Estaba, esa noche fría, empezando a forrajear,
cuando llegó a mí un forastero ricamente ataviado.
Vestía el traje más espléndido que se pueda imaginar:
alto turbante de seda, con un diamante tocado,
jubón teñido de púrpura, bordado y de tafetán;
zapatos en punta hacia el frente, con hilos de oro acabados,
y metido en dorada vaina, el más agudo puñal,
que, en un costado quedaba, colgando de un lazo plateado.
Y así me dijo este sabio, que hasta Belén debía llegar
y de buena cabalgadura estaba necesitado,
y que, por cierto, escuché le habían llamado Gaspar,
sus dos alegres amigos, que un poco más retirados,
alcancé a oír se llamaban Melchor y Baltasar:
“Galopa, galopa burrito, sin demora y sin parar;
que ha nacido el Niño Dios y le quiero ir a adorar.
Con María y San José, en Belén, la de Judá;
ha nacido el Rey del Cielo en el suelo de un pajar.”
“Has de saber, burrito bueno —siguió diciendo Gaspar—,
que Jesús el Niño es llamado y de una Virgen ha nacido;
visitóla un día el arcángel, mientras oraba, para anunciar,
que en ella el Santo Espíritu llegaría descendido
y al Mesías llevaría en su seno virginal.
Este divino portento por el Señor fue prometido,
durante mil generaciones, a los hijos de Abraham
y, tras espera tan larga, por fin el Verbo Divino
llega hoy hasta Israel, que fue fiel al esperar.
Vamos, pues y no paremos, hasta Belén, nuestro destino,
que si hay amor por la persona que uno quiere visitar,
se hacen cortos los caminos
y es ligero el caminar.”
“Galopa, galopa burrito, sin demora y sin parar;
que ha nacido el Niño Dios y le quiero ir a adorar.
Con María y San José, en Belén, la de Judá;
ha nacido el Rey del Cielo en el suelo de un pajar.”
Iba yo muy orgulloso, cabalgado por Gaspar,
pues soy sólo un pobre burro y el Señor, siendo nacido,
a su palacio improvisado, me ha querido convidar.
Marchaba Melchor con nosotros, sobre un camello, dormido;
Baltasar, en tanto montaba en un caballo alazán.
Llevaba en sus alforjas, para ofrecer al Dios Niño,
los regalos apropiados para un príncipe imperial.
Ya muy cerca de Belén, fuimos todos detenidos
por el coro de los ángeles que no paraba de alabar
la misericordia del Señor, que ha enviado a su Hijo,
para pagar nuestro rescate y así nos podamos salvar.
Dejóme un tiempo ese canto, como distraído y detenido,
y con suave admonición, mi atención llamó Gaspar:
“Galopa, galopa burrito, sin demora y sin parar;
que ha nacido el Niño Dios y le quiero ir a adorar.
Con María y San José, en Belén, la de Judá;
ha nacido el Rey del Cielo en el suelo de un pajar.”
Faltándonos una cuadra o poco más para llegar,
la más intensa luz que mis ojos hayan visto
llegóme derecho al alma y no pude más avanzar.
Envuelto en una cobija, estaba el Niño Divino;
a su lado, la Virgen María lo trataba de abrigar,
rodeada de los animales que, en el pesebre reunidos,
esa noche fueron, de Dios, séquito, corte y guardia real.
Quédeme embobado y tieso, como adherido en el camino,
y una reverencia quise hacer, olvidando al pobre Gaspar,
que en medio de mi intento, hubo perdido el equilibrio
y cuán largo todo era, hasta el suelo fuese a dar.
Parándose a duras penas, encorvado y dolorido,
sacudiéndose la tierra, pero riendo sin parar,
dijo así: “para otra vez, mi buen amigo,
cuando quieras agacharte, ten cuidado de avisar,
y mostrando ese respeto que se debe al Cristo Niño,
los dos juntos, de rodillas, le podremos adorar.”
“Galopa, galopa burrito, sin demora y sin parar;
que ha nacido el Niño Dios y le quiero ir a adorar.
Con María y San José, en Belén, la de Judá;
ha nacido el Rey del Cielo en el suelo de un pajar.”
Era el Niño revestido de esplendor angelical;
le contemplaba San José, su padre terreno adoptivo,
que salió hasta nuestro encuentro una vez nos vio llegar.
Me acerqué yo muy de a poco, con vergüenza de mí mismo,
hasta donde estaba el Niño y su madre virginal.
La Señora acaricióme y me habló, luego, bajito:
“Nos han dicho estos tres sabios, que a Jesús quieren dañar
poderosos de este mundo, temerosos de un Niñito…
De mañana, deberemos, hacia Egipto escapar,
mas ya ves que el Niño Dios es aún muy pequeñito
y muy bien que nos vendría un burrito al que montar
¿Nos llevarías en tu lomo para alejarnos del peligro?”
¡Oh, qué honor, qué privilegio! ¡Al Señor he de llevar!
Ya se ve que a todos llama el buen Jesús a su servicio:
al que es pobre y al que es rico, a todos quiere por igual,
a los llenos de virtudes e inclusive a este burrito,
cuyo único talento es ser duro al trabajar.
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