Hace 75 años
29 de mayo de 1941
Segunda Guerra Mundial
En estos últimos días de mayo de 1941, la situación de las tropas
anglo-griegas que defienden Creta pasa desde grave a crítica. A pesar de las
severas bajas sufridas por los paracaidistas alemanes en las primeras horas del
asalto sobre la isla, aquéllos pudieron hacerse con el control del aeródromo de
Maleme, lo que les permitió llevar tropas frescas por aire, a pesar de que la
pista era regularmente bombardeada por la artillería naval y terrestre de los
defensores. Aunque los intentos alemanes e italianos de refuerzo por mar
fallaron casi siempre, el flujo de refuerzos por vía área fue creciendo
progresivamente, mientras que el control absoluto de los cielos por parte de la
“Luftwaffe” y la “Regia Aeronautica” hacían cada vez más difícil aprovisionar a
las fuerzas griegas y de la “Commonwealth” que intentaban abortar el ataque
alemán. Sin embargo, los mandos alemanes pensaban que su situación era mucho
más comprometida y, casi hasta finalizar el mes de mayo, sentían que estaban a
un paso de perder la batalla. En efecto, los reportes alemanes eran alarmantes
en cuanto al número de bajas y al estado de las tropas paracaidistas y
aerotransportadas. En consecuencia, los alemanes exigieron a sus aliados
italianos que desembarcaran tropas por mar, lo que hicieron, no sin
dificultades, el 26 de mayo, cuando 3.000 hombres y 13 tanquetas L3/35 tocaron
tierra en Sita.
Teniendo una aplastante superioridad en buques, se podría esperar que los
británicos no tuvieran mayores inconvenientes en mantener la posición en Creta.
Sin embargo, el control de los cielos del Mediterráneo oriental, a mediados de
1941, le pertenecía al Eje. Como ocurriría tantas veces en esta guerra, en la
Batalla de Creta se demostró que las flotas navales sin apoyo aéreo apropiado
pueden sufrir mucho a manos de las aviaciones enemigas, si un enemigo es
determinado y está dispuesto a pagar un precio significativo en hombres y
recursos para alcanzar un objetivo, como fue el caso de los alemanes en Creta.
Dando la Batalla de Creta por perdida, el 28 de mayo, se inició la
evacuación de las tropas, ordenada por el alto mando británico. La lucha de
retirada y cobertura seguiría hasta la noche del 30 de mayo.
Prosigue también la lucha en Irak, donde una fuerza multinacional,
reunida desde diversos puntos del Imperio Británico, ha sido desplegada para
apoyar a las reducidas guarniciones que mantenía la “RAF” en sus bases. Al
entrar en el último tercio de mayo, los británicos han sido capaces de alejar
el peligro desde su base aérea de Habbaniya, que había sido hasta entonces el
principal teatro de lucha con el gobierno rebelde iraquí. Al mismo tiempo, la
Real Fuerza Aérea Iraquí, que había apoyado mayoritariamente el intento de
sacudirse la tutela de Londres, había sido virtualmente destruida. Sin embargo,
desde el 11 de mayo y casi hasta fines de mayo, el gobierno rebelde iraquí
recibió asistencia de Alemania e Italia. También fue reconocido por la Unión
Soviética, todavía formalmente aliada de Alemania, aunque los soviéticos no
pasaron del apoyo político.
La llegada hasta Irak de aviones, pilotos y técnicos de las aviaciones
del Eje se había conseguido usando las bases francesas de Siria, controlada
entonces por la Francia de Vichy. El gobierno colaboracionista del mariscal
Pétain también accedió a entregar material de guerra francés a las tropas que
luchaban contra los británicos, en lo que constituía un nuevo paso de abierta
hostilidad —si no derechamente acto de guerra— entre Gran Bretaña y el gobierno
de Vichy. En todo caso, los aviones alemanes e italianos, aunque preocuparon a
los británicos, no alcanzaron para salvar la posición del gobierno iraquí
rebelde, cuya aventura terminaría en derrota para fines de mes.
En África del Norte, el mando británico está en estos días planificando
su siguiente movida, que será un intento de relevar a la guarnición asediada en
Tobruk. El 26 de mayo, los alemanes retoman el Paso de Halfaya, dando al traste
con uno de los pocos objetivos que habían conseguido las tropas de la
“Commonwealth” en la fallida ofensiva de mediados de mayo. En el interín, los
británicos han conseguido hacer llegar un importante convoy, con su preciosa
carga de tanques y aviones de combate, con los que esperan inclinar la balanza
a su favor y hacer retroceder a Rommel, que sigue a la ofensiva, pero cuyas
fuerzas están al borde del agotamiento.
En estos días finales de mayo, se produce uno de los sucesos más
recordados de la larga Batalla del Atlántico, cuando el nuevo acorazado alemán
“Bismarck” encuentre su destino en el fondo del océano, luego de cruenta
batalla; no sin antes mandar al lecho oceánico al poderoso crucero de batalla
“HMS Hood”, orgullo de la “Royal Navy”, reputado uno de los navíos de guerra
más temibles del mundo.
Los orígenes del “Bismarck” se remontan a 1935, cuando un acuerdo naval
anglo-alemán levantó definitivamente las restricciones que pesaban sobre la
expansión naval de Alemania, tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. Bajo
los términos del nuevo acuerdo, los alemanes podían, entre otras cosas,
construir hasta cinco acorazados de 35.000 toneladas de desplazamiento. Sólo
dos llegaron a construirse: el “Bismarck” y su gemelo, el “Tirpitz”. La
construcción del “Bismarck” partió en julio de 1936 y fue botado en febrero de
1939. Fue bautizado en honor del “Canciller de Hierro”, Otto von Bismarck, gestor
de la unificación alemana.
El “Bismarck” era una gigantesca plataforma de combate, fuerte y ágil,
tripulada por más de 2.000 marinos, protegida por un sólido blindaje, capaz de
resistir mucho castigo, y equipada con un letal conjunto de piezas de
artillería, entre las que destacaban ocho cañones de 380 mm montados en cuatro
torres dobles, además de abundante artillería secundaria y antiaérea.
Aunque el mayor peso de la lucha naval germana había descansado en los
submarinos, Alemania contaba con una respetable fuerza de naves de superficie.
Los buques de la “Kriegsmarine” eran muy pocos como para desafiar en combate
abierto a la “Royal Navy”, pero podían causar muchos daños al tráfico mercante
británico si lograban burlar las patrullas británicas en el Mar del Norte y
entrar a las inmensidades del Atlántico. El 22 de marzo, los cruceros de
batalla “Scharnhorst” y “Gneisenau” habían retornado a la costa francesa, luego
de un exitoso crucero de combate por el Atlántico, donde habían hundido o
capturado 22 barcos enemigos, por un total de 116.000 toneladas. El éxito de
los cruceros de batalla abrió el apetito de los almirantes alemanes, que se
imaginaron una nueva operación, donde pudieran sumar sus dos nuevos acorazados
a sus dos cruceros de batalla. Sin embargo, la reciente operación obligaría a
someter al “Scharnhorst” a reparaciones. El “Tirpitz”, en tanto, había sido
comisionado más tarde que su gemelo y no estaría listo para operar durante la
primavera. Durante abril, por último, bombarderos de la “RAF” consiguieron
dañar al “Gneisenau” mientras estaba anclado en Brest, de modo que el
“Bismarck” y el crucero pesado “Prinz Eugen” serían las únicas naves de
superficie disponibles para atacar el tráfico mercante británico durante la
primavera de 1941. Con todo, conscientes del poderío del “Bismarck”, los mandos
alemanes decidieron seguir adelante con la salida a mar abierto, a la que
dieron el nombre en clave de “Operación Rheinübung” (“Ejercicio en el Rin”).
El 19 de mayo de 1941, el “Bismarck” y el “Prinz Eugen” zarparon,
escoltados por destructores y minadores hasta la salida del Mar Báltico. Los
navíos fueron vistos por unidades navales suecas y por la resistencia noruega,
que pasaron la información a Londres. El 21 de mayo, aviones británicos
encontraron y fotografiaron a la flotilla alemana, confirmando los temores del
almirantazgo británico. Esa misma noche, el crucero de batalla “HMS Hood” y el
nuevo acorazado “HMS Prince of Wales”, escoltados por una flotilla de
destructores, zarparon desde Scapa Flow hacia Islandia.
El 23 de mayo, los navíos alemanes tuvieron un breve encuentro con los
cruceros británicos, que no podían hacer otra cosa que rastrear al poderoso
acorazado alemán e informar al alto mando en Londres, a la espera de que
llegaran unidades más poderosas, capaces de desafiarlo en batalla. En la
madrugada del 24 de mayo, a la altura del Estrecho de Dinamarca, la flotilla
alemana se encontró con el “Hood” y con el “Prince of Wales”. Para el
comandante alemán, almirante Günther Lütjens, debe haber sido una desagradable
sorpresa, luego de estar casi seguro de que los buques mayores de la “Home
Fleet” británica estaban todos en su base escocesa de Scapa Flow. Los poderosos
buques abrieron fuego, iniciándose lo que se conoce como Batalla del Estrecho
de Dinamarca.
Alrededor de las 6.00 hrs., una andanada del “Bismarck” alcanzó al
“Hood”, que voló por los aires, seguramente alcanzado en un depósito de
municiones. El poderoso “Hood”, orgullo de la Marina Británica, durante 20 años
el navío más grande del mundo, se partió en dos y se fue a pique en menos de
tres minutos. Excepto tres sobrevivientes, el “Hood” se convirtió en la tumba
de los 1.418 marinos que lo tripulaban, incluyendo al almirante Lancelot
Holland y todo su estado mayor.
Después de que el “Hood” volara en pedazos, el “Prince of Wales” quedó en
desventaja. Además, aunque era un buque nuevo como el “Bismarck”, la premura en
terminarlo no permitió realizar todas las pruebas necesarias y presentó fallas
técnicas durante la lucha. Luego de ser alcanzado varias veces por los
alemanes, el acorazado británico se retiró tras una cortina de humo. La primera
batalla del “Bismarck” era una completa victoria para el acorazado alemán, pero
no fue gratis. Fue alcanzado tres veces por la artillería británica. Una de las
bombas causó un agujero de 1,5 metros, permitiendo la contaminación de una
parte del combustible con agua salada. La escasez resultante de combustible
obligó al almirante Lütjens a fijar curso directamente hacia Saint-Nazaire, en
Francia, para reparaciones. Para entonces, los británicos habían lanzado todo
lo que flotara y disparara en el Atlántico para cazar y hundir al “Bismarck”.
Gran Bretaña, impactada por la pérdida del poderoso “Hood”, estaba determinada
a vengarlo.
A pesar de los daños sufridos, el “Bismarck” consiguió proteger la
retirada del “Prinz Eugen”, que enfilaría hacia el Atlántico para proseguir su
misión original de acoso al tráfico mercante. El acorazado alemán todavía era
veloz y, salvo que consiguieran reducir su andar de alguna manera, llegaría
hasta la costa francesa antes de que la “Royal Navy” pudiera darle caza. A las
22.00 hrs. del 25 de mayo, seis cazas “Fairey Fulmar” y nueve torpederos
“Fairey Swordfish” fueron lanzados desde el portaaviones “HMS Victorious”. De los
nueve torpedos lanzados, sólo uno dio en el blanco, pero causó bastante daño
como para disminuir la velocidad del acorazado alemán. El 26 de mayo, en la
mañana, dos hidroaviones “Catalina” del Comando Costero detectaron nuevamente al
“Bismarck”. Por desgracia para los británicos, ninguno de los muchos navíos
enviados a hundir la nave alemana estaba lo bastante cerca como para
interceptarlo y presentar batalla. Para ese momento, el almirantazgo británico
había desplegado tres acorazados, tres cruceros de batalla, dos portaaviones,
trece cruceros y 21 destructores para destruir al “Bismarck”. La única opción
era intentar un nuevo ataque con fuerzas aeronavales, esta vez, embarcadas en
el “HMS Ark Royal”. Un primer grupo de “Swordfish” no encontró su blanco, mientras
que un segundo grupo despegó a las 19.15 hrs. y encontró su presa poco antes de
las 21.00 hrs. Esta vez, el golpe fue mortal… uno de los torpedos lanzados
desde los anticuados biplanos torpederos causó un desperfecto que dejó los dos
timones atascados a 12º a babor, dejando a la nave dando círculos. A las 21.40
hrs. sabiendo que no podía escapar a tiempo de la enorme fuerza naval que lo
perseguía, el almirante Lütjens comunicó a sus superiores en Berlín que el
buque no podía maniobrar y que tenía la intención de luchar hasta el último
proyectil.
Durante la noche, el buque alemán fue atacado por destructores mediante
torpedos, pero los ataques fueron rechazados. Poco antes de las 9.00 hrs., el
“Bismarck” fue avistado por dos acorazados británicos, el “King George V” y el
“Rodney”, a los que pronto se unieron los cruceros pesados “Norfolk” y
“Dorsetshire”. Una avalancha de fuego se desató sobre el dañado navío germano
que, sin embargo, pudo responder el fuego por cerca de media hora. A las 10.39
hrs., convertido en una ruina humeante y cubierto de cadáveres, el poderoso
acorazado alemán se hundió en las gélidas aguas del Atlántico Norte, tras serle
disparados casi 2.900 proyectiles. De una tripulación de 2.200 hombres, sólo
114 sobrevivieron. Al igual que el almirante Holland a bordo del “Hood”, el
almirante Lütjens siguió la suerte de su nave hasta el fondo del mar.
En la imagen, se ve al “Bismarck” descargando su artillería sobre el
“Prince of Wales”, tras haber destruido al “Hood”, durante la Batalla del
Estrecho de Dinamarca. La fotografía fue tomada desde el “Prinz Eugen”, ya con
luz de día, pero los destellos del cañoneo causaron la sobreexposición de la
foto, dando la impresión de haber sido tomada de noche.
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