Hace 75 años
7 de agosto de 1941
Segunda Guerra Mundial
El 1 de agosto de 1941, Japón ocupa Saigón, la ciudad de Indochina que,
como capital de Vietnam del Sur, dos décadas más tarde, se hará famosa entre
todos los aficionados a las muchas películas antibélicas inspiradas en la
Guerra de Vietnam. Por el momento, es un paso más hacia la consolidación del
imperialismo nipón y hacia el choque militar con las democracias occidentales.
Ese mismo día, Estados Unidos impone un embargo de petróleo a todos los estados
considerados como “agresores”, lo que incluía, desde luego, a Japón.
Tras dar el paso de la ocupación de Indochina, el Gobierno Japonés se
había arriesgado a que Washington tomara una medida restrictiva con materias
primas esenciales para la economía japonesa, como es el petróleo. Para
obtenerlo, la única posibilidad eran las Indias Orientales Holandesas (actual
Indonesia) por medio de la fuerza. Con las reservas de petróleo japonés
limitadas a unos cuantos meses y el mercado petrolero americano y árabe cerrado
por los anglosajones, el recurso de invadir el archipiélago indonesio era un
paso esperable.
La guerra en el Pacífico parece cosa de meses y los norteamericanos hacen
grandes esfuerzos por poner al día su arsenal. En este primer día de agosto de
1941, hace su primer vuelo el torpedero Grumman “Avenger” (“Vengador”), un
excelente avión que vendrá a reemplazar al ya obsoleto Douglas “Devastator”. El
“Avenger” no alcanzará a dotar a los portaaviones hasta la segunda mitad de
1942 y el inadecuado “Devastator” deberá afrontar la Batalla de Midway, donde sufriría
fuertes pérdidas a manos del letal Mitsubishi A6M “Zero”.
En el desierto, la lucha sigue entrampada en torno al puerto-fortaleza de
Tobruk. El 2 de agosto, dos compañías australianas hacen una salida hacia
posiciones del cerco defendidas por los italianos, que rechazan el ataque,
causando fuertes pérdidas a los “aussies”. Una vez más, queda demostrado que
los italianos, bien mandados, motivados y armados con material medianamente
decente, pueden ser adversarios muy peligrosos. El ataque fue el último intento
australiano por recuperar el terreno perdido desde mayo de 1941 y seguramente
no volverían a subestimar la capacidad combativa del “Regio Esercito”. Benito
Mussolini seguramente se siente un poco más satisfecho y esperanzado con la
suerte de sus tropas, pero el 7 de agosto, sufre un rudo golpe personal, cuando
su hijo, Bruno, muere en un accidente aéreo.
En el Mediterráneo, que es donde se decide la suerte logística de la
campaña del desierto, la lucha también es dura. Frente a las costas libias, el
2 de agosto, una formación de “Stuka” acosa un convoy británico. Generalmente
los bombarderos alemanes causaban mucho daño a los mercantes de los convoyes y
a las unidades de la “Royal Navy” que los escoltaban; sin embargo, esta vez, un
grupo de Hawker “Hurricane” está en las cercanías y rechaza a los “Stuka”,
ocasionándoles fuertes pérdidas.
En el Frente Oriental, el 4 de agosto, Hitler llega hasta el cuartel
general del Grupo de Ejércitos Centro, mandado por el general Fedor von Bock.
El general, que simpatiza poco con Hitler y comprende que la invasión de Rusia
es un paso peligroso para Alemania, había preparado una conspiración para
arrestar al tirano luego de su llegada. Sin embargo, Hitler llegó acompañado de
una nutrida guardia personal, que hizo inviable el plan. El “Führer” ya había
sufrido intentos de asesinato y derrocamiento por parte de miembros de la
“Wehrmacht”, de modo que está más preparado ante esas eventualidades.
En lo estratégico, Hitler se entromete con cada vez mayor frecuencia en
lo que deberían ser decisiones privativas del alto mando. Luego de arribar al
comando de Von Bock, ordena la dispersión de sus valiosos tanques, enviando el
3er Grupo Panzer del general Hermann Hoth al norte, al frente de Leningrado, y
al 2º Grupo Panzer del general Heinz Guderian al sur, a ayudar en el avance del
general Paul von Kleist en el sur. Para Hitler, la captura de Moscú, aunque
deseable y necesaria, no es prioritaria y prefiere concentrar los esfuerzos
militares en conseguir los recursos naturales de Ucrania. El alto mando alemán,
que entendía que tomar Moscú sería un golpe decisivo para los soviéticos, ve
con desesperación cómo se dispersan las fuerzas entre las enormes extensiones
del frente ruso.
A pesar de las intromisiones políticas, las tropas de Von Bock obtienen
uno de sus mayores éxitos. El 6 de agosto, se puede dar por terminada la
Batalla de Smolensk. A finales de julio, las puntas de lanza del Grupo de
Ejércitos Centro se habían cerrado en torno a una gran concentración de tropas
soviéticas en torno a Smolensk, ciudad cercana a la frontera que separaba
Bielorrusia y Rusia propiamente tal. Aunque un número importante de unidades
logró escapar del cerco, los alemanes consiguieron cercar a la mayor parte del
16º, 19º y 20º Ejércitos Soviéticos. Al terminar la batalla, los soviéticos
habían sufrido más de 750.000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros,
además de perder miles de tanques, vehículos y aviones. En suma, más que una
derrota, el Ejército Rojo había sufrido el peor desastre de su historia. Y le
esperaban otros todavía. Con todo, la dispersión de las unidades “Panzer” y
algunas bolsas de resistencia decidida, costaron a los alemanes mucho más
tiempo del esperado. Cada día ganado por los soviéticos va a contar al final de
la campaña y de la guerra en general.
Además de avanzar por un enorme país que, en muchas áreas, tenía
formidables obstáculos naturales que facilitaban la defensa, la “Wehrmacht”
tendría que haber lidiado con un potente dispositivo de fortificaciones,
construidas por los soviéticos. Otro de los muchos mitos repetidos respecto de
la “Operación Barbarroja”, reza que la línea fortificada a lo largo de la vieja
frontera (antes de 1939) había sido destruida y que no había existido tiempo
para construir nada importante que la reemplazara en la nueva frontera, creada
luego de que los comunistas, en complicidad con los nazis, invadieran
traicioneramente Polonia, Estonia, Letonia, Lituania y parte de Rumania. Este
mito era una excelente explicación para no dañar el orgullo del Partido
Comunista de la Unión Soviética (PCUS), que inventó muchas leyendas como ésta,
a fin de no reconocer que, en los primeros meses de guerra, la mayoría de sus
ciudadanos prefería dejarle el país a los alemanes, antes que seguir aguantando
la tiranía estalinista. Eso duró hasta que se dieron cuenta que, si el
comunismo era el infierno en esta tierra, los nazis querían derechamente mandar
a los eslavos fuera de esta tierra o esclavizarlos como mano de obra subhumana.
Ante dos alternativas muy malas, los pueblos soviéticos, en general, eligieron
seguir con su propia tiranía, que podía ser espantosa, pero que les permitía,
en algunos casos, seguir con vida y tener alguna esperanza. En ese sentido, el
comunismo era más democrático: trataba igualmente mal a todo el mundo y no
hacía diferencias raciales a la hora de mandar gente a los campos de
concentración.
Los soviéticos llevaban años preparándose para una guerra que les
permitiera conquistar Europa hasta el Atlántico. Sabían que concentrar sus
fuerzas en ciertas zonas de ataque, debilitaría otros sectores, que el enemigo
de turno (Alemania, en este caso) podía aprovechar para contraatacar. Por eso
Stalin puso tanto énfasis en las áreas fortificadas, para que fueran capaces de
contener y destruir esos contraataques. No hay que imaginarse algo así como una
fortificación continua, al estilo del Muro de Adriano en Gran Bretaña o la Gran
Muralla de China. Las áreas fortificadas estaban destinadas a cubrir con su
fuego sectores muy concretos del territorio cercano a las fronteras. Incluso en
los mismos corredores cubiertos por las áreas fortificadas, tampoco hay una
serie continua de fortines. Las instalaciones defensivas estaban concentradas
en varias agrupaciones, denominadas nodos de defensa. Según Mark Solonin, cada
nodo comprendía 10 o más búnkeres, dispuestos a modo de una fortaleza medieval,
en que sería imposible aproximarse impunemente a uno de ellos, sin recibir una
lluvia de fuego desde un búnker vecino. Estas instalaciones estaban situadas
sobre caminos, puentes y vados, igual como se había hecho desde siempre, con la
diferencia de que los ejércitos del siglo XX estaban mucho más atados a las
carreteras que sus predecesores, debido a la importancia de los vehículos
motorizados en el esfuerzo bélico.
Complementando datos de los archivos soviéticos y de los reportes de las
fuerzas invasoras alemanas, Solonin afirma que había más 1.000 fortines en la
“Línea Molotov”, es decir, en la nueva frontera (donde supuestamente no había
existido el tiempo para construir nada) y más de 3.000 en la vieja frontera, la
“Línea Stalin” (donde todos los búnkeres habían sido supuestamente volados).
Para poder comparar, la imponente “Línea Maginot”, en la que Francia había
depositado toda su fe, contaba con 142 “ouvrages” (fortines mayores y menores,
artillados), 352 casamatas armadas con ametralladoras, 78 refugios de
infantería de reserva, 17 puntos de observación y unos 5.000 puestos de
vigilancia camuflados, que permitían detectar ataques, detener por poco tiempo
al enemigo y dar la alarma a las líneas de defensa. La afamada “Línea
Mannerheim”, que tanta sangre costó a los soviéticos en su primera guerra con
Finlandia, en 1939-1940, contaba alrededor de 200 búnkeres, que además estaban
construidos con parámetros técnicos muy inferiores a las fortificaciones
soviéticas. En todos estos casos, las fortificaciones estaban retiradas de la
frontera algunos kilómetros, para que los invasores tuvieran que superar la
resistencia de posiciones más ligeras, que los fueran “ablandando”, antes de
llegar a la principal línea defensiva.
Si los soldados del Ejército Rojo, en vez de huir a la desbandada,
hubieran hecho buen uso de estas formidables fortificaciones, habrían quitado
mucho y valioso tiempo a los alemanes. Pensemos en que, para superar la
relativamente modesta “Línea Mannerheim”, el Ejército Rojo sacrificó miles de
soldados en las rutas de aproximación y demoró tres meses en conseguir el
ansiado rompimiento. Los soviéticos alinearon 13 regimientos y 4 batallones de
lo que ellos llamaban, en términos técnicos, artillería de “gran y especial
poder.” En marzo de 1940, disponían frente a los finlandeses de 7.000 morteros
y cañones y más de 3.000 tanques. Dispararon 46.000 rondas de obuses de 203 mm
y 6.000 rondas de sistemas de artillería de poder especial. En tres meses de
guerra, en todo el frente, el Ejército Rojo usó 79.7 kilotones de munición
artillera (la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima en 1945, liberó una
potencia de 16 kilotones), mientras que la aviación lanzó otros 22.6 kilotones
de bombas sobre Finlandia y su pequeño ejército. Y, a pesar de que los
soviéticos rompieron la línea, obligando a Finlandia a negociar, nadie puede
decir que el resultado fue otra cosa que una victoria pírrica, que costó 40.000
muertos y 150.000 heridos, sólo en el esfuerzo final de rompimiento en marzo de
1940.
Unas pocas unidades aisladas soviéticas, sin embargo, decidieron resistir
desde el primer día de la invasión alemana. Aunque estaban aislados y sin
esperanzas de auxilio, unos pocos miles de soldados soviéticos iniciaron el
primer día lo que su historiografía llamó la “Gran Guerra Patriótica.” Un tal
sargento Ivanovich, destinado a una fortificación cerca de Peremyshl, relata
que su posición “era una imponente fortificación, armada con cuatro troneras
con dos cañones de 76 mm y dos ametralladores Degtyarev (…) El comandante nos
dijo que no debíamos sólo ocuparlo, sino permanecer en defensa 6 meses sin
salir o hasta el momento en que voláramos junto con el fortín. La comida y
municiones debían alcanzar para esos 6 meses. Tenía dos pisos, era fuerte, con
murallas de concreto reforzado de 3.5 metros (…) Los alemanes tomaron nuestro
lado de Peremyshl; abrieron fuego sobre el búnker, pero los proyectiles
rebotaban como arvejas contra la pared.”
Abajo, una fotografía tomada a un búnker de la “Línea Stalin” en julio de
1941 por corresponsales alemanes.
Etiquetas: Guerras Mundiales, Historia