Los Dibujitos de la Ira
En los últimos días, hemos presenciado la rampante controversia causada por la publicación de doce caricaturas de Mahoma, el profeta del Islam, en el diario danés Jyllands-Posten y su posterior reproducción en otros medios impresos, especialmente europeos. Por razones que no vale la pena discutir aquí, los dibujitos de la discordia fueron originalmente exhibidos en septiembre del año pasado, pero la escalada de manifestaciones violentas en el mundo musulmán recién estalló en los últimos días. Representaciones culturales y diplomáticas atacadas, ciudadanos de los países involucrados amenazados, y ese largo etcétera de la violencia religiosa, han sido el triste balance de la disputa. La mala suerte ha querido que incluso nuestra embajada chilena en Damasco compartiera edificio con las legaciones sueca y danesa, incómoda vecindad que la convirtió en blanco de los airados mahometanos, que la incendiaron junto con las dependencias de esas naciones escandinavas.
He preferido no exhibir en este espacio copias de las caricaturas. Cualquiera, navegando en la red, puede hallarlas. Sólo para ejemplificar su tenor, describiré algunas: una efigie del Profeta con un turbante en forma de bomba, una imagen del mismo con cuernos en la cabeza y una viñeta en que Mahoma se apresura a advertir a unos musulmanes que llegan al Paraíso, que no entren, porque se han quedado sin vírgenes.
Si nos atenemos al aspecto estrictamente jurídico positivo, es posible sostener que las caricaturas son inobjetables. Pero la cuestión crucial no tiene que ver con el ordenamiento legal; en otras palabras, no se trata de determinar si las leyes nacionales y los tratados internacionales restringen o permiten el insulto de las creencias religiosas de una comunidad humana determinada.
Debemos apelar, pues, a la ética periodística, a la formulación doctrinaria de la libertad de expresión y, por último, pero no menos importante, al sentido común y a la prudencia responsable que implica esa libertad.
La libertad de expresión es una de las bases de la institucionalidad democrática. Es muy sugerente que los griegos, precursores de nuestras modernas libertades, raramente utilizaran la expresión demokratía para referirse al sistema de gobierno ático. El régimen de Pericles se definía a sí mismo mediante otras dos expresiones: isonomía, es decir, igualdad de prerrogativas, e isegoría, es decir, el derecho de expresarse libremente en la asamblea de ciudadanos, la Ecclesia, sin temor a represalias.
Desde sus orígenes, pues, las libertades occidentales han estado asociadas al derecho a opinar. Sin embargo, todos los privilegios y libertades, bien entendidos, comportan deberes y límites. La libertad de expresión, entendida como un derecho natural, implica un importante deber correlativo inscrito en la Ley Moral Natural, consistente en que no es lícito decir lo que a uno se le antoje.
La pregunta, entonces, que debemos hacernos como ciudadanos y, en nuestro caso, como periodistas, es la siguiente: ¿la libertad de expresión nos da derecho a insultar a otras personas? Y, más específicamente, ¿nos autoriza a denigrar los valores y los sistemas de creencias distintos a los nuestros?
Mi respuesta es un rotundo ¡NO! Cuando se trata del honor de las personas, el asunto está mejor zanjado. Casi todas las legislaciones reconocen el derecho de una persona ofendida por un medio, a recurrir a los tribunales para que se repare el daño a su imagen. Desde luego, muchas veces esa imagen queda injusta e indefinidamente menoscabada, pero ese es otro asunto.
Pero cuando el ataque va dirigido a instituciones, valores o colectivos, nos hallamos caminando sobre terreno resbaladizo, porque el tratamiento legislativo es más vago. En tal punto, pues, la argumentación ha de ser ética. El humor relativo a la contingencia política o social, en sí mismo es lícito. Desde siempre se ha utilizado como un arma doctrinaria poderosa que, guardando las formas y respetando el fondo, es legítima.
No obstante, en muchas ocasiones, la caricaturización del adversario ideológico se nos aparece como un ejercicio burdo de descalificación, cuando la batería argumental se agota. Por ejemplo, Michelle Bachelet tiene muchos defectos como líder político y está lejos de parecerme idónea para desempeñar la Presidencia, pero siempre me ha parecido ilegítimo que la llamen gordis. Primero, porque quien usa ese epíteto, por pereza intelectual, ha preferido utilizar el lugar común y apelar a una característica física que nada tiene que ver con las cualidades personales que uno espera de un mandatario. Segundo, porque es una vulgaridad que no se le dice a una mujer. En resumen, es indigno de un periodista o un contradictor serio y, además, resulta impropio de un caballero. Como le escuché una vez a Pedro Carcuro, “nunca hay que hacer como periodista, lo que uno no haría como caballero.”
En el caso de las caricaturas de Mahoma y, en general, siempre que se trata de reírse de las convicciones de otras personas, el problema es similar. A falta de argumentos, la sátira se convierte en el arma fácil del ignorante o el cobarde. Los periodistas que publicaron esos dibujos han hecho gala de una profunda ignorancia de la cosmovisión musulmana. Es, al igual que el Cristianismo y el Judaísmo, un llamado a la fraternidad de los hombres. A su modo, que es distinto al nuestro, pero no por eso menos valioso. Podemos sostener que es menos verdadero, pero no menos valioso y respetable, insisto.
Quienes han publicado y defendido esas viñetas olvidan que denostar las creencias religiosas de otros, significa denigrar su alma, ese sagrario del hombre, donde se guardan sus afectos, sus amores, su relación espiritual con sus semejantes y su vinculación con Dios. En otras palabras, es como decir: “tus creencias son inferiores a las mías, hasta el punto que dan risa; tú eres inferior a mí, hasta el punto que eres ridículo.”
Práctica comprobadamente peligrosa, por lo demás, que abre las puertas a otras atrocidades. Los nazis utilizaron profusamente la caricaturización de los judíos, como arma propagandística, para insertar en el imaginario colectivo la imagen del judío tacaño, miserable, egoísta, aprovechador y desleal. Los regímenes socialistas hicieron algo parecido con sus enemigos: el kulak chupasangre, el burgués explotador, el religioso que aliena al pueblo. Y ya vimos en qué terminaron esos experimentos: el Auschwitz alemán, el GULAG soviético, el Ploesti rumano y La Cabaña cubana. Por último, pretender enfrentar el integrismo islámico ridiculizándolo como algo inferior, es caer en su juego, en tanto los extremistas musulmanes (que son una minoría de los musulmanes) realizan sus barbaridades en cuanto estiman que los principios del Islam son superiores a todos los demás.
Además de estas razones éticas y doctrinarias, las caricaturas de Mahoma son irresponsables e imprudentes, dada la presente coyuntura en las relaciones entre Occidente y el mundo islámico. No me trago ese placebo del Choque de Civilizaciones; es una torpeza simplona y nada tiene que ver aquí. En artículo publicado hace algunos meses en este mismo espacio, explico mi posición al respecto (http://senadorleon.blogspot.com/2005/07/el-porqu-de-londres.html).
Y, sin embargo, aunque no presenciamos un choque de culturas, los recientes atentados en Nueva York, Madrid y Londres aconsejan prudencia. Aunque probaran que toda mi argumentación es errónea, subsiste el peligro de desatar una represalia sangrienta que, seguramente, no será sufrida por el descriteriado que diseñó y publicó los chistecitos. Como siempre, pagarían los inocentes.
Toda libertad, especialmente la libertad de prensa, encierra una grave responsabilidad. Las consecuencias de un artículo, un reportaje o, en este caso, una caricatura irreflexiva, pueden ser insospechadas. Si no me creen, pregúntenle a nuestro embajador en Damasco. Como dijo Masaryk: “la libertad no es más que el derecho que tiene cada hombre de cumplir con su deber.”
En conclusión, no se trata de si una torcida interpretación legal nos da el derecho de insultar a las personas, sólo porque son distintas o creen en cosas diversas. Es de sentido común que está mal, que es ilícito, que es ilegítimo insultar al resto, así como es de sentido común que resultaba especialmente peligroso hacerlo, en este preciso momento, con la religión musulmana. Pero, como escribió Chesterton, por desgracia, el sentido común “es el menos común de los sentidos.”
Frase de Hoy: Concede a tu espíritu el hábito de la duda, y a tu corazón, el de la tolerancia. (Georg Christoph Lichtenberg)
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