Hace 75 años
18 de diciembre de 1941
Segunda Guerra Mundial
El Terror Rojo (I)
En África del Norte, Rommel retira sus fuerzas de la manera más ordenada
que puede, evitando, hasta el momento, quedar rodeado por las fuerzas atacantes
de la “Commonwealth”, tal como le ocurriera a las tropas del general italiano,
Rodolfo Graziani, a fines de 1940. El 13 de diciembre, tropas indias y
neozelandesas, encuadradas en el 8º Ejército Británico, atacan la línea
defensiva establecida en Gazala por las fuerzas del Eje. A pesar de la dureza
de los combates, los ítalo-germanos consiguen repeler la ofensiva, aunque
sufren serias bajas, que son muy difíciles de reponer, debido a que el
Mediterráneo es dominado por la “Royal Navy” británica. El día 14, un submarino
británico torpedea al poderoso acorazado italiano “Vittorio Veneto”, mientras
atravesaba el Estrecho de Mesina. La nave consigue volver a puerto, pero sufre
daños de consideración y estará varios meses imposibilitada de operar. Es un
nuevo golpe al poder naval italiano, para el que resulta muy difícil proteger y
mantener el flujo de suministros desde Europa hacia África del Norte.
Para el 15 de diciembre, el general Erwin Rommel se ve obligado a ordenar
el abandono de Cirenaica, convencido de que no puede defenderla estando tan
corto de suministros, especialmente tanques y combustible. La 4ª Brigada
Blindada Británica se mueve hacia el suroeste para intentar superar a lo que
queda de los tanques de Rommel, que protegen el repliegue, y flanquear a las
tropas que se retiran. El 16 de diciembre, cuatro transportes parten desde
Italia con los suministros tan necesitados por Rommel y sus hombres. Para
graficar el sentido de urgencia creado por la falta de suministros, la “Regia
Marina Italiana”, siempre reluctante a desplazarse demasiado, ensambla una
formidable escolta de cuatro acorazados, cinco cruceros, 20 destructores y una
lancha torpedera. La casi totalidad de la Marina Italiana se compromete en el
esfuerzo. El 17 de diciembre, el convoy italiano se cruza con un convoy
británico, destinado a reabastecer la isla de Malta. El fortuito encuentro produce
la Primera Batalla de Sirte, de resultado indeciso, pues ambas flotas deciden
evitar una batalla a gran escala.
En el Pacífico, los japoneses están a la ofensiva en Hong Kong, las
Filipinas y Malasia. En Malasia, el objetivo final es Singapur, la estratégica
fortaleza del Imperio Británico. El 15 de diciembre, los japoneses abruman las
defensas en Gurun, Malaya Británica. La “RAF” abandona a toda prisa la base que
mantenía cerca de Penang, llevando por aire los aviones restantes a Singapur.
De modo similar, los bombarderos estadounidenses B-17, que cubrían guarnición
en el aeródromo Del Monte, cerca de Mindanao, Filipinas, reciben la orden de
retirarse a Australia, ante el avance japonés.
El 16 de diciembre, tropas japonesas desembarcan en el Borneo Británico.
Ese mismo día, capturan los campos petroleros en Miria y Seria, y la refinería
de Lutong. De inmediato, los británicos y las autoridades de las vecinas Indias
Orientales Holandesas dan orden de destruir las instalaciones relacionadas con
la industria petrolera, para evitar que caigan en manos de los japoneses.
Los soviéticos prosiguen su contraofensiva en la zona de Moscú. El 13 de
diciembre, las fuerzas del Frente Suroeste, bajo el mando del general Semión
Timoshenko, atacan el frágil punto de unión entre el 2º Ejército Alemán y el 2º
Grupo “Panzer”. El 2º Ejército es obligado a retirarse y el flanco del Grupo
Panzer queda expuesto. El mariscal Fedor von Bock ordena secretamente una
retirada de las fuerzas bajo su mando, en el Grupo de Ejércitos Centro, sin
notificarlo a Hitler. El Jefe de Estado Mayor, general Franz Halder, apoya la
decisión de Von Bock, aunque tampoco se atreve a notificar al “Führer” de la
retirada.
El 15 de diciembre, al norte de Moscú, tanques soviéticos cortan el
camino que va desde la localidad de Klin hacia el oeste. Para evitar ser
rodeado, el 2º Grupo Panzer se ve obligado a retirarse desde Klin, dejando
atrás la mayor parte de su equipo pesado. El 16, los soviéticos capturan Kalinin,
con los termómetros marcando -41º Celsius. Enfurecido por las órdenes de
retirada impartidas sin su permiso y hace tiempo enfrentado a los altos mandos
militares, Hitler destituye al general Walther von Brauchitsch de su cargo de
Comandante en Jefe del Ejército, asumiendo él mismo el mando directo.
Frente a Moscú, el Ejército Alemán prueba, por primera vez, el sabor de
la retirada en suelo europeo. El Ejército Rojo está muy lejos de ser la
mortífera máquina de conquista que llegará a ser en 1944-1945, pero ha
conseguido mantener su capital a salvo, junto con el sistema comunista y, por
el momento, roba a los nazis la victoria decisiva en 1941. Pero la
contraofensiva de diciembre de 1941 no ha pasado de ser un batalla de alcance
limitado, que no cambiará el hecho de que Bielorrusia, los países bálticos,
gran parte de Ucrania y gran parte de la Rusia europea terminarán el año bajo
ocupación alemana. Y tampoco puede borrar el bochorno de las catastróficas
derrotas sufridas en la campaña y la tendencia, aún presente en muchas
unidades, a rendirse o dispersarse cuando los alemanes presionan más allá de
cierto umbral a los que ahora son sus perseguidores
¿Por qué el Ejército Rojo recién ahora, cuando Moscú está a punto de
caer, despierta y empieza a luchar de verdad? ¿Por qué, durante casi todo 1941,
la mayor parte de las tropas soviéticas prefirieron rendirse o huir, antes que
luchar contra los alemanes, a pesar de estar mejor equipados, contar con
aplastante superioridad numérica y contar con las obvias ventajas de quien se
defiende? La respuesta está en la atroz tiranía a la que los distintos pueblos
de la URSS habían sido sometidos desde la mismísima llegada al poder de los
bolcheviques (luego comunistas) al poder en octubre de 1917. La mayoría de los
ciudadanos soviéticos, convertidos a la fuerza en soldados, no estaban
dispuestos a derramar una sola gota de sangre por un partido y por un gobierno
que les había causado sufrimientos difíciles de describir a una gran parte de
la población durante más de 20 años.
Según un mito muy extendido, los comienzos del régimen comunista fueron
relativamente suaves, considerando las situaciones excepcionales de la
revolución y la guerra civil. Los primeros bolcheviques, partiendo por Lenin,
fueron líderes humanitarios y benevolentes, cuyo legado sufrió la traición del
sanguinario y cruel Stalin. Este mito, sin embargo, puede desmentirse con una
rápida mirada a las fuentes. En su obra, “El Terror Rojo en Rusia”, publicado
en Berlín en 1924, el historiador ruso socialista, Sergei Melgunov, citaba a
Martin Latzis, uno de los jefes del Comité Militar Revolucionario de Petrogrado
(CMRP) y de la Cheka, los dos primeros nombres que tuvo el aparato represivo de
la entonces joven Unión Soviética. “No hacemos la guerra contra las personas en
particular —decía Latzis a sus lugartenientes en noviembre de 1918—.
Exterminamos a la burguesía como clase. No busquen, durante la investigación,
documentos o pruebas sobre lo que el acusado ha hecho (…) La primera pregunta
que deben formularle es la de a qué clase pertenece, cuáles son su origen, su
educación.”
La eliminación de la burguesía, como grupo social, implantada en el
ideario bolchevique desde sus inicios, encaja perfectamente con la definición
de genocidio. Lo mismo puede decirse de la llamada “descosaquización”, es
decir, el proceso de acoso y eliminación de las poblaciones cosacas, llevado a
cabo desde 1920. Los cosacos eran una población perfectamente identificable con
ciertos territorios de la antigua Rusia y fueron perseguidos y llevados al
borde del exterminio sólo por pertenecer a ese grupo étnico. Los hombres fueron
asesinados; las mujeres, los niños y los ancianos fueron deportados, mientras
que sus poblados fueron arrasados o entregados a nuevos pobladores no cosacos.
Lenin fue decidido promotor de la violencia política. En 1916, escribía
“cualquiera que acepte la guerra de clases debe aceptar la guerra civil, que en
toda sociedad de clases representa la continuación, el desarrollo y la
acentuación naturales de la guerra de clases.” León Trotsky, a veces también
representado como el “comunista bueno”, debido a su mortal rivalidad son
Stalin, al dirigirse a los miembros del Comité Ejecutivo Central de los Soviets,
el 1 de diciembre de 1917, decía que prontamente “el terror va a adquirir
formas muy violentas (…) No será solamente la prisión, sino la guillotina (…),
lo que se dispondrá para nuestros enemigos.”
En enero de 1918, Trotsky se puso al frente de una comisión especial
encargada del suministro y del transporte, cuya verdadera misión era tomar
todos los alimentos que fuera necesario arrebatar a los campesinos, para
alimentar a las ciudades, donde empezaban a cundir el descontento y la escasez.
Si era menester, los campesinos debían pasar hambre, con tal de sostener la
frágil base de apoyo de los bolcheviques en las ciudades. Lenin propuso para la
ocasión un decreto que ordenaba despojar a los campesinos de todos sus
excedentes de alimento a cambio de un recibo. Si el requerido se negaba, debía
ser fusilado. El resto de los comisionados se negó a aprobar un decreto que
radicalizaba muy tempranamente un enfrentamiento con el campesinado que se iba
haciendo inevitable. A pesar del rechazo, el hecho de que Lenin propusiera
medidas tan crueles era síntoma de ciertas tendencias esenciales del sistema
comunista, que iban a marcar su manera de gobernar en todas las latitudes donde
alcanzaría el poder.
Lenin y los demás bolcheviques se sentían asediados en los centros
industriales de Rusia, que parecían islotes proletarios, en un país poblado por
una amplísima mayoría campesina. Los pequeños y medianos agricultores, así como
los campesinos sin tierra, habían visto con buenos ojos la revolución, porque
esperaban que la tierra se repartiera entre quienes la trabajaban. Estos
esforzados hombres del campo no iban a quedarse de brazos cruzados, mientras
llegaban destacamentos especiales a requisar sus medios de sustento, incluidas
las simientes, y mientras los obligaban a colectivizarse y renunciar
indefinidamente a la propiedad de sus pequeñas granjas. En abril de 1918, ante
el Comité Ejecutivo de los Soviets, Lenin declaró: “los pequeños poseedores han
estado de nuestro lado, el de los proletarios, cuando se ha tratado de derribar
a los propietarios terratenientes y a los capitalistas. Pero ahora nuestros
caminos se separan. Los pequeños propietarios sienten horror hacia la
organización, hacia la disciplina. Ha llegado la hora de que llevemos a cabo
una lucha despiadada, sin compasión, contra estos pequeños propietarios.”
La carga doctrinaria genocida social estaba presente en el comunismo
desde sus inicios bolcheviques, tanto como la carga genocida racial estaba
presente en la entraña nacionalsocialista desde su nacimiento en la década de
1920. Así como la sociedad nazi futura debía construirse alrededor de la “raza
aria pura”, la sociedad futura comunista debía estructurarse en torno a un
“pueblo proletario puro”, descontaminado de todo lo que pareciera burgués. El
comunismo estalinista no sólo es consecuencia del bolchevismo leninista; de
hecho, es el mismo fenómeno, llevado hasta sus últimas e inevitables
consecuencias.
Abajo, un poster propagandístico soviético, donde se representa a un
idealizado Lenin, que indica a las masas proletarias el camino a seguir.
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