"Contento Señor, Contento"
“Yo sostengo que cada pobre, cada vago, cada mendigo es Cristo en persona que carga su cruz. Y como Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos tratarlo como a un hermano, como a un ser humano, como somos nosotros.”
Esta frase, escrita por Alberto Hurtado Cruchaga, S.J., representa la declaración de principios de su vida y la forma en que efectivamente la vivió. Quien se convertirá en pocas horas más en San Alberto Hurtado, vivió cada momento de su vida procurando cumplir en su existencia ese mandato urgente del Evangelio: “ama a tu prójimo como a ti mismo.”
Fue un hombre extraordinario, cuyo testimonio de vida puede verse en cada rincón de Chile, con la enorme obra social que ha sido y es el Hogar de Cristo. Y, al mismo tiempo, no lo fue. Alberto Hurtado Cruchaga nació en el seno de una familia de clase media, cerca de Viña del Mar. Perdió a su padre cuando tenía cuatro años y los problemas económicos obligaron a su madre a trasladarse a Santiago, donde vivió varios meses al amparo de familiares.
A pesar de las penurias económicas, la madre de Alberto siempre encontró la forma de ayudar a los más necesitados a través de un patronato. Terminados los estudios secundarios, ingresó a la Escuela de Derecho de la Universidad Católica, de la que egresó en 1923. Después de la universidad, pidió su admisión a la Compañía de Jesús. Como parte de su formación como religioso, obtuvo el título de doctor en Ciencias Pedagógicas por la Universidad de Lovaina.
De vuelta en Chile, ya como el padre Alberto Hurtado, pasó a desempeñarse en la formación cristiana de jóvenes en el Colegio San Ignacio y en la Acción Católica. Así como en sus estudios se destacó por su camaradería y esfuerzo, en sus contactos con los jóvenes, demostraba estar en sintonía con sus anhelos y con las ideas de cambio social que germinaban en la primera mitad del siglo XX.
Precisamente, para llevar adelante ese cambio social desde la perspectiva del Evangelio, es que funda en 1944 el Hogar de Cristo.
¿Hay algo particularmente notable en la vida de Alberto, que nos llevara a predecir que se convertiría en una de las figuras más influyentes de la historia de Chile? La verdad, no. Sencillamente, con perspicacia y entrega, siguió el buen ejemplo de su madre en la generosidad con los demás, especialmente los más desvalidos. Y en su vida, hizo todo lo posible por aprovechar al máximo cada segundo, para vivirlo de acuerdo al mensaje de Jesucristo.
La elevación de los santos a los altares tiene justamente esa finalidad: recordarle a las personas que no es necesario ser un personaje extraordinario para seguir el camino trazado por el Evangelio. TODOS PODEMOS SER SANTOS. De eso se trata este asunto de la vida. Si de verdad le pusiéramos empeño, seríamos perfectos y el mundo lo sería con nosotros.
El Hogar de Cristo es una institución magnífica, que reúne voluntades en un propósito tan noble como asistir a nuestros hermanos más débiles: los pobres, los enfermos, los ancianos, los niños, los “patroncitos”, como gustaba llamarles el gran santo. Pero también es un recordatorio para todos los demás aspectos de la existencia, más allá de la pura actitud ante las inhumanas desigualdades sociales. Es un llamado para que en todo tiempo y lugar, en toda circunstancia, todos los hombres y mujeres de buena voluntad, frente al resto, actúen teniendo presente que todo ser humano es hermano nuestro; que el tiempo y nuestras habilidades y oportunidades son recursos que tenemos el deber de usar para mejorar el mundo desde la parcela de nuestra casa, de nuestro trabajo, de nuestra familia, de nuestros amigos. Responder con amor al que nos ama y con mayor amor todavía al que no lo hace; ir por el mundo con los brazos abiertos, enjugar la lágrima de todos, incluso de quienes antes pudieron causar las nuestras.
No es sencillamente una imitación mecánica de la vida de Nuestro Señor y de los grandes hombres, como Alberto, propuestos como ejemplo; se trata de plantearse, en cada segundo de la vida, qué es lo que, de acuerdo a nuestro leal saber y entender, podemos buenamente hacer en la forma correcta.
San Alberto Hurtado comprendió eso, captó que debía hacerlo y encontró el coraje para llevarlo a cabo, cumpliendo en cada minuto con los preceptos más caros de la Iglesia. Por eso la Iglesia lo va a reconocer mañana como un ejemplo a seguir. Ojalá todos recordáramos, como él, que el mundo es como un hogar en el que vive una gran familia de hermanos y hermanas, hijos de un mismo Padre cariñoso.
Frase de Hoy: “¿Qué Haría Cristo en mi Lugar?” (San Alberto Hurtado, S.J.)