detenidos
por el coro de los ángeles que no paraba de alabar
la misericordia del Señor, que ha enviado a su Hijo,
para pagar nuestro rescate y así nos podamos salvar.
Dejóme un tiempo ese canto, como distraído y detenido,
y con suave admonición, mi atención llamó Gaspar:

“Galopa, galopa burrito, sin demora y sin parar;
que ha nacido el Niño Dios y le quiero ir a adorar.
Con María y San José, en Belén, la de Judá;
ha nacido el Rey del Cielo en el suelo de un pajar.”

Faltándonos una cuadra o poco más para llegar,
la más intensa luz que mis ojos hayan visto
llegóme derecho al alma y no pude más avanzar.
Envuelto en una cobija, estaba el Niño Divino;
a su lado, la Virgen María lo trataba de abrigar,
rodeada de los animales que, en el pesebre reunidos,
esa noche fueron, de Dios, séquito, corte y guardia real.
Quédeme embobado y tieso, como adherido en el camino,
y una reverencia quise hacer, olvidando al pobre Gaspar,
que en medio de mi intento, hubo perdido el equilibrio
y cuán largo todo era, hasta el suelo fuese a dar.
Parándose a duras penas, encorvado y dolorido,
sacudiéndose la tierra, pero riendo sin parar,
dijo así: “para otra vez, mi buen amigo,
cuando quieras agacharte, ten cuidado de avisar,
y mostrando ese respeto que se debe al Cristo Niño,
los dos juntos, de rodillas, le podremos adorar.”

“Galopa, galopa burrito, sin demora y sin parar;
que ha nacido el Niño Dios y le quiero ir a adorar.
Con María y San José, en Belén, la de Judá;
ha nacido el Rey del Cielo en el suelo de un pajar.”

Era el Niño revestido de esplendor angelical;
le contemplaba San José, su padre terreno adoptivo,
que salió hasta nuestro encuentro una vez nos vio llegar.
Me acerqué yo muy de a poco, con vergüenza de mí mismo,
hasta donde estaba el Niño y su madre virginal.
La Señora acaricióme y me habló, luego, bajito:
“Nos han dicho estos tres sabios, que a Jesús quieren dañar
poderosos de este mundo, temerosos de un Niñito…
De mañana, deberemos, hacia Egipto escapar,
mas ya ves que el Niño Dios es aún muy pequeñito
y muy bien que nos vendría un burrito al que montar
¿Nos llevarías en tu lomo para alejarnos del peligro?”
¡Oh, qué honor, qué privilegio! ¡Al Señor he de llevar!
Ya se ve que a todos llama el buen Jesús a su servicio:
al que es pobre y al que es rico, a todos quiere por igual,
a los llenos de virtudes e inclusive a este burrito,
cuyo único talento es ser duro al trabajar.

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Poema de Navidad nº 4

Ven al mundo, Niño Jesús amado,
que de la Virgen has nacido.
Ven pronto, Señor, para enseñarnos,
con tu amor de Dios hecho niño,
que nos amemos como hermanos
todos los que somos tus hijos,
y queden para siempre desterrados
la guerra, el odio, el desamor y el egoísmo.


Ven a esta patria en que nacimos
a bendecir nuestros esfuerzos diarios
y enséñanos a ser agradecidos
por el pan que nos da nuestro trabajo.
Recuérdame, Señor, por si lo olvido,
que las riquezas vienen de tu mano,
que valen más los bienes compartidos
y ganados respetando tus mandatos.


Vente al hogar en el que vivo
junto a mis seres más amados.
Trae tu estrella y, con su brillo,
ilumina la familia que me has dado.
Y nunca más nos dejes, mi Niñito,
quédate por siempre a nuestro lado,
con San José, tu padre adoptivo,
y Santa María, la madre que nos has dado.

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Poema de Navidad nº 3

I
Tú, Señor, creaste el Sol benefactor,
y la fragua del volcán ardiente,
Tú gobiernas el rayo tronador
y el cometa viajero incandescente.
Pero has escogido la renuncia, Niño Dios,
y enseñarnos la humildad del indigente
y, aunque dueño de la luz y del calor,
no tienes fuego o abrigo que caliente,
ni luz que descubra el interior
de tu palacio improvisado en el pesebre.

II
Tú, Señor, de los constructores, el primero,
que con trazo divino diseñaste
la arquitectura del enorme firmamento,
y como escenario mejor lo preparaste
para que estrellas y planetas interpreten su concierto.
Que las montañas desde el suelo levantaste,
a modo de la ojiva de un templo eterno,
y las hondas cavernas excavaste,
como las bóvedas de un banco para sueños.
Pero en lección de humildad divina renunciaste
a disponer para ti siquiera un pobre techo
que a tu Sagrada Familia cobijase.

III
Tú, Señor, que con un gesto puedes convocar
a tus serafines, querubines, arcángeles y principados,
y a todos los ángeles alados de tu incontable milicia celestial.
Que tienes el poder del universo en la palma de tu mano
y te pertenece la infinita y eterna dignidad
de ser el amo y dueño de todo lo creado.
De nuevo, Señor, elegiste la humildad,
y como indefenso bebé te has presentado
ante la improvisada corte real
de unos cuantos pastores asombrados,
de sus ovejas y animales de tiro y de labrar,
que fueron de Ti privilegiados,
de la primera Nochebuena contemplar.

IV
Tú, Señor, para quien nada es imposible,
que los panes y los peces multiplicas,
que el agua en dulce vino convertiste,
que sobre aguas tempestuosas Tú caminas
y que al mundo de sus males redimiste,
yo, Señor, te pido me concedas lo que tu siervo aquí te solicita:
que conviertas mi corazón en tu pesebre
y seas de mi hogar ilustre y amada visita,
y no te vayas nunca, lo pido humildemente,
quédate en mi casa, Niño Dios, con San José y Santa María.


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Poema de Navidad nº 2

Sed de cien centurias en el alma de Israel,
viene esta noche a saciar el Emmanuel.
En portento misterioso, anuncios por doquier,
los ángeles del Cielo han traído al descender,
reunidos en Coro, con más que humana voz,
cantan en el desierto al rey mago y al pastor:
“gócense y alégrense en la misericordia del Señor,
que en Belén de Judá nos ha nacido un Salvador”.

Como la luz atraviesa el cristal, así fue como nació,
el Niño Dios que, a su Madre, intacta Virgen preservó,
que por milagro de su Hijo no hubo de conocer varón,
y por amor de su corazón nunca pecado cometió.
Por su divina voluntad, el Señor escogió
tomar sobre sus hombros a todo pecador
para borrar de una vez a la muerte y al dolor
y hacer triunfar el amor que en el pesebre se vertió.
Y ser, para todos, vida, guía, sustento,
agua fresca, luz del sol, alimento,
consuelo, paz, alegría, contento,
esperanza, anhelo, amor fraterno,

promesa de salvación y puerta del Cielo eterno.

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Poema de Navidad nº 1

Este día, esperado Señor,
por milagro de tu amor infinito,
para enmendar nuestro error,
te volviste Niño pequeñito.

Siendo Rey te hiciste esclavo,
siendo todo te haces nada;
es tu palacio un establo
y tu guardia real, una yugada.

A tu corte real son invitados
un par de asnos de carga,
tres corderos trasquilados
y una yegua de crines largas.

Junto a su madre, unos potrillos
contemplan la Nochebuena,
y unos cuantos pastorcillos
completan la magna escena.

Los más humildes animales,
de los hombres despreciados,
en tu casa son principales,
como nobles y potentados.

Ya que glorificaste, mi Niñito,
tan modesto rincón;
si yo, tu siervo, hoy te invito,

¿Vendrás a mi corazón?

 

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