Hace 75 años
19 de junio de 1941
Segunda Guerra Mundial
En el Líbano, tropas australianas consiguen penetrar las defensas
planteadas por las tropas de la Francia de Vichy, obteniendo la victoria en lo
que pasó a conocerse como Batalla de Jezzine. La del Líbano y Siria fue una
campaña dura, cuyos ecos intentaron ser silenciados por parte de los líderes
aliados. En efecto, resultaba embarazoso que, a un año de haber estado luchando
como aliados, franceses y británicos estuvieran ahora abiertamente enfrentados
en el campo de batalla.
En el desierto norafricano, los británicos lanzan la “Operación Battleaxe”,
cuyo propósito era desalojar Cirenaica oriental de las fuerzas ítalo-germanas y
levantar el cerco sobre Tobruk. Las fuerzas de la “Commonwealth” había recibido
hacía poco material de guerra proveniente desde el Reino Unido, llegado en un
convoy que tomó la peligrosa ruta del Mediterráneo, en vez de la ruta de El
Cabo, para reducir el tiempo de la travesía. La ofensiva fue lanzada el 15 de
junio de 1941, con un comienzo muy prometedor. Sin embargo, para el 17, el
avance era insignificante y los ataques británicos habían sido rechazados con
grandes pérdidas, costando la pérdida de valiosos 98 tanques, contra 50
blindados alemanes que, sin embargo, pudieron recuperar gran parte de los mismos,
pues se quedaron como dueños del campo de batalla. Rommel se las ingeniaba para
que las columnas de tanques británicos siempre terminaran encontrándose con
defensas antitanque preparadas, consiguiendo frustrar así la ofensiva
británica.
En el aire, la “RAF” perdió 33 valiosos cazas “Hawker Hurricane” y tres
bombarderos, mientras que la “Luftwaffe” sólo sufrió diez derribos. Tras dos
días, la ofensiva fue cancelada y el general Archibald Wavell, Comandante en
Jefe del Medio Orientem, fue reemplazado por el general Claude Auchinleck, que
se desempeñaba hasta ese momento como Comandante en Jefe de la India.
Los estados bálticos, en tanto, sufren las consecuencias de haber sido
anexados por el “paraíso socialista” de Josif Stalin. Los días 13 y 14 de
junio, 10.000 estonios, 15.000 letones y 35.000 lituanos son deportados a Siberia.
Además de los opositores activos, miles de estos deportados no habían cometido
más crimen que pertenecer a alguno de los grupos considerados potencialmente
hostiles a la Unión Soviética. Se trata de un nuevo y macabro paso en el
régimen de terror desatado por el Partido Comunista de la Unión Soviética
contra las poblaciones anexadas durante la guerra y, a menudo, contra su propio
pueblo, que fue el primero en sufrir los abusos del comunismo.
Además de la represión y el exterminio, que son pan de cada día en los
“socialismos reales”, está a punto de desencadenarse un infierno sobre el
territorio soviético y sobre la gente que tenía la mala suerte de vivir en él
cuando corría el año 1941. Falta menos de una semana para que la imparable
“Wehrmacht” atraviese a sangre y fuego las fronteras de la URSS, llevando la
muerte y la destrucción hasta las mismísimas puertas de Moscú. Sorprende la
liviandad con que los líderes alemanes, partiendo por Hitler, se tomaban a los
soviéticos. Es también sorprendente la desinformación que cundía en los
servicios de inteligencia alemanes. En efecto, el alto mando alemán subestimaba
gravemente la capacidad de combate del Ejército Rojo y, sobre todo, ignoraba la
calidad del abundante armamento del que disponía, comparable y, en algunos
casos, muy superior al de las grandes potencias occidentales. El tanque T-34,
que los soviéticos habían fabricado por cientos, resultó una de las muchas
desagradables sorpresas con que se encontraron los alemanes al invadir Rusia.
Ni siquiera el número de efectivos o la capacidad de convocar reservas era un
dato que los alemanes conocieran de manera exacta.
Los soviéticos tampoco estaban mejor informados. Un documento
desclasificado es muy decidor al respecto, de entre los muchos trabajados por
Mark Solonin. Se trata de un “Reporte de la NKGB (Comisariado del Pueblo para
la Seguridad del Estado, por su sigla en ruso, es decir, la policía secreta) de
la URSS a J.V. Stalin y V.M. Molotov. Nº 2279/m”, del 17 de junio de 1941. En
dicho documento, una fuente infiltrada en el cuartel general de la aviación
alemana informa que “todas las medidas militares para la preparación en
Alemania de la acción armada contra la URSS están completas; el ataque puede
ser anticipado en cualquier momento.”
De su puño y letra, el propio Stalin respondió a Vsevolod Merkulov, jefe
de la NKGB, que mandara a su fuente “desde los cuarteles generales de la
aviación alemana a joder a su puta madre. Esta no es una fuente, sino un
desinformante.” En efecto, el informe enviado a Merkulov por su “fuente”,
establecía en su punto 3 que “los primeros objetivos prioritarios de los
ataques de la aviación alemana son: “la estación generadora de electricidad
‘Svir-3’, fábricas moscovitas de manufactura de repuestos de avión (equipamiento
eléctrico, rodamientos, neumáticos) y talleres de reparación de automóviles.”
Stalin comprendía muy bien que talleres en Moscú y una planta generadora en
Carelia (“Svir-3”) no podían ser objetivos de un primer ataque aéreo. El mejor
bombardero alemán, “Junkers JU-88”, tendría que haber recorrido mil kilómetros
de ida y mil más de vuelta hasta sus bases para llegar hasta el río Svir o
hasta Moscú, pero tendría que haberlo hecho con el mínimo de carga de bombas y
sin protección de cazas, es decir, habría sido un bombardeo que causaría muy
poco efecto y sería casi suicida.
Stalin, que era muy reservado en sus expresiones, mostró una comprensible
indignación y un lenguaje impropiamente colorido por lo que era un burdo
intento de desinformación y por la increíble falta de perspicacia de Merkulov,
quien era, por entonces, uno de los personajes clave en la comunidad soviética
de inteligencia. Stalin tenía una idea aceptablemente aproximada de la
capacidad ofensiva de la “Luftwaffe” y, desde luego, conocía muy bien qué tipo
de aviones tenía a su disposición la URSS, y en qué números. En cuanto a la
cantidad de aparatos, la balanza se inclinaba a favor de los soviéticos de
manera aplastante, de modo que los alemanes no podían permitirse lujos como
bombardear estaciones generadoras en Carelia o fábricas de repuestos en Moscú.
La única posibilidad de equilibrar lo que, en el papel, parecía una situación
desesperada para los pilotos alemanes, era concentrar la acción de sus flotas
aéreas sobre los aeródromos y bases enemigas, especialmente aquellas que cobijaban
a la numerosa y bien equipada aviación de caza soviética.
En mayo de 1940, al lanzarse sobre Francia y los países bajos, los
alemanes habían gozado de una superioridad aérea que no volverían a tener en
toda la guerra. En ese entonces, el frente alemán de 300 kilómetros (entre el
Sarre y Arnhem) fue apoyado por 85 grupos de aviación de todas las clases,
totalizando 3.641 aeronaves, con una densidad operativa de 12 aparatos por
kilómetro lineal. Para junio de 1941, en la víspera del ataque a Rusia, el alto
mando de la “Luftwaffe” había ordenado el despliegue de 63 grupos de aviación,
que alineaban 2.350 aviones de todos los tipos, teóricamente hablando. En la
práctica, sin embargo, la capacidad de la aviación alemana era mucho menor,
luego de meses luchando sobre los cielos ingleses, sobre el Mediterráneo y sobre
los Balcanes. En promedio, no más del 77% de los aparatos estaba en condiciones
de participar en la campaña y algunos “gruppen” contaban con menos de la mitad
de sus aparatos en condiciones de volar. Además, el frente a cubrir era mucho
más amplio. Al momento de producirse la invasión de la URSS, el frente ruso se
extendía por cerca de 800 kilómetros; en cosa de dos semanas, el rápido avance
de las fuerzas alemanas hacia el interior de Rusia ensanchó el frente a 1.400
kilómetros (desde Riga, en el Báltico, a Odesa, en el Mar Negro), es decir,
mucho más amplio y difícil de cubrir que los 300 kilómetros del frente
franco-británico de 1940, con menos aviones propios y contra un número mucho
mayor de aviones enemigos. De hecho, en promedio, la aviación de caza soviética
cuadruplicaba a su similar alemana y, en los flancos del gigantesco frente (el
Báltico y Ucrania), la relación oscilaba entre 7 y 5 cazas soviéticos por cada
caza alemán.
La superioridad numérica de los soviéticos era también aplastante en
tanques y, en general, en material de guerra terrestre. Además de muchos
reportes provenientes de los servicios secretos alemanes, destinados a
confundir al Kremlin, Stalin también recibió algunos datos más fidedignos
relacionados con la real fuerza militar que los alemanes tenían cerca de las
fronteras soviéticas y de la posibilidad real de que esas fuerzas lanzaran un
ataque a fines de junio de 1941. Sin embargo, Stalin las desestimó como falsas
y estaba seguro de que Hitler no podía estar tan loco de atacarlo estando en
una desventaja tan pronunciada en hombres y materiales. Stalin no se equivocaba
en cuanto a que la cantidad y calidad de armas son importantes para ganar una
guerra, dos puntos en que la URSS estaba mejor que la mayoría de las potencias.
Lo que olvidaba el tirano del Kremlin, sin embargo, era que esas armas serían
efectivas sólo si los soldados, marinos y pilotos movilizados estaban
dispuestos a usarlas y, de ser necesario, a arriesgar su vida por el “Camarada
Stalin” y por la “Patria del Proletariado”. Las primeras semanas de guerra con
Alemania mostrarían que años de terror sistemático, hambrunas y miseria habían
dejado muy poca gente lista para otra cosa que no fuera abandonar su puesto al
primer disparo proveniente de un enemigo tan cruel como el comunismo, pero
mejor organizado y, sobre todo, mucho más motivado.
En la fotografía, un “Mikoyan-Gurevich MiG-3”. Este caza era de los más
modernos con que contaba la aviación soviética. De aspecto impresionante, no
era tan poderoso o eficiente como los “Messerschmitt” alemanes, pero podía ser
letal si estaba bien pilotado. Además, con 1.200 aparatos de este tipo al
producirse la invasión alemana, contribuía decisivamente a la superioridad
numérica de la aviación soviética, siendo sólo uno de los muchos y muy buenos
modelos de aviones usados por los rusos en la defensa de sus cielos.
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