sábado, 28 de mayo de 2016

Hace 100 años. 29 de mayo de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
29 de mayo de 1916
Primera Guerra Mundial

El 23 de mayo de 1916, las tropas anglo-egipcias ocupan El Fasher, capital del rebelde Sultanato de Darfur. El día anterior, 22 de mayo, el sultán Alí Dinar había abandonado su capital, tras enterarse de la debacle de su ejército en la Batalla de Beringia. De todos modos, Alí Dinar huyó a las montañas, desde donde encabezó una guerrilla que resistió hasta fines de 1916.

Más al sur, una fuerza colonial británica irrumpe en el África Oriental Alemana desde Rhodesia y Nyasalandia. Para el 27 de mayo, habrán ocupado Neu Lagenburg, ya bien dentro de la colonia alemana, cuya porfiada resistencia asombró a todo el mundo y distrajo considerables recursos de cuatro imperios coloniales, obligados a sumar recursos para doblegar a los alemanes y sus “askaris”.

En el Frente Occidental, los británicos intentan un contraataque en la Cresta de Vimy, en uno de los puntos más comprometidos del sector del frente que les toca defender. Los “Tommies” británicos defienden las trincheras de la Entente entre Ypres, al sur de Bélgica, y el río Somme, que se haría famoso dentro de pocas semanas, cuando los británicos desencadenen una gran batalla que tomará el nombre del río en la historia. Los británicos, al no ver resultados rápidos en Vimy, deciden dejar que los alemanes conserven el terreno conquistado en los últimos días. Los alemanes no lo saben, pero este aparente respiro es sólo una pausa que se toma la Entente para descargar un feroz golpe en otra área.

En Verdún, el Segundo Imperio Alemán y la Tercera República Francesa apuestan sus mejores cartas, en una batalla cuyo resultado, a estas alturas, es más cosa de honor nacional que de relevancia estratégica. Hace poco que el general Robert Nivelle ha recibido el mando del 2º Ejército Francés y no piensa pasar a la posteridad como un jefe pasivo. A mediados de mayo, cursa órdenes para que la 5ª División, del general Charles Mangin, ataque hacia el Fuerte Douaumont. El fuerte era el mayor de cuantos formaban parte del imponente dispositivo defensivo de Verdún. Sin embargo, al momento del ataque alemán de febrero, casi no tenía guarnición y estaba en vías de ser desmantelado, de modo que fue capturado por una pequeña partida de soldados alemanes, que apenas superaba una compañía. El alto mando francés había juzgado erróneamente que los fuertes eran inservibles ante la moderna artillería de sitio, luego de observar cómo los morteros pesados alemanes habían hecho polvo muchos fuertes belgas en el verano de 1914. El error de juicio de los generales franceses hizo un gran servicio a los alemanes, que lo transformaron en una inexpugnable base de operaciones, muy cerca de la línea del frente y que demostró que, bien defendido, constituía un hueso duro de roer para los atacantes.

En mayo de 1916, pues, los franceses intentarían recapturarlo. Entre los días 17 y 21 de mayo, cuatro morteros gigantes de 370 mm y 300 otras piezas de artillería machacaron el fuerte que, no obstante el castigo, siguió siendo operativo, aunque la guarnición alemana lo estaba pasando muy mal. A las 11.20 hrs. del 22 de mayo, el general Mangin ordenó a sus “poilus” pasar al asalto. Al terminar el día, con mucho esfuerzo y sufriendo sensibles bajas, los franceses habían conseguido penetrar en el fuerte y ocupaban aproximadamente la mitad de las instalaciones. El mando francés quiso explotar la situación y envió como refuerzo a la 34ª División que, no obstante, fue rechazada, dejando aisladas a las fuerzas que habían penetrado el perímetro y que fueron obligadas a rendirse. A los tres días de iniciado el ataque, el Fuerte Douaumont estaba firmemente en manos alemanas y el frente de Verdún seguía más o menos igual que antes de la intentona.

Entre los días 23 y 26 de abril de 1916, el llamado “Acuerdo Sykes-Picot” se vuelve oficial, tras una seguidilla de notas diplomáticas intercambiadas entre los gobiernos de Francia, Gran Bretaña y Rusia. Se trataba de un protocolo secreto, donde se repartían las posesiones del Imperio Otomano entre británicos y franceses, con una pequeña participación de Rusia en la zona del Cáucaso, aunque a los rusos se les aseguraba el control de los estrechos que unen el Mar Negro con el Mediterráneo, una de las más antiguas y persistentes aspiraciones de la Rusia Zarista que podría sentirse, de alzarse la Entente con la victoria, como auténtica heredera del Imperio Romano de Oriente. La Revolución de 1917, sin embargo, determinaría sucesos muy distintos…

Las primeras negociaciones habían tenido lugar en noviembre de 1915. En ese entonces, el Gobierno Francés estaba representado por François-Georges Picot, un diplomático profesional con amplia experiencia en el Medio Oriente. Su contraparte era la delegación británica, liderada por Sir Arthur Nicholson. El 21 de diciembre, tuvo lugar una segunda ronda de negociaciones, con la parte británica ahora representada por Sir Mark Sykes, un experto en el Levante. El destino final de los territorios árabes del Imperio Turco yuxtaponía los intereses no sólo de Francia y Gran Bretaña, sino también los de Rusia y, lo que sería más importante a la larga, de los nacionalistas árabes y de los sionistas judíos, a quienes se les habían hecho grandes promesas, incompatibles entre sí y en cuya virtud movilizaron a sus grandes comunidades en apoyo de Gran Bretaña.

El controversial acuerdo, negociado en el más estricto sigilo, partía en dos mitades los territorios árabes controlados, hasta entonces, por el Gobierno del Sultán. El Líbano, casi toda Galilea, Cilicia y la costa siria serían controladas directamente por Francia. Hacia el este, se crearía un estado árabe, puesto bajo la protección de París. Los británicos controlarían el sur de Mesopotamia y el territorio alrededor de la bahía de Acre-Haifa, en el Mediterráneo, con derecho a construir un ferrocarril desde el mar hasta Bagdad. La zona situada al este del Jordán y el desierto de Neguev, al sur de la línea que iba desde Gaza hasta el Mar Muerto, sería atribuida a un estado árabe bajo protectorado de Londres. En el correspondiente mapa, la zona francesa se denominaba “zona azul”, mientras que lo asignado a Gran Bretaña era llamado “zona roja”. Al sur de la “zona azul” francesa, el sanjacado de Jerusalén quedaría bajo administración internacional, en la llamada “zona café”.

Al producirse la Revolución Bolchevique de 1917, el nuevo gobierno de Moscú quiso obtener reconocimiento de los compromisos contraídos por París y Londres con sus predecesores, el asesinado Zar y su gobierno. Sin embargo, poco inclinados hacia el bolchevismo, británicos y franceses respondieron tibiamente a las exigencias de los revolucionarios rusos que decidieron hacer público el acuerdo en desquite por el desaire. Fue un momento de suma vergüenza para Gran Bretaña y Francia, que aparecían sumando kilómetros cuadrados a sus respectivos imperios coloniales, sin participar a sus demás aliados europeos y, sobre todo, traicionaban el deseo de las tribus árabes de unificarse en un gran estado, proyecto que había sido apoyado públicamente por Gran Bretaña; además desconocían el compromiso asumido con el movimiento judío internacional, al que se le había prometido un hogar nacional en Tierra Santa, de ser destruido el Imperio Turco-Otomano.

Aunque el acuerdo fue formalmente suprimido luego de acabar la guerra, el Medio Oriente turco fue, de hecho, repartido entre británicos y franceses en su mayor parte, bajo la forma legalmente más elegante del “mandato”. Para muchos analistas, el arbitrario reparto de los territorios árabes a partir del Acuerdo Sykes-Picot está en la base de los graves conflictos que aquejan, hasta hoy, los volátiles territorios del “Creciente Fértil” y que, de cuando en cuando, han hecho temblar la paz mundial hasta sus cimientos.

Serían las torpezas políticas de las potencias europeas —Francia  y el Reino Unido principalmente—, y su falta de tacto diplomático las causas de los interminables y peligrosos conflictos del Medio Oriente. En todo caso, para mayo de 1916, la presa cuya piel estaba siendo repartida en Londres y París todavía no había sido abatida por los cazadores. En la fotografía, soldados austrohúngaros, aliados de los turcos, se preparan para una inspección en Jerusalén, en algún momento de 1916.




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Hace 75 años. 29 de mayo de 1941. Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años
29 de mayo de 1941
Segunda Guerra Mundial

En estos últimos días de mayo de 1941, la situación de las tropas anglo-griegas que defienden Creta pasa desde grave a crítica. A pesar de las severas bajas sufridas por los paracaidistas alemanes en las primeras horas del asalto sobre la isla, aquéllos pudieron hacerse con el control del aeródromo de Maleme, lo que les permitió llevar tropas frescas por aire, a pesar de que la pista era regularmente bombardeada por la artillería naval y terrestre de los defensores. Aunque los intentos alemanes e italianos de refuerzo por mar fallaron casi siempre, el flujo de refuerzos por vía área fue creciendo progresivamente, mientras que el control absoluto de los cielos por parte de la “Luftwaffe” y la “Regia Aeronautica” hacían cada vez más difícil aprovisionar a las fuerzas griegas y de la “Commonwealth” que intentaban abortar el ataque alemán. Sin embargo, los mandos alemanes pensaban que su situación era mucho más comprometida y, casi hasta finalizar el mes de mayo, sentían que estaban a un paso de perder la batalla. En efecto, los reportes alemanes eran alarmantes en cuanto al número de bajas y al estado de las tropas paracaidistas y aerotransportadas. En consecuencia, los alemanes exigieron a sus aliados italianos que desembarcaran tropas por mar, lo que hicieron, no sin dificultades, el 26 de mayo, cuando 3.000 hombres y 13 tanquetas L3/35 tocaron tierra en Sita.

Teniendo una aplastante superioridad en buques, se podría esperar que los británicos no tuvieran mayores inconvenientes en mantener la posición en Creta. Sin embargo, el control de los cielos del Mediterráneo oriental, a mediados de 1941, le pertenecía al Eje. Como ocurriría tantas veces en esta guerra, en la Batalla de Creta se demostró que las flotas navales sin apoyo aéreo apropiado pueden sufrir mucho a manos de las aviaciones enemigas, si un enemigo es determinado y está dispuesto a pagar un precio significativo en hombres y recursos para alcanzar un objetivo, como fue el caso de los alemanes en Creta.

Dando la Batalla de Creta por perdida, el 28 de mayo, se inició la evacuación de las tropas, ordenada por el alto mando británico. La lucha de retirada y cobertura seguiría hasta la noche del 30 de mayo.

Prosigue también la lucha en Irak, donde una fuerza multinacional, reunida desde diversos puntos del Imperio Británico, ha sido desplegada para apoyar a las reducidas guarniciones que mantenía la “RAF” en sus bases. Al entrar en el último tercio de mayo, los británicos han sido capaces de alejar el peligro desde su base aérea de Habbaniya, que había sido hasta entonces el principal teatro de lucha con el gobierno rebelde iraquí. Al mismo tiempo, la Real Fuerza Aérea Iraquí, que había apoyado mayoritariamente el intento de sacudirse la tutela de Londres, había sido virtualmente destruida. Sin embargo, desde el 11 de mayo y casi hasta fines de mayo, el gobierno rebelde iraquí recibió asistencia de Alemania e Italia. También fue reconocido por la Unión Soviética, todavía formalmente aliada de Alemania, aunque los soviéticos no pasaron del apoyo político.

La llegada hasta Irak de aviones, pilotos y técnicos de las aviaciones del Eje se había conseguido usando las bases francesas de Siria, controlada entonces por la Francia de Vichy. El gobierno colaboracionista del mariscal Pétain también accedió a entregar material de guerra francés a las tropas que luchaban contra los británicos, en lo que constituía un nuevo paso de abierta hostilidad —si no derechamente acto de guerra— entre Gran Bretaña y el gobierno de Vichy. En todo caso, los aviones alemanes e italianos, aunque preocuparon a los británicos, no alcanzaron para salvar la posición del gobierno iraquí rebelde, cuya aventura terminaría en derrota para fines de mes.

En África del Norte, el mando británico está en estos días planificando su siguiente movida, que será un intento de relevar a la guarnición asediada en Tobruk. El 26 de mayo, los alemanes retoman el Paso de Halfaya, dando al traste con uno de los pocos objetivos que habían conseguido las tropas de la “Commonwealth” en la fallida ofensiva de mediados de mayo. En el interín, los británicos han conseguido hacer llegar un importante convoy, con su preciosa carga de tanques y aviones de combate, con los que esperan inclinar la balanza a su favor y hacer retroceder a Rommel, que sigue a la ofensiva, pero cuyas fuerzas están al borde del agotamiento.

En estos días finales de mayo, se produce uno de los sucesos más recordados de la larga Batalla del Atlántico, cuando el nuevo acorazado alemán “Bismarck” encuentre su destino en el fondo del océano, luego de cruenta batalla; no sin antes mandar al lecho oceánico al poderoso crucero de batalla “HMS Hood”, orgullo de la “Royal Navy”, reputado uno de los navíos de guerra más temibles del mundo.

Los orígenes del “Bismarck” se remontan a 1935, cuando un acuerdo naval anglo-alemán levantó definitivamente las restricciones que pesaban sobre la expansión naval de Alemania, tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. Bajo los términos del nuevo acuerdo, los alemanes podían, entre otras cosas, construir hasta cinco acorazados de 35.000 toneladas de desplazamiento. Sólo dos llegaron a construirse: el “Bismarck” y su gemelo, el “Tirpitz”. La construcción del “Bismarck” partió en julio de 1936 y fue botado en febrero de 1939. Fue bautizado en honor del “Canciller de Hierro”, Otto von Bismarck, gestor de la unificación alemana.

El “Bismarck” era una gigantesca plataforma de combate, fuerte y ágil, tripulada por más de 2.000 marinos, protegida por un sólido blindaje, capaz de resistir mucho castigo, y equipada con un letal conjunto de piezas de artillería, entre las que destacaban ocho cañones de 380 mm montados en cuatro torres dobles, además de abundante artillería secundaria y antiaérea.

Aunque el mayor peso de la lucha naval germana había descansado en los submarinos, Alemania contaba con una respetable fuerza de naves de superficie. Los buques de la “Kriegsmarine” eran muy pocos como para desafiar en combate abierto a la “Royal Navy”, pero podían causar muchos daños al tráfico mercante británico si lograban burlar las patrullas británicas en el Mar del Norte y entrar a las inmensidades del Atlántico. El 22 de marzo, los cruceros de batalla “Scharnhorst” y “Gneisenau” habían retornado a la costa francesa, luego de un exitoso crucero de combate por el Atlántico, donde habían hundido o capturado 22 barcos enemigos, por un total de 116.000 toneladas. El éxito de los cruceros de batalla abrió el apetito de los almirantes alemanes, que se imaginaron una nueva operación, donde pudieran sumar sus dos nuevos acorazados a sus dos cruceros de batalla. Sin embargo, la reciente operación obligaría a someter al “Scharnhorst” a reparaciones. El “Tirpitz”, en tanto, había sido comisionado más tarde que su gemelo y no estaría listo para operar durante la primavera. Durante abril, por último, bombarderos de la “RAF” consiguieron dañar al “Gneisenau” mientras estaba anclado en Brest, de modo que el “Bismarck” y el crucero pesado “Prinz Eugen” serían las únicas naves de superficie disponibles para atacar el tráfico mercante británico durante la primavera de 1941. Con todo, conscientes del poderío del “Bismarck”, los mandos alemanes decidieron seguir adelante con la salida a mar abierto, a la que dieron el nombre en clave de “Operación Rheinübung” (“Ejercicio en el Rin”).

El 19 de mayo de 1941, el “Bismarck” y el “Prinz Eugen” zarparon, escoltados por destructores y minadores hasta la salida del Mar Báltico. Los navíos fueron vistos por unidades navales suecas y por la resistencia noruega, que pasaron la información a Londres. El 21 de mayo, aviones británicos encontraron y fotografiaron a la flotilla alemana, confirmando los temores del almirantazgo británico. Esa misma noche, el crucero de batalla “HMS Hood” y el nuevo acorazado “HMS Prince of Wales”, escoltados por una flotilla de destructores, zarparon desde Scapa Flow hacia Islandia.

El 23 de mayo, los navíos alemanes tuvieron un breve encuentro con los cruceros británicos, que no podían hacer otra cosa que rastrear al poderoso acorazado alemán e informar al alto mando en Londres, a la espera de que llegaran unidades más poderosas, capaces de desafiarlo en batalla. En la madrugada del 24 de mayo, a la altura del Estrecho de Dinamarca, la flotilla alemana se encontró con el “Hood” y con el “Prince of Wales”. Para el comandante alemán, almirante Günther Lütjens, debe haber sido una desagradable sorpresa, luego de estar casi seguro de que los buques mayores de la “Home Fleet” británica estaban todos en su base escocesa de Scapa Flow. Los poderosos buques abrieron fuego, iniciándose lo que se conoce como Batalla del Estrecho de Dinamarca.

Alrededor de las 6.00 hrs., una andanada del “Bismarck” alcanzó al “Hood”, que voló por los aires, seguramente alcanzado en un depósito de municiones. El poderoso “Hood”, orgullo de la Marina Británica, durante 20 años el navío más grande del mundo, se partió en dos y se fue a pique en menos de tres minutos. Excepto tres sobrevivientes, el “Hood” se convirtió en la tumba de los 1.418 marinos que lo tripulaban, incluyendo al almirante Lancelot Holland y todo su estado mayor.

Después de que el “Hood” volara en pedazos, el “Prince of Wales” quedó en desventaja. Además, aunque era un buque nuevo como el “Bismarck”, la premura en terminarlo no permitió realizar todas las pruebas necesarias y presentó fallas técnicas durante la lucha. Luego de ser alcanzado varias veces por los alemanes, el acorazado británico se retiró tras una cortina de humo. La primera batalla del “Bismarck” era una completa victoria para el acorazado alemán, pero no fue gratis. Fue alcanzado tres veces por la artillería británica. Una de las bombas causó un agujero de 1,5 metros, permitiendo la contaminación de una parte del combustible con agua salada. La escasez resultante de combustible obligó al almirante Lütjens a fijar curso directamente hacia Saint-Nazaire, en Francia, para reparaciones. Para entonces, los británicos habían lanzado todo lo que flotara y disparara en el Atlántico para cazar y hundir al “Bismarck”. Gran Bretaña, impactada por la pérdida del poderoso “Hood”, estaba determinada a vengarlo.

A pesar de los daños sufridos, el “Bismarck” consiguió proteger la retirada del “Prinz Eugen”, que enfilaría hacia el Atlántico para proseguir su misión original de acoso al tráfico mercante. El acorazado alemán todavía era veloz y, salvo que consiguieran reducir su andar de alguna manera, llegaría hasta la costa francesa antes de que la “Royal Navy” pudiera darle caza. A las 22.00 hrs. del 25 de mayo, seis cazas “Fairey Fulmar” y nueve torpederos “Fairey Swordfish” fueron lanzados desde el portaaviones “HMS Victorious”. De los nueve torpedos lanzados, sólo uno dio en el blanco, pero causó bastante daño como para disminuir la velocidad del acorazado alemán. El 26 de mayo, en la mañana, dos hidroaviones “Catalina” del Comando Costero detectaron nuevamente al “Bismarck”. Por desgracia para los británicos, ninguno de los muchos navíos enviados a hundir la nave alemana estaba lo bastante cerca como para interceptarlo y presentar batalla. Para ese momento, el almirantazgo británico había desplegado tres acorazados, tres cruceros de batalla, dos portaaviones, trece cruceros y 21 destructores para destruir al “Bismarck”. La única opción era intentar un nuevo ataque con fuerzas aeronavales, esta vez, embarcadas en el “HMS Ark Royal”. Un primer grupo de “Swordfish” no encontró su blanco, mientras que un segundo grupo despegó a las 19.15 hrs. y encontró su presa poco antes de las 21.00 hrs. Esta vez, el golpe fue mortal… uno de los torpedos lanzados desde los anticuados biplanos torpederos causó un desperfecto que dejó los dos timones atascados a 12º a babor, dejando a la nave dando círculos. A las 21.40 hrs. sabiendo que no podía escapar a tiempo de la enorme fuerza naval que lo perseguía, el almirante Lütjens comunicó a sus superiores en Berlín que el buque no podía maniobrar y que tenía la intención de luchar hasta el último proyectil.

Durante la noche, el buque alemán fue atacado por destructores mediante torpedos, pero los ataques fueron rechazados. Poco antes de las 9.00 hrs., el “Bismarck” fue avistado por dos acorazados británicos, el “King George V” y el “Rodney”, a los que pronto se unieron los cruceros pesados “Norfolk” y “Dorsetshire”. Una avalancha de fuego se desató sobre el dañado navío germano que, sin embargo, pudo responder el fuego por cerca de media hora. A las 10.39 hrs., convertido en una ruina humeante y cubierto de cadáveres, el poderoso acorazado alemán se hundió en las gélidas aguas del Atlántico Norte, tras serle disparados casi 2.900 proyectiles. De una tripulación de 2.200 hombres, sólo 114 sobrevivieron. Al igual que el almirante Holland a bordo del “Hood”, el almirante Lütjens siguió la suerte de su nave hasta el fondo del mar.

En la imagen, se ve al “Bismarck” descargando su artillería sobre el “Prince of Wales”, tras haber destruido al “Hood”, durante la Batalla del Estrecho de Dinamarca. La fotografía fue tomada desde el “Prinz Eugen”, ya con luz de día, pero los destellos del cañoneo causaron la sobreexposición de la foto, dando la impresión de haber sido tomada de noche.




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domingo, 22 de mayo de 2016

Hace 100 años. 22 de mayo de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
22 de mayo de 1916
Primera Guerra Mundial

El 16 de mayo de 1916, Francia y Gran Bretaña llegan a un acuerdo en torno al reparto del Oriente Medio, una vez que finalice la guerra y sea destruido el Imperio Turco-Otomano. Las negociaciones son secretas y sólo se participa directamente de las mismas a Rusia, cuya venia será solicitada algunos días después para convertir el convenio en letra oficial. Una vez oficializado, el llamado “Acuerdo Sykes-Picot” será una de las acciones más controvertidas y de consecuencias más duraderas de la Gran Guerra.

Ese mismo día, la Cámara de los Comunes aprueba una ley que extiende la obligación de reclutamiento a los hombres casados, que se mantenían hasta entonces entre los grupos que podían tomar las armas si lo decidían voluntariamente. La carnicería desatada en todos los frentes ha consumido casi por entero al antiguo Ejército Británico formado por soldados profesionales y ahora está devorando a toda una generación de jóvenes británicos que padecen y mueren en los regimientos del “New Army”, instaurado a instancias del general Horatio Kitchener, Secretario de Estado para la Guerra. El ejército de Kitchener fue formado por voluntarios al comienzo y posteriormente por conscripción obligatoria. Al estallar la guerra en 1914, las tropas regulares del viejo Ejército totalizaban cinco divisiones en la llamada “British Expeditionary Force” (“BEF”, Fuerza Expedicionaria Británica), que luchó con valor, pero que terminó casi exterminada luego de las batallas de 1914-1915. A comienzos del verano de 1916, en la antesala de la Batalla del Somme, el “New Army” agrupaba unas 60 divisiones y alineaba alrededor de dos millones de hombres luchando en Francia. Y eso sin contar los miles de soldados reclutados por todo el Imperio y que defendían el honor de Gran Bretaña en los frentes de tres continentes.

El 22 de mayo, en la Batalla de Beringia, las fuerzas rebeldes de Alí Dinar, Sultán de Darfur, son decisivamente derrotadas por una fuerza anglo-egipcia, que había cruzado las fronteras del sultanato en marzo de 1916. Con su victoria en Beringia, las puertas de la capital enemiga, El Fasher, quedan abiertas para los británicos, que necesitan imperiosamente mantener el orden en sus posesiones coloniales para afrontar con todas las energías disponibles la enconada lucha contra Alemania y sus aliados. Alí abandonó la capital cuando supo que sus fuerzas habían sido deshechas en Beringia y huyó a las montañas, donde siguió resistiendo hasta noviembre, al mando de una fuerza guerrillera.

El Frente Occidental, el más importante de cuantos están abiertos en esta guerra global, está llegando a momentos decisivos en estos días de la primavera boreal de 1916. Mientras alemanes y franceses siguen masacrándose en Verdún, los británicos acceden a preparar su propia ofensiva, que alivie en algo la presión sobre los apurados franceses, que pierden miles de hombres cada día en la lucha contra los tenaces soldados del Káiser Guillermo. Los británicos están preparando un ataque a gran escala en la zona del Somme, que lanzarán en julio de 1916. Y mientras aceleran los preparativos para su gran ofensiva, los británicos además despliegan refuerzos en zonas del frente cubiertas hasta entonces por fuerzas francesas que han debido ser enviadas a contener a los alemanes que intentan desangrar a Francia en los campos de Verdún. En el marco de esta operación de refuerzo, en marzo de 1916, el 10º Ejército Francés, mandado a Verdún, fue reemplazado por unidades británicas recién llegadas, de modo que los británicos debieron hacerse cargo de la defensa del frente entre Ypres, por el norte, y el Río Somme, por el sur.

En las zonas adonde llegaron tropas británicas, éstas se sorprendieron de encontrar muchos sectores con trincheras poco profundas, faltas de mantenimiento y carentes de fortificaciones apropiadas. El sector de Vimy era especialmente peligroso, pues los alemanes podían disparar fácilmente sobre los británicos desde posiciones altas que dominaban el campo. Esos mismos riscos que dominaban el terreno ocultaban los movimientos de los alemanes, que podían pasar hasta los flancos o la retaguardia de los defensores británicos, casi sin ser detectados. Las fuerzas de la “Commonwealth” llevaron especialistas en túneles del Real Cuerpo de Ingenieros, que se enzarzaron con los alemanes en una inusual batalla subterránea, que duró varias semanas y que consistía en plantar minas debajo de la línea defensiva adversaria, al tiempo que intentaban frustrar los trabajo enemigos en la construcción de nuevos túneles.

A fines de abril, la habilidad de los ingenieros británicos les estaba dando la ventaja en esta guerra de topos. Los alemanes decidieron preparar un ataque en la superficie, que les permitiera capturar las entras a los túneles enemigos y retomar la iniciativa en el sector. Desde comienzos de mayo, los alemanes se afanaron en ajustar el fuego de su artillería y sus morteros hacia las trincheras que iban a atacar y las líneas de comunicaciones que las servían. A mediados de mayo, los alemanes empezaron a observar mucho movimiento de tropas en el sector. Sin saber que los británicos estaban concentrando tropas para la próxima ofensiva en el Somme y temiendo que sus adversarios se les adelantaran, los alemanes fijaron para el 21 de mayo de 1916 la fecha del ataque sobre “Vimy Ridge” (“Cresta de Vimy”). Ese día, como era acostumbrado, los alemanes prepararon su acción con un intenso fuego de artillería sobre un sector relativamente estrecho del frente, descargando 70.000 proyectiles en cuatro horas. A continuación, detonaron una de las minas que habían preparado bajo la trinchera británica y posteriormente la capturaron, tras desbordar a sus defensores, que se retiraron o cayeron prisioneros. Los británicos intentaron restablecer la línea del frente, pero no tuvieron éxito en sus contraataques. Finalmente el alto mando británico decidió concentrar todos sus esfuerzos en la preparación de la ofensiva del Somme y el sector de Vimy pasó a segundo plano.

En la fotografía, un grupo de soldados alemanes posa para la cámara alrededor de un mortero de trinchera, como los que seguramente se usaron para preparar el ataque sobre la Cresta de Vimy en mayo de 1916. Aunque eran difíciles de mover y tenían poco alcance, bien servidos, este tipo de armas podía ser tanto o más devastador que las grandes piezas de artillería, que apostaban al volumen de fuego, más que a la precisión.




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Hace 75 años. 22 de mayo de 1941. Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años
22 de mayo de 1941
Segunda Guerra Mundial

Durante los días 15 y 16 de mayo de 1941, se desarrolla la “Operación Brevity”. Se trata de una ofensiva lanzada por las tropas de la “Commonwealth” contra las fuerzas del Eje en África del Norte. El primer objetivo era reconquistar el estratégico Paso de Halfaya. El objetivo siguiente era preparar el terreno para preparar un ataque con mayor profundidad hacia Tobruk, que permitiera relevar por tierra a la guarnición asediada por las fuerzas de Rommel. A pesar del éxito inicial de la ofensiva británica, los contraataques alemanes consiguieron restablecer la situación y, para el segundo día, el mando británico inició la retirada de sus tropas.

El 16 de mayo de 1941, el Delegado del Comisario del Pueblo para la NKVD (la policía política y represiva soviética), Vsevolod Merkulov, reporta a Iosif Stalin sobre la deportación planificada para los “elementos socialmente peligrosos” de los países bálticos, que habían sido anexados por la URSS en agosto de 1941. Las deportaciones masivas fueron una herramienta muy utilizada por el régimen comunista de Stalin, como una forma de diluir los sentimientos nacionales de los pueblos de la Unión Soviética y, de paso, eliminar toda amenaza (real, potencial o imaginaria) de grupos que pudieran sentir poca simpatía hacia el gobierno de Moscú. La primera vez que se usó este mecanismo fue en 1937, cuando casi la totalidad de los ciudadanos soviéticos de etnia coreana fueron deportados desde su hogar ancestral hasta Kazajstán y Uzbekistán, en el Asia Central. De los más de 170.000 coreanos desplazados, alrededor de 40.000 personas murieron de hambre, a causa de las horribles condiciones del viaje o por las dificultades de adaptarse a los territorios hasta donde eran llevados.

En el caso de los países bálticos —Estonia, Letonia y Lituania—, las primeras migraciones forzosas fueron las deportaciones de junio de 1941, aunque el aparato represivo estalinista estaba trabajando a toda máquina desde el mismo día en que las tropas soviéticas atravesaron las fronteras de los tres pequeños países, que tuvieron que aceptar la “protección” comunista, ante la alternativa de lisa y llanamente ser exterminados por entero de la faz de la Tierra. En Lituania, las deportaciones de junio afectaron entre 16.000 y 18.000 personas. En Letonia, el conteo supera las 15.000 personas. En Estonia, más de 10.000 personas fueron deportadas en la misma operación y, durante el primer año de la ocupación soviética, un total de 54.000 estonios fueron ejecutados, deportados o movilizados en el Ejército Rojo. Además de los “enemigos del pueblo” y los “elementos socialmente extraños o peligrosos”, los comunistas enviaban hasta los campos de concentración a todas sus familias, de hecho, generando una campaña de exterminio en regla.

Entre 1937 y 1949, el régimen comunista ordenó la deportación de 2.000.000 de personas, pertenecientes a 13 nacionalidades distintas, en lo que ha sido una de las mayores, más despiadadas y más efectivas limpiezas étnicas de la historia universal. Hubo grupos nacionales que, no obstante perder gran parte de su población, pudieron mantener su identidad y recuperar su independencia a fines del siglo XX, cuando cayó el Imperio Mundial Soviético; fue el caso de Estonia, Letonia y Lituania, entre otros. Pero otros grupos, como los soviéticos de ascendencia alemana y finesa; los calmucos, los tártaros de Crimea y los griegos del Mar Negro fueron prácticamente extinguidos. A diferencia de los crímenes genocidas llevados a cabo por los nazis y sus aliados, los genocidios comunistas han recibido poca atención mediática, aunque están bien documentados y han sido cada vez más estudiados, especialmente por investigadores de las naciones que los sufrieron.

El 19 de mayo de 1941, el acorazado alemán “Bismarck”, acompañado del crucero pesado “Prinz Eugen”, inician la “Operación Rheinübung” (“Ejercicio del Rin”). Al mando del almirante Günther Lütjens, el objetivo de los dos poderosos navíos era entorpecer el tráfico mercante de convoyes dirigidos hacia y desde las Islas Británicas. Fueron escoltados por destructores hasta el Mar del Norte. Luego de reabastecerse en la Noruega ocupada, la flotilla siguió hacia el mar abierto. Informes erróneos de inteligencia y reconocimiento convencieron al mando naval alemán de que la “Home Fleet” no estaba al tanto de la salida del “Bismarck” y de que seguía anclada en su base escocesa de Scapa Flow. Sin embargo, la “Royal Navy” supo de la operación apenas iniciada, despachando de inmediato al crucero de batalla “HMS Hood” y al acorazado “HMS Prince of Wales” para reforzar los navíos que patrullaban la zona. En pocos días, el “Bismarck” y los británicos escribirían una página memorable de la historia naval.

En la madrugada del 20 de mayo, se da inicio a la “Operación Merkur”, el nombre en clave dado al asalto aerotransportado alemán sobre Creta. La isla había recibido miles de soldados aliados evacuados desde Grecia. Al momento de producirse el ataque, la isla era defendida por alrededor de 40.000 soldados griegos y de la “Commonwealth”. Sin embargo, las tropas escapadas del desastre de Grecia y Yugoslavia habían perdido casi todo su equipo pesado y, en ocasiones, carecían de equipo en lo absoluto. Uno de los comandantes británicos, poco antes de la invasión, pidió que algunos miles de hombres bajo su mando fueran sacados de la isla antes del inminente asalto, pues al carecer de armas y estar desmoralizados por la reciente derrota, lo único que podía esperarse de ellos era que se metieran en problemas con la población civil.

Los alemanes, por otro lado, se encontraron con un panorama mucho más difícil que el que planificaron. Suponían que la isla estaba defendida por no más de 5.000 hombres, una estimación muy inferior a lo que realmente había. Su dominio del aire les permitía transportar tropas usando aviones con relativa facilidad, pero la “Royal Navy” dominaba las aguas y, aunque los británicos sufrieron sensibles pérdidas navales por acción de la “Luftwaffe”, frustraron todos los intentos de desembarcar tropas por mar. La “Regia Marina”, muy disminuida luego de Tarento y Cabo Matapán, hizo lo mejor que pudo, pero no tenía buques lo bastante poderosos como para desafiar a las unidades británicas en mar abierto. Por último, fue también sorpresiva la resistencia ofrecida por la población civil cretense que los alemanes esperaban fuera pasiva, si no abiertamente simpatizante de la fuerza invasora.

En Creta, fue la primera vez que los “Fallschirmjäger” (paracaidistas) alemanes fueron usados en masa y fue la primera invasión aerotransportada de la historia. Se habían utilizado paracaidistas en Holanda, Noruega y Grecia, pero en Creta fue la primera vez que el grueso de las fuerzas de una operación llegaba desde el aire, sea saltando en paracaídas o desembarcando desde planeadores.

Los alemanes sufrieron severas bajas, especialmente en los primeros días de la batalla. Hubo una compañía del 1er Regimiento de Asalto que perdió 116 de sus 126 hombres y dos tercios del 3er Batallón del mismo regimiento cayeron muertos en el primer día. Además de la vulnerabilidad inherente de los paracaidistas y soldados aerotransportados en planeadores, algunos aspectos de la operación fueron mal calculados. Por ejemplo, la mayor parte del armamento fue lanzado en cajas separadas y no junto con los paracaidistas que, de tal suerte, muchas veces tocaban tierra sólo con su cuchillo y una pistola, mientras que su armamento, en ocasiones, caía varios kilómetros más lejos, empujado por el viento. Los civiles cretenses y las tropas defensoras hicieron amplio uso de las armas alemanas que caían literalmente desde el cielo.

La suerte de la batalla quedó vinculada desde el comienzo a la lucha en torno al aeródromo de Maleme, uno de los principales de la isla, que podía permitir traer numerosa tropa y abundante equipo desde el continente, en caso de ser capturado. En torno a Maleme se libraron recias batallas. En la noche del 21 de mayo, fallas en las comunicaciones de las tropas defensoras del aeródromo incidieron en que éstas fueran retiradas, convencidos los comandantes de las mismas de que los paracaidistas estaban a punto de desbordarlos. La captura de Maleme resultó clave y, aunque el resto de la batalla fue muy dura, la llegada de refuerzos por aire hizo posible a los alemanes sostenerse y, a la larga, ganar la batalla. Para el 27 de mayo, la posición greco-británica era insostenible. Entre el 28 de mayo y el 1 de junio, casi 20.000 soldados fueron evacuados, aunque Londres tuvo que ver nuevamente cómo sus fuerzas debían ser rescatadas con lo puesto desde un campo de batalla, además de lamentar más de 22.000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros. La Marina Británica tuvo que operar bajo los peligrosos cielos de Creta, hasta la mismísima evacuación, prácticamente carente de apoyo aéreo. Las aviaciones del Eje, dueñas de los aires, hundieron 4 cruceros y 6 destructores, además de dañar un portaaviones, un acorazado, 4 cruceros, 2 destructores y un submarino. Cuando parte del alto mando británico flaqueaba ante las sensibles pérdidas navales, el Comandante en Jefe de la Flota del Mediterráneo, Andrew Cunningham, determinado a no abandonar a sus camaradas del ejército, pronunció palabras que ganarían fama: “le toma a la marina tres años construir un buque. Tomará trescientos años construir una nueva tradición. La evacuación continuará.”

En la fotografía, las telas de los paracaídas alemanes nublan el cielo de Creta. Al centro de la captura, un transporte “Junkers JU-52”, dañado por fuego antiaéreo, se precipita hacia tierra. Al fondo, sobre el mar y las montañas, se aprecian las columnas de agua y humo levantadas por las bombas que caen desde los bombarderos alemanes que apoyan el espectacular asalto.





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domingo, 15 de mayo de 2016

Hace 100 años. 15 de mayo de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
15 de mayo de 1916
Primera Guerra Mundial

La lucha continúa en todos los frentes abiertos en los distintos continentes y en los mares del mundo. El Medio Oriente está especialmente activo en estos días. El 11 de mayo, tropas británicas ocupan Kwash, en Persia, un país que, durante décadas, ha servido de “colchón” para los roces entre Rusia, Gran Bretaña y Turquía. Ya con la guerra desatada, Persia se convierte en campo de batalla de estos tres colosos. Los persas no han consentido a la entrada de tropas en su territorio, pero tampoco tienen los medios para impedirlo.

El día 15, los rusos ocupan Rowanduz y Khanaqin, en el norte de Irak, mientras que las marinas de la Entente bloquean la costa del Hejaz, en la Península Arábiga, para ayudar a la revuelta árabe, que encabeza el Jerife de la Meca contra el Imperio Turco. A los árabes les ha sido prometido un nuevo estado en Siria-Palestina. Promesas similares han sido hechas a los líderes sionistas de Gran Bretaña. A la larga, las grandes potencias no tienen intenciones, ni posibilidades de satisfacer todo lo que han prometido. Antes de que termine mayo, franceses y británicos habrán oficializado un acuerdo secreto para, lisa y llanamente, repartirse los restos del Imperio Otomano en Medio Oriente, una vez que alcance la victoria que esperan. Judíos y árabes tendrán que esperar casi tres decenios y otra guerra mundial.

El 15 de mayo de 1916, Austria-Hungría lanza una ofensiva sobre el Trentino, que será conocida como Batalla de Asiago. Por largo tiempo, el Comandante en Jefe austrohúngaro, Conrad von Hötzendorf, había estado considerando una ofensiva en los Alpes que dejara a Italia fuera de la guerra de una vez y para siempre. Las razones no eran sólo estratégicas, toda vez que Italia había sido parte de la llamada Triple Alianza, junto con Alemania y Austria-Hungría, pero había desistido de entrar en la guerra cuando ésta estalló en 1914 y, para 1915, había cambiado de bando, declarando la guerra a sus antiguos aliados austriacos. De modo que, para Austria-Hungría, había una afrenta al honor que resultaba necesario lavar.

El plan de Hötzendorf contemplaba descender hacia la llanura padana del norte de Italia, aislando al 2º y 3er. Ejércitos Italianos, que luchaban en el río Isonzo, y al 4º Ejército Italiano, que defendía la zona del Trentino. En diciembre de 1915, Hötzendorf propuso la maniobra a sus pares alemanes, pidiendo a éstos que enviaran más divisiones al frente ruso, para así poder liberar tropas austrohúngaras que pudieran ser utilizadas contra los italianos. Sin embargo, el mando alemán se negó, porque aún no estaba en guerra con Italia y porque desplegar tropas alemanas en el frente alpino disminuiría las capacidades ofensivas alemanas contra Rusia, que había sido muy golpeada durante 1915, pero que seguía siendo peligrosa. Los alemanes no sólo rehusaron colaborar con tropas de reemplazo; el Jefe del Estado Mayor Alemán, Erich von Falkenhayn, intentó disuadir a su colega austriaco de emprender el ataque, pero Hötzendorf decidió seguir delante de todos modos, incluso sin el apoyo alemán. El golpe sería descargado por el 11º Ejército Austrohúngaro, mandado por el conde Viktor Dankl, al que seguiría el 3er. Ejército, liderado por el general Hermann Kövess. Los italianos habían detectado los movimientos austriacos, de modo que reforzaron la zona con 250.000 hombres del 1er. Ejército y parte del 4º Ejército. Sin embargo, el general en jefe italiano, Luigi Cadorna desestimó los reportes de inteligencia, convencido de que nada podía pasar en la zona del Trentino. Temprano, en la mañana del 15 de mayo de 1916, las bocas tronadoras de 2.000 piezas austrohúngaras de artillería sacaron al general Cadorna de su engaño.

En medio de la barbarie de la Gran Guerra, hubo ciertos esfuerzos para humanizar lo que fue, en general, una insoportable carnicería. El 13 de mayo, Gran Bretaña y Alemania firman un acuerdo para transferir prisioneros de guerra enfermos a la neutral Suiza. Acuerdos similares habían sido alcanzados desde el comienzo de las hostilidades, bajo el auspicio del Comité Internacional de la Cruz Roja y el Gobierno Suizo. El propósito era repatriar prisioneros que estuvieran muy seriamente heridos y enfermos, a través del territorio de esa nación. Las primeras repatriaciones fueron hechas en marzo de 1915 y, para fines de 1916, más de 10.000 soldados habían sido llevados de vuelta a sus hogares.

La siguiente categoría la constituían soldados heridos o enfermos que, sin embargo, podían llegar a recuperarse lo suficiente como para cargar armas de nuevo algún día. El internamiento en Suiza podría ayudar a su recuperación, descargando al país que los retenía del problema de mantener a los prisioneros, sin fortalecer a las tropas enemigas con soldados recuperados que debían mantenerse en Suiza hasta el fin de la guerra. Los candidatos para internamiento eran seleccionados por médicos suizos, que recorrían los campos de prisioneros de las naciones beligerantes. Para fines de 1916, casi 27.000 ex prisioneros habían sido internados en Suiza, mayoritariamente británicos, alemanes, belgas y franceses. Unos pocos soldados austrohúngaros también fueron beneficiados y parece que no hubo prisioneros internados de las otras nacionalidades participantes del conflicto.

Si su enfermedad o heridas lo permitían, se esperaba que los internos trabajaran. Dependiendo de la seriedad de su condición, podían trabajar para alguna empresa suiza en la profesión que tuvieran antes de la guerra o aprender alguna ocupación que pudiera ser útil al finalizar la lucha.

Los términos para internar a los soldados en Suiza fueron cambiando en el curso de la guerra, a medida que los países firmaban nuevos acuerdos. Un acuerdo de mayo de 1917, entre Francia y Alemania, permitía a los prisioneros mayores de cierta edad ser enviados a sus países de origen si llevaban más de 18 meses prisioneros. Otro acuerdo anglo-alemán amplió le elegibilidad a hombres que llevaran más de 18 meses de cautiverio y sufrieran la llamada “enfermedad del alambre de púas”, es decir, el estrés causado por ser mantenido prisionero. Lo mismo se aplicaba a soldados internados cuya recuperación se esperaba fuera especialmente prolongada.

Los acuerdos de intercambio de prisioneros fueron el camino más común para que un prisionero de guerra llegara a Suiza, pero no constituyeron el único. Cualquier soldado beligerante que cruzara la frontera, de manera accidental o deliberada, era desarmado e internado, según las normas del derecho internacional. Las tripulaciones de aviones extraviados o derribados cerca de la frontera a menudo terminaban internados en Suiza.

El internamiento en Suiza tenía indudables ventajas, sobre todo para los heridos y enfermos de gravedad, pero la vida de los soldados seguía siendo dura. Continuaban bajo disciplina militar, hecha observar con todo el rigor de que pueda hacer gala un suizo que además es militar. Para no comprometer la neutralidad suiza, los internos eran vigilados y si alguno salía sin permiso o no se presentaba a las horas convenidas, podía ser arrestado o sometido a otras medidas disciplinarias.

Es posible que uno de los mayores problemas de los soldados fuera el aburrimiento, afectados por la inactividad y la nostalgia del hogar, como seguramente ocurría con los soldados alemanes de la fotografía, que formaron una orquesta para distraerse y pasar el tiempo.





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Hace 75 años. 15 de mayo de 1941. Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años
15 de mayo de 1941
Segunda Guerra Mundial

Gran Bretaña y sus enemigos no se dan tregua en la lucha por el control de los mares. El 9 de mayo, en el frío Atlántico, el convoy aliado OB-318 pierde tres cargueros. Sin embargo, la reacción de los navíos de escolta daña seriamente dos submarinos alemanes y resulta en la captura de una máquina decodificadora “Enigma”, a bordo del “U-201”. Ese mismo día, frente a Sierra Leona, el submarino alemán “U-103” y el submarino italiano “Tazzoli”, consiguen hundir un carguero aliado cada uno. Y no sólo los submarinos son peligrosos: frente a Malta, el carguero británico “Empire Song” impacta dos minas, lamentando la pérdida de 18 tripulantes y 57 tanques destinados a reforzar las fuerzas de la “Commonwealth”, que se baten con el ejército africano de Rommel. El 12 de mayo, no obstante, otro convoy aliado consigue llegar hasta Alejandría, cargando 135 tanques de infantería, 82 tanques “cruiser”, 21 blindados ligeros y 43 cazas “Hurricane”.

Se lucha en los mares, se lucha en África, se lucha en los Balcanes y, dentro de poco, en las interminables extensiones de la Unión Soviética. Y también la guerra se disputa en los laboratorios. El 10 de mayo, los alemanes consiguen que uno de sus motores de cohete alcance la velocidad de 1.002 kilómetros por hora, durante una prueba. Es un paso hacia las fabulosas armas que la Alemania Nazi desplegará hacia el final de la guerra: los cohetes “V-1”, las bombas “V-2” y el temido caza a reacción “Messerschmitt Me-202”, que asombrarán al mundo, pero llegarán demasiado tarde como para dar a Hitler una victoria decisiva. Los británicos, en tanto, también consiguen notables avances tecnológicos. El 10 de mayo de 1941, el prototipo de motor a reacción, diseñado por Gloster Aircraft Company, realiza su primer vuelo de prueba, con el teniente Gerry Sayer a los mandos. Es el antecedente del “Gloster Meteor”, el primer avión a reacción británico, que entrará en servicio hacia el final de la guerra y luchará también en la Guerra de Corea.

Los cielos de Europa siguen siendo escenario de la batalla aérea entre la “Luftwaffe” y la “RAF”. El 9, la aviación alemana causa serias bajas y daños en la base aérea de Waddington, en Lincolnshire, Inglaterra. Gran Bretaña está fuera de una Europa dominada por el nazismo y sus ejércitos acaban de ser derrotados de nuevo en Grecia y Yugoslavia. Dos capitales aliadas más han sido ocupadas por Alemania, que se prepara para lanzar un espectacular asalto aerotransportado sobre Creta. Pero el “III Reich” no acaba de dar el golpe decisivo a un Imperio Británico que puede equipar apenas un ejército en África, pero que sigue siendo amo de los océanos y disputa, golpe a golpe, el control de los cielos europeos. En estos días, la “RAF” bombardea Hamburgo, Cuxhaven, Berlín y Hannover.

En África, hay dos grandes frentes abiertos. En Abisinia, una de las últimas guarniciones italianas está rodeada en la fortaleza montañosa de Amba Alagi. Son más de 7.000 hombres de las tropas coloniales italianas, mandadas por el caballeresco Duque de Aosta, otrora Virrey y comandante militar del efímero Imperio Italiano de África Oriental. El 15 de mayo, una bomba de artillería británica destruye un tanque de combustible, cuyo contenido se filtra en las últimas reservas de agua potable de los defensores. Hace ya algunos días que Addis Abeba, la capital etíope, ha caído y los italianos no tienen ninguna posibilidad de recibir refuerzos o suministros desde la metrópoli. El tiempo parece acabárseles.

En el norte del continente africano, las cosas van un poco mejor para el Eje, que cuenta con comandantes muy capaces, especialmente Erwin Rommel, y tiene a las fuerzas de la “Commonwealth” luchando a la defensiva en la frontera egipcio-libia y en la asediada fortaleza-puerto de Tobruk. En tierra, el “Afrika Korps” y el “Regio Esercito Italiano” enfrentan una fuerza multinacional, bajo la bandera del Imperio Británico, donde confluyen británicos, indios, australianos, neozelandeses, sudafricanos y franceses libres. Contingentes de la Europa ocupada también harán acto de presencia en África, polacos y checos, especialmente, así como judíos y árabes de Palestina. El 12 de mayo, en un duelo típico del asedio de Tobruk, cuatro docenas de “Stukas” se ceban sobre el cañonero “HMS Ladybird”. El cañonero es dañado y empieza a hundirse, pero el fondo bajo del mar africano detiene su hundimiento, al punto de que sus baterías siguen escupiendo fuego a los “Stukas” como poseídas por mil demonios. El “Ladybird” no podrá moverse durante un tiempo, pero seguirá siendo una batería antiaérea y de apoyo a la infantería, mientras se realizan las reparaciones. Al felicitar a la valiente tripulación, el almirante Andrew Cunningham sostiene que su coraje es una “inspiración para todo aquel que lucha en los mares”.

El 10 de mayo de 1941, se produce uno de los episodios más curiosos de la guerra, llamado a causar controversia hasta mucho después del final de la misma. Ese día, Rudolf Hess, tercer hombre del “Reich”, delegado de Hitler para el Partido Nazi, sed dejó caer en paracaídas sobre Gran Bretaña, supuestamente para intentar negociar un arreglo de paz entre Alemania y el Reino Unido. Según parece, Hess estaba muy preocupado por la posibilidad de que los alemanes tuvieran que enfrentar una guerra en dos frentes simultáneos, con la invasión de Rusia a unas pocas semanas de iniciarse y los británicos aún rehusándose a negociar un final a la guerra, a pesar de sus numerosas derrotas militares. Hess supuso que la única manera de poner fin a la guerra con los británicos era que él mismo fuera hasta Gran Bretaña y se entrevistara con las autoridades. Por sugerencia de su antiguo profesor, Karl Haushofer, Hess había escrito alguna carta en este sentido a Douglas Douglas-Hamilton, duque de Hamilton, con quien compartía su interés por la aviación y a quien suponía erróneamente líder de un partido opositor a la guerra con Alemania. Sin embargo, Hamilton nunca respondió a las cartas de Hess y siempre afirmó que nunca supo, ni quiso arreglar un encuentro con el alemán.

A las 17.45 horas del 10 de mayo, Hess despegó a bordo de un caza pesado “Messerschmitt Bf-110”, modificado para llegar hasta su destino. Poco después de las 23.00 horas, Hess estaba falto de combustible y no había podido ubicar su punto de llegada, “Dungavel House”, donde esperaba encontrar al duque. Extraviado, a punto de quedarse sin carburante y perseguido por aparatos de la “RAF”, Hess decidió lanzarse en paracaídas sobre el campo escocés, al sur de Glasgow, donde fue encontrado por un labrador, que lo encontró todavía tratando de desprenderse de su paracaídas y con el tobillo lesionado. Consiguió entrevistarse brevemente con Hamilton, que se encontraba de servicio en una base aérea cercana, pero ese encuentro, así como los que sostuvo con otras autoridades británicas, no tuvo el efecto que él buscaba.

Aunque los especialistas que examinaron a Hess no pudieron calificarlo como derechamente loco, sí establecieron que sufría de paranoia, hipocondría y, en general, inestabilidad mental. Es posible que su misión de paz fuera expresión de una tendencia a la megalomanía, muy extendida en los jerarcas del Partido Nazi, sobre todo, en esos años de victorias resonantes de 1939-1942. Hess había sido muy cercano a Hitler, desde mucho antes de que llegara al poder. Lo acompañó en prisión y lo ayudó a redactar “Mein Kampf”, “Mi Lucha”, el libro escrito por el tirano luego de su fallido intento de golpe de Estado en Múnich. Su posición como delegado del “Führer” en el todopoderoso partido lo convertía en tercero de la sucesión de Hitler, sólo por detrás de Hermann Göring. Para Hitler, la inesperada aventura de Hess fue sentida como una imperdonable traición personal.

Hess pasó el resto de la guerra como prisionero de guerra y se sentó en el banquillo de los acusados durante el juicio de Núremberg, en 1945, donde fue condenado a prisión perpetua por crímenes contra la paz y por conspirar con otros individuos para cometer crímenes. Rudolf Hess murió a los 93 años en la cárcel de Spandau, en Berlín Occidental. Las autoridades responsables de la prisión declararon que la causa oficial de muerte era el suicidio, usando un cable eléctrico para colgarse. Sin embargo, la avanzada edad de Hess hacía dudoso que tuviera la capacidad de ahorcarse a sí mismo. Si tenía algún secreto incómodo que pudiera revelar luego de una eventual liberación, con la Guerra Fría a punto de terminar, Hess se lo llevó a la tumba. La cárcel de Spandau fue demolida, a fin de evitar que se convirtiera en centro de peregrinación para los movimientos Neo-Nazis.

En la fotografía, de izquierda a derecha, durante el juicio de Núremberg, aparecen Hermann Göring, jefe de la “Luftwaffe”; Rudofl Hess; Joachim von Ribbentrop, Ministro de Relaciones Exteriores de la Alemania Nazi, y el mariscal Wilhelm Keitel, jefe del “Oberkommando der Wehrmacht”, el alto mando encargado de coordinar a las tres ramas de las fuerzas armadas alemanas durante la guerra. De los tres, sólo Hess sobrevivió a los juicios. Ribbentrop y Keitel fueron ahorcados, mientras que Göring se suicidó en su celda, para evitar la ignominia de la horca.





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sábado, 7 de mayo de 2016

Hace 100 años. 8 de mayo de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
8 de mayo de 1916
Primera Guerra Mundial

Apenas apagados los ecos del “Alzamiento de Pascua”, se inician en Irlanda una serie de cortes marciales, para enjuiciar a los involucrados en el movimiento. Los británicos arrestaron a más de 3.500 personas a partir del 2 de mayo de 1916. La mayoría fue liberada, pero 90 de los detenidos fueron ejecutados, luego de ser condenados a muerte en juicios carentes de las mínimas condiciones necesarias para un debido proceso. La mayoría de los irlandeses, especialmente los dublineses que habían sufrido las consecuencias de la lucha, admiraban el valor de los rebeldes, pero no sentían simpatía por ellos, en tanto habían provocado una rebelión muy destructiva, sin mayores resultados prácticos. Sin embargo, la respuesta británica a la rebelión fue convertir Irlanda, de hecho, en un país bajo régimen de ocupación militar, con un ambiente de represión generalizada y, a menudo, indiscriminada. El movimiento “Sinn Féin” (“Nosotros” en gaélico irlandés) fue singularizado por las autoridades británicas como el principal responsable del alzamiento y aunque ello no era del todo exacto, bajo su nombre se agrupó la mayoría de los movimientos políticos irlandeses y la mayoría de la opinión pública, que terminaron convencidos de que la única solución para Irlanda era la independencia total del Reino Unido.

En los días 3, 4 y 5 de mayo, los alemanes pierden 3 dirigibles enviados a bombardear las Islas Británicas. La pérdida de tres aeronaves en tres jornadas seguidas, reforzaba la idea de que el reinado de los “zeppelines” llegaba a su fin. El dirigible desempeñará un rol importante hasta el final de la guerra, pero irá cediendo protagonismo al bombardero como arma de ataque.

En los Balcanes, el 7 de mayo de 1916, el gobierno serbio en el exilio se instala en Salónica, Grecia. Los restos del Ejército Serbio seguirán combatiendo al lado de la Entente y aportarán su sangre y valor para conseguir la victoria sobre los Imperios Centrales.

En Verdún, prosigue la carnicería. El fracaso de los ataques alemanes de abril llevó al alto mando a requerir informes de los comandantes de cuerpo del 5º Ejército, que unánimemente deciden continuar la batalla. Las condiciones son, no obstante, muy difíciles. La infantería alemana estaba siempre expuesta al fuego de artillería francesa y las líneas de comunicación con la retaguardia eran muy vulnerables, sufriendo bajas constantes. Las posiciones defensivas eran difíciles de preparar para los alemanes, ya que el masivo bombardeo de su propia artillería había destruido todo lo que sirviera como cobertura al comienzo de su ofensiva, de modo que las tropas casi nunca tenían donde guarecerse de la lluvia de fuego con que eran recibidos por los franceses. La mayoría de los jefes alemanes pensaba que sólo avanzando sería posible encontrar terreno apropiado para defender y consolidar. Para los generales alemanes, la alternativa era simple: o continuaban el avance o retrocedían a las líneas iniciales de febrero. El mando alemán retornó a la idea de los ataques en amplios frentes, con objetivos ilimitados. Para fines de abril, el general Von Falkenhayn ordenó el despliegue de 21 divisiones de refuerzo para Verdún, venidas desde las reservas, además de tropas retiradas desde el Frente Oriental que, en esos momentos, estaba tranquilo.

El alto mando alemán alentaba en Verdún el uso de tropas de asalto (“Stosstruppen”), en unidades compuestas de dos escuadras de infantería y una de ingenieros, armadas con armas automáticas, granadas de mando, lanzallamas y morteros de trinchera, encargadas de avanzar al frente del cuerpo principal del ejército y neutralizar los nudos de resistencia que sobrevivieran a los ataques iniciales de artillería. Si los puntos fuertes resistían más de lo esperado, las tropas de asalto debían pasarlos por alto, dejarlos para las tropas que los seguían y proseguir su ataque. Éstas y otras innovaciones tuvieron, sin embargo, menos efecto del esperado, porque la mayor parte de las bajas alemanas eran causadas por las artillería enemiga, más que por los emplazamientos defensivos de la infantería francesa que era también, en todo caso, muy peligrosa.

En la fotografía, soldados alemanes improvisan una posición defensiva usando una ametralladora, durante la Batalla de Verdún. La propia artillería alemana, así como las piezas francesas que han devuelto sus cortesías, han transformado el campo francés en un paisaje lunar, donde no es fácil encontrar donde cubrirse.






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Hace 75 años. 8 de mayo de 1941. Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años
8 de mayo de 1941
Segunda Guerra Mundial

En el Atlántico, los Aliados y el Eje no se dan tregua. Navíos de ambos bandos son dañados o hundidos en estos días de mayo, aunque el balance de 1941, hasta la fecha, es peor para Gran Bretaña y sus aliados que para sus enemigos. El 8 de mayo, la captura de una máquina encriptadora “Enigma”, rescatada desde el submarino alemán U-110, capturado por la “Royal Navy”, será de gran ayuda para los servicios de inteligencia británicos.

En los cielos, alemanes y británicos devuelven golpe por golpe. Mientras Liverpool soporta siete noches seguidas de ataque aéreo, el 8 de mayo de 1941, un total de 359 aparatos de la “RAF” bombardean Hamburgo y Bremen, en Alemania. La “Luftwaffe” no puede decidir la batalla aérea contra los británicos y cada vez le cuesta más trabajo defender sus ciudades de la aviación enemiga. La entrada de Estados Unidos en la guerra aérea sobre Europa va a suponer una catástrofe para las ciudades y la población civil alemana.

El 5 de mayo de 1941, Haile Selassie, “Negus” de Etiopía, entra en su capital, Addis Abeba, cinco años después de haber sido obligado a huir por los invasores italianos. Las cosas han cambiado mucho desde entonces; los italianos en Etiopía ahora están a la defensiva, aislados y sin posibilidad de recibir suministros o refuerzos. La campaña en Etiopía está cerca de terminar con una victoria aliada y el efímero imperio africano de Mussolini se va desmoronando. Sólo en el norte del continente africano, gracias a la ayuda de Rommel y su “Afrika Korps”, las tropas italianas han sabido lo que es el avance en el último tiempo. En todo caso, ese avance se ha visto frenado por la escasez de abastecimientos y por la porfiada resistencia ofrecida por los defensores de Tobruk. Los alemanes, conscientes de que su ritmo de avance ha disminuido drásticamente, deciden concentrarse en mantener el asedio sobre el puerto-fortaleza y renunciar, por el momento, al avance decisivo sobre El Cairo y el Canal de Suez. El 5 de mayo, los destructores australianos “HMAS Voyager” y “HMAS Waterhen” se convierten en los primeros navíos que llegan con suministros para la guarnición de Tobruk, luego de iniciarse el asedio por parte de las tropas germano-italianas. El mundo presenciará un reñido duelo entre las marinas del Imperio Británico, que tratan de mantener el vínculo de Tobruk con el exterior, y la aviación alemana, que intenta cortarlo.

El 2 de mayo de 1941, con un ataque aéreo preventivo por parte de los británicos, estalla la llamada Guerra Anglo-Iraquí. El Reino de Irak había sido parte del Imperio Otomano hasta la derrota de éste en la Primera Guerra Mundial. Desde el final de la Gran Guerra y hasta 1932, Irak fue gobernado por Gran Bretaña, bajo la modalidad de un mandato de la Sociedad de Naciones. En 1932, Irak obtuvo su independencia del Imperio Británico, aunque fue obligado a firmar el Tratado Anglo-Iraquí de 1930, por el que se mantenían una serie de ventajas para el gobierno británico, incluyendo el permiso de establecer bases militares y la obligación de proveer todas las facilidades necesarias para el movimiento de tropas británicas a través de Irak. Las condiciones de tratado, destinado a proteger los intereses británicos en el petróleo iraquí, hacían sentir a muchos iraquíes que, de hecho, Irak seguía dependiendo de Londres y que su independencia era sólo nominal.

Desde 1937 en adelante, no hubo tropas británicas estacionadas en Irak. De acuerdo con el tratado de 1930, la “RAF” podía mantener dos bases aéreas, “RAF Shaibah”, cerca de Basora, y “RAF Habbaniya”, cerca de Fallujah. La presencia de la aviación británica cumplía el doble propósito de proteger los pozos petroleros iraquíes para beneficio británico y mantener abierta la ruta áerea entre el Canal de Suez y la India.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939, el Gobierno Iraquí rompió relaciones diplomáticas con Alemania inmediatamente. En marzo de 1940, el nacionalista y anti-británico, Rashid Alí, se convirtió en Primer Ministro, reemplazando a Nuri as-Said. Aunque no se atrevió a romper con Gran Bretaña, hizo contactos con Alemania, buscando un apoyo, en caso de tener que enfrentarse a los británicos. Fue muy significativo que, en junio de 1940, cuando Italia declaró la guerra al Reino Unido, Rashid Alí se negara a romper relaciones con Mussolini. Las victorias británicas sobre las tropas italianas en África, a fines de 1940 y comienzos de 1941, cambiaron el escenario político, obligando a Rashid Alí a dejar el gobierno en enero, siendo sustituido por Taha al-Hashimi.

Pero Rashid Alí volvió al poder el 1 de abril de ese mismo año, esta vez, mediante un golpe de estado. El regente, el Emir Abdallah, se refugió en la base británica de Habbaniya. Rashid Alí nombró un nuevo regente para el pequeño Rey Faisal y fue proclamado jefe del “Gobierno de Defensa Nacional”. De inmediato, se iniciaron los arrestos de políticos y ciudadanos pro-británicos. Los líderes nacionalistas confiaban en que el Imperio Británico estaba debilitado y preferiría negociar una salida pacífica, que significara aumentar la autonomía de Irak.

En la madrugada del 30 de abril, la base de Habbaniya recibió advertencias de movimiento de tropas iraquíes. Pocas horas después, esas mismas tropas ocupaban la meseta situada al sur de la base británica. Para el 1 de mayo, las tropas iraquíes presentes en el área se acercaban a 9.000 soldados y un número indeterminado de fuerzas tribales irregulares. Para el 1 de mayo, la escalada de ultimatos y preparativos hacía evidente que los iraquíes atacarían Habbaniya de un momento a otro, de modo que las fuerzas británicas presentes en Irak fueron autorizadas a recurrir a la fuerza, si era necesario. Convencidos de que el enfrentamiento con el gobierno iraquí era inevitable, el embajador, Sir Kinahan Cornwallis, y el vicemariscal del aire, H. G. Smart, convinieron en lanzar un ataque aéreo preventivo contra la meseta frente a la base al día siguiente, con el propósito de neutralizar la artillería iraquí que pudiera dañar la pista de la base, dejándola inservible.

Los iraquíes no contaban con que los británicos resistieran, de modo que el bombardeo supuso una desagradable sorpresa para el gobierno de Rashid Alí. Las acciones militares más importantes de las semanas siguientes se concentraron en los alrededores de Habbaniya, que era el lugar con la presencia más importante de recursos militares británicos. Por lo pronto, a los defensores de Habbaniya les tocaría soportar un asedio.

En la fotografía, un grupo de aviones “Hawker Hart” vuela en formación. Este anticuado biplano había sido construido en la década de 1920 como bombardero ligero. Al igual que casi todos los aparatos de la “RAF” estacionados en Irak, estaba muy obsoleto al momento de estallar la Segunda Guerra Mundial y había sido relegado a labores de segunda línea. La pericia de los pilotos británicos y el hecho de enfrentar a una aviación que tampoco estaba bien equipada, permitió que estas aeronaves cumplieran un papel destacadísimo en la guerra de Irak, a pesar de su antigüedad.




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